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De Armas: Más de medio siglo de hombre nuevo en La Habana (I)

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Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo. Estén seguros que 2009 será un gran año, sobre todo para aquellos que se lo propongan. Los dejamos con este magnífico trabajo de Armando de Armas, que editamos en dos partes.

Más de medio siglo de hombre nuevo en La Habana (I)

un artículo de Armando de Armas

El hombre nuevo castrista está dañado a un punto tal que sería una rémora no ya para la democracia, sino para el castrismo mismo. O mejor, precisemos, ese ente sólo le serviría al castrismo por omisión: elemento neutro, pasivo, aunque no pacífico, que resultaría beneficioso para la permanencia de esta ya larga sobrevida de la dictadura en el sentido de, digamos, languidecer, morir tranquilamente en el poder sin resistencia, sin los riesgos reales de un levantamiento. Es más, qué hablo de levantamiento, esa sobrevida ocurriría hasta con cierta aquiescencia justificativa que, en casos extremos, llegaría a ser filosófica y contemplativa.

De ahí que el castrismo pida con tanta vehemencia que se le otorguen a la isla las 20.000 visas anuales de los acuerdos migratorios con Estados Unidos. Una manera fácil de deshacerse del hombre nuevo, ese que ni siquiera le serviría dentro de Cuba pero que, una vez fuera, adquiere inusitada utilidad, la de una mano de obra calificada y bien pagada en el extranjero para el envío de las puntuales remesas que de la nada le sostienen la decrépita economía. Negocio redondo, y que al año y un día regresa como si tal ( ¡aquí no ha pasado nada mi gente!) a celebrar inclusive el aniversario de los Comités de Defensa de la Revolución, desmintiendo de paso lo del exilio y la persecución política.

Por supuesto que no hablo de las excepciones de toda regla, esas que durante medio siglo han llenado las cárceles y las filas de la oposición de una u otra manera, sino de la población general desovada durante medio siglo de comunismo. Me permito unas anécdotas que alumbrarían el texto más que cualquier análisis.

Estábamos en 1993, la caldera del manicomio castrista a punto de estallar. En 1994 vendrían los acontecimientos del 5 de agosto en el Malecón de La Habana, con el subsiguiente éxodo de balseros, y en las principales ciudades de la isla se daba lo que se conocería como la intifada criolla: apedreamientos de edificios gubernamentales, vidrieras comerciales, casas de funcionarios, agentes y delatores del régimen, así como pintadas en las paredes con consignas antigubernamentales, incendios y explosión de pequeños petardos en diplotiendas y otros lugares emblemáticos de la injusticia socialista. Por esa fecha la dictadura hizo desembarcar por el puerto de Cienfuegos un cargamento de pertrechos, armas y equipos apropiados para la lucha antimotines. Una madrugada el convoy avanzaba a la altura de Prado y Colón, cuando ocurrió que el último vehículo fue atacado con cócteles molotov y los rumores, exagerados o no, hablaban de la explosión en llamas del vehículo y la muerte de cuatro represores en su interior.

Lo cierto es que al menos durante una semana la ciudad del sur fue ocupada por ostentosos elementos de Tropas Especiales que, cada tres o cuatro metros, se bamboleaban en las calles como simios artillados. Desde otro ángulo, a consecuencia de lo ocurrido, alguna gente no afectada por el síndrome del hombre nuevo respiraba, reía y se manifestaba con una euforia temeraria y triunfalista a duras penas contenida.

Por esos días me encontraba con mi novia de entonces y actual esposa Daymis, Mimi, Sánchez, esperando el ómnibus en una parada, y coincidimos con una muchacha que, desafiante, contaba en alta voz como los maricones de la guarnición de Ariza, a donde había ido a visitar a su hermano condenado por asesinato, la habían golpeado salvajemente (mostraba los ojos hinchados) y decomisado la poca comida que había logrado rapiñar para llevarle, porque a ella se le había ocurrido ir vestida con una camiseta de bandera y águila norteamericanas estampadas al frente. En clave rapera, nerviosísima, señalaba con ojos asombrados el símbolo imperial. Nos acercamos solidarios, la brasa a nuestra sardina. Mimi le ofreció un chiclet y le pidió que se calmara. Yo, tanteando terreno, le dije: no te preocupes, chica, ya estás vengada, mira lo que les hicieron en Prado y Colon, ellos también tienen miedo…también se mueren…

No había terminado y ya ella gritaba: ¡ qué se han creído estos dos, gusanos, hijos de puta, los guardias de Ariza serán unos maricones abusadores, pero eso no tiene nada que ver con la revolución, ni con Fidel, Fidel no lo sabe, y yo, pa´que sepan, me muero por esto! Con tan buena suerte que el ómnibus arribaba expeliendo una humareda negra y logramos escabullirnos, desaparecer entre la encrespada multitud que a patadas y codazos se abría brecha, se lanzaba al abordaje del rugiente y antediluviano monstruo sobre ruedas.

En Miami una vez el director de una importante entidad anticastrista me contactó para trabajar en un proyecto que me resultó interesante y muy viable. Consistía en reclutar cubanos que hubiesen trabajado en empresas extranjeras en la isla para establecer una demanda millonaria en contra de las mismas por complicidad con la dictadura en la explotación de mano de obra en régimen de esclavitud y violación de derechos humanos. Le contesté que conocía varios casos y que estaba seguro que, por patriotismo o posibilidad de convertirse en millonarios, accederían gustosos a participar en el proyecto. Estaba errado. No pude convencer ni a una sola de las diez personas que conocía habían trabajado, fundamentalmente en hoteles de turismo, para dichas empresas foráneas que pagaban al Estado cubano una cifra en dólares por el uso de la inerme mano de obra criolla mientras éste, a su vez, venía a pagarles a dichos obreros un ínfimo salario en pesos cubanos.

Todos y cada uno de los contactados argumentaron tener en la isla un primo, una tía, una novia, una abuela, una madre, un padre, un amante, un amigo, un conocido, un perro, algo o alguien a quien no querían perjudicar con su proceder y, además, decían, no querían saber nada de política, pues tan descarados eran los de allá como los de acá, es decir, los castristas como los anticastristas. Argumentaban que ellos no lo habían puesto, en referencia a Castro, y que lo tumbe quien lo puso, que lo de ellos era la familia, regresar a ver a la familia, lo de uno, man, ver lo de uno, no hay cielo como el cubano, man, tan azul, man, el malecón, man, el malecón, las palmas, man, novias que esperan, man.

Hace unos días un amigo me llamó asombradísimo porque, invitado al cumpleaños de alguien en Miami, a la hora de picar el cake, enorme y costoso, éste resultó ser nada más y nada menos que la nefasta configuración de la bandera del 26 de julio. Cuenta el amigo que al inquirir él de qué se trataba aquello la novia del homenajeado le dijo, en plan de quien está por encima del bien y del mal, que había sido una broma, pues el novio había nacido precisamente un 26 de julio y era tan anticastrista que a ella no se le había ocurrido otra cosa que, sanamente desde luego, fastidiarle un poco con la transmutación del objeto de su odio en objeto de su estómago. Una reminiscencia quizá de los arcaicos tiempos en que los guerreros devoraban a sus enemigos y los devotos a sus dioses en una suerte de comilonas rituales, algo de eso perviviría aún en el ingurgitamiento del vino y de la ostia durante el oficio de la misa cristiana.

Pero, no nos llamemos a engaño, ni los guerreros primordiales, ni mucho menos los devotos primordiales, pretendían eliminar al enemigo o al dios, según fuese el caso. Lo que verdaderamente pretendían era incorporar sus cualidades, a saber, lo valeroso, poderoso o numinoso que presuponían en el enemigo o en el dios. En definitiva, mediante eficaz y paradójica operación homeopática acercarse, parecerse, ser en alguna medida el dios o el enemigo. Cuenta mi informante que, dado el odio anticastrista que se le atribuía al cumpleañero, esperó, confiesa que un poco asustado, a que el mismo estallara en santa ira y reventara el cake, del tamaño del ataúd de un niño de 8 años, sobre la cabeza huera de su novia. Pero no, nada de ello sucedió. El homenajeado y la novia, los suegros por ambas orillas, y todos los allí presentes (mi amigo me jura por su madre que él no) rompieron en una estrepitosa carcajada y terminaron cantando a viva voz el himno del 26 de julio, en tanto ejecutaban una frenética danza en torno al adefesio rojinegro que Fidel Castro ha portado en sus hombreras por cerca de medio siglo.

Mientras esto escribo observo el siguiente diálogo en una cafetería de Miami:

Mujer # 1 entra con niño. Mujer # 2 en la caja pregunta: ¿Cómo la pasó el niño de vacaciones en Cuba? Mujer # 1: De maravillas, muchacha, de maravillas. Llorando en el aeropuerto de La Habana, no quería volver para Miami. Mujer # 2: Chica, digan lo que digan, pero allá los muchachos la pasan bien, son los que mejor la pasan, los sueltas para la calle y despreocúpate, todo el mundo te los cuida. Mujer # 3 acodada al mostrador: El mío estuvo 15 días y la pasó divino aunque, eso sí, extrañaba el aire acondicionado. Mujer # 4 en el fregadero: Lo único que se extraña allá de acá, la verdad, es el aire acondicionado, a mí sí que no me vengan con cuentos de camino.

Anécdotas todas que hablarían del síndrome de la indefensión adquirida, o más bien inducida, unido al síndrome de Estocolmo, fenómeno en alguna medida entendible en el caso de los que permanecen en la isla (la muchacha en la parada del ómnibus), pero que extrañamente se arrastra y pervive en el exilio. Un exilio donde no existen serios riesgos y se buscan bajo la manga coartadas familiares y de toda índole para justificar la no acción contra los intereses de la dictadura, ni siquiera ya por un asunto de principios patrióticos o cívicos, sino por un mero interés material, perfectamente plausible, desde el que con un mínimo de esfuerzo podrían inclusive terminar siendo millonarios (ex trabajadores de empresas extranjeras en Cuba). O donde, en el colmo de la bobería sensiblera, muchos experimentan una especie de nostalgia por la dictadura de la cual han escapado y que disfrazan de unos chistes y unos juegos y unos arrumacos que pretenderían ser contestatarios y terminarían siendo patéticos y sumisos (danzantes en torno al cake como bandera del 26 de julio), nostalgia que en algunos ni siquiera se disfraza y se presenta tal cual, sin afeites y sin complejos (mujeres de la cafetería en Miami).

De otra manera no se entendería que el Canal 22 de Miami tenga un exitoso espacio los sábados en la noche para pasar las mismas estúpidas películas que, producidas por el ICAIC, se ponían en los cines de la isla. O que en las fiestas de dicha ciudad, sobre todo en ambientes dizque artísticos e intelectuales, sea de buen gusto oír al cantautor y diputado castrista Silvio Rodríguez, fenómeno que un actor amigo ha bautizado como “Movimiento de los Hippies de Rodríguez” bajo el argumento sensiblero de que el arte nada tiene que ver con la política, como si ese arte no hubiese servido una y otra vez para lavar la cara ensangrentada del régimen.

Olvidan o ignoran que, parafraseando al novelista Milan Kundera, lo realmente malo del Gulag no sería el Gulag mismo, sino la cantidad de obras artísticas y literarias que se producen, con mayor o menor calidad, y cuyo último fin no es otro que el de edulcorar o ennoblecer la imagen del Gulag con vista a la opinión pública internacional, de manera que éste siga funcionando como eficaz máquina de moler carne. Es ese mundo de idiotas sonrientes, el somos felices aquí, que el comunismo gusta de exportar.

Los prófugos del fraude al Medicare, un reportaje de Jay Weaver aparecido el 5 de agosto de 2008 (por cierto, aniversario número catorce del levantamiento del Malecón en La Habana) en The Miami Herald, revela que existen 56 fugitivos de la justicia norteamericana acusados de facturar fraudulentamente al menos $272 millones al Medicare antes de desaparecer, y que en conjunto se llevaron por lo menos $142 millones en dinero de los contribuyentes. Pero lo interesante del asunto es que 33 de los 36 fugitivos cuyos nombres las autoridades han revelado, son nada menos que inmigrantes cubanos y, en su mayoría, arribaron a Estados Unidos en los últimos quince años, según documentos del FBI, Inmigración y los tribunales. Por otra parte, la mitad de ellos regresó inmediatamente a Cuba, afirma el FBI, que basa su información en archivos de viaje, aduana, pasaportes, bancos y computadoras.

Nos encontramos ante un acabado ejemplo de cabales hombres nuevos castristas. La interrogante que surge acá es, dada la facilidad con que regresaron a la isla sin pagar consecuencia alguna, ¿son ellos estafadores independientes o venían a Estados Unidos entrenados y mandados por los servicios secretos de la dictadura cubana con el objeto de estafar al Medicare y obtener divisas fuertes y fáciles?

Por supuesto, siempre hay quienes hacen honor a las ya mencionadas excepciones, y la prensa ha informado recientemente que los cubanos Alberto Justo Rodríguez Licea, Fernando Alonso Hernández y Luis Alberto Casanova Toledo, quienes habían establecido una demanda contra la compañía Curacao Drydock Company, con sede en la isla de Curazao, por tratos inhumanos y degradantes, lograron un histórico triunfo cuando el magistrado estadounidense James Lawrence King falló a favor de ellos y ordenó efectuar un juicio el 17 de noviembre de 2008 para determinar los daños sufridos. La decisión es la primera de su tipo en que un tribunal de Estados Unidos determina la responsabilidad de una compañía extranjera que negocia con Cuba para imponer trabajos forzados a naturales de dicho país, incurriendo en abusos a los derechos humanos y laborales en colaboración con el régimen comunista cubano, dijeron los abogados defensores.

La demanda contra el astillero Curacao Drydock Company fue presentada por las firmas de abogados Do Campo & Thornton y Grossman Roth, con el apoyo de las organizaciones de exiliados Cuba Study Group y el Grupo Internacional por la Responsabilidad Corporativa en Cuba. El informe del juez manifiesta que el régimen de la isla traficaba enviando ciudadanos cubanos a trabajar para el astillero de reparaciones en Curazao, con el interés de contribuir a pagar las deudas de ese régimen con la empresa. El dictamen del juez fue calificado de victoria histórica para los trabajadores cubanos que continúan oprimidos en la isla.

La demanda fue presentada en un tribunal del sur del estado de Florida el 24 de agosto del 2006. Rodríguez Licea, Alonso Hernández y Casanova Toledo lograron escapar de Curazao a Colombia y recibieron allí un permiso humanitario para ser admitidos en Estados Unidos. Con motivo del dictamen del juez ellos declararon: Nos sentimos abrumados por la generosidad de tanta gente que ha trabajado intensamente para contribuir a que se haga justicia en contra de nuestros opresores.



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Autor: Armando Añel

Armando Añel

Escritor, periodista y editor. Reside en Miami, Florida.
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