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Raza y poder

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A continuación, un fragmento del ensayo El hijo de Bárbara, de Miguel Cabrera Peña, que en su momento publicara la revista de temas afrocubanos Islas. Cabrera Peña, enfocándose en la figura del político y periodista santiaguero Lino D’ou –representante por Oriente a principios del siglo pasado-, introduce en este segmento del ensayo una problemática no suficientemente abordada por la ensayística cubana. Y qué mejor ensayística que la cubana para abordarla.

Una vez más agradecemos la gentileza de Islas, particularmente de su editor, el profesor Juan Antonio Alvarado. Los interesados en adquirir el último número de la revista o comunicarse con su editor, pueden hacerlo a alvarado@afrocuban.us

El hijo de Bárbara

fragmento del ensayo homónimo de Miguel Cabrera Peña

Es sabiduría común que el poder siempre hizo suya la belleza física, transformando en fea la alteridad, otro medio de dominación. Es también una de las concreciones de la proyección del miedo al otro del que escribiera Edward Said. Tal miedo frecuentemente se suele parapetar tras la descripción aparentemente objetiva y científica del discurso. Ser construido como de la raza fea constituye una humillación y una oscura opresión psicológica. Contradictoriamente, la hegemonía –masculina desde luego–, buscará invariablemente limpiarse de obstáculos el camino hacia las mujeres de la raza supuestamente fea. Otro problema es que la fealdad como construcción histórica impide al subordinado el acceso a una gama considerable de puestos de trabajo.

Por muchos lustros, por ejemplo, mujeres negras no tuvieron acceso como vendedoras en las tiendas de La Habana. Hoy también escasean –negros y negras– en los medios televisivos, en el cine nacional, en sitios de presencia pública en el turismo y, desde luego, en los puestos donde los dividendos son mayores en esta actividad. Algunos expertos, sospechosamente cercanos al régimen de La Habana, sostienen que se ha avanzado, pero estoy convencido que no lo suficiente para que el logro se acerque siquiera a lo definitivo en un asunto que, como el prejuicio en general, ostenta un alto potencial regresivo. Fernando Ortiz, Alberto Arredondo, René Betancourt, Alejandro de la Fuente entraron en el prejuicio estético, pero tal vez falta la pesquisa, específicamente cubana, que trate de emular la profundidad del Frantz Fanon de Piel negra, máscaras blancas. En esta ambición, Masking Hispanic Racism: A Cuba Case Study, de Miguel de la Torre, marca un hito.

En clásico del periodismo nacional, Lino D’ou describe a uno de los jefes mambises más descollantes: Guillermón Moncada. “El general Moncada era un negro gigantesco, bello ejemplar de la raza etíopica, probable descendiente de la tierra de los fula, de quienes han dicho los viajeros –según la expresión de Golberry– que los cuerpos de los negros fulas, recuerdan los perfiles de la estatuaria griega”.

Apenas amerita análisis la resistencia que aquí se evidencia desde la raza estéticamente subalterna. La reminiscencia sobre la estatuaria griega no busca más que colocar la estética física del negro al nivel del máximo canon, y ello dicho por un intelectual también de Occidente. El pasaje del libro de Golberry respalda lo descrito con la autoridad de la institución. Sin duda que sabía D’ou lo que se traía entre manos.

La descripción significa un elogio a la belleza no ya de la negra, sino del negro, aún más denigrado en este aspecto. Téngase presente que el paradigma del negro como ente feo se construyó –también- para alejarlo de las mujeres blancas. No sobra apuntar que este modelo se forjó en la hegemonía y el poder, pero también en prácticamente todos los estratos sociales, incluso entre los negros, afectados psicológicamente en su identidad.

No por gusto Fanon, en el libro citado, inscribe un punto del discurso paralelo con la discriminación estética. Habla este discurso del pene que eclipsa a la persona en el negro, dueño de una sexualidad propia de la jungla. Tal pene se quería alejado de la vagina de la civilización. Otra vez el miedo, un miedo contradictoriamente voraz, como la conciencia epistemológica que critica Jean Paul Sartre.

Desde su eminencia política, José Martí fue quien más golpeó a la hegemonía en este sentido, pero no teorizando sobre el tema ni acarreándolo a los confines más modernos de Fanon, sino enseñando una belleza “otra”, haciéndola visible en sus cuadros, sus pinturas de palabras. No sé de documento literario cubano que esté aquí a la altura de sus Diarios. Es el mismo camino que anda Lino D’ou.



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El Reducto que los ingleses se negaron a canjear por la Florida

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Autor: Armando Añel

Armando Añel

Escritor, periodista y editor. Reside en Miami, Florida.
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