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Joaquín Gálvez: Memorables memorias (II y final)

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un artículo de Joaquín Gálvez

En Memorias del Subdesarrollo, Tomás Gutiérrez Alea nos presenta una etapa de transición en Cuba que comprende desde la invasión a Bahía Cochinos, en 1961, hasta la crisis de los misiles de 1962, narrada por Sergio, el protagonista, miembro de una extinta burguesía cubana que en su inmensa mayoría abandonó el país tras el triunfo de la revolución en 1959. El filme comienza con una fiesta, o carnaval cubano, donde alguien es asesinado; pero continúa como si nada hubiera ocurrido, señal de que las masas tienden a enajenarse por medio de la diversión.

Sergio es un burgués que siempre deseó ser escritor, pero las circunstancias no le concedieron el tiempo necesario (según él). En realidad, careció de voluntad para imponer su vocación en el marco de una clase burguesa provinciana que, por lo general, no apreciaba la cultura. No cabe duda de que el desprecio que muestra el protagonista hacia su familia y sus amigos, pertenecientes a la burguesía habanera anterior a la revolución, así como a las masas populares, le ayuda a justificar su incapacidad de no poderse realizar como ente social. Esto último es lo que le permite al director usar sutilmente al personaje para deslizar críticas que, de otra forma, nunca hubieran sido permitidas en la Cuba castrista.

Desde su posición de burgués frustrado y sin afiliación política, el personaje principal se refiere a Picasso como el comunista que vive muy cómodo en París, o a los carteles con propaganda revolucionaria como el que reza “Esta humanidad ha dicho basta y ha echado a andar”: “Y no se detendrá hasta llegar a Miami”, añade Sergio.

En cualquier caso, el arte triunfa en Memorias del Subdesarrollo. Gutiérrez Alea logra imponer, por encima del discurso absolutista y en tiempos de clamores colectivistas, lo singularmente humano como expresión universal. Sergio, o mejor dicho, Titón, fue un visionario que expuso, desde su soberana ambigüedad política, una realidad que con el tiempo se parece más a la ficción. Si es la vida la que imita al arte, no es placentero ser personaje en una película de horror, ni en una obra del absurdo. Entonces la vida puede estar en otra parte, pues “esa humanidad sigue diciendo basta y no se detiene hasta llegar a Miami”. Digo, si hasta aquí basta.

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Joaquín Gálvez: Memorables memorias (I)

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un artículo de Joaquín Gálvez

En Memorias del Subdesarrollo, Tomás Gutiérrez Alea se vale de la técnica del collage o de la yuxtaposición de imágenes para recrear el momento histórico del que parte el filme. Una forma de montaje en la que se advierte la influencia de la Nueva Ola Francesa, sobre todo de Godard. Memorable es la escena donde Sergio, el protagonista, se sumerge oníricamente en una fantasía erótica, mientras su criada le cuenta cómo la bautizaban en un río. Aquí, súbitamente, pasamos de una escenificación cristiana a una pagana, intercaladas magistralmente con Las cuatro estaciones de Vivaldi y El nacimiento de Venus de Boticelli.

La huella que el neorrealismo italiano dejó en Gutiérrez Alea es evidente en esta cinta. El enfoque social, visto a través de la alienación del individuo, las tomas aisladas de la cámara y el silencio de las escenas, trasmitiéndonos el estado anímico de los personajes, recuerdan el cine de Antonioni.

Las reminiscencias del Free Cinema son apreciables por medio del formato reportaje. Sergio es el espectador de un medio social que se está transformando ante los ojos del documentalista o el reportero televisivo. Por eso, una alusión suya sirve de pretexto para combinar una imagen estilo documental, como cuando se hace referencia a la pobreza y, de pronto, aparecen imágenes de América Latina y cifras estadísticas. La película cierra con tomas del despliegue de las milicias y de la gente en las calles, esperando la invasión norteamericana que nunca se produjo.

Sergio personifica al antihéroe existencialista por su visión escéptica y pesimista de la vida, por su ambigüedad y su actitud pasiva ante el medio que lo rodea. Puede recordarnos a personajes literarios como el Harry Haller de Hermann Hesse, en El lobo estepario, o el Meaursault de Albert Camus, en El extranjero. En su relación con las mujeres pueden establecerse puntos de contactos con el Guido de Fellini en 8 ½, prototipo fellinesco de antihéroe.

Este filme es tan revolucionario como subversivo gracias a la ambigüedad del protagonista, reflejo de una nación atomizada política y socialmente, donde no existe margen para lo políticamente tendencioso. Debe añadirse que el término subdesarrollo trasciende lo meramente político para indagar en los factores socioculturales que lo determinan, de ahí la indefinición del personaje principal, sin dudas un alter ego del director.

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Joaquín Gálvez: Trampas tropicales

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un artículo de Joaquín Gálvez

En la cinta Memorias del Subdesarrollo, el clásico de Tomás Gutiérrez Alea, los temas de la sexualidad, el trópico y el propio subdesarrollo se entrecruzan y retroalimentan, entrampando al protagonista de la historia.

La relación de Sergio –el personaje principal- con sus mujeres es ambivalente. Se mofa de su esposa, Laura, por considerarla frívola, vacía, histérica, y se siente liberado cuando ésta abandona el país. De manera que, tras conocer a Elena, busca en ella todo lo contrario. Elena representa a la muchacha de pueblo, sin ninguna elegancia ni sofisticación. Sergio la utiliza para vengarse indirectamente de su ex cónyuge. Por eso la lleva a su casa, le regala la ropa de Laura y tiene relaciones sexuales con ella en su misma cama.

Muy pronto, sin embargo, cae en la cuenta de que Elena, aunque pobre, puede ser tan vacía como Laura, y no comparte sus inquietudes intelectuales. Para Sergio, Elena simboliza el subdesarrollo: le parece inconsistente, sin capacidad para relacionar las cosas y necesitada de que alguien piense por ella. Él siempre quiso vivir como un europeo, y Elena le recuerda a cada momento que vive en un país subdesarrollado.

La relación de amor-odio que establece Sergio con sus parejas lo lleva a afirmar que la mujer cubana se descompone entre los treinta y los treinta y cinco años: “Después de eso es una pudrición”. En cambio, idealiza a su ex novia alemana, considerando que sí lo entendía y apoyaba como escritor. El falso sentido de la moral en la sociedad criolla, expresado a través de la sexualidad, también sale a relucir aquí. Elena, por ejemplo, muestra su hipocresía llorando porque supuestamente Sergio la ha deshonrado, cuando ni siquiera era virgen. Por otra parte, este último es un paradigma del machismo cubano: aunque aparenta buscar la pareja ideal, sólo utiliza a las mujeres para satisfacer su apetito sexual y alimentar su ego.

“Tú no eres ni revolucionario ni gusano… ¡no eres nada!”, espeta Elena. Esta frase es la que mejor define a Sergio, habitante de un limbo existencial, personaje que no consigue hallar un espacio vital desde el que insertarse en la sociedad cubana. Se despide de sus amigos que abandonan el país con regocijo, pues ya no tendrá que lidiar con sus conversaciones triviales y su mundo vacío. Pero, aunque prefiere permanecer en Cuba, sabe que en el marco del nuevo sistema empiezan a hacerse visibles las costumbres y el modo de vida del hombre de pueblo, o de clase baja, los cuales le resultan igualmente repulsivos, inconsistentes. Como él mismo afirma, “en el trópico todo se descompone, nada tiene permanencia”.

“Cómo se sale del subdesarrollo, el subdesarrollo lo marca todo; y tú –dice Sergio refiriéndose a su realidad- qué haces aquí, dónde está tu gente, tu mujer… Tú no tienes nada que ver con esta gente; ahora comienza tu destrucción final”. El protagonista de la película se asume en una vejez anticipada, como un vegetal sin frutos. Considera a Cuba una trampa, pero una trampa de la cual se siente incapaz de escapar.

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Castrochavismo y cascarita

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Parecía imposible. Nadie lo hubiera imaginado. ¿Superar la insuperable propensión a hacer el ridículo del comandante Hugo Chávez? ¿Podía surgir un fenómeno más hilarante, caótico, grotesco, autodestructivo que el castrochavismo bolivariano? Delante tenemos, nada más y nada menos, que al zelayismo de sombrero alón. Increíble, pero cierto. Chávez se ha quedado en pañales ante la Tremenda Corte montada, a golpe de celular, cámaras y caravanas, por el ex presidente hondureño.

En los anales de la política latinoamericana, Zelaya quedará como un símbolo, tragicómico, del castrochavismo bananero. Pero hablamos de un castrochavismo bananero peculiar. A diferencia del andino –la huelga de hambre de Evo Morales es la clásica excepción de la regla-, o del caribeño, éste potencia la parodia, rebasando la limitación verbal en la inercia del acontecimiento. Mel, sencillamente, ejecuta sobre el terreno las acrobacias con las que juega la imaginación de Chávez. Las proyecta visualmente, en el paroxismo de su sinsentido del ridículo. Aquí, en este último tramo argumental, agota sus posibilidades el Socialismo del Siglo XXI. En la representación. Pero en la representación paródica. El zelayismo –si puede llamársele así- parodia al Socialismo del Siglo XXI, que a su vez es pura parodia.

Lo portentoso, sin embargo, es que la mayoría de sus principales actores –los del Socialismo del Siglo XXI- no se reconocen en la parodia, sino en la tragedia. Aunque resulte paradójico, la parodia castrochavista, en la que Zelaya es el Guevara del aeropuerto Tocontín, se representa a sí misma trágicamente, tiene un sentido trágico de su condición. Se enerva ligeramente ante la causa. Es capaz de pegar un saltito sobre la raya de la frontera. Cantinflas napoleónico. La cruz y la cáscara de plátano.

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Peña: Instantánea sobre Honduras

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un artículo de Oscar Peña

Es muy triste que no hayan tenido éxitos las gestiones y esfuerzos conciliatorios del presidente de Costa Rica, Oscar Arias, para buscar una solución salomónica para Honduras. Todos los latinoamericanos lo debemos lamentar. Realmente ninguna de las dos partes estuvo a la altura de lo que se esperaba de ellas. Como pudo observarse, la postura de Mel Zelaya fue en todo momento prepotente. En ningún instante mostró arrepentimiento por la maniobra que intentaba hacer para instaurar el método vitalicio en el poder, estilo Fidel Castro y Chávez. Es tan torpe que hasta mencionó que al regresar iba ajustar cuentas. Y el gobierno de Roberto Micheletti, por su parte -aun teniendo razón-, tampoco ha sabido ser atractivo y ha estado cerrado a buscar un reajuste que tenga el consenso de todas las partes, nacionales e internacionales.

Sacar a Mel Zelaya del país fue un grave fallo. Contando con una base legal y apoyo de todos los poderes constitucionales de la nación hondureña y del propio partido de Zelaya, debieron enjuiciarlo, como en una oportunidad se proyectó en Estados Unidos con el presidente Richard Nixon, obligándolo a renunciar. Ese craso error ha posibilitado que el foco internacional sólo esté hoy de una parte, y que los corruptos y seudo-demócratas sean vistos fuera de Honduras como víctimas, cuando la realidad es que son parte de un equipo que con trampas democráticas quiere perpetuarse en el poder.

La debilidad principal en la campaña internacional para dar en la diana de una solución ha sido la actitud muy parcializada del rector de la OEA frente a los intentos de bifurcar los caminos democráticos, y el asesoramiento a Zelaya desde la Habana, Caracas y Managua. Es inconcebible que personalidades del régimen cubano y de Venezuela sean los abanderados de la defensa de la democracia. Eso está dado por las debilidades de la dirección de la OEA y por la frágil anatomía de nuestros pueblos. En ese ambiente de confusiones, el llamado de Zelaya a organizar la resistencia civil, las protestas y la violencia a su favor manipulando a pequeños grupos populares que no saben que son teledirigidos, llevarán a Honduras al peligro de la anarquía social y el enfrentamiento entre hermanos.

Corresponde a la comunidad internacional, especialmente a la latinoamericana, tanto a los pueblos como a los gobiernos, otorgar una solidaridad plena y total al deseo mayoritario de los hondureños, sea efectuando un referéndum nacional o sabiendo escuchar a los que defienden al gobierno. Asumiendo esa actitud no sólo se defiende el Estado de derecho y la legalidad en Honduras, sino también la viabilidad de las instituciones democráticas de la región. Que no se dejen utilizar las débiles y sanas estructuras democráticas por ambiciosos de poder que, en nombre de los pueblos, intentar apoderarse de nuestros países.

Ojo, mucho ojo. El desorden social es contra la democracia.

El llamado Frente de Resistencia Popular a favor de Mel Zelaya está poniendo el énfasis en el fortalecimiento del combate, y han convocado para hoy a una huelga general de dos días tratando de fabricar y provocar que se tenga que ejercer algún tipo de fuerza bruta por las autoridades hondureñas. Algún día sabrán nuestros pueblos latinoamericanos que esas ideas de liberación nacional y transformación social que han hundido a Cuba y hunden a Venezuela son una falacia que atrasa y somete. No hay sistema perfecto, pero saber buscar el medio es una buena decisión.

Por las anteriores razones, la batalla política de Honduras no es solamente de los hondureños. Es una de las más importantes que tenemos los hijos de América Latina por preservar un espacio de libertad. No es ocioso reiterarlo: Mel Zelaya quería clonarse como un Fidel Castro, como un Hugo Chávez. Como también lo están intentando Daniel Ortega, Rafael Correa y Evo Morales.

Aprovecho para reiterar que el culpable de nuestros problemas somos nosotros mismos. No echemos nuestras culpas a otros países. Todavía no hemos dejado de ser pueblos manejados y coheteados por nuestros líderes. Se impone en nuestros países no la orden, sino el convencimiento.

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El Reducto que los ingleses se negaron a canjear por la Florida

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Autor: Armando Añel

Armando Añel

Escritor, periodista y editor. Reside en Miami, Florida.
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