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Actualizado: 22/04/2024 20:20

LITERATURA

«Martí no viaja bien en inglés»

El canon cubano del siglo XX: Una entrevista a Roberto González Echevarría.

En octubre del año 2002, la Universidad de Yale realizó un coloquio de literatura cubana para conmemorar los cien años de la República. El tema central del evento fue el del canon cubano del siglo XX. Sin embargo, un grupo de intelectuales de la Isla no pudo asistir al negarle el gobierno su permiso de salida, práctica esta ya casi normal en un régimen que se priva a sí mismo de todo conocimiento y debate intelectual que no promueva y controle por sí mismo.

No obstante, el coloquio fue un éxito y prueba de ello es la publicación de sus memorias por la Editorial Colibrí el año pasado: Cuba: un siglo de literatura (1902-2002), compilado por los promotores del evento, Anke Birkenmaier y Roberto González Echevarría, y que en cierta forma estuvo presidido por el ya polémico e imprescindible ensayo de este último, "Oye mi son: el canon cubano", publicado también recientemente por la revista Encuentro de la Cultura Cubana, en el número donde fue homenajeado este importante ensayista cubano, y que ha motivado varios ensayos y, colateralmente, una polémica entre los escritores cubanos Duanel Díaz y Ernesto Hernández Busto. Aprovechando la breve estancia en Madrid de González Echevarría, se imponía una conversación sobre el canon cubano.

Roberto, yo fui uno de los intelectuales cubanos al que no se le permitió asistir al coloquio de Yale. Con posterioridad quise organizar en Cuba un evento similar y fue imposible. Ante tanta estulticia, sólo pude leer una conferencia en la Torre de Letras que preside Reina María Rodríguez, para tratar de motivar una discusión en Cuba sobre tan importante tema, "Notas sobre el canon. Introducción a un texto infinito sobre el canon cubano". Luego de la publicación de tu ensayo "Oye mi son…", Emilio Ichikawa polemizó amistosamente contigo en la revista Encuentro con su texto "En vez de maldecirte". Por su parte, en La Habana Elegante, Duanel Díaz polemiza con tu ensayo, el libro de Rafael Rojas, Un banquete canónico, y el texto mío ya mencionado. Recientemente tuve la oportunidad de presentar en Madrid otro libro que viene a sumarse a esta discusión sobre el canon cubano, Inventario de saldos. Apuntes sobre literatura cubana, de Ernesto Hernández Busto, y luego le hice una entrevista para esta misma publicación. Ambos hechos motivaron una enconada polémica entre Duanel y Ernesto que acaso ha fatigado a los lectores cubanos por su acusado sesgo personal, algo lamentablemente bastante frecuente en las polémicas insulares. Creo que en última instancia has provocado una interesante discusión sobre un tema apasionante. ¿Esperabas esta consecuencia polémica?

Escribí el ensayo con el propósito de desatar la polémica y me complace haberlo logrado. En Cuba no se publica crítica literaria seria; todos son o elogios o vituperios, o, en la mayoría de los casos, silencios. No hay diálogo. El mundo intelectual y literario cubano está muerto desde hace muchos años y el cadáver está en manos de burócratas, muchos de ellos escritores frustrados que no quieren que haya crítica para que no salga a relucir su mediocridad.

Buen ejemplo de todo esto fue la negación del permiso de salida de todos ustedes. Dije entonces, y repito en el libro, que en Cuba la posibilidad de salida de los invitables está en manos de los no invitables, con previsibles resultados. Todos sabemos que si hubiera invitado a los que yo llamo "feriantes", que van a todas las ferias del libro, habrían podido venir. Pero, tratándose de Yale, había que regirse por un criterio de calidad, no de sumisión.

Existe un cierto...

Existe un cierto consenso dentro de la crítica cubana que te atribuye alguna responsabilidad en la numerosa presencia de autores y textos cubanos en la lista canónica que sirve de colofón al libro El canon occidental, de Harold Bloom. Pero quien habla de presencias puede hablar también de ausencias. Acaso ese criterio se pueda apoyar en la siguiente afirmación de Bloom: "puede que el tiempo demuestre la supremacía de Carpentier sobre todos los escritores latinoamericanos de este siglo", dada tu cercanía profesional con el autor de La angustia de las influencias y porque has escrito un libro ya clásico y numerosos ensayos sobre el autor de El siglo de las luces. Sería también provechoso que hablaras sobre la índole de la relación que mantienes con el importante crítico norteamericano.

Dije en mi ensayo que, en efecto, Harold me consultó cuando los editores le pidieron hiciera la lista del canon, y que puedo haber pecado de nacionalista en mis sugerencias, pero no lo creo. Harold y yo tenemos una amistad de treinta años, pero nunca fui alumno suyo ni adepto a su estilo de crítica.

Él me acusa de afrancesado y tenemos discusiones chillonas porque yo lo acuso a él de tener las preferencias típicas de un profesor de inglés que lo lee todo en traducción. Yo me considero un romanista y filólogo que no escribe sobre obras que no puede leer en el original.

De la generación de Harold en Yale, donde en efecto hice mis estudios, tenía mucha mayor afinidad con gente como Paul de Man, J. Hillis Miller, Geoffrey Hartman, Jacques Derrida, y otros de la onda estructuralista y post-estructuralista, que fue, en efecto, la mía. También admiré y conocí a Roland Barthes. Harold tiene razón cuando me tilda de afrancesado. Francia, la literatura y la crítica francesa han sido obsesiones para mí. Pero a Harold lo admiro porque siempre sigue su propio camino y porque le ha devuelto a la crítica el deber de hacer juicios de valor que no estén basados en si una obra puede o no someterse a una metodología crítica, o, peor, a una doctrina política.

Es irónico que se me asocie con él, sin embargo, porque nos consideramos separados por el tiempo —Harold pudo haber sido profesor mío— y por nuestra formación intelectual. Pero nuestro diálogo es enriquecedor para mí y nos queremos mucho.

Bloom, aunque privilegia la llamada literatura de imaginación en su controversial listado, incluye a importantes ensayistas como Jonson, Montaigne, Pater, Emerson, Nietzsche, Freud, entre otros. De acuerdo con este criterio, Àno se podría justificar la inclusión de José Martí, autor de una de las prosas más deslumbrantes y pletórica de valor cognitivo (para utilizar un término grato al propio Bloom) de la literatura iberoamericana desde Cervantes? Digo esto pensando en que fue su prosa, más que su poesía, la que influyó en sus contemporáneos (Rubén Darío en primer lugar) y que, por ejemplo, sus crónicas norteamericanas continúan estimulando a los escritores actuales.

El caso Martí es difícil para nosotros los cubanos. Martí no "viaja bien", como se dice en inglés. He does not travel well. Su poesía, traducida, pierde el encanto de su sencillez y suena banal —me refiero a Versos Sencillos. Su prosa es tan retórica que, por lo menos en inglés, suena ampulosa y oratoria. Las traducciones recientes de Esther Allen son las mejores hasta la fecha (llevan un prólogo mío).

Y Martí no fue pensador de o con sistema, sus ideas dependen mucho de la contingencia en que surgen. Harold no conoce a Martí ni a Darío por los problemas de traducción que acabo de mencionar. Pero también desconoce a San Juan de la Cruz, a Fray Luis, a Quevedo, y soslaya a Petrarca y Baudelaire. No hay que sentirse herido, sino comprender lo aproximativo de su sistema, que es más que nada una invitación a la polémica que nos lleve a afinar nuestros juicios de valor y, por cierto, a hacerlos.

La Editorial Colibrí...

La Editorial Colibrí ha tenido la sabiduría de publicar dos importantes libros tuyos, La prole de Celestina y La Gloria de Cuba, que expresan, en el primer caso, tu personal práctica de la crítica literaria, no antagónica pero tampoco derivada de la de Bloom, y, en el segundo, esa otra práctica que se ha extendido en el mundo académico norteamericano, los llamados cultural studies. Creo que te mueves con auténtica libertad creadora en ambos libros, ninguno de ellos identificables ni con la crítica agonística de Bloom, que tiene su centro en su interesante teoría de la angustia de las influencias, ni mucho menos con la llamada por él como escuela del resentimiento, sino más bien, en tu caso, en una experiencia tanto cognoscitiva como vital. Creo recordar que en el evento de Yale, junto a las obras y autores ya clásicos, se propuso también el estudio de las poéticas marginales o emergentes. ¿Crees que aquella, por cierto nada nueva, contraposición entre el valor estético y el valor cultural tiene algún sentido?

No me gusta que me pongan etiquetas y hace tiempo que me despreocupa si me ciño a un método o soy fiel a alguna escuela. Esto es lo mejor que he aprendido de Harold. La prole… es un libro que se remonta a mi tesis doctoral, de corte estructuralista, que escribí, en Yale, sobre La vida es sueño, de Calderón, y que incluye ensayos sobre Cervantes, Lope, y desde luego La Celestina, junto con otros sobre Lezama y Carpentier.

Es el libro, digamos, sobre el neobarroco, que debe algo a mi polémica y fraternal relación con, entre otros, Severo Sarduy. Los cultural studies no son ni lo uno ni lo otro, ni cultural ni studies.La gloria de Cuba es mi libro proustiano que pretende evocar mi niñez y adolescencia beisbolera como jugador y fanático y que retiene algo de la ingenuidad de esas etapas, aun cuando es un libro muy investigado y que aspira a ser una historia de la cultura cubana moderna a través de la pelota.

Hay algo de cierto en lo de la escuela del resentimiento en Estados Unidos. En el ámbito nuestro la plaga es más política, es más bien la escuela de la servidumbre intelectual o de la escolástica del seudomarxismo.

¿Tienes algún nuevo proyecto de libro?

El mes que viene sale en la Yale University Press mi libro Love and the Law in Cervantes,derivado del ciclo de conferencias "De Vane", que pronuncié en Yale en el 2002 —es el ciclo más prestigioso de esta universidad, que ha dado premios Nobel de otras disciplinas. Se trata de una especie de continuación de mi Mito y archivo, pero aplicada la teoría ahora a la ficción de Cervantes.

En una importante encuesta realizada por la revista Times al filo del segundo milenio, aparece la novela de José Lezama Lima, Paradiso, en un sitio universalmente relevante, por encima de todas las novelas escritas por autores iberoamericanos en el siglo XX. Más allá de lo relativas que suelen ser estas encuestas, creo que resulta muy significativo que una novela que no hace ninguna concesión al malhadado mercado editorial contemporáneo, acaso en la estela de la de Joyce, alcance ese consenso dentro de la más diversa crítica mundial. Luego de la fecunda experiencia del llamado boom de la nueva novela latinoamericana, ¿cómo valoras la atomización actual, la falta de referentes canónicos e incluso la orfandad de la crítica ante tal situación?

La obra de Lezama, en especial Paradiso, es superior a las novelas del boom. Es más original, crea todo un mundo verbal y conceptual. En Cuba: un siglo de literatura incluimos la ponencia sobre Paradiso de mi entrañable y admirado amigo Giuseppe Mazzotta, el mayor especialista en Dante en la actualidad y uno de los mejores de todos los tiempos.

Giuseppe escribió un ensayo definitivo sobre la relación de la novela de Lezama con la obra de Dante. Pocas obras resisten semejantes comparaciones. En la actualidad literaria hay un vacío comparado con lo que vivimos durante la segunda mitad del siglo pasado, cuando además de Lezama y los escritores del boom, estaban activos Octavio Paz, Pablo Neruda, Borges, una verdadera edad de oro.

Pero soy un crítico, un historiador universitario, que ve las cosas a gran distancia. Las edades de oro no duran mucho, y se repiten con poca frecuencia. Sin embargo, hay nuevos escritores, como Fernando Vallejo, pongamos por caso, que prometen mucho. Ojalá que surjan muchos más.

© cubaencuentro

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