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Montaner sobre Kundera

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Antes de abordar el tema de este post -la hipotética condición de delator de un juvenil Milan Kundera-, quiero remitir al blog Tirofijo, cuya última entrada aborda críticamente el artículo Los blogs y la guerra de todo el pueblo, publicado aquí hace pocos días. Agradecemos a su editor.

Volviendo sobre el escritor checo. A veces uno no consigue separar al ser humano del artista. Por ejemplo, no me parece particularmente meritorio Lezama –el hombre, que no el literato–, cobardemente dependiente, en su cueva de Trocadero, de los caprichos y atrocidades de la vaca ingeniosa (Castro). Muerto de miedo, de hambre, de soledad, de silencio. Me lo parece Kundera –el hombre y el literato–, aprendiz, profesor, jornalero, disidente, músico, exiliado, nómada. Autor de culto y autor de libros que vende como pan caliente. Autor de La insoportable levedad del ser:

“La carga más pesada es, a la vez, la imagen de la más intensa plenitud de la vida. Cuanto más pesada sea la carga, más a ras de tierra estará nuestra vida, más real y verdadera será. Por el contrario, la ausencia absoluta de carga hace que el hombre se vuelva más ligero que el aire, vuele hacia lo alto, se distancie de la tierra, de su ser terreno, que sea real sólo a medias y sus movimientos sean tan libres como insignificantes”.

Pero, ¿por casualidad se refería Kundera a la carga de haber delatado a un hombre, acto por el que la víctima pasó catorce años de su vida tras las rejas? Según la revista Respekt, que a su vez remite a los archivos del Instituto para el Estudio de los Regímenes Totalitarios, recientemente fundado en la República Checa, el autor de El libro de los amores ridículos delató en 1950 a Miroslav Dvoracek, “un compatriota suyo que trabajaba para los servicios de espionaje extranjeros”.

En el siguiente trabajo, publicado este domingo, Carlos Alberto Montaner explora los contornos de la noticia, particularmente chocante para quienes tenemos al narrador checo entre nuestros autores favoritos:

La fábrica de monstruos

un artículo de Carlos Alberto Montaner

Estaba en Praga y leyendo a Milan Kundera cuando estalló la bomba. Me había invitado Václav Havel al Foro 2000, la gran reunión europea que se celebra en esa ciudad todos los años bajo la presidencia del también notable escritor y padre de la recuperada democracia checa. Elegí para el viaje La inmortalidad, una novela prodigiosa de Kundera, llena de observaciones brillantes sobre la naturaleza humana. La noche del domingo, antes de dormir, cerré el libro admirado de la capacidad de Kundera para adentrarse por los oscuros vericuetos de eso que antes solían llamar ''el alma''. Tal vez tenía algunas razones para poseer una mirada tan dolorosamente incisiva. Eso lo descubriría el día siguiente.

El lunes no se hablaba de otra cosa entre los asistentes al Foro: dos periodistas de la revista Respekt habían encontrado un informe de la policía política de 1950 en el que se afirmaba que el estudiante Milan Kundera, de 21 años (además del nombre lo identificaban con la fecha de nacimiento), había delatado al ''agente de Occidente'' Miroslav Dvoracek, un checo exiliado que había regresado clandestinamente al país. Según la denuncia, Kundera -entonces un militante de la juventud comunista- comunicaba que esa noche Dvoracek pasaría por la residencia de estudiantes que él dirigía a recoger un maletín que le había guardado una muchacha. El novio de la joven le había hecho la confidencia a Kundera. En el maletín sólo había unas barbas postizas y unos sombreros que servirían para disfrazar al presunto infiltrado. Finalmente, Dvoracek, quien nunca conoció a Kundera, fue condenado a 22 años de prisión, de los cuales cumplió 14 trabajando hasta casi morir en una mina de uranio.

Kundera niega rotundamente que él haya sido el delator. Ni siquiera recuerda los hechos. Algunos checos del mundillo intelectual lo respaldan y defienden su inocencia. La media docena de escritores, diplomáticos y periodistas con los que hablé piensan lo contrario. En el mismo número de Respekt, el jefe de redacción, Martin M. Simcka, va más allá y cree encontrar rastros de su culpabilidad en la propia obra de Kundera. Esa sería la clave de su enigmático poema El último mayo, publicado en 1955. Ese sería el fin último de La broma, una novela de 1967 donde una simple irreverencia (una postal chistosa escrita a una novia en la que afirma que “el optimismo es el opio del pueblo” y se despide con un “¡viva Trotski!” se convierte en la causa por la que lo persiguen los jóvenes comunistas, lo expulsan de la universidad y le desgracian la vida). En la lectura original que se le dio a la novela, se trataba de una crítica al dogmatismo y a la estupidez insufrible de las dictaduras comunistas. En la nueva interpretación, además de denunciar todo eso, Kundera realmente estaba haciendo una especie de agónica catarsis. El no era el estudiante perseguido. El había sido el estudiante perseguidor. Se estaba pasando una factura a sí mismo.

No sé si Kundera es culpable o inocente. Como lo admiro, quisiera creer que nunca fue un delator, aunque las pruebas circunstanciales parecen demostrar su responsabilidad. El era un joven comunista fanático de 21 años y estas criaturas, como sus muy parecidos primos fascistas, suelen ser peligrosas. Creen que la revolución justifica cualquier cosa y en nombre de la causa gloriosa matan, delatan, golpean, mienten, escupen a sus adversarios, los difaman. No tienen límite. Todos los archivos policíacos abiertos tras la desaparición del comunismo cuentan cosas parecidas. En todas estas dictaduras totalitarias -la Alemania nazi, la Italia fascista, la URSS y sus satélites, Cuba incluida- ocurrieron cosas parecidas y mil veces peores.

Pero hay otra posibilidad, otro matiz. Acaso el gran culpable es el sistema. Un sistema que fabrica monstruos y obliga a las personas a ensuciarse las manos generando una terrible atmósfera de miedo y paranoia. Tal vez Kundera no era un fanático (en esa época su padre ya había sido represaliado por los estalinistas), sino un joven muerto de miedo al que alguien le comentó que esa noche “un infiltrado de Occidente” iría a recoger una misteriosa maleta a la residencia que él dirigía. ¿Y si el que le hizo la confidencia era un informante de la policía? ¿Y si el otro contaba la historia? ¿Cómo explicaba él su silencio? De alguna manera, el delator, forzado a la vileza, era también una víctima.

En todo caso, el Kundera que escapó a París y desde allí ha escrito La insoportable levedad del ser y otra media docena de libros excelentes no tiene nada que ver con aquel estudiante fanático o aterrorizado que (tal vez, no lo sabemos) denunció a un valiente disidente que trataba de organizar la resistencia frente a la entonces incipiente dictadura comunista. No creo que sus lectores deban dejar de leerlo por la duda infamante. Acaso sucede lo contrario: no hay nada más kunderiano que este trágico episodio en el que el escritor se ha convertido en personaje de una novela real. ¿Podrá escribir esta novela terrible?

Cortesía http://www.firmaspress.com/



Los comunistas remontan vuelo

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Me llega al correo un interesante reportaje, especulativo diría, de AFP. Versa sobre un hipotético renacimiento del Partido Comunista de los Estados Unidos (CPUSA), con sede en Nueva York.

Corren nuevos tiempos –hay quienes se toman muy en serio eso del cambio-, la crisis financiera impulsa a algunos a incursionar en tendencias y rumores apocalípticos y, por añadidura, mucha gente conflictiva echa su imaginación a volar. Así, a río revuelto, los pescadores del CPUSA esperan obtener considerables ganancias.

Desde 1984, el CPUSA no participa en las campañas electorales por la Casa Blanca (de tanto quererla roja ya no la quieren ni blanca). Aunque hay candidatos comunistas participando en procesos electorales locales, a partir de dicho año el CPUSA comenzó a apoyar al Partido Demócrata en la carrera por la presidencia. El partido fue financiado por la antigua Unión Soviética hasta fecha tan reciente como 1989. Desde entonces, había entrado en una etapa de perfil bajo (de perfil todavía más bajo que el de su desempeño histórico, que ya lo era suficientemente).

¿Quién no se acuerda de Angela Davis?

Video cortesía dehttp://joaquinestradamontalvan.blogspot.com/

Textual: Revive el Partido Comunista de Estados Unidos

AFP/ La sede del Partido Comunista norteamericano, en el barrio Chelsea de Nueva York, vive una segunda juventud gracias a la crisis financiera y, según sus miembros, reivindica las viejas tesis marxistas-leninistas.

En el 235 W de la calle 23, frente al hotel Chelsea, símbolo de la bohemia de los años 60 y 70 adicta al alcohol y las drogas, el edificio pertenece a una empresa inmobiliaria cuya gerencia es comunista.

"Tenemos cada vez más llamadas de gente que quiere informarse y que se interesa por nosotros a causa de la crisis financiera, porque estamos en un momento de cambios y creo que habrá un papel para el Partido Comunista en el período que se inicia", aseguró a la AFP Libero Della Piana, de 36 años, un imponente mestizo de barbita y coleta, hijo de un italiano y de una negra norteamericana, presidente del partido para el estado de Nueva York.

Fundado en 1919, el partido comunista norteamericano estaba considerado como un grupo que hacía propaganda para una "potencia extranjera" (la Unión Soviética) durante la Guerra Fría, y sus miembros perdían a menudo su empleo durante el período del maccarthismo en los años 50.

El CPUSA, dirigido a escala nacional por Sam Webb, cuenta hoy en día "entre 3.000 y 3.500 adherentes", pero Libero Della Piana y Erica Smiley, de 28 años, coordinadora de la "Liga de los jóvenes comunistas" instalada en el mismo edificio, afirman que el "caos actual" engrosará las filas de simpatizantes.

Lejos de querer jugar en solitario, los comunistas norteamericanos quieren "construir la base más amplia posible, con los movimientos de mujeres, estudiantes, sindicatos, para derrotar a la derecha" y "creen que el momento ha llegado".

"Las preocupaciones de los jóvenes son: la guerra, el empleo y la cobertura médica, y nuestras respuestas son las buenas", dijo Erica Smiley.

"La crisis nos mostró que el mercado no puede regularse a sí mismo y que al dejar hacer lo que se logró es enloquecer a esta máquina de dar créditos basados en una fantasía", comenta Della Piana.

"Vamos a estar menos a la defensiva, por primera vez desde los años 80, y tendremos nuestra opinión para expresar en la reconstrucción de Estados Unidos sobre nuevas bases, y ya no para satisfacer la avidez de unos pocos", agrega.

En los 500 metros cuadrados de oficinas recientemente renovados, donde las obras completas de Lenin y Marx conviven con obras sobre el racismo o la causa feminista, hay reunión, pero muchos militantes están ausentes.

"Están en campaña para incitar a la gente a votar", explica Bill Davis, un jubilado de 65 años inscripto en el partido desde hace 37 años.

Aunque no haya aportado oficialmente su respaldo al candidato demócrata a la Casa Blanca, el partido lo respalda abiertamente y la mayoría de los militantes presentes en la sede llevan insignias de Barack Obama.

El semanario "El mundo del pueblo" critica en sus columnas el campo republicano. A la entrada, una caja que representa el rostro de John McCain distribuye pañuelos de papel a través de la boca del candidato.

"Vamos a reunirnos con nuestros camaradas de América Latina y del resto del mundo a fines de noviembre en Sao Paulo, y les explicaremos la situación en Estados Unidos tras la elección presidencial, aunque el Komintern (Internacional comunista) no existe más y que cada partido tiene sus especificidades", concluye Libero Della Piana.

Cortesía http://www.netforcuba.org/



McCain-Obama: El martillo contra la pared

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Si Sarah Palin hubiese sido de verdad Sarah Palin, el ticket Obama-Biden lo estaría teniendo mucho más complicado para ganar estas elecciones. Probablemente, la elección de Joe Biden, un político demasiado al uso para generar esperanzas de cambio, le habría salido cara a Barack Obama.

Esto se vio claramente ayer, durante el último debate de campaña. El senador por Illinois aguantó con la compostura del cirujano en el quirófano la a ratos nerviosa ofensiva de su colega por Arizona. Se comportó como una pared contra la que John McCain jugara pelota vasca. Como contrapartida y atenuante, la frescura de la Palin nunca ha sido más necesaria. Una frescura que parece haber pasado a mejor vida.

Porque era la Palin la llamada a cortar el ascendiente mediático de Obama con el cuchillo muy afilado de su particular ascendiente mediático. Bastaba con seguir proyectando la imagen resuelta, hasta cierto punto electrizante, que consiguió elaborar en la Convención Republicana. Sin embargo, no quedaba más remedio que elaborar algo más que proyecciones –conceder entrevistas, por ejemplo-, y la telaraña tenía demasiados agujeros. Y, según todo parece indicar, McCain no puede derribar la pared a golpe de martillo. Necesita una mandarria.

La culpa la tienen sus asesores, ciertamente, pero ojo: Todo está por decidirse. Aunque no haya más sorpresas por el estilo del “Efecto Palin”, puede haberlas de otra naturaleza. Algunos republicanos apuestan, por ejemplo, por el llamado “Efecto Bradley” –efectos por aquí, efectos por allá-, según el cual muchos electores blancos, a solas en su casilla de votación y a pesar de haber declarado su preferencia por el demócrata, no se decidirán a elegir a un candidato de raza negra en el último minuto.

De cualquier manera, Obama no es el típico candidato negro que está acostumbrado a sopesar el electorado estadounidense.

El debate

Puede decirse que el debate de anoche giró alrededor de dos tópicos: Joe el plomero, una metáfora social residente en Ohio que utilizó primero John McCain y ratificó luego Barack Obama, y la economía, a la que recurrió una y otra vez el candidato demócrata para apuntalar su impasibilidad.

McCain ofreció 300 mil millones de dólares para salvar las hipotecas de los propietarios de casas endeudados. Dijo que no toleraría un aumento de hasta el 50% en impuestos para las pequeñas empresas. Insistió en que la prosperidad debían propagarla los ciudadanos, no el gobierno. Y recordó que la intervención gubernamental en la economía ha aumentado un 40% en los últimos ocho años.

“No soy Bush”, recordó a su rival. “Si usted quería ir contra Bush, debió haberse postulado cuatro años atrás”.

Obama, por su parte, ofreció compensaciones para las empresas que creen empleos. Dijo que el plan de McCain era un regalo para los bancos y que él daría a los propietarios la capacidad de renegociar sus hipotecas. “Los americanos inventamos la industria automotriz, y el hecho de que nos hayamos quedado a la zaga en ese apartado es algo que debemos atender”, observó, para a continuación asegurar que su administración, por medio de incentivos a las compañías que fabriquen autos consumidores de energía alternativa, facilitaría la creación de cinco millones de puestos de trabajo en esa industria.

“Mis relaciones peligrosas son con el ex presidente de la Reserva Federal y otros por el estilo”, arguyó en respuesta a los ataques del candidato republicano, quien volvió a relacionarlo con el terrorista Bill Ayers.

Según CNN, que realizó una encuesta instantánea en torno al debate, un 58% de los televidentes vieron ganar a Obama contra un 31% que opinó lo contrario. El sondeo de CBS News entre votantes indecisos indicó que el 53% se inclinó por el demócrata, frente a un 22% por el republicano. McCain necesitaba ganar por fuera de combate y, en cualquier caso, el fuera de combate no se produjo.

Sobre la lona quedan las dudas, acumulándose para el próximo 4 de noviembre.



Galería de próceres (V)

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La historia de Eribaldo Derby, cuya aportación fuera decisiva en la aprobación del Decreto 43, que en su momento desmitificó el uso de la corbata, es la historia de una lucha sin cuartel.

En 1967, tras plantear el asunto en el Consejo de los Consejos, el prócer de la desmitificación enarbolaría lo que numerosos delegados activos han considerado, a través de los años, un argumento irrebatible: si el origen de la corbata es militar, turco, cuesta tiempo y trabajo hacérsela y aprieta los cuellos de sus portadores, ¿cómo era posible que aún en la segunda mitad del siglo XX no se hubiera desmoronado por su propio peso la falsa leyenda de su clasicismo?

En cualquier caso, los orígenes de Cuba Inglesa están íntimamente relacionados con el nudo de la corbata. Más explícitamente: con el tiempo que un ciudadano de Cuba Inglesa invertía, a finales de la década del sesenta, en hacerse el nudo de la corbata. Tiempo perdido. Desazón de tener que hacerse, día tras día, semana tras semana, año tras año, el nudo de la corbata.

“Que la corbata, como el sombrero, como las medias rojas, como las aspirinas, no signifique necesariamente un símbolo de elegancia, buen gusto o buen vestir” (Decreto 43, de marzo de 1969).

Los orígenes de la corbata, insistía Derby, están íntimamente relacionados con lo reglamentario. Sostenía el prócer que fue a partir de un desfile del ejército turco en París que la corbata se popularizó en Francia, y posteriormente en todo el mundo. “¿Puede concebirse origen menos elegante para una prenda de uso tan consecutivo?”, insistía.

“Como una especie de reflejo de su origen militar, el uso de la corbata prácticamente se ha vuelto reglamentario en Occidente”, escribe Walter Facundo en Idamanda: la democratización del ego. “Y en Cuba Inglesa el buen gusto siempre va un paso por delante de lo reglamentario”.

Cortesía http://www.letrademolde.com/



Visiones imperiales: La crisis y el otro culpable

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Ventilar el origen de la crisis financiera, o crisis de las hipotecas, ha constituido, en las últimas semanas, una suerte de leitmotiv para buena parte de los medios de prensa en todo el mundo. La mayoría de los análisis dan por hecho que la actual situación es consecuencia de la desregularización del mercado, e inmediatamente cargan contra “la mano invisible” promovida por neoliberales y/o neocons (esto se bate y da por resultado un coctel antimercado de los más “nutritivo”).

Pero no todos los medios están de acuerdo, ni todos los analistas. Por suerte, en Estados Unidos las nuevas tecnologías ponen la información –incluso la deficitaria- al alcance de la mano. De manera que podemos discrepar y explorar explicaciones alternativas, conclusiones alternativas, teorías alternativas. Una de ellas, por cierto, señala al Estado como primer responsable de la debacle de las hipotecas. Como asegura Carlos Alberto Montaner, otro de los factores que desataron la actual crisis fue “la irresponsabilidad del gobierno, que no reguló debidamente estas transacciones, mientras, contradictoriamente, endurecía las regulaciones de contabilidad y evaluación de los activos (Mark to market), provocando la quiebra técnica de las empresas financieras”.

A continuación, Cuba Inglesa pone a consideración de los lectores tres miradas sobre el origen de la crisis, todas las cuales sientan a los funcionarios públicos –específicamente a los demócratas- en el banquillo de los acusados. Se trata de fragmentos de artículos ya publicados, que abreviamos por razones editoriales. En cualquier caso, parece que el mercado no tiene toda la culpa.

Lecciones del salvataje

un texto de Walter Williams

Con la Ley de Reinversión Comunitaria de 1977, endurecida durante la administración Clinton, el Congreso comenzó a intimidar a los bancos y demás instituciones financieras para que extendieran préstamos a los denominados deudores de riesgo. La zanahoria ofrecida era que estos préstamos de alto riesgo serían adquiridos por las empresas de titularidad pública Fannie Mae y Freddie Mac. Cualquiera con un poco de cerebro debía haber sabido que esto era una receta para el desastre, pero los congresistas se negaron a ver la realidad.

Hace cinco años, el congresista demócrata Barney Frank garantizaba la "solidez" de Fannie Mae y Freddie Mac, diciendo: "No veo ninguna posibilidad de pérdidas financieras sustanciales para las arcas públicas". En las sesiones del Congreso de 2004, donde la administración Bush solicitó mayor supervisión pare Freddie Mac y Fannie Mae, la congresista demócrata Maxine Waters decía que "ni Freddie Mac ni Fannie Mae están en crisis", añadiendo que "las agencias hipotecarias de finalidad pública han superado con creces sus objetivos inmobiliarios". El congresista demócrata Gregory Meeks señalaba que "no hay ningún problema en Fannie Mae y Freddie Mac". En estas audiencias Barney Frank añadía no ver "nada en las cuentas que plantee problemas de solidez o seguridad".

A principios de este año, el senador demócrata Christopher Dodd elogiaba a Fannie Mae y Freddie Mac por "lanzarse al rescate" para ayudar a la gente a obtener créditos hipotecarios, añadiendo que "tienen que hacer más" para ayudar a prestatarios de alto riesgo a obtener mejores préstamos.

La política de sacar de apuros

un texto de Thomas Sowell

Hace cinco años (el congresista demócrata) Barney Frank dio seguridades de la solidez de Fannie Mae y Freddie Mac, y dijo: "no veo posibilidad alguna de serias pérdidas financieras para la Tesorería". Aún más, dijo que el gobierno federal "probablemente ha hecho más poco que mucho para estimularlos a cumplir la meta de vivienda asequible".

Anteriormente, ese año, el senador Christopher Dodd alabó a Fannie Mae y Freddie Mac por "acudir al rescate" cuando otras instituciones financieras estaban reduciendo los préstamos para hipotecas. Dijo también que "necesitaban hacer más" para ayudar a conseguir mejores préstamos a los prestatarios que los obtenían por debajo del interés preferencial.

En otras palabras, el representante Frank y el senador Dodd querían que, a nombre de evitar la "discriminación", el gobierno empujara a las instituciones financieras a prestar dinero a gente que presentaba un grave riesgo de incumplimiento y que, en condiciones normales, no hubieran recibido esos préstamos.

La idea de que los políticos pueden evaluar riesgos mejor que los que han dedicado todas sus carreras a hacerlo, debió haber sido tan obviamente absurda que nadie debió tomarla en serio. Pero las palabras mágicas "vivienda asequible" y la mala palabra "discriminación" condujeron a los políticos a determinar hacia dónde debían ir los préstamos, con iniciativas tales como el Comuuity Reinvestment Act y otras varias coacciones y amenazas.

¿Quién causó el desastre?

un texto de Jeff Jacoby

Mientras la crisis hipotecaria que sacude Wall Street tiene su porcentaje de culpables en el sector privado (muchos de los cuales han venido descubriendo últimamente lo penosa que puede ser la disciplina del sector privado), ellos no fueron los que "nos metieron en este desastre". Eslóganes absurdos del congresista Barney Frank al margen, los agentes de crédito hipotecario no se despertaron un día por las buenas decidiendo abandonar los estándares tradicionales de crédito para realizar préstamos desaconsejables a deudores que no cumplían con los requisitos. Se aproximaría más a la verdad decir que despertaron para descubrir que el Gobierno les obligaba y que les exigía hacerlo.

La raíz de esta crisis se remonta a la administración Carter. Fue entonces cuando los funcionarios públicos, empujados por los activistas de extrema izquierda, empezaron a acusar a los agentes de préstamo hipotecario de racismo y de negarse a prestar dinero en barrios deprimidos porque a los negros se les estaban negando hipotecas con una frecuencia mayor que a los blancos de las zonas suburbanas.

La presión para prestar a las minorías (esto es, a deudores con historiales de crédito deficientes) se volvió insufrible. En 1977 el Congreso aprobaba la Ley de Reinversión Comunitaria, que dotaba de poder a los agentes reguladores para castigar a los bancos que "no cumplan las necesidades crediticias" de "vecindarios de renta baja, minoritarios o deprimidos." En 1995, bajo el Presidente Clinton, la ley se hizo aún más severa. Los agentes de crédito respondieron relajando sus estándares de garantía y realizando créditos cada vez menos respaldados. Las dos agencias hipotecarias públicas, Fannie Mae y Freddie Mac, estimularon estos préstamos arriesgados autorizando criterios aún más "flexibles" en virtud de los cuales se podían prestar hipotecas a los deudores más insolventes.

Todo esto se justificaba como medio de elevar el acceso a la propiedad de las casas entre las minorías y los pobres. Las políticas de discriminación positiva se impusieron frente a las prácticas empresariales prudentes. Un manual difundido por el Banco de la Reserva Federal de Boston aconsejaba a los prestamistas pasar por alto el sentido común financiero. "La ausencia de historial crediticio no debe ser visto como un factor negativo", instruían las directrices de la Reserva. Los solicitantes carentes de los ahorros suficientes para pagar la entrada y los costes deben poder depender en su lugar de "donaciones, préstamos o ayudas procedentes de parientes, organizaciones sin ánimo de lucro o agencias municipales". A los agentes de crédito se les indujo hasta a aceptar pagos de la seguridad social y prestaciones por desempleo como "fuentes de ingreso válidas" para cumplir los criterios de una hipoteca. No obedecer podía significar una demanda.

Mientras los precios de vivienda seguían subiendo –y con millones de prestatarios no cualificados sumándose a la demanda– el espejismo de que todo esto era una buena política pública se pudo defender. Pero no se necesitaba ser un genio financiero para reconocer que llegaría el día de lamentarse. "¿Qué significa que los bancos de Boston empiecen a realizar más préstamos a minorías?" preguntaba yo en esta columna en 1995. "Lo más probable es que con conocimiento de causa estén aprobando préstamos de riesgo para quitarse de encima a los federales y los activistas. . . Cuando la oleada de ejecuciones hipotecarias se extienda por el todo el país, ¿cuál de los banqueros, los políticos y los reguladores que hoy que se felicitan planea asumir la culpa?".

Barney Frank no. Y eso que su huella está presente por todo este fiasco. Una y otra vez Frank insistía en que Fannie Mae y Freddie Mac eran empresas sólidas. Hace cinco años, por ejemplo, cuando la administración Bush proponía una regulación mucho más estricta de las dos hipotecarias, Frank se mostraba inflexible en que "estas dos entidades, Fannie Mae y Freddie Mac, no se enfrentan a ninguna crisis financiera". Cuando la Casa Blanca advertía de "riesgo sistemático para nuestro sistema financiero" a menos que los gigantes hipotecarios fueran controlados, Frank denunciaba que la administración estaba más preocupada por la seguridad financiera que por la vivienda.

Ahora que la burbuja ha explotado y el "riesgo sistemático" es evidente para todo el mundo, Frank afirma veladamente: "El sector privado nos metió en este desastre". Bien, demos puntos al congresista por jeta. Wall Street y los agentes privados de crédito tienen mucho por lo que responder, pero fue Washington y la clase política los que descarrilaron este tren. Si Frank busca un culpable a quien echarle la culpa, podrá encontrar un sospechoso muy probable en el espejo más cercano.



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Autor: Armando Añel

Armando Añel

Escritor, periodista y editor. Reside en Miami, Florida.
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