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Al calor de las imágenes y frente al mar

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Prolongación ancestral (Letra de Molde Ediciones, Miami, 2009), el primer poemario publicado del escritor Tony Cuartas, conforma un extenso y único poema cuyos torbellinos y deslizamientos siempre retornan al punto de partida, arremolinándose en sucesivas evocaciones. En este libro la poesía emula la fotografía, la pintura, la vertiginosa mutación del calidoscopio, y todos salimos ganando. Aquí la palabra testimonia un tiempo detenido, cíclico, en el que no caben más sorpresas que las de los sentidos.

Una proliferación de imágenes de índole vallejiana, lezamiana, surrealista, atraviesa la poesía de Tony Cuartas. Pura fecundidad revolviéndose en sus intersticios y profanaciones, anegada en la densidad de un lenguaje subversivo. Son las palabras rompiendo sobre el malecón de una ciudad irreal, versos que caen de canto, como monedas múltiples e indefinidas, susurros, reposos que fluyen a través de la expresión cifrada. Una proliferación de significados, “pues el silencio reposa en otro silencio, mucho más lejano y ausente”, como nos recuerda el autor. De esta manera, la poesía sucede “cuando el espejo es capaz de devolverte/la imagen y la forma regresa a la sombra/donde la luz va despejando las apariciones”.

Qué es la poesía sino un acertijo que en este libro da de sí todo lo que puede dar, esto es, se revuelve de un misterio en otro misterio, y así sucesivamente. “La noche va desapareciendo/y junto a ella las aves migratorias que invaden la ciudad/y se envuelven en su caracol”, anuncia Cuartas, y es aquí precisamente donde hay que detenerse, en el caracol metafórico, encendido, desde el que el texto expande su vitalidad:

el pescado ojeroso

desfila ante mi puerta, me mira y sigue nadando

escaleras abajo

En la poesía de Tony Cuartas la palabra, la imagen, son las grandes protagonistas, más allá de la reflexión, del sujeto discursivo o de esa clase de mensajes pedagógicos que tanto daño hacen a la literatura. Por eso sólo cabe sentarse a disfrutar de este festín de poesía, de realidad -de este festín de la profanación como arte-, porque en el punto de ebullición de su discurso, aparentemente irreal, Cuartas nos regala el universo compartido de su (nuestra) realidad poética. Al calor de las imágenes y frente al mar:

El agua comienza a despertar en el punto del hechizo,

mientras el aliento del buey es un cuerpo distinto,

con esa dignidad de la refracción del sol sobre el agua

donde gobiernan las conchas y la arena.

Presentación

Lugar: Agartha Secret City Book Store. 133 Giralda Avenue, Coral Gables, FL 33134

Tel: (305) 441-1618

Fecha: Domingo 20 de septiembre de 2009

Hora: 7:00 pm

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Una entrevista con Joaquín Gálvez

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Joaquín Gálvez (La Habana, 1965) es uno de los poetas más representativos del exilio cubano. Con tres poemarios publicados y dueño de una sensibilidad que, sin embargo, excede el radio de acción exiliar, sus textos han aparecido en numerosas compilaciones, mientras su poética recrea la fascinación, pero también la amargura, del escritor ante una realidad implacable, a ratos absurda e, incluso, grotesca. Para decirlo en palabras de Reinaldo García Ramos, “Gálvez sabe que es un elegido, porque tiene el don de la palabra y la imaginación, pero sabe también que es un paria, simplemente un artista que lucha por sobrevivir y hacer su obra en condiciones adversas”.

En el último año has vivido un tanto retirado de los medios y actividades culturales de Miami, incluso hubo quien aseguró que habías decidido abandonar la literatura. Sin embargo, percibo una especie de renacimiento este verano… ¿el calor te ha sacado de la torre?

Las crisis existenciales nos pueden conducir por dos caminos: el del suicidio o, por lo menos, el de la muerte en vida- y el de la reafirmación o consolidación de un credo, aunque éste sea no creer en nada. A la manera del Eclesiastés, te diré que hay en la vida un tiempo de esparcimiento y otro de recogimiento. Y este último año ha sido mi tiempo de recogimiento; tiempo en el que puse en tela de juicio la razón de ser del poeta en un mundo utilitario y tecnificado. Es cierto, contemplé la posibilidad de abandonar la literatura, pero fue la poesía la que se encargó de tomar esta decisión por mí, precisamente porque ella es ese calor, o ese rayo que no cesa -como diría Miguel Hernández-, aun cuando tiende a apagarse de vez en cuando. Entonces llegué a la conclusión de que, a pesar de las ingratitudes y calamidades que acarrea el oficio de poeta, la vocación y el disfrute de escribir tienen el efecto de un bálsamo que ayuda a aliviar las crisis existenciales. Digo, si es que todavía no te has suicidado.

Afirmaba hace poco un amigo, poeta como tú, que el choteo es una forma de violencia… “Nos ha llevado a este marasmo de cincuenta años, sin contar los de antes de 1959, y parece que algo perverso mina a la nación”, me decía. ¿Qué opinión te merece el choteo como rasgo cultural cubano? ¿Qué es eso perverso que podría haber minado a la nación?

El choteo ha sido gracia y desgracia en la historia cubana. En su Indagación del choteo, Mañach nos habla de la peligrosidad del choteo en su forma más perversa, cuando deja de ser una manifestación esporádica de nuestro humor criollo para convertirse en un patrón perenne de actitud ante la vida, transgrediendo las normas más elementales de conducta, disciplina y respeto. Es decir, este choteo pernicioso, impregnado de inmadurez cívica, no repara en invadir el territorio ajeno en el plano humano, y es así que deviene en violento, pues el choteador se regodea con la humillación que ocasiona a otras personas.

En mi opinión, la revolución cubana y el castrismo ejemplifican este tipo de choteo violento. Castro exacerbó los rasgos morbosos del choteo en la población cubana para usarlos a favor de su afán caudillista. La estructura del régimen totalitario castrista lleva consigo ese talante de choteo violento, el cual se fue imponiendo a medida que los valores cívicos de la era republicana fueron considerados rezagos del pasado y sustituidos por patrones de conducta de la sociedad periférica. Y este patrón se expandió a todos los niveles de la sociedad cubana, incluyendo al de los egresados universitarios. Los mítines relámpagos, las delaciones de los cederistas, las palizas de las Brigadas de Respuesta Rápida, la vigilancia del seguroso cultural, los aullidos de Vigilia Mambisa, en Miami, destruyendo los discos de Juanes, son paradigmas de este choteo violento, que le confiere a sus participantes el goce de una comparsa carnavalesca.

Lo absurdo y surrealista de la vida cubana actual, que sólo puede ser concebido en una obra teatral de Ionesco o en una película de Buñuel, es el choteo llevado a su máxima expresión patológica. Por eso no podemos confundir el desparpajo, ese choteo sistemático del que nos habla Mañach, con el humor. Un gracejo criollo, o para decirlo de una manera cubana, un choteo ponderado, sobre la base de una madurez cívica, nos haría un pueblo más feliz y menos desgraciado. No cabe duda de que nuestra tragedia nacional es también producto de los rasgos nocivos del choteo. Esto constituirá un reto para las futuras élites cubanas, que tendrán que ahondar en las causas de nuestras frustraciones políticas, entre las que se encuentra este déficit cultural, si es que desean extirpar el mal de raíz.

Se ha hablado de un cierto desprecio de las elites cubanas, empresariales y políticas, por la cultura... ¿crees que esto es particularmente visible en Miami, donde no hay un Ministerio de Cultura, ni por supuesto un Estado, que arropen al creador, sobre todo al intelectual?

En Cuba, por desgracia, primó en tiempos de la República una clase burguesa ajena a la cultura. Esta fue una de las armas de las que se valió el régimen castrista para obtener el espaldarazo de los escritores e intelectuales, sin que estos sospecharan que tras el supuesto subsidio estatal se establecería el pacto Mefistófeles-Fausto: “Dentro de la Revolución todo, fuera de la Revolución nada”. Sin duda, no existía en Cuba una valoración sólida hacia la alta cultura por parte de las élites empresariales, a diferencia de otros países, inclusive latinoamericanos, como Argentina y México. Con este antecedente, y con todas las dificultades que implica vivir en una nación foránea, el creador e intelectual cubano exiliado en Miami no tiene otra alternativa que valerse de sus propios recursos y labrar su camino con lo que esté a su alcance. Esto, por supuesto, es mejor que depender de un Ministerio de Cultura al que, a cambio de sus prebendas, el artista tenga que supeditar su labor creativa. Aunque, claro está, lo ideal sería contar con el apoyo de esas élites empresariales para gestionar financieramente ciertos proyectos.

Los judíos pudientes de Nueva York son un ejemplo de esa élite empresarial que valora y apoya la cultura, algo que todavía no es visible en nuestro ámbito. De cualquier manera, nos salva el empeño de nuestras propias empresas que, aunque modestas, nos han servido para dar a conocer nuestras obras. En esto hay que destacar la labor desempeñada por pequeñas editoriales, revistas electrónicas y blogs, los cuales han servido de espacio alternativo a escritores e intelectuales.

Por estos días se intenta confeccionar una antología realmente representativa, abarcadora, de la poesía exiliada. Hay quienes piensan que en este medio siglo de dictadura los poetas que se han dado a conocer en el exilio, que han publicado por primera vez fuera de Cuba, han quedado en desventaja, o no han sido suficientemente reconocidos, en relación a quienes se labraron una carrera, o publicaron algunos de sus libros, en la Isla. ¿Qué piensas al respecto?

Retomando lo que te planteaba anteriormente, te diré que el exilio nos sitúa en desventaja en muchos aspectos. Ejercer el oficio de escritor quizás conlleva una desventaja extrema, máxime cuando nuestra prioridad en suelo extranjero es asegurar los medios de supervivencia; en otras palabras, el pan nuestro de cada día. Lo que sucede es que nuestra dicotomía política también repercute en el terreno literario, así como en todo el espectro cultural, a pesar de que se han establecido puentes para acortar distancias de una orilla a la otra.

Los escritores y poetas que han hecho la mayor parte de su obra en Cuba, han contado con un apoyo editorial estatal que les ha permitido publicar sus textos en libros y revistas y, por consiguiente, han logrado aglutinarse dentro de un gremio en el que se establecen alianzas entre escritores, críticos y periodistas. Puesto que han contado con la logística de la oficialidad cultural cubana, han podido dar a conocer sus obras con mayor facilidad y, de esta forma, recibir la publicidad y el reconocimiento de una labor crítica programática y sistemática. Cuando leo en el trabajo de algún ensayista mencionar a un poeta que fue pletóricamente publicado en la isla, “tal poeta es una de la voces más representativas de la generación del 70, o de los 80, o del 90”, me pregunto: y a tal poeta cubano, que ha publicado una obra de valía en el exilio, ¿por qué este estudioso no lo nombra? ¿Será acaso que lo considera un degenerado literario por no ser miembro de su pléyade o, para darle el beneficio de la duda, es que desconoce su existencia literaria? ¿O es que tiene una imagen tan prejuiciada del exilio cubano que ni los poetas se salvan?

Con esto no quiero decir que en el exilio se haya ignorado completamente a los poetas, pues, de hecho, con las limitaciones inherentes al medio, han existido periodistas y ensayistas que se han preocupado por destacar su labor. Pero, desgraciadamente, la balanza se ha inclinado más a favor de la maquinaria cultural cubana (y ya sabemos cuáles son los fines de su engranaje). No obstante, esto ha ido cambiando con la llegada al exilio de escritores y poetas de las últimas promociones de la Isla, quienes han tenido la oportunidad de aproximarse a la obra de los poetas de esta orilla. Por eso cualquier proyecto que se haga, en aras de unificar el territorio literario cubano, resultará siempre beneficioso. Por ejemplo, me parece que el hecho de que, al menos, exista un índice de poetas cubanos en el exilio constituye un valioso referente para que en futuras investigaciones sobre poesía cubana no se caiga en la irresponsabilidad de la exclusión inmerecida.

La poesía no vende. Esto es casi un axioma. Y varios artículos tuyos han estado apareciendo en las últimas semanas en la prensa. ¿Has pensado en pasarte a las filas de la prosa cubana?

La poesía no vende, ni vendió -salvo raras excepciones-, ni venderá. Los que ejercemos este oficio del silencio lo hacemos por puro amor al arte, por esa imperiosa necesidad de expresarnos, a sabiendas que la retribución es más bien espiritual. A lo más que podemos aspirar es a publicar nuestros textos y, si acaso, por añadidura, a cierto reconocimiento, si es que la obra lo amerita. También quiero subrayar que una de las razones que agudiza esa percepción de que la poesía no vende es la comercialización de la literatura. Existe hoy, más que nunca, un mercado editorial literario que, en el mayor de los casos, no es sinónimo de calidad literaria, pero sí de apetecible manjar para el lector de masas.

Respecto a los artículos que he publicado, son una forma diferente de expresarme. Aunque me considero antes que nada un poeta, sí he tenido siempre la necesidad de emitir ideas y opiniones por medio de un artículo periodístico, una crítica o un ensayo. En fin, no me he pasado al bando de la prosa, sólo la cultivo como género complementario. Y si un día tengo la necesidad de escribir cuentos y novelas, lo haré, sin que esto signifique que haya abandonado la poesía por el hecho de que no sea rentable. Suscribo estos versos de Borges, que para mí simbolizan uno de los más lúcidos homenajes que se le han rendido a la poesía: “Ver en la muerte el sueño, en el ocaso un triste oro, tal es la poesía que es inmortal y pobre. La poesía vuelve como la aurora y el ocaso”.



Tiempo recobrado

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Tiempo vencido podría titularse Evocaciones, o El tiempo recobrado. Un libro recorrido por la urgencia de los recuerdos, que conducen la narración apenas sin tropiezos, aceleradamente. Con él su autor, Luis de la Paz, vuelve a regalar a sus lectores una obra cimentada en el rigor, la evocación minuciosa y una cadencia estilística precisa, que le aseguran un lugar entre los narradores más importantes del exilio cubano.

Quince cuentos concisos, parafraseando el título de Juan Cueto Roig, conforman Tiempo vencido (Editorial Silueta, Miami, 2009). Un libro veloz que merece ser leído sin prisas. Sobresalen relatos como La pared frente al flamboyán y Después del noticiero –una pieza de antología-, en los que la precisión de una narrativa agobiada, cruda, a ratos implacable, consigue meter al lector en la atmósfera opresiva que recrea, obligándolo a participar de la historia. Otra cosa es La otra cara de la luna, un divertimento impredecible y perfectamente diseñado, como también lo es A la carta, de los cuentos más breves del libro.

Tiempo vencido constituye otro acierto de la editorial Silueta, que dirige en la capital del exilio el escritor Rodolfo Martínez Sotomayor y que cuenta entre sus títulos Veintiún cuentos concisos, de Juan Cueto Roig, y Barrio azul, de José Abreu Felippe, en prosa, y Trilogía del paria, de Joaquín Gálvez, y Como casi nadie sabe, de Carlos Barrunto, en poesía. El próximo 30 de septiembre tendrá lugar el lanzamiento, que nadie debe perderse.

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Jama o muerte, venceremos

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Cortesía Behiquealto

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De la Paz: Salud para todos

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un artículo de Luis de la Paz

No deja de sorprender la reacción de muchas personas ante el plan de salud que propone el presidente Barack Obama. El proyecto sin duda alguna tiene muchos defectos, pero es una muy buena iniciativa. No se puede olvidar que hoy en día sólo existen para la clase trabajadora y los estudiantes costosísimos seguros privados, que en muchas ocasiones son inaccesibles por las altas primas, los elevados copagos y las cada vez más crecientes restricciones por parte de las aseguradoras para aprobar los tratamientos indicados por los galenos y los medicamentos recetados. Estas realidades no se pueden desconocer. Tampoco que, según datos reflejados en la prensa, más de 40 millones de personas carecen de seguro médico en los Estados Unidos.

El debate no es nuevo. Ya durante la administración de Harry Truman, en los años cuarenta, hubo fuertes discusiones cuando se propuso establecer un plan de seguro de salud a nivel nacional. Los críticos de entonces se oponían, como los de ahora, a la llamada “medicina socializada”. No fue hasta 1965, bajo el gobierno de Lyndon Johnson, que se legalizaron los programas de asistencia a la salud, medicare y medicaid, deficientes en muchos renglones, pero que le proporcionan asistencia a muchos.

En las reuniones públicas para discutir el asunto, se ven muchos rostros de personas mayores, algunas ya retiradas y otras próximas a la edad de jubilación. Sin embargo, son las más airadas, las que se manifiestan más intranquilas, argumentando que si se “socializa” la asistencia médica se va a afectar la calidad de la misma, además de estar llevando al país hacia el socialismo y el comunismo. Pero todos los países de Europa y los miembros del G8, que se supone agrupa a las naciones más desarrolladas y prósperas del planeta, disponen de programas de asistencia médica subvencionada por sus gobiernos, y ninguno ha caído en el socialismo o comunismo destructor de las libertades y la vida privada. Por otra parte, los favorecidos en la actualidad por el programa de medicaid y medicare en los Estados Unidos están siendo pagados por el gobierno sin que ello haya afectado sus libertades. Lo que se está pidiendo con el plan de Obama es llevar esos mismos beneficios, o parecidos, al resto de los habitantes de Estados Unidos.

Otros argumentan que el plan de salud rompería el trato médico-paciente. Eso es una burla. Esa relación no existe hace mucho tiempo. La correspondencia vigente es médico-aseguradora y paciente-aseguradora. Tanto el profesional como el enfermo están a merced de los burócratas de las compañías de seguros, que no miran la salud como un servicio, sino como un negocio. Hay que dejar a un lado esa equivocada idea y concentrarse en la medicina como un servicio, no como una industria.

De cualquier manera, el propósito presidencial enfrenta circunstancias difíciles. Si hoy en día una compañía de seguro rechaza a un paciente por tener “condiciones preexistentes”, se niega a pagar tratamientos u objeta cubrir una medicina porque es muy costosa, nada pasa. Pero con el gobierno eso no ocurrirá, porque no es políticamente correcto. Esta situación pudiera conducir a excesos de tratamiento, como ocurre con los pacientes bajo el programa de medicaid y medicare, que, según se ha denunciado, son sometidos a pruebas innecesarias, pagadas por el programa, lo que lo ha estado desangrando. Basta una mirada a la prensa, a los reportes de individuos y compañías encausadas por robos y fraude a los dos programas sociales. Por otra parte, el presidente propone que su plan sea obligatorio y plantea mensualidades individuales y familiares que muchos no podrán afrontar.

Una manera de encarar la situación es estableciendo el programa federal, pero dejando abiertas las puertas a aquellos que deseen continuar con seguros privados. Los costos se podrán mitigar estableciendo un impuesto federal para todos los trabajadores, y otro en las comunidades locales. Esos fondos sólo podrán disponerse para el programa y no se podrían recortar presupuestos ya existentes para la salud. Algo más a considerar sería establecer pagos fijos por servicios médicos y tratamientos, con vista a evitar una espiral de precios.

Los que saben, deben sacar cuentas y hacer sus cálculos. Los ciudadanos deberían sentirse satisfechos de estos pasos. A veces basta una visita al médico, una conversación con un especialista, para sentirse mejor, para derribar preocupaciones y temores.

El debate continuará. Es lo que hace grande a los Estados Unidos. Pero como ocurrió en 1945 con Truman, que fue completado por Johnson, parece que Obama concluirá lo que de manera persistente se comenzó a plantear durante la administración de Clinton. El reto es duro. Los intereses contra los que hay que luchar son muy poderosos. Esperemos que los resultados sean sabios, por el bien de todos.

 



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Autor: Armando Añel

Armando Añel

Escritor, periodista y editor. Reside en Miami, Florida.
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