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Cambios, Economía

Como la Giraldilla, mirando al norte

La tecnocracia empresarial cubana —civil y militar— prepara su ingreso al mundo del gran negocio

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Los geógrafos han tomado nota de un problema mundial: el desarrollo espacial desigual. Es una característica histórica del capitalismo, pero acentuada en los últimos 30 años por la alta capacidad que muestran los flujos de capitales para privilegiar o excluir territorios y sociedades locales. De manera que la capacidad de una persona para llegar a tener una vida decorosa no solamente depende de su ubicación clasista, de género o étnica, sino también del lugar donde nace y desarrolla su vida.

Los geógrafos describen esto gráficamente como una secuencia de zonas brillantes y opacas. Y si así fuera, la isla de Cuba sería —por el momento— un gran espacio opaco salpicado de pequeños focos luminosos constituidos por algunas decenas de polos turísticos efectivos y algunas zonas mineras. Y en su porción norteña, una suerte de bombillo alargado de luz fría cuyos filamentos incandescentes están ubicados precisamente en La Habana.

Se trata de una franja costera de un valor paisajístico superior que comienza en Mariel y termina en Varadero. En ella se concentran los principales establecimientos industriales y de servicios, los centros de investigación más sofisticados, los recursos humanos más calificados, las mejores universidades, más de la mitad de todo el turismo que la Isla recibe y una riqueza ambiental inigualable. Y por supuesto que contiene a una ciudad que sigue siendo —a pesar de su deterioro— la urbe más elegante e históricamente densa del Caribe, y sin lugar a dudas una de las primeras en el continente.

La franja Mariel-Habana-Varadero tiene otra peculiaridad: es la zona más cercana al sur de los Estados Unidos, la región que controla crecientemente los vínculos económicos con América Latina y el Caribe. E intenta, aunque sus promotores lo nieguen, insertarse en esa dinámica cuando desaparezcan las restricciones contenidas en el enmarañado y contraproducente embargo/bloqueo.

Es evidente que la franja está experimentando procesos inversionistas muy acelerados que miran inevitablemente al norte. En una franja con cerca de 200 kilómetros de largo se contempla construir varios complejos hoteleros o inmobiliarios (Monte Barreto, Tarará, Jibacoa, Carboneras), unas 10 marinas y una cantidad similar de campos de golf. Por ejemplo, Jibacoa —desde el mítico Peñón del Fraile hasta Arroyo Bermejo— se transformará en un balneario con una marina y un campo de golf que envolverá a la Vía Blanca en ese punto, a cargo de un consorcio canadiense. Mientras que otro consorcio holandés está empeñado en devolver a Tarará su exclusividad residencial, muy distante de sus usos sociales previos, sea como escuela o como sanatorio.

La otra inversión emblemática es la habilitación del célebre puerto del Mariel como una instalación de aguas profundas, con un sistema de almacenes, una base de contenedores y un sistema vial propio, y que se anuncia como una obra de 800 millones de dólares, 300 de los cuales han sido proveídos por Brasil. De acuerdo con diferentes interpretaciones —que a falta de transparencia de los ejecutores siempre contienen una dosis significativa de especulación— este puerto se dirige a ser una base logística de la explotación petrolífera del Golfo de México cubano, así como un complemento del sistema portuario del sur de los Estados Unidos (afectado por regulaciones ambientales más estrictas). Algunos analistas han sugerido la probable puesta en marcha de una franja de maquilas de segunda y tercera generaciones desde Artemisa hasta Mariel, modalidad de explotación de fuerza de trabajo barata e instruida que, digo de paso, ya está contemplado en la estrategia económica que sugieren los Lineamientos para el VI Congreso del PCC.

El puerto del Mariel será uno de los destinos de las actividades sucias que quedan en el puerto de La Habana. Como hace cinco siglos, el puerto vuelve a “construir” la ciudad, pensado ahora como una base de cruceros que formaría parte de un triángulo que tiene a Tampa y a Miami en sus otros dos vértices. Y ello es incompatible con sus aún altos niveles de contaminación y con el tráfico de mercancías al nivel que hoy existe, como también con las actividades de la vetusta termoeléctrica —cuyas funciones serán trasladas a la segunda ciudad de la franja, Matanzas. Y más aún con la odorífera y emblemática refinería petrolera, que será reemplazada por la unidad de Cienfuegos.

Por supuesto, que todo esto implica nuevos retos para la propia ciudad de la Habana, como es, para poner un ejemplo, la profundización de su fragmentación tradicional entre una ciudad A y otra B. La primera es una franja dinámica —no más de dos kilómetros de la costa— que se inicia en la Habana Vieja y termina en Santa Fe, que concentra las actividades económicas más importantes, los comandos políticos y económicos del país, la población más educada y un paisaje formidable. La Habana de los museos, los hoteles, los restaurantes, los paseos monumentales de Forestier. Muy diferente de la otra Habana, de las industrias contaminantes y los repartos mediocres, por la que nadie pasea y que el turista no llega a conocer. Una Habana que sigue tragando las externalidades negativas de la parte A de la ciudad y del mismo desarrollo territorial desigual del país, al ser la puerta de entrada y de residencia de muchos migrantes de otras provincias que han empezado a construir poblados marginales. Los mismos poblados que la sociología oficial cubana distingue con el amistoso adjetivo de “insalubres”.

Otro reto, probablemente aún más significativo, es que la ciudad —en cuanto centro de provisión de servicios y mercancías de toda la franja en su nueva relación con el mercado capitalista mundial— está obligada a un acercamiento a contrincantes íntimos —en particular Miami— con posiciones dominantes en el escenario regional. Y en tales condiciones los acercamientos se traducirán en subordinaciones dentro de complejos urbanos transfronterizos. Un tema que merece una discusión por separado —por su importancia y densidad— pero que traigo ahora a colación solamente para advertir que cuando se habla de relaciones fronterizas de esta naturaleza, se habla por igual de oportunidades y de problemas. Y que la única buena política es la que maximiza las primeras y disminuye los segundos. Ignorar el dilema nunca es una buena opción.

Es así como la tecnocracia empresarial cubana —civil y militar— prepara su ingreso al mundo del gran negocio. Configurando una Cuba A al servicio de un orden económico que ya no está en el este del extinto CAME, ni en el sur de un ALBA en que nadie seriamente cree excepto cuando se trata de participar en los excedentes petroleros venezolanos. Como si la historia hubiera querido cobrar el precio de una transgresión no consentida. Como si los nuevos estrategas insulares en su vergonzante conversión burguesa quisieran reencarnar en la imagen de Doña Isabel de Bobadilla, nuestra Giraldilla. Y como ella, mirar ansiosamente al norte esperando el regreso de un amor fugitivo y desdeñoso.


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