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Actualizado: 18/04/2024 23:36

Hollande, Francia, Castro

Monsieur le Président y su “momento histórico”

¿Dónde quedaron los valores de la Revolución Francesa cuando visitó a Fidel Castro?

No soy de los que se preocupa si un gobernante milita en un Partido Socialista de su país, siempre que respete el Estado de Derecho, la Constitución y las leyes de ese país. Como hicieron François Mitterrand, Olof Palme, Willy Brandt, Felipe González, Mario Soares, José Mujica, Michele Bachelet, y otros. Como ha hecho hasta ahora François Hollande.

También entiendo que cada gobernante vela por los intereses de su país, y ante este objetivo supremo todo lo demás es secundario. De no ser así, flaco servicio estaría brindando a sus ciudadanos, hayan votado a su favor o no.

No tengo caras feas si el presidente de Francia visita Cuba, condecora al Cardenal Jaime Ortega, inaugura una nueva sede de la Alianza Francesa en La Habana, camina por el Paso del Prado saludando cubanos, se reúne con estudiantes y profesores universitarios, participa en foros de empresarios en el Hotel Sevilla, promueve negocios y actividades comerciales, apoya a las empresas de su país, deposita ofrendas florales en el monumento a José Martí, recibe honores militares en el Palacio de la Revolución, se entrevista con Raúl Castro, y posteriormente comparte cena oficial con su anfitrión caribeño: todo eso es parte de su trabajo como presidente de todos los franceses.

Tampoco me molesta si está contra el embargo de Estados Unidos al régimen de los hermanos Castro: “Siempre ha sido la posición de Francia el levantamiento del embargo que traba el desarrollo de Cuba”. Sin embargo, no creo que “trabe” el desarrollo de Cuba, ni que es de las medidas “que tanto perjudicaron”, como si fuera causa fundamental de las penurias de los cubanos. No obstante, tiene derecho a su opinión y expresarla libremente.

Entendería incluso sus calabazas a reunirse con disidentes y opositores, si considera que no tienen suficiente peso específico o arrastre en la población para justificar arriesgarse a un encontronazo con la tiranía. Que lo entendiera no significa que lo apoyara ni que lo justificara. En los primeros momentos, ¿qué peso específico tenían quienes terminaron posteriormente asaltando La Bastilla, o los que se organizaban en La Resistencia para combatir a los nazis cuando invadieron Francia? Es decir, todos aquellos que forjaron los valores fundamentales e inconmovibles de la Revolución Francesa y todos sus aportes a la cultura política del mundo occidental. No tenían demasiado peso en los inicios. Aun así, podría entender a Monsieur le Président Hollande por asumir una posición de realpolitik y no de sentimentalismos, aunque emocionalmente no me hiciera gracia.

Hasta aquí. Porque lo que me cuesta mucho trabajo entender es que el presidente de una nación que atesora desde su nacimiento al mundo moderno valores fundamentales y decisivos de la cultura occidental y las libertades políticas, una nación con la que recientemente los demócratas del mundo se solidarizaron total y absolutamente cuando un grupo de energúmenos fanatizados masacró caricaturistas en París, pretendiendo aplastar la libertad de expresión, se me hace difícil entender, repito, que el presidente de Francia, tras reunirse por 50 minutos con lo que queda de Fidel Castro, personaje que fue siempre la negación de todos los valores que hicieron grande a la Francia moderna, declare plácidamente que había “deseado vivir este momento histórico”.

Porque aquí ya no estamos en campos del protocolo u obligaciones del cargo, pues en estos momentos lo que queda de Fidel Castro no ocupa ninguna posición de gobierno o partido que justifique ir a rendirle pleitesía entre sembrados de moringa, de espaldas a la realidad de los cubanos de a pie. Choca que Monsieur le Président de la République Française declare que “tenía delante mío un hombre que ha hecho historia”, y que “viniendo a Cuba yo deseaba reunirme con Fidel Castro”.

Calígula, Nerón, Atila, Gengis Khan, Hitler, Stalin, Mussolini, Mao, Ceaçescu, Pol Pot, Milosevic, Honecker, Kim Il Sung, Trujillo, Somoza, o Franco, hicieron historia, y eso no necesariamente implica que personas decentes estuvieran ansiosas de reunirse con ellos. ¿O sí?

Visita de pleitesía al exdictador cubano que solamente sirvió para escucharle disparates o incoherencias, porque el mismo presidente francés dijo que Castro “habló mucho” (lo mismo que en su momento dijo Mitterrand). En cincuenta minutos, si Fidel Castro “habló mucho”, y hubo traducción de por medio, ¿qué quedó para Monsieur le Président? Pas beacoup. No mucho. Quizás solamente alabarlo y embelesarse ante su presencia.

Tal vez ni el mismo presidente francés del país que proclamó la libertad, igualdad y fraternidad como sus paradigmas se haya dado cuenta, pero lo que hizo de caminar algunas cuadras por el Paseo del Prado y el Parque Central, y que vecinos y transeúntes cubanos se le acercaran a saludarlo y le dieran la mano en señal de respeto y afecto, sin que su escolta personal cayese en paranoias o aspavientos, es algo que los cubanos de a pie no han vivido desde hace muchísimos años, ni con Fidel Castro primero ni con Raúl Castro posteriormente. Esa es una de las muchas diferencias entre un líder democrático y un dictador totalitario.

Naturalmente, no hay que decirle al presidente francés lo que debería hacer y lo que no. Emocionarse con el tirano jurásico y rendirle pleitesía en Punto Cero es asunto suyo.

Yo, por mi parte, me emociono mucho más con la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, documento seminal de la Revolución Francesa de 1789, y no admirando personajes siniestros como Fidel Castro, quien nunca respetó los ideales y principios de esa declaración ni tampoco los de la mismísima Revolución Francesa.

A quien por seguro la historia nunca absolverá, ni tampoco a sus admiradores fogosos.

© cubaencuentro

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