Preservar la memoria

Una mirada a Lesbia O. Varona, nombre indisolublemente ligado a la Cuban Heritage Collection, gracias a su talento, perseverancia y amor a la cultura.

Carlos Espinosa Domínguez

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Son varios los libros en cuya página de agradecimientos figura el nombre de Lesbia O. Varona. El dato, sin embargo, sólo sirve para dar un pálido reflejo de la enorme deuda de gratitud que tantos creadores e investigadores tenemos con una de las trabajadoras más valiosas e imprescindibles de la Cuban Heritage Collection. Leí por algún sitio que la vocación y la paciencia son dos cualidades esenciales que un buen bibliotecario debe reunir. Lesbia posee ambas, pero a ellas suma otras igualmente imprescindibles, como el conocimiento de su oficio, la tenacidad, un profundo amor a su trabajo y una admirable disposición para colaborar con todo aquel que acuda en busca de su ayuda. Personalmente, puedo dar fe de que es capaz de mover cielo y tierra con tal de conseguir una información solicitada por correo electrónico por alguien a quien ni siquiera conoce. Y conozco a muchos otros que, pueden dar testimonio del empeño y la dedicación que ella pone cuando se trata de buscar documentación, así como de su habilidad para sorprender con el hallazgo de los libros más insospechados. Si alguien, en fin, aún mantiene la vieja y tópica imagen de los bibliotecarios como personas que trabajan en un sitio en el que no se hace nada, comprobará cuán lejos anda esta mujer, que ha asumido su profesión como un sacerdocio, de esa imagen.

Ante todo, quiero que cuentes un poco sobre tu vida en Cuba, antes de que vinieras a Estados Unidos.

Cuando yo me gradué de bachillerato, no pude ir a la universidad porque en ese momento estaba cerrada. Y después, al triunfar la Revolución, no quise ir a estudiar una carrera formal. Decidí entonces tomar unos cursos de biblioteca cuyos profesores no eran unos improvisados, sino bibliotecarios que habían estudiado la carrera. Anteriormente, la especialidad de biblioteconomía se enseñaba como una maestría, después de que el estudiante hubiera terminado sus cuatro años de estudios en la universidad y de que tuviera su título universitario de cualquier disciplina. En este curso, que se preparó especialmente, a las personas que no tenían título universitario les daban un diploma como auxiliares de biblioteca, aunque los cursos que tomaban eran exactamente iguales que los de aquellas personas que sí contaban con estudios universitarios.

Empecé a trabajar en la Biblioteca Nacional José Martí en el año 60, no recuerdo exactamente en qué fecha. Trabajé allí hasta octubre de 1962, cuando ya Orlando, mi marido, y yo decidimos irnos de Cuba. Renunciamos un 2 de octubre, si no me equivoco, y el 22 de ese mismo mes vino la ruptura de relaciones con Estados Unidos, a causa de la Crisis de Octubre. Tuve a mi hijo pocos meses después y como habíamos renunciado a nuestros empleos y no podíamos abandonar el país, Orlando se fue a trabajar como actor para la CMQ y yo, por mi parte, hacía lo que se presentara. Una amiga mía que trabajaba en la Biblioteca Nacional, y que era amiga de Manuel Moreno Fraginals, supo que él estaba buscando una persona que le hiciera una serie de investigaciones para una conferencia internacional que se iba a celebrar en La Habana. Como Moreno Fraginals estaba integrado a la Revolución, esta amiga le comentó que aunque yo me iba del país, era la persona idónea para el trabajo que él necesitaba. Así fue como empecé a trabajar para él. El trabajo consistía en localizar en La Habana Vieja las casas de los siglos XVII, XVIII y XIX que aún existían, así como anotar sus direcciones exactas y especificar en qué condiciones se conservaban.

Cuando terminé esa investigación, Moreno Fraginals se dio cuenta de que yo necesitaba seguir trabajando y, como él estaba escribiendo su libro El ingenio, me dijo que podía conseguir que yo trabajara como secretaria suya por un tiempo, para que le pasara en limpio las cuartillas que fuera entregándome. Tengo que decir que Moreno Fraginals se portó conmigo como todo un caballero. Me acuerdo de que en una ocasión me preguntó: ¿Tú te vas de Cuba? Sí, le contesté yo. Algún día hablaremos sobre eso, me dijo, pero jamás volvió a tocar ese tema. Me fui a trabajar con él a la oficina de la Comisión Cubana de la UNESCO, que estaba en Nuevo Vedado. Al principio, yo le pasaba en limpio las cuartillas que él iba escribiendo. Pero muchas veces llegaba a la oficina sin haber tenido tiempo de escribir y se ponía a hacerlo en ese momento. Entonces yo le propuse: ¿por qué no me deja mecanografiar mientras usted me va dictando? Y eso fue lo que pasamos a hacer. Inicialmente, él pensó que no iba a funcionar, pero funcionó. Estuve allí hasta que él terminó de escribir El ingenio, que, como muchos saben, tuvo muchos problemas para ser publicado. Cosas del destino; siendo él una persona que estaba con la Revolución, y un libro que hoy se considera una obra maestra de la investigación histórica.

En el año 65 se abrió Camarioca y una tía mía que estaba en Estados Unidos mandó a buscar al resto de los miembros de la familia que siempre habíamos vivido juntos, incluyendo a mi hijo y a mi marido. Orlando no pudo salir conmigo entonces porque el Gobierno siempre ponía impedimentos para evitar que las familias pudieran salir juntas. Él tenía veinticinco años y estaba comprendido dentro de la edad militar, así que no podía abandonar el país. Como había que tomar una decisión, Orlando me dijo: Te vas con el niño. Porque en aquel momento lo más importante para nosotros era que nuestro hijo saliera de allí. Mi hijo y yo salimos el 1º de junio de 1966 y Orlando no pudo reunirse con nosotros hasta marzo de 1968.

Una vez que llegaste a Miami, ¿cómo fue tu primera etapa allí? ¿Cómo pasaste a trabajar en la biblioteca de la Universidad de Miami? ¿Tuviste algún trabajo antes?

Cuando llegué a Miami, no puedo decir que la pasé mal, porque tenía aquí a mi tía Evy, que trabajaba como bibliotecaria en la Universidad de Miami y tenía establecida ya su casa. Esto no quiere decir que no fueran para mí tiempos difíciles, pues emocionalmente lo fueron. Vine sola con mi hijo de tres años y tenía que trabajar para poderlo mantener. Como era entonces muy joven y hablaba un poco de inglés, nunca me dieron ayuda, ni para mí ni para mi hijo. Pedí ayuda médica en el Refugio, pero me contestaron que yo era joven, que podía trabajar y que ya cuando trabajara tendría seguro médico.

El primer empleo que tuve en Miami fue un trabajo temporal para la Inter American Press Association (Sociedad Interamericana de Prensa), que estaba celebrando su conferencia aquí. Empecé a trabajar en el edificio del periódico The Miami Herald, que era donde se celebraba la conferencia. Después que la conferencia terminó, las ponencias presentadas quedaban por traducir, pasarse a máquina y recopilarse. Se tiraban a mimeógrafo, algo que tuve que aprender a usar, lo mismo que la máquina de escribir eléctrica. Como mi tía trabajaba en la Universidad de Miami, Mildred Merrick, una norteamericana que trabajaba en otro departamento y que conocía a otra de mis tías, llegó un día a visitarnos y me preguntó: ¿por qué estás aquí en la casa? Yo le contesté que no tenía empleo, pues se me había acabado el trabajo temporal que tenía. Ve mañana por la biblioteca, me dijo. Empecé a trabajar en la biblioteca de la Universidad de Miami a tiempo parcial. Una empleada sólo quería trabajar medio día y me dieron a mí la otra jornada. Tengo que decir que esa norteamericana bibliotecaria me ayudó muchísimo. Me animó a que estudiara para no quedarme sin un título universitario, y fue ella quien me llevó a hacer el examen de ingreso a la universidad, donde debía empezar mis estudios a partir de cero. Comencé a estudiar a medio tiempo, porque al trabajar allí, la Universidad me pagaba dos cursos cada semestre. Para poder adelantar y terminar más rápidamente, lo que hacía era trabajar durante el día e ir por las noches y los fines de semana al Miami Dade College, donde tomaba otros cursos que me contaban para la primera parte del bachellor.

¿Cuándo empezó la preocupación de recoger y conservar todo lo relacionado con la labor de los cubanos en el exilio?

La primera bibliotecaria cubana que trabajó en la biblioteca de la Universidad de Miami fue Rosita Abella, que había sido jefa del Departamento Circulante de la Biblioteca Nacional de Cuba. Trabajaba en el Departamento de Adquisiciones y desde el primer momento comprendió la necesidad de guardar para el futuro todo lo que los cubanos estaban haciendo en el exilio o lo relacionado con ellos, tanto su labor cultural como la política. Lo que nunca pensamos fue que nuestro exilio iba a durar cincuenta años.

Junto a Rosita Abella, empezó a trabajar otra mujer extraordinaria, la doctora Ana Rosa Núñez, una bibliotecaria que también comprendió la necesidad e importancia de recoger para el futuro toda la producción de nuestros compatriotas fuera de Cuba. Ambas mujeres me ayudaron mucho en mi carrera, lo mismo que mi tía Evy, también bibliotecaria de la Universidad. De ellas aprendí que esta profesión es como un sacerdocio al cual se debe volcar uno en cuerpo y alma.

Lo primero que hicimos fue empezar a ir a las bodegas y las tiendecitas que fueron abriendo los cubanos, pues en esos comercios se repartían gratuitamente todos los periodiquitos que se editaban en Miami. Al mismo tiempo, comenzamos a pedir a otras personas que visitaban la biblioteca y que vivían en otras localidades, tanto de Estados Unidos como del extranjero, que nos guardaran cualquier publicación, cualquier afiche, cualquier cosa escrita por cubanos para nuestra colección. Además, nos preocupábamos por comprar todos los libros de autores cubanos que se publicaban. Así surgió entre nosotras el interés por recoger y conservar todo lo relacionado con los cubanos exiliados. Varias veces trepé a los postes de la luz para quitar los afiches de los actos cubanos que se celebraban aquí en Miami, pues ésta era la única manera de conseguirlos.

Aparte de todo ese material que fuimos acumulando, se empezaron a comprar publicaciones importantes de Cuba. Por ejemplo, Rosita Abella se ocupó de adquirir las colecciones de Bohemia, la Gaceta Oficial de la República de Cuba y otras revistas. Por otro lado, la biblioteca poseía una colección bastante grande de libros escritos por cubanos y sobre Cuba, pues las universidades de Miami y La Habana siempre tuvieron buenas relaciones. Desde la fundación de la Universidad de Miami en 1926, profesores de aquí iban a Cuba y profesores de allá venían a enseñar aquí. Muchos de esos profesores cubanos traían libros para donarlos, porque al principio la biblioteca de la Universidad de Miami no compraba libros, sino que subsistía solamente con los que le regalaban. Así que teníamos una buena colección. Eso fue lo que estas extraordinarias bibliotecarias cubanas usaron como argumento para convencer a la dirección de la Universidad de lo importante que era contar con una colección cubana.

¿Cómo y cuándo surgió la Cuban Heritage Collection? ¿Con qué fondos se hicieron las obras para acondicionar la sala que hoy poseen?

La Cuban Heritage Collection (Colección de la Herencia Cubana) se fundó en mayo de 1998, pero no fue hasta el año 2003 cuando pudimos contar con un local para exhibir y poner a disposición del público las maravillas que tenemos. Nos pasamos esos cinco años en el primer piso de la biblioteca, que yo llamaba el sótano, pues era prácticamente eso, un lugar que servía de almacén. Era un sitio bastante inhóspito para las personas que nos visitaban.

Cuando no éramos aún un departamento, sino que formábamos parte de las colecciones especiales, un amigo nos dijo que iba a llevar a alguien a quien le iba a encantar lo que teníamos. Esa persona fue la viuda de Roberto C. Goizueta, que nos visitó. En esa ocasión, preparamos una pequeña exhibición con algunas de las cosas más relevantes de nuestra colección: mapas antiguos, primeras ediciones de libros valiosos, guías de teléfonos, etc. A ella le emocionó muchísimo que nosotros hubiéramos estado acumulando durante todos esos años esta gran colección cubana. Anteriormente, Elena Díaz-Versón Amos nos había entregado un millón de dólares, pues ella soñaba con que algún día pudiéramos tener la colección en un lugar que de verdad fuera nuestro. Con esta visita de la viuda de Goizueta se nos abrieron las puertas a la posibilidad de tener un local propio. Ella consiguió que la Fundación Goizueta nos donara dos millones y medio de dólares, que debía completar con la misma cantidad la Universidad de Miami. Con ese dinero se añadió y se acondicionó el Pabellón Roberto C. Goizueta, que es hoy nuestra sede.

Hasta donde yo sé, el equipo de la Cuban Heritage Collection es bastante reducido.

En la Colección trabajamos Esperanza Bravo de Varona, directora; María Estorino, subdirectora; Gladys Gómez-Rossié, asistente de la directora; Annie Sansone Martínez, asistente de las colecciones; una muchacha que empezó a trabajar hace poco, en sustitución de Zoe Blanco Roca, que se acaba de jubilar, y yo, que soy la referencista y bibliógrafa.

Aunque, naturalmente, no te voy a pedir que me des una cifra exacta, quiero preguntarte acerca de los recursos económicos con que cuentan ustedes para trabajar.

Al principio, la Colección no contaba con muchos fondos. Pero creo que finalmente la dirección de la Universidad de Miami ha comprendido que para contar con una buena colección especial como la nuestra, se necesita dinero. Actualmente, los fondos con que contamos son bastante generosos y nos permiten adquirir cada año libros, periódicos y documentos.

Hablando de cifras, ¿cuáles son los fondos de la CHC, tanto en libros como en publicaciones periódicas?

La colección de libros tiene aproximadamente unos 45.000 volúmenes. Esto incluye tanto libros raros como obras contemporáneas. En cuanto a las publicaciones periódicas, las tenemos catalogadas en cuatro categorías. En primer lugar, los periódicos y revistas editados desde el período colonial hasta el siglo XX. Por ejemplo, La Gaceta de La Habana, que va de 1848 a 1902, El Moro Musa: periódico satírico, económico y literario, editado de 1859 a 1875, y el Diario de la Marina, que se publicó de 1832 a 1960. Están, luego, las revistas y periódicos publicados desde la primera década del siglo XX hasta nuestros días, entre ellas, Bohemia, Social, el Havana Post, y El Mundo. Otro bloque es el de las publicaciones de la Isla a partir de 1959, como Casa de las Américas, Revolución y Cultura, Granma, Revolución y Trabajadores. Finalmente, está la colección de los llamados periodiquitos que se han editado en el exilio, y que Gastón Baquero llamó el "periodismo heroico". De ellos, tenemos unos 250.000 números de unas mil publicaciones diferentes.

Si tuvieras que mencionar algunos de los libros y documentos más valiosos, ¿cuáles mencionarías?

Yo te diría que entre los libros más importantes que tenemos, están los doce volúmenes de la Historia física, política y natural de la Isla de Cuba, de Ramón de la Sagra, publicada en París de 1839 a 1856. Mencionaría también Los ingenios, de Justo Germán Cantero, de 1857, con litografías de Eduardo Laplante. Éste fue un libro que nos donaron y hoy en día está valorado en más de 200.000 dólares. El año pasado compramos los tres volúmenes de la revista La Moda o Recreo Semanal, que es una belleza porque trae litografías de la moda que se llevaba en esos años. Otro libro que adquirimos el año pasado fueron los dos volúmenes de Institutiones Philosophiae ecclecticae ad usum studiosae juventutis editae, de Félix Varela, publicado entre 1812 y 1814, y que está escrito en latín. Contamos además con cuatro ediciones de La Isla de Cuba Pintoresca, de Pierre Toussaint Fréderic Mialhe, de 1838, ilustrada con esas litografías tan bellas, con vistas de La Habana y el interior, que son tan cotizadas en todas partes. Tenemos un ejemplar de una publicación periódica que ninguna otra biblioteca tiene, ni siquiera sabemos si existe en Cuba, llamada El Negrito, editada a principios del siglo XIX. Y también tenemos, como tú sabes, las colecciones de Bohemia, Carteles, Social, Orto, Archivos del Folklore Cubano, entre otros títulos, así como la colección casi completa de la Gaceta Oficial de la República de Cuba, que es consultada constantemente. En estos momentos, estamos en proceso de comprar los microfilmes, pues el papel de esta valiosa publicación es de muy mala calidad y con el uso frecuente se puede romper, y no queremos que eso ocurra.

Una de las fuentes que han enriquecido los fondos de la Cuban Heritage Collection han sido los archivos donados o adquiridos por ustedes. ¿Cuáles son los principales archivos que poseen?

De las donaciones que hemos recibido, están los archivos personales de Lydia Cabrera, Eugenio Florit, Gastón Baquero, Enrique Labrador Ruiz, José Miró Cardona, la correspondencia de José Lezama Lima a su hermana Eloísa, así como la colección de fotos de Manuel R. Bustamante. Tenemos también los documentos del Centro de Refugiados Cubanos, más conocido simplemente como el Refugio, y los archivos correspondientes a su etapa en el exilio de dos presidentes cubanos, Gerardo Machado y Morales y Fulgencio Batista Zaldívar. Éstas son algunas de las colecciones que considero más importantes.

Algunos de esos documentos se pueden consultar en nuestra página web. Por ejemplo, algunas cartas de Fulgencio Batista, Lydia Cabrera y Gastón Baquero. Están también nuestra colección general de fotografías y nuestra colección de manuscritos, en la que se pueden encontrar textos de figuras como Antonio Maceo, José Martí, Cirilo Villaverde. Todo esto está ya digitalizado y al alcance de cualquier investigador que necesite consultarlo. En estos momentos estamos construyendo un portal de teatro cubano, con información sobre actores, directores, dramaturgos. Y hemos conseguido fondos para digitalizar parte de esos archivos, algo que se irá haciendo poco a poco. Claro, la colección completa no se puede digitalizar, pues para eso haría falta mucho dinero.

¿Cuál es el perfil de los usuarios que acuden a la Cuban Heritage Collection?

Pues acude todo tipo de usuarios. Lo mismo personas de la comunidad que están escribiendo un libro y vienen a buscar información, que estudiantes de la misma Universidad a los cuales los profesores, para hacer uso del gran tesoro de nuestro departamento, les ponen como tarea que vengan a investigar. Pero, sobre todo, recibimos mucha gente de fuera, personas que están escribiendo sus tesis, tanto de Estados Unidos −hoy, por ejemplo, vino un estudiante de Harvard y tenemos otro de la Universidad de Nueva York− como de Japón, España, Canadá, Suiza, México, etc., que vienen a completar sus investigaciones, pues aunque han ido a Cuba siempre encuentran aquí más información.

Sé que ustedes reciben también la visita de investigadores de la Isla.

Últimamente no vienen tanto, pero sí hemos recibido investigadores que residen en Cuba y que no tienen acceso a esos materiales allá. Como actualmente se les hace más difícil venir a Estados Unidos, ahora se comunican conmigo a través del correo electrónico. Y, desde luego, yo trato de conseguirles la información que me solicitan. He hecho así muchos amigos a los que no conozco personalmente, pero con los que me carteo y a los que ayudo a completar sus investigaciones.

¿De qué ciudades de Cuba son las personas que les escriben y qué tipo de información es la que más solicitan?

¿De dónde nos escriben? Pues, lo mismo de Camagüey que de Cienfuegos, La Habana u Oriente. Son, fundamentalmente, investigadores que solicitan información sobre personas que han salido de Cuba y a las cuales les han perdido la pista. Necesitan saber qué han producido en el exilio, cuándo murieron y, en fin, datos de ese tipo. A quienes no viven en la capital de Cuba se les hace muy difícil consultar alguna, al existir sólo una copia en La Habana.

Y hablando de consultas, ¿recuerdas algunas de las más difíciles que te ha tocado atender?

Pues si te digo la verdad, no sé, porque creo que, al fin y al cabo, las personas a las que he tratado de ayudar han quedado bastante complacidas, pues alguna información les he conseguido. Quizás no toda la que querían, pero, en ese caso, las he puesto en contacto con personas o instituciones de Cuba que puedan ayudarlas. O, bien, he acudido a mis amigos bibliotecarios latinoamericanistas, con quienes he podido conseguir materiales que a lo mejor no prestarían a otra persona, pero, como me conocen, han sido amables conmigo y me las han prestado.

¿Tienen ustedes algún tipo de convenio de colaboración con bibliotecas e instituciones de la Isla?

No, no tenemos ningún tipo de convenio o de colaboración con instituciones de Cuba. Pero como yo trabajé en la Biblioteca Nacional José Martí, tengo amistades allá y nos ayudamos mutuamente. Debo decir que soy yo quien más les solicita ayuda (que ellos nunca nos han negado), porque hay muchas publicaciones que acá no tenemos y que tampoco posee ninguna de las bibliotecas universitarias de Estados Unidos.

¿Pudieras referirte a otras actividades que realicen ustedes, como conferencias, exposiciones?

Desafortunadamente, no son tantas como quisiéramos, debido a que sólo somos cinco las personas que trabajamos. Por ejemplo, la semana pasada hicimos la presentación del Premio René Ariza 2008, que fue otorgado al dramaturgo Pedro Monge Rafuls. Tenemos en estos momentos la exposición 200 años de libros infantiles cubanos, que reúne una selección de obras publicadas desde el siglo XIX hasta hoy. Cuando se inauguró en agosto del 2008, el escritor Antonio Orlando Rodríguez, ganador del Premio Alfaguara y escritor de libros infantiles, hizo una presentación que fue muy elogiada por las personas que asistieron. Programamos, además, conferencias y presentaciones de libros.

Ya estamos trabajando en la próxima exhibición, Tesoros de la Cuba Colonial, que abrirá el 20 de enero. En ella mostraremos todos esos bellos libros que requieren ser tratados con mucha delicadeza.

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