El principio del fin (III) |
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Contada por uno de sus protagonistas, una serie que desvela la historia de las guerrillas en Matanzas contra el régimen de Fidel Castro. |
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por HéCTOR MASEDA |
Parte 1 / 2 |
La muerte accidental de dos niños en Bolondrón, la falta de apoyo logístico y el dominio gubernamental sobre el movimiento insurgente en las demás provincias, marcarían el principio del fin de la lucha armada en Matanzas. Los cercos de Castro se multiplicaron, lo que trajo como consecuencia que los grupos de combate resultaran diezmados. Más tarde caería El Pichi.
"En diciembre de 1962 —recuerda José Manuel Ríos Ramos— un grupo guerrillero dirigido por "El Gallego" montó una emboscada en la vivienda de un soldado castrista en el municipio de Bolondrón. Los nuestros tirotearon la casa y accidentalmente mataron a dos menores que se encontraban en su interior. Cuando El Pichi se enteró de la acción le quiso celebrar juicio a este jefe y ajusticiarlo por haber actuado por la libre, provocando la muerte de dos inocentes. Al final no sucedió nada, ya que El Gallego evadió la responsabilidad y se la cargó a otro de su grupo que estaba escondido de las tropas del Gobierno y de las nuestras".
A partir de ese momento los cercos del ejército aumentaron. Participaban miles de hombres y contaban con apoyo artillero y de la aviación. Se crearon triples cercos permanentes y otros interiores que se movían hacia donde estaban los insurgentes. La guerrilla quedó encerrada por los anillos de soldados y aislados los grupos entre sí, sin que pudieran recibir apoyo alguno.
"Después de la muerte de los dos niños —asegura José Manuel— la situación se puso fea de verdad. Los cercos eran permanentes y simultáneos. Perdimos el contacto entre los diferentes grupos; el Gobierno logró fragmentarnos en el terreno. No contábamos con suministros ni podíamos acercarnos a las fincas de nuestros colaboradores, pues estaban ocupadas por el ejército enemigo. Dejamos de recibir apoyo del Movimiento de Recuperación Revolucionaria (MRR). El acoso era constante. Los refugios dejaron de ser útiles. Algunos de nosotros, al caer prisioneros y ser interrogados, cedimos a las presiones y le informamos a nuestros oponentes de su existencia. Quienes optaron por usarlos murieron en su interior al volar la milicia las entradas y enterrarlos vivos. De manera que ya no era posible evadir los cercos engañando a los contrarios. Ahora teníamos que romperlos a balazos. Contra nosotros operaba la aviación. Los helicópteros le daban nuestras posiciones a la artillería. Ésta última nos bombardeaba y obligaba a salir al descubierto. Entonces la infantería enemiga hacía contacto con nosotros. Cuando esto ocurría, las posibilidades de salir vivos del encuentro eran mínimas. Muchas veces nos superaban en una relación de 200 o 300 de ellos por cada uno de nosotros. A lo anterior debe añadirse que ya no contábamos con la noche, la sorpresa y los accidentes del terreno como aliados naturales".
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