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Yero: La confusión cultural de Eliades Acosta

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un artículo de Arnaldo Yero

Según la ponencia del señor Eliades Acosta en el seminario 50 Aniversario de la Revolución Cubana, la mejor garantía para evitar la reversibilidad de la revolución es la profundización de una cultura revolucionaria integral en cada cubano.

El ex director de la Biblioteca Nacional y uno de los principales ideólogos del régimen de La Habana asegura: “Hoy se sabe que la clave que hace que unas revoluciones humildes triunfen y otras en países con mayores recursos hayan desaparecido no estriba en producir más acero que Occidente, ni en tener más divisiones que la OTAN […] sino en la educación y la cultura de todo un pueblo en función de la propia práctica social revolucionaria, y viceversa”.

Si tomamos una acepción descriptiva lo más general posible para definir el término, la cultura, según el Diccionario de la RAE, es el “conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época o grupo social”. Es decir, en su concepción más amplia, la cultura no se circunscribe a la ideología, sino que abarca todas las esferas de la actividad humana, es el resultado de la praxis y por ende está en constante evolución.

De acuerdo con el señor Acosta, sin embargo, la cultura revolucionaria, “especialmente cuando los revolucionarios han tomado el poder […] es la vía consciente y organizada para fomentar y masificar esas ideas que transforman de raíz una sociedad, y que son, por fuerza, inicialmente confusas, intuitivas y aisladas, circunscritas a un estrecho círculo de cuasi iluminados (los intelectuales revolucionarios). La tarea de la cultura revolucionaria es, en consecuencia, la de explicar, exponer de manera racional, fomentar y propiciar, deliberadamente, la producción y reproducción de esas ideas nuevas hasta que pasen a formar parte indisoluble del pueblo, guiando su actuación desde la conciencia, los principios y los valores, y no desde la imposición, la coerción o la censura”.

Evidentemente el señor Acosta, tal vez sin darse cuenta, describe en el párrafo anterior la imposición de una ideología política, producto de las ideas confusas de un grupo de “elegidos”, por medio del adoctrinamiento sistemático de las masas, independientemente de los resultados empíricos de dicha ideología.

El problema con el cuadro anterior descrito por Acosta es que las ideas, los principios y los valores prevalecen no porque sean dogmas revelados, inculcados a la fuerza mediante una maquinaria de propaganda estatal, generación tras generación, sino cuando demuestran su validez mediante la práctica cotidiana.

En ningún lugar de su ponencia al señor Acosta se le ocurre plantear que el problema más grave que tiene la llamada revolución tal vez no sea su reversibilidad por falta de una “cultura revolucionaria” adecuada, sino su obsolescencia a pesar del activismo ideológico del Estado. Que el problema no estriba en que alguien quiera darle marcha atrás a la historia y volver a la dictadura de Fulgencio Batista o a la de Gerardo Machado, sino en que la práctica de más setenta años en la antigua URSS y el bloque soviético, amén de los cincuenta años de socialismo en Cuba, han demostrado hasta la saciedad que el totalitarismo y la economía centralizada no satisfacen las necesidades materiales y espirituales del hombre, verdaderas causas por las que fracasó el socialismo real en Europa oriental, y por las que otras dos revoluciones devenidas sociedades totalitarias no mencionadas en su ponencia, la china y la vietnamita, optaron por las reformas de economía de mercado para avanzar en su desarrollo.

Confucio decía que había que darle “los nombres justos” a las cosas, porque todo lo que se derivara de sus nombres falsos estaba condenado al error. Tal vez de ahí provenga la confusión del señor Acosta a la hora de diagnosticar los peligros y las posibles soluciones a los problemas del régimen cubano.

Hoy en día, nadie que tenga dos dedos de frente en la oposición o que dentro del propio régimen aspire a cambios reales que saquen a Cuba del estancamiento actual, aspira a revertir una revolución que dejó de existir hace décadas, sino a superar una dictadura de cincuenta años que sigue atrincherada en la guerra fría de los años sesenta, defendiendo el dogma marxista-leninista de los años veinte y profesándose continuadora de un ethos revolucionario que ha lastrado al país desde el siglo XIX.

La revolución de que el señor Acosta habla sencillamente no existe, terminó cuando el régimen de Fidel Castro acabó de desmantelar las instituciones de la república e institucionalizó el totalitarismo. De ahí en adelante lo que continuó funcionando en Cuba fue la dictadura militar de los hermanos Castro, que envuelta en su demagógica retórica revolucionaria, apropiada de todos los símbolos patrios y en poder de todos los medios de comunicación y propaganda, se dedicó a controlar minuciosamente todas las esferas de la vida de la nación para garantizar su perpetuación en el poder.

En una atmósfera de represión tal, donde el individuo no puede pensar ni actuar libremente por temor a las repercusiones políticas, no puede existir una cultura genuinamente independiente y mucho menos una cultura revolucionaria en el sentido del libre juego y gestación de las ideas.

El régimen militar cubano es una gerontocracia dogmática e ineficiente aferrada al poder, incapaz de resolver problemas tan elementales como acabar con el marabú que cubre los campos de Cuba o viabilizar la ayuda humanitaria que se le ofrece para mitigar el sufrimiento de los damnificados de un ciclón. Mientras el señor Acosta no se atreva a definir dicho régimen como lo que es, seguirá equivocándose en la búsqueda de su remedio.



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Autor: Armando Añel

Armando Añel

Escritor, periodista y editor. Reside en Miami, Florida.
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