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Actualizado: 28/03/2024 20:04

Cuba, Debate, Cuba Posible

Es «Cuba Posible», ¿posible?

Si algo debemos aprender del totalitarismo, es que nada es casual

Para quienes ambicionan el poder,
no existe una vía media entre la cumbre y el precipicio.
Tácito

I

El ejercicio intelectual y digámoslo de una vez, político de Cuba Posible, surge de las cenizas del último proyecto de Espacio Laical. Es importante esta acotación historiográfica, pues no será posible entender o al menos presumir lo que sucede hoy en torno a lo que sus autores llaman un “laboratorio de ideas” sin conocer de dónde vino y por qué vino.

Espacio Laical fue la respuesta a la extinción del primer Espacios, una publicación del Consejo Diocesano de Laicos creada y dirigida por Eduardo Mesa. Junto a la también católica Vitral, de Pinar del Rio y a cargo de uno de los laicos más emblemáticos de la época, Dagoberto Valdez, eran las publicaciones “problemáticas” para el régimen en los duros años noventa. Porque más allá de acabar con el monopolio informativo y formativo comunista, en torno a estas revistas y su lanzamiento se realizaban premios literarios, talleres de formación cívica y religiosa, conferencias, recitales de poesía y música y exhibiciones de obras plásticas. Tales centros y sus publicaciones deben haber sido preocupantes para el Departamento Ideológico del Comité Central y la Oficina de Asuntos Religiosos, y así parece lo hicieron saber a las autoridades eclesiales pertinentes.

Pero los organismos de seguridad del Estado hicieron lo suyo; medidas activas y pasivas contra los laicos y los ordenados fueron implementadas. Estaría de más añadir que la penetración por agentes de la inteligencia cubana con diversas misiones y niveles de intervención pudieran catalogarse de exitosas; sembrar la desconfianza y la devaluación entre los católicos, y sobre todo entre quienes colaboraban con los medios de comunicación eclesiales fue parte del trabajo; algún amigo todavía queda por ahí, bien recompensado por su diligente labor. Por eso a principios del siglo XXI la salida del ámbito cultural-político cubano de este tipo de revistas y centros diocesanos era problema de tiempo.

Por esa y alguna otra razón, los primeros números de Espacio Laical, después de la renuncia del recién fallecido poeta e intelectual Rogelio Fabio Hurtado, y el regreso por acaso un solo número del editor primigenio, el excelente periodista Andrés Rodríguez, trataron de rescatar la matriz católica para la cual fue concebida la revista, sin abandonar, por supuesto, la defensa de los derechos humanos, la historia patria verdadera, y antiguos intelectuales cubanos, borrados de la memoria popular. Por circunstancias que no cabría aquí analizar, la publicación comenzó a torcer su rumbo hacia el ámbito social, un tanto apartado del tutelaje católico, y a veces “complaciente” según censores eclesiales —que, por supuesto, también los hay— al permitir en sus páginas intelectuales orgánicos del régimen.

Es en esta derivación donde cierta crítica empieza a ver la mano de las conspiraciones. ¿Se trataba el Espacio Laical de Roberto Veiga y Lenier González una creación de la inteligencia cubana para dar un viso de centrismo, de pluralidad? ¿O realmente Roberto y Lenier estaban ajenos quienes se disputaban debajo de los escritorios un territorio que pertenecía a uno u otro bando, y que nadie se iba a dejar arrebatar?

Un día amanecimos con la noticia de que ambos habían sido “cesados de sus funciones” dentro de la publicación católica. Lo que casi nadie sabía entonces, era que Veiga, sin duda un incansable trabajador, abogado, y Lenier, un intelectual-periodista de fino tacto, ya caminaban en pos de otro propósito, esta vez más ambicioso en lo político, más abierto en lo social, declaradamente socialista. Ese nuevo proyecto, que quien escribe estas líneas vio surgir desde las primeras ideas, tomaba del padre Carlos Manuel de Céspedes la impronta nacionalista-católica que él llamaba Casa Cuba. Carlos Manuel, sin duda polémico intelectual, tenía la facilidad de moverse en varias orillas; casi todo el apoyo moral y cultural de los primeros pasos del “laboratorio de ideas” proviene de sus consejos, opiniones y una visión muy personal de la cultura y la historia cubanas. Oír hablar al Padre Carlos era volver a sentirse orgulloso de haber nacido en Cuba y luchar por su bienestar.

Cuba Posible fue posible, valga muy bien la redundancia, no por vanidad o egolatría de sus iniciadores, sino por una necesidad de todos; de otra manera, el régimen hubiera abortado el huevo desde su nidación. Hoy sabemos de grandes capitales cubano-americanos, e importantes instituciones políticas y económicas del mundo detrás del proyecto. Nadie puede iniciar una obra de esa magnitud de la nada. Acusar de mercenarismo a sus gestores es hipócrita e ignora que el régimen cubano lleva 60 años dependiendo de otros. Creo, y así hay muchos que lo confirman, que Cuba Posible fue una molestia necesaria para el régimen. Pero su vida útil parece estar acabándose.

II

Como un papel cazamoscas, Cuba Posible fue atrayendo, como ha escrito Haroldo Dilla, todo el universo disidente, menos disidente, cuasi disidente e incluso condescendiente con el régimen. Después de cerrarse Espacio Laical, solo quedaba Temas como espacio de debate, una publicación también tolerada y monitoreada por el D.O.R. Un segmento de los intelectuales y los profesionales cubanos necesitaban ser oídos dentro de la Isla, y Cubadebate intentó, sin logarlo todavía, ser ese espacio de tolerancia. Pero su director, un verdadero impresentable, es capaz de asustar a quien trate de escurrirse una pulgada más allá de la narrativa oficial. Ha sido precisamente Cubadebate una de las naves que ha enfilado la proa contra Cuba Posible.

Si algo debemos aprender del totalitarismo, es que nada es casual, y todo, al estilo chapulinezco, esta fríamente calculado. Ese es el papel que le ha tocado, y hasta ahora la misión está siendo cumplida cabalmente. Como en la mejor de las pandillas, en los ataques de Cubadetabe a Cuba Posible no hay nada personal —y este dato es muy importante, como analizaremos más tarde—, solo negocios: no puede suceder que la intelectualidad cubana se deje atrapar ni siquiera por quienes se hacen llamar “oposición leal”.

Las embestidas contra el proyecto de Veiga y Lenier arreciaron después de la cita en Nueva York, en mayo de 2016. Es aquí donde el contexto se torna importante, vital. Acostumbrados a jugar en varios frentes, el régimen cubano no tomó medidas activas contra los participantes en el evento, auspiciado, se sabe, por importantes capitales e instituciones norteñas. Era lógico: estaban en marcha las campañas electorales norteamericanas. De haber triunfado Hillary Clinton, como la mayoría esperaba, hubiera sido muy probable que Cuba Posible se convirtiera, como ya parecía estarse preparando, en una plataforma más de diálogo, incluso de apoyo a inversiones y asesoría económica.

La elección de Donald Trump, y las posibles medidas contra el Gobierno cubano han puesto al proyecto Cuba Posible, si alguna vez fue un puente, dinamita en sus puntos de quiebre. Pero otro gran evento, del que muchos han minimizado su efecto simbólico y tal vez más importante, se avecina en los próximos meses.

III

Pocos analistas reparan hoy en la importancia de las elecciones para el Poder Popular en Cuba. Podríamos pensar que nada nuevo va a pasar. Pero para que eso suceda, para que todo quede igual, deben pasar muchas cosas. Es la primera vez que Fidel castro estará ausente físicamente; y una buena parte de los “históricos” va a ser sustituida por enfermedad o por pertenecer a la edad de la segunda jubilación. Es cierto que el Parlamento no pincha, pero si puede dar color: color para el extranjero. Además, el acto simbólico —lo que es, ni más ni menos— de Raúl Castro dejar la presidencia de Cuba pondría al régimen un halo de legitimidad democrática. No es que lo sea; es que a muchos intereses económicos y políticos del mundo necesitan que así sea. Ya la Comunidad Europea suavizó el lenguaje y ha firmado la capitulación.

De ahí en adelante, aunque Raúl Castro conserve el poder real como Secretario General del Partido Comunista, los anunciados cambios, pospuestos ene veces, podrán salir de otras manos y no de los “históricos”, por si algo sucede. Cambios, por cierto, que ellos mismos saben imprescindibles porque la economía es una ciencia y no una ideología: dos más dos suman cuatro, no seis. En un análisis sistémico, la sobrevivencia de la dictadura madurista podría ser un factor de cambio en la ecuación cubana. Para evitar que el elemento aleatorio cambie los resultados, la llamada Constituyente avanza a pasos agigantados: todo tiene que estar atado y bien atado en la Isla como en el continente; lo que desate o ate Raúl en el Palacio de la Revolución, quedara atado o desatado en Miraflores.

De modo que el nuevo Gobierno cubano deberá enfrentar un problema de legitimidad. No solo de la que hasta ahora carece en la arena internacional democrática, sino ad intra, donde el martilleo sobre la figura “epónima” de Fidel Castro puede estar logrando el efecto contrario, el olvido más tenaz. Una manera de ganar legitimidad en los regímenes totalitarios es apelando a los enemigos, y si son internos, mejor. Como en El Hombre de Maisinicú, los nuevos no han dado soga ni golpes: les toca pinchar al muerto. En ese contexto, Cuba Posible y todos sus adláteres, se pintan solos como traidores propiciatorios.

Por lo tanto, una tesis es que la misión para la que fueron escogidos o dejados hacer, está por terminar. El artículo que acaban de publicar Roberto Veiga y Lenier González “¿Tenemos derecho a trabajar por Cuba?”, entregándose a una justicia que ellos saben no es justa, hace pensar que ese y no otro era uno de sus destinos finales. En tal caso, para el régimen y al estilo causas número uno y dos, sería fácil probar que el proyecto y todas las conferencias y viajes de sus miembros están apoyados económicamente por individuos de raigambre anticomunista o “terroristas”. Pero esa tesis, aunque más potable, más a tono con el hacer histórico del régimen, puede no ser del todo cierta.

La otra teoría no es descabellada: Cuba Posible puede ser una opción política, incluso con participación parlamentaria. Esta hipótesis no invalida la otra, y al revisar todo lo publicado en su página digital, trabajos que van desde una revisión de la Constitución y pasan por críticas económicas de expertos nacionales y extranjeros, alguien con mediana inteligencia se da cuenta de que han estado preparando un arsenal de respuestas a prácticamente a todos los problemas, acuciantes, de la sociedad cubana actual. Puede que no nos gusten, o nos disgusten francamente. Pero lo que no se puede obviar es el calibre intelectual reunido alrededor del proyecto. Y como las palabras se las lleva el viento, y los papeles se destruyen, hay decenas de hombres de negocio, multimillonarios, y políticos, apostándole a Cuba Posible como una “tercera vía”.

IV

El dilema para Cuba Posible y para cualquier otro nacido en la Isla es estar en el “medio”. No hay personaje ni hecho que se haya catalogado de “centrista” en 500 años de historia. Es la clásica pregunta, muy cubana, ¿estás con los indios o con los cowboys? Y no es que quieras tener plumas o sombrero en la cabeza, es que no te dejan tener plumas en el sombrero. No basta que te apellides Veiga o firmes Lenier. Desde el encontronazo de Céspedes con Agramonte hasta el de Martí con Maceo, y las divergencias del 26 de Julio con el Directorio, somos un país de disensos, de extremos, y ese es un factor a tener en cuenta. Lo primero es construir un espacio de consensos. Tal vez esa fue la intención inicial de Cuba Posible.

Pero los críticos de esta orilla, nada menos que más de dos millones de cubanos y sus descendientes, con miles de millones de dólares en propiedades y una riqueza intelectual y productiva que envidaría cualquier otro país del continente, pueden ver el proyecto como ajeno a sus propios intereses: no se ha publicado un solo artículo criticando el socialismo real, la violación de los derechos humanos por parte del régimen, o condenando abiertamente la criminal acción del Madurismo en Venezuela. Al modo de ver de algunos analistas, el pecado original Cuba Posible es que el medio no existe, no se trata de contraponer dos millones contra once, sino de sumar 13 o 14 millones de compatriotas.

Quizás estamos arribando al momento en que haya que tomar partido por uno u otro bando, o descubrir que todo no fue otra cosa que un plan de la inteligencia cubana, especie de seguro de vida en caso de expiración forzosa. También sería grata sorpresa para quienes dicen que las reformas son un cambio-fraude, si los promotores Cuba Posible dijeran lo que muchos saben y callan: el socialismo cubano no es reformable porque está concebido para no serlo; porque es intrínsecamente dogmático como nuestra idiosincrasia hispanoamericana, inhumano porque borra la individualidad y la sana competencia; inviable desde el punto de vista económico con lo cual hace impracticable el desarrollo social autónomo.

La invitación al auto-holocausto de Roberto Veiga y Lenier González, Fiscalía General de la República mediante, no es un acto aislado ni imprudente; como no lo fue la anunciada inmolación en Espacio Laical. ¿Qué viene después? ¿Se repetirá el circo, esta vez con otros sacrificados en la arena? Porque el suicidio político —no el suicidio del político— no es habitual en nuestras tierras. La convivencia del proyecto con la jauría siempre fue una pregunta. Para otros, un enigma. Para todos, casi un imposible.

© cubaencuentro

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