Fernando Ortiz: tres aproximaciones al suicidio

Fernando Ortiz

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Fernando Ortiz: Tres aproximaciones al suicidio

Suicidio de esclavos[1]

A pesar de que muchos africanos habían heredado un carácter servil formado por el embrutecimiento de varias generaciones sometidas al despotismo de un tiranuelo, hubo en Cuba tentativas revolucionarias, como en los demás países americanos donde la masa esclava fue numerosa. El esclavo pretendía romper sus ataduras y, si bien jamás logró violentamente su libertad como clase social, alcanzó muchas veces burlar a su amo sustrayéndose a la propiedad de éste por la fuga o por el recurso supremo de todos los oprimidos impotentes, por el suicidio.

Este último medio de emanciparse del amo fue en Cuba usado tan frecuentemente que llegó a revestir carácter epidémico. Así, dice Arboleya refiriéndose a datos estadísticos de 1855 a 1857, que el número de suicidios fue casi el doble que el de homicidios, y que por lo menos una tercera parte de aquéllos era debida a los negros esclavos y otra tercera parte a los colonos chinos que se encontraban en igual condición social. La creencia en unos y otros de que al morir renacían en su país natal, restaba aparentemente trascendencia subjetiva para el suicidio sin mengua del quebrantamiento sufrido por el amo. Igual efecto debió producir la singular creencia de algunas tribus de Guinea, de que el negro al morir va al país de los blancos convirtiéndose en uno de estos[i].

Generalmente, los negros suicidas se ahorcaban. Con frecuencia se usaba el envenenamiento por el curamagüey ( Chinancum grandiflorum) y el guao ( Commocladia dentata)[ii].

Merece observarse que la tendencia al suicidio fue en Cuba una característica de los esclavos procedentes de determinadas regiones africanas. Pichardo lo nota así especialmente entre los lucumíes. Una observación semejante se ha hecho también en el extranjero[iii]. Ello viene a comprobar una vez más la verdad lombrosiana de la influencia étnica en la criminalidad.

Por otra parte, el suicidio como venganza es también conocido en alguna región de Africa[iv] como en otras de Asia, y [es] usado no solamente contra el amo por el esclavo, sino también por un hombre libre contra otro de igual condición social. Esta aberración de fondo religioso no pudo menos de influir en el ánimo de aquellos esclavos que de su país la trajeron consigo.

La frecuencia del suicidio en el negro esclavo es tanto más digna de tenerse en cuenta, cuando según cuenta Bruce: “Como corolario de su relativa inmunidad a la locura por motivos morales, está demostrado que los negros rara vez se suicidan, hecho de fácil explicación una vez adquirida plena conciencia del carácter de la raza. En primer lugar, ninguna causa de ansiedad oprime bastante la mente del negro para que éste nutra el deseo de poner fin a su vida (…), después le falta la sangre fría y la fortaleza necesaria para matarse; sobre todo tiene un miedo extraordinario a la muerte debido a su morbosa imaginación y probablemente a su tendencia a vivir completamente en el presente”[v]. Observación que tiene una comprobación en los siguientes datos de suicidios ocuridos en La Habana, donde no se sentían los rigores de la esclavitud moral y en una época (1878 a 1885) en la que ya la esclavitud tocaba a su fin y en la que los amos eran más humanos, por el avance total de la civilización, para desvirtuar en algo las predicaciones antiesclavistas y por la influencia bienhechora ejercida por la Revolución de los Diez Años, que desempeñó un papel importantísimo en la historia de la esclavitud en Cuba[vi].

Suicidios en la circunscripción de La Habana

Años Blancos Negros Mestizos Chinos Desconocidos Totales
  Var Hem Var Hem Var Hem Var Hem Var Hem  
1878ª 2   1       2       5
1879 17 3 2 2   1 3   4 5 37
1880 25   6       2   4 4 41
1881 7 3   1     1   3 1 21
1882 25 2 5   1 1     5 1 38
1883 35 4 3   1   6   3 2 54
1884 30 3 1 1     6   2 1 44
1885 27 3   3     2       39
Total 168 22 21 7 2 2 22   21 14 279

ª Los datos de este año parten del mes de agosto.

Del suicidio[2]

Los que se ocupan en analizar los fenómenos sociales hace tiempo que dedican intensas y continuadas actividades para poner de relieve las causas del crecimiento contemporáneo del suicidio. Recientemente, un libro alemán ha sintetizado el estado actual de los estudios sobre el tema, llegando a definitivas conclusiones.

Su autor, Robert Gaupp, afirma, ante todo, el aumento del número de los suicidios. En Europa las estadísticas registran de 60 a 70.000 mil suicidios anuales. Desde el año 1871 a 1897, el promedio de los suicidios ha aumentado en más de un 20 por ciento.

Son causas principales de este progreso, el encarecimiento de los artículos de primera necesidad, el rápido progreso económico de la sociedad, que produce una fiebre de placeres, las grandes crisis económicas, las bancarrotas y el alcoholismo.

El suicidio es más frecuente en los hombres que en las mujeres, y tiende a aumentar con la edad; los solteros y los viudos son más propensos que los casados; su incidencia es mayor en el verano que en las demás estaciones, en los hombres cultos que en los ignorantes, y en la ciudad que en el campo; la pobreza no es un factor decisivo, mientras los métodos varían, prefiriendo las mujeres el veneno y los hombres las armas de fuego; por último, es más frecuente en los países protestantes que en los católicos.

Esta observación parece a primera vista favorecer la excelencia de la moral católica, y me permito recordar aquí que hace algún tiempo uno de nuestros rotativos atribuía los suicidios simultáneos de unos niños en Cienfuegos al fruto de nuestras escuelas primarias, que civilizadamente laicas estableció la intervención americana. Acostumbrados, como estamos en Cuba, a leer las más rotundas afirmaciones en ciertos de nuestros más estupendamente audaces e ineptos enciclopedistas, no es el caso de asombrarse. Después de todo, quizás tuvo razón el que tal dijo; el protestante se mata a sí mismo, el católico mata al prójimo. Los niños de los países protestantes caen en el suicidio con más frecuencia que los nacidos en tierras de credo romano, los cuales, a mi ver, saben mejor blandir el puñal y disparar el revólver contra sus semejantes.

En la luterana Alemania, durante el período de 1891 a 1893, se registraron 212 suicidios anuales por cada millón de habitantes, y en la papal España, solamente 18; en cambio, España es la nación de Europa más homicida. Dinamarca es el país europeo de más suicidas, y España y Rusia, los pueblos más fanáticos religiosos de aquella región del mundo, donde la proporción es menor.

Y a fe que entre la autoselección del suicida que por sí mismo defiende a la sociedad de su propio morbo, y la dañina impulsividad del homicida que vive vida social salvaje y prehistórica, la ciencia se decide por la menor desaparición del primero.

Por esto un criminalista de frases afortunadas ha dicho que debemos alegrarnos ante el aumento de los suicidios; ello indica un aumento de civilización; de la misma manera que el invento de los ferrocarriles ha traído consigo un número de muertes violentas, las cuales, sin embargo, no hacen decidir a la humanidad a que retroceda al tiempo en que se viajaba en aquellas antiguas diligencias que aún ruedan en regiones atrasadas, para deleite de viajeros románticos.

La decadencia cubana[3] (fragmentos)

La sociedad cubana se está desintegrando. Cuba se está precipitando rápidamente en la barbarie. Y hay que decirlo rotundamente, y repetirlo a diario por hogares y escuelas, por talleres y salones, para que el cubano sienta todo el horror de su porvenir y el bochorno de su abatimiento actual.

(...) Pese a lo embrionario de nuestras estadísticas, éstas han bastado para graduar nuestra decadencia, para medir nuestra caída. No son necesarios instrumentos de mucha precisión cuando las variaciones son de gran escala. Y aun en aquellas actividades sociales desprovistas de apreciación numérica, son de tal naturaleza las desviaciones y retrogresiones de la sana normalidad que el más inexperto puede sentirlas.

(...) La instrucción pública está en retroceso tan grave que, si continuara, la próxima generación entraría en la categoría de pueblos no civilizados.

(...) La delincuencia aumenta en Cuba de un modo vertiginoso, en una proporción mayor que la del crecimiento de la población nacional.

(...) Todo ello demuestra, si recordamos las geniales teorías que expusieron Lombroso y Nicéforo sobre la evolución de la criminalidad, que también nuestra delincuencia va perdiendo en cultura, va retrogradando, haciéndose más violenta y primitiva, en vez de más astuta y progresista, como en los demás países del mundo de cultura normal.

(...) Si cada pueblo tiene la criminalidad que merece, según parafraseó Lacassagne, Cuba cada año está mereciendo más delincuentes peores.

(...) Pero aun debemos a la fría estadística otras cifras, que son también como índice desconsolador de nuestro estado de penoso abatimiento. En 1899-1900 se suicidan en Cuba 133 personas, y en 1917 nada menos que ¡800! ¡ Más que sextuplicado el suicidio en 17 años! Y en 1922-23 esas desgracias suben a ¡985! ¡ Más que septuplicadas en 22 años! O, lo que es igual, la creciente proporción de suicidios viene a ser de 328 por millón, mientras que el estado de Nueva York, a pesar de su vida agotante, sólo llega a 132 por millón, y en la totalidad de los Estados Unidos la escala de suicidios es descendiente, de 160 casos por millón, en 1912, a 126 en 1921. Los habitantes de Cuba tienen ocho veces más deseos violentos de morir que los vecinos del Norte; aquí, donde todo debería ser himno a la vida.

(...) Y si todo esto no fuera ya sobradamente ominoso, el Estado, en vez de inyectar en la población sangre de los pueblos más cultos y enérgicos, para activar la fermentación de ideas y dar todas las nuevas irisaciones de la civilización a nuestra sociedad opaca, ha fomentado la pública y clandestina inmigración de los peores y más inciviles factores de poblamiento, contra cuya entrada y arraigo combate por casi un siglo esta centenaria Sociedad Económica de Amigos del País, y los estadistas y patricios que en ella se refugiaban.

RECUADRO:

El romance del palmar[4]

Reinaldo Arenas

Habían avanzado algún trecho cuando un hedor insoportable los detuvo. De inmediato se produjo un revoloteo de auras tiñosas, búhos y cernícalos y de otros animales y aves de rapiña que dejaron al descubierto el cuerpo ya putrefacto de un negro.

Aguantando la respiración, Isabel examinó el cadáver al cual ya le faltaban los ojos y las tripas.

—Aquí tienes —le explicó a Leonardo— un suicidio por asfixia mecánica.

—¿Cómo? —dijo intrigado Leonardo.

—Sí —respondió Isabel—, ese hombre se ha dado muerte con su propia lengua.

Esto provocó un gesto de mayor desconcierto en el joven.

—Cuando el negro está desesperado o no quiere trabajar —prosiguió la joven con tono doctoral—, es decir, cuando no quiere seguir viviendo, no teniendo ningún arma mortífera a mano (ya sabes que no se lo permitimos), se tira de la lengua con violencia y luego doblándosela se la introduce en la garganta a manera de tapón, produciéndose así, gracias a ese mecanismo, la asfixia. Si le hiciéramos una autopsia a este cadáver veríamos que el hígado, los pulmones y el cerebro tienen ahora un color muy oscuro debido a la sangre… Pero sigamos, que la fetidez es insoportable.

Rápidamente y siempre cogidos de la mano se internaron en un paraje solitario arrullado por el batir del majestuoso palmar. Pero nuevamente un subido e insoportable hedor a cadáver en avanzado estado de descomposición golpeó sus narices.

—Este —dijo Isabel abriéndose paso entre las aves y alimañas y señalando para el muerto— se privó de la vida rompiéndose inmisericordemente la cabeza con la misma bola de hierro que llevaba atada al tobillo.

—Tienes razón —dijo Leonardo mirando para la cabeza destrozada—. Pero vámonos para un sitio más acogedor.

Y sin más volvió a tomar a la joven de la mano.

Apenas habían avanzado un corto trecho cuando otro cadáver, colmado por las mismas aves y alimañas, les salió al paso.

—Este —explicó Isabel impasible ante la ira de auras tiñosas, cernícalos, ratones y demás animales que vieron interrumpido su banquete— se quitó la vida con sus propias manos. Mira, aún tiene las falanges pegadas a la garganta.

—¡Qué desconsideración —apuntó Leonardo—, pudo haber buscado un lugar más apartado.

Y tirando suavemente de la joven la condujo hasta la sombra de una esbelta palma real.

[1] Fragmento del capítulo II, "Los Negros en Cuba", de Ortiz, Fernando; Los Negros Brujos (1906); tomado de la edición de 1995 publicada por la Editorial Ciencias Sociales, La Habana, pp. 35-36.

[2] Texto de Fernando Ortiz tomado de Cuba y América; tomo XXII, nº. 2, 1906, p. 40 (Sección “Cultura de Ultramar”).

[3] Ortiz, Fernando; “La Decadencia Cubana. Datos métricos del retroceso de Cuba”; en Revista Bimestre Cubana; vol. XIX, nº. 1, La Habana, 1924, pp. 17-44.

[4] Tomado de La Loma del Ángel; Ediciones Universal, Miami, Florida, 1995, pp. 93-101. (Primera edición: Mariel Press, ¿1997?). Capítulo XXV: “El romance del palmar”.

[i] Ver Barret, Paul Marie Victor; L’ Afrique occidentale, la nature et l’homme noir; t. II, París, 1888, p. 262. Trata de ambas creencias con detención Eduard Burnett Taylor en La civilisation primitive; t. II, París, 1878, p. 7. Consúltese, además, acerca de la creencia de los guineos a John Lubbock: I Tempi preistorici e l’origine dell’incivilimento; Turín, 1875, p. 567. Y sobre la frecuencia del suicidio entre los chinos, la obra de Jean Jacques Matignon; Superstition, crime et misère en China; París, 1902.

[ii] Ver lo que acerca de este asunto dice Armando Corre; Le crime en paix créoles (esquisse d’etnographie criminelle); Lyon, 1889, pp. 48 y ss., aplicable a Cuba.

[iii] Omboni, Tito; Viaggi nell’ Africa Occidentale; Milán, 1847, p. 158. Este autor se refiere a los negros del Congo y Elmina, esclavos en el Brasil, y pone de relieve su carácter menos belicoso que el de los negros de otras regiones. La teoría positivista de la equivalencia del suicidio y el homicidio, explicada por la psicología contemporánea, halla en estas observacioes una buena demostración.

[iv] Clozel, M. F. y Villamar, Roger; Les coutumes indigènes de la Côte d’Ivoire; París, 1902, p. 251.

[v] Bruce, Phillip A.; The platation negro as a freeman; observations of his character, conditions and prospects in Virginia; Nueva York, 1889, citado por Hoffman, F. L.; Race Traits and Tendencies of the American Negro; Nueva York, 1896, p. 143. Véanse los fundados razonamientos de este último autor contra la opinión de Morselli, en su citada obra; pp. 134 y ss.

[vi] Plasencia, ´Tomás A.; Notas relativas al suicidio en la circunscripción de La Habana de 1878 a 1885; La Habana, 1886.

Página de inicio: 138

Número de páginas: 5 páginas

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