Aproximación (fragmentaria) a Iván de la Nuez

Julián Rodríguez

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Lo diré desde el principio y con rotundidad: Iván de la Nuez es uno de los escritores más importantes del presente.
Alguien quizá pida matices para tal aserto: “de su generación”, o “en castellano”, o “del ámbito latinoamericano”, o “cubano”. Pero no lo haré. Creo que De la Nuez es uno de los escritores más importantes del presente, insisto.
Lo intuí en La balsa perpetua (Casiopea, 1998). Lo supe al leer El mapa de sal (Mondadori, 2001), un libro, sin duda, clave y avanzado: un libro cuya valía no ha sido aún suficientemente reconocida, el libro que encierra todo el programa de una (posible) generación de narradores.
Digo narradores y no ensayistas. Por error, a De la Nuez se le considera “sólo” ensayista, cuando todos sus libros son narraciones.
La tercera definición de “narración”, según el diccionario de la RAE, es reveladora: “Una de las partes en que suele considerarse dividido el discurso retórico, en la que se refieren los hechos para esclarecimiento del asunto que se trata y para facilitar el logro de los fines del orador”.
Esta definición amplía la etimológica: narración arranca del verbo enarrare, es decir, “explicar”[1].
Doy otro giro de tuerca a este asunto: La balsa perpetua y Fantasía roja (Debate, 2006) son, además, ensayos. El mapa de sal es la memoria prematura de una (real, y no sólo posible) generación de ciudadanos... (No acotaré. No diré “poscomunistas”, “globales”... sólo ciudadanos).
La balsa perpetua y Fantasía roja se aproximan de diferente manera al mismo problema. El primero, a partir de la tradición, y el segundo, a partir de lo que podríamos llamar ahora. Es decir (aunque el autor no lo programara del todo así), el primero recorre la historia desde el pasado, y el segundo, desde el presente.
El mapa de sal, por su parte, es el centro de la escritura de De la Nuez: un centro vivo, construido sobre el yo pero nunca ensimismado. Un relato en primera persona de un hombre de este tiempo, casi el único relato posible y que merezca la pena: complejo, no confundido; ambicioso, nunca ambiguo. Una pieza de escritura autobiográfica que ofrece algo más, una auténtica memoir (esta palabra, tan exigente para los escritores de otro tiempo, es su mejor definición).
Iván de la Nuez escribe lejos de los lugares comunes. Lo hacen tanto su prosa como sus ideas. Su pensamiento y su escritura siempre están “en otra parte”. Y cuando el lenguaje juega en sus libros (hasta para convertir la rapsodia en rap) siempre lo hace más allá del simple juego; o sea, éste, el juego de palabras, encierra o explica un problema, nunca es gratuito.
Lejos de los lugares comunes, y a debida distancia de tirios y troyanos, está su lectura de Cuba...
Disculpen... Hago un alto, y me perdonarán, porque, en realidad, no quería yo escribir sobre De la Nuez sólo como cubano, como el escritor cubano; no quería que mi texto girara y se enfangara en ese tema, el Monotema cuando algunos se aproximan al trabajo de este autor. Así que este párrafo sintético y algo torpe será lo único que diga:
Siempre me interesó la lectura de la “situación” cubana desde una sola óptica: desde la izquierda; desde el espacio que yo considero (otra vez) verdaderamente de izquierdas. Iván de la Nuez es un escritor de izquierdas, y sus críticas y lecturas (de Cuba, del arte, de la literatura... añadamos también del mundo y de este tiempo, porque estos dos son el objeto real de sus narraciones) están escritas desde el “lugar siniestro” (como dijera una vez López Pacheco). Ineludiblemente. Por eso es aun mayor mi empatía con su obra.
He dejado para el final una de las piedras angulares de esa obra: el arte. Si dije que De la Nuez era uno de los escritores más importantes del presente, también diré que es uno de los críticos de arte más importantes del presente. ¿Por qué?, me preguntará algún lector. La respuesta es simple y sanchopancesca: porque ha sabido quitarse las anteojeras del reduccionismo.
Ha sabido hacerlo quizá, precisamente, porque es un narrador. Algunos lo sabemos bien (y perdonen esta primera persona, aunque sea del plural): sabemos que la Verdadera Narración (la novela, el relato, la memoir) necesita de contradicciones, y para encontrarla (o, al menos, para buscarla) necesitamos desprejuiciarnos, necesitamos evitar el Gran Problema de la Narración Contemporánea: el maniqueísmo.
Permítanme otra frase rotunda: es difícil encontrar un crítico de arte que no resulte maniqueo. Es más, la mayoría de la crítica de arte actual disfruta y se regodea en ese maniqueísmo, como si fuera la carta de naturaleza mejor de su profesión. (Quizá estoy simplificando demasiado, y sí debería matizar aquí: añadiría sólo un ¿adjetivo?: “español”, y ya está. Es difícil encontrar un crítico de arte español que no resulte maniqueo).
(Éste sí que es el final) Creo que la reflexión sobre el arte contemporáneo, sea éste el centro del discurso o la periferia del mismo, sirve para explorar la realidad de un modo más eficaz que cualquier otro, incluidas la crítica o la teoría literarias, porque su carácter esencialmente “ideológico” (esto es, nacido, sobre todo, de ideas, o perteneciente al terreno de las ideas) trata de luchar, en los mejores casos, con su consideración como cosa o mercancía, y en esa tensión, el texto encuentra un espejo perfecto en el que mirarse y en el que corregir los defectos, en el que corregirse.
No olvido que otros, y no sólo los defensores del retorno al orden, dirán “carácter estético” donde yo he escrito “ideológico”. Pero uno de ellos no será Iván de la Nuez, que ha escrito mucho y bien sobre la necesidad de un modelo crítico que no confunda ambos términos.
[1] Corominas, Joan; Diccionario etimológico de la lengua castellana; Ed. Gredos, Madrid, 1990.

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Número de páginas: 2 páginas

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