www.cubaencuentro.com Viernes, 16 de enero de 2004

 
  Parte 2/2
 
La güemba del silencio
Sin pluma y sin cacareo: Castro celebra 45 años en el poder con un nuevo 'amarre' contra la libre información.
por JOSé H. FERNáNDEZ, La Habana
 

De tal modo, y ya que los usuarios formales no pueden comunicarse desde otro teléfono que no sea rígidamente el suyo, el declarado, para los censores de la policía política será muy fácil descubrir cuándo se establecen —mediante módem— comunicaciones no autorizadas. Y, claro, mucho más sencillo aún les resultará detectar al infractor y actuar en consecuencia.

Así las cosas, quienes se dedicaban a contratar por la zurda el acceso a Internet se ven de pronto ante el imperativo de desmantelar sus negocios o perecer en el intento, al tiempo que a unos cuantos cientos de miles de usuarios informales de este servicio no les quedará otra alternativa que el retorno a la cueva de la desinformación, el aislamiento y las señales de humo.

En Cuba —como sabe quien haya querido saberlo— son muy contadas las personas que pueden adquirir legalmente una cuenta propia para el acceso a Internet. Se requiere ante todo respaldo oficial, digamos un cargo en el aparato del Estado, la afiliación a ciertas organizaciones controladas por el gobierno, o el ejercicio de actividades y/o actitudes que las autoridades consideren confiables.

El acceso a Internet con cuentas propias que se contratan en dólares no está permitido a ningún cubano común y corriente, ni aun en el supuesto caso de que tuviera con qué pagarlas.

Algunos habitantes de la Isla se las agencian desde sus puestos de trabajo para navegar por Internet, muy limitadamente, o para hacer uso del correo electrónico. Pero la gran mayoría jamás ha tenido acceso a este servicio, muchos ignoran sus más elementales virtudes y otros tantos ni siquiera lo incluyen, por motivos obvios, entre las opciones que le brinda la civilización, sea para informarse o para mantener el contacto con los parientes que viven lejos.

Se comprenderá entonces el porqué de la existencia de intermediarios dedicados a contratar acceso ilegal a Internet. Igualmente, y por la misma causa, debe ser entendida la perplejidad que provoca la eventual eliminación de su negocio.

Quizás estos señores no constituyan un ejemplo de ciudadano perfecto, toda vez que ejercen un oficio que bien puede ser censurado con justicia en otras latitudes. Sin embargo, aquí, más que una alternativa y un consuelo, han representado una valiosa vacuna contra la güemba del silencio.

Es como en el proverbial cuento del hombre que se pasea por la orilla de la costa a medianoche, agitando con la mano un farol encendido. Muchos lo tomarán por loco. Pero si desde más allá del horizonte se acerca un barco que perdió la brújula, el hombre es un salvador.

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