www.cubaencuentro.com Miércoles, 16 de febrero de 2005

 
  Parte 1/3
 
San Valentín: La convulsa historia de Huber Matos y María Luisa
por ARMANDO LóPEZ, Nueva Jersey
 

En el juicio por traición, María Luisa le dice a su esposo, el comandante Huber Matos: "Es la última vez que nos veremos, de aquí te llevarán directamente al paredón de fusilamiento". "Lo sé —responde el acusado—, tú y yo hemos estado juntos siempre, pero ahora lo más importante son nuestros hijos, y tú los podrás sacar adelante. Después de esta vida nos volveremos a ver. ¡Te esperaré!".

H. Matos y M. Luisa
Huber Matos y María Luisa, en Miami. (ARMANDO LÓPEZ)

La más hermosa historia de amor parecía terminar. La revolución cubana devoraba a sus propios hijos. La muchacha de Manzanillo que cosió su vestido de novias, esperaba lo peor…

"Soy huérfana de madre, vivía con mis abuelos en Manzanillo —narra María Luisa—. Un día, nos mudamos para una finquita en Yara. Me pusieron en la escuela del pueblo, con la maestra Salustina Benítez, una mujer muy religiosa que cantaba canciones lindísimas. Cuando conocí a su hijo, yo era una niña de sólo nueve años. Y lo miraba por mirar. "Yo ya tenía quince años —cuenta Huber—, estudiaba para maestro, y venía a Yara para ver a la niña que se ruborizaba al verme".

"Para mí era sólo el hijo de mi maestra —protesta María Luisa—. Cuando me llamó la atención, yo ya tenía diecisiete años… y fue en el parque, a ritmo de danzón".

"Una tarde fui al parque, en la glorieta tocaba el órgano —Huber mira a su esposa con la ternura del recuerdo—. Las parejas jóvenes, y hasta los viejos, daban vueltas al ritmo que los cubanos llaman su baile nacional, y allí estaba María Luisa sentadita en un banco, ¡preciosa!, con un vestido de tafetán rosado. La invité a dar una vuelta, y aceptó. Son de almendras, guanábana… Llevaba tiempo buscando la oportunidad de acercármele".

"Huber, estaba tan apuesto… —suspira María Luisa—. Aquella tarde dimos vueltas hasta hacernos novios".

El hijo de Salustina trabajaba de maestro sustituto, no quería agradecer su aula a ningún político. Se presentó a oposiciones, y en el curso de 1942, lo sitúan en Puerto Padre, no en el pueblo con luz eléctrica, sino tierra adentro. Y adelantan la boda… Fue en casa de los tíos. Adornaron el patio con flores, María Luisa se cosió ella misma su vestido blanco y se fueron a vivir al caserío de Pozo Prieto, donde les esperaba una casita de guano, con la cocina de tierra apisonada. La mesa de comer era tan estrecha que no cabían dos platos. Pero con dos que se quieran…

Los vecinos no les tenían buena voluntad a los maestros, porque se marchaban pronto y los dejaban con las ganas de aprender… El techo de la escuelita era de zinc con agujeros. Pero el recién casado les prometió una escuela nueva. Y cumplió. Y la esposa del maestro colocó una tabla sobre dos burros, y enseñó a las mujeres del caserío a coser sus vestidos de novia. La nueva escuela tenía hasta casa para el maestro, pero María Luisa quedó embarazada, y, cuando iba a nacer su retoño, se trasladaron a la casa de los Matos en Yara. Allí nacería también su segundo hijo, en brazos de la comadrona.

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