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Visita de Benedicto XVI, Reacciones

La visita del Papa Benedicto XVI a Cuba

La multitudinaria participación sin compulsión en las actividades del Papa demuestra que las cosas están cambiando aceleradamente desde hace tiempo, afirma el autor de este artículo

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El papa Benedicto XVI visitó Cuba del 26 al 28 de marzo. Llegó por la ciudad de Santiago de Cuba, donde ese día en la tarde ofició una misa, y continuó con una visita a El Cobre desde donde el 27 se trasladó a La Habana para celebrar una misa en la Plaza de la Revolución. Estuvo acompañado por multitudes de personas, destacándose la participación de una inmensa cantidad de fervorosos jóvenes, lo cual es sorprendente, pues en su inmensa mayoría carecieron de formación religiosa mientras recibían la propaganda oficial para apartarlos de la fe.

Si algo comprueba la estancia del Santo Padre es que se ha producido en Cuba un cambio hacia la espiritualidad, promovido por la convicción subyacente de que los valores éticos y morales son indispensables en la vida de las personas y que las enseñanzas cristianas pueden ayudar en las difíciles condiciones existenciales que viven los cubanos desde hace años, mucho más en un momento cuando el proyecto iniciado en 1959 ha terminado en un profundo fracaso y llevado el país al desastre. Por supuesto al éxito de la visita también ha contribuido el quehacer de la Iglesia católica cubana, que, aunque carente de recursos y enfrentando las incomprensiones de muchos, con un trabajo discreto ha sido una institución que se ha distinguido por sus iniciativas a favor de la renovación de la sociedad cubana en un marco de reconciliación nacional, válido para creyentes y no creyentes. Entre estas puede citarse la apertura de espacios que, todavía pequeños, ayudan a que personas de distintos signos pueden intercambiar opiniones y buscar fórmulas de entendimiento imprescindibles para que la nación pueda emerger de la crisis en que yace.

En estos tres días, el papa pronunció homilías e hizo intervenciones abarcadoras a todos los problemas que atenazan a los cubanos. En todo momento, sin dejar al margen ningún tema importante, sus mensajes fueron aleccionadores y cargados de sabiduría, siempre con expresiones cuidadosas dirigidas a que los cubanos “…con las armas de la paz, el perdón y la comprensión, luchen para construir una sociedad abierta y renovada, una sociedad mejor, más digna del hombre, que refleje más la bondad de dios”, Plaza Antonio Maceo, Santiago de Cuba.

Desafortunadamente en esos días se produjo una conferencia de prensa del Vice presidente del Consejo de Ministros Marino Murillo, quien afirmó que “en Cuba no va a haber reforma política”, una aseveración que en cierta medida tiene razón, porque la reforma política ya está presente en la mente y en el corazón de los cubanos, hartos de que se les prohíba desempeñarse libremente.

La multitudinaria participación sin compulsión en las actividades del Papa demuestra que las cosas están cambiando aceleradamente desde hace tiempo y que los “muros” que el Gobierno fabrica para continuar el control absoluto sobre la sociedad están carcomidos, cayéndose a pedazos. Todo parece indicar que el Vicepresidente con tanto trabajo, no tiene tiempo para escuchar lo que dice el pueblo en las calles, lo que escriben y proclaman abiertamente los intelectuales residentes en el país o lo que cantan insignes creadores con confianza en el futuro: “todo cambiará, algún día cambiará…”, con la certeza de que el asfixiante clima nacional es insostenible. Un proceso imposible de paralizar por los burócratas y quienes pretenden seguir disfrutando de privilegios por vínculos políticos. Hasta en China, con sus milenios de despotismo y relevantes triunfos económicos actuales para mostrar, destacados dirigentes, como el Primer Ministro Wen Jiabao, han reconocido recientemente la necesidad de “avanzar tanto en nuestras reformas estructurales económicas como en las políticas, en particular en la reforma del sistema de gobierno”. La reforma política es una “tarea urgente” pues de otro modo “…los nuevos problemas que surgieron en la sociedad china no se resolverán básicamente y una tragedia histórica como la Revolución Cultural podría volver a ocurrir”.

Tampoco podrá detener los cambios la represión contra mujeres y activistas pacíficos e indefensos, por el solo hecho de denunciar la injusta situación nacional en materia de derechos cívicos, sociales y políticos. La única vía para atenuar el creciente malestar popular es la de profundizar los cambios económicos, políticos y sociales. La obstinación en mantener un modelo fracasado que “…ya no funciona ni para nosotros…”, como ha reconocido el ex presidente Fidel Castro, es una receta para continuar los sufrimientos del pueblo cubano, llevándolo a un estado de desesperación que puede conducir a una inestabilidad en la que todos resultaremos perdedores

Desafortunadas fueron también algunas palabras del presidente Raúl Castro, en el discurso de bienvenida del Papa, al repetir la manida inculpación a factores extranjeros por los enormes problemas existentes en Cuba. Es cierto que la política de embargo de Estados Unidos debe ser rechazada, como hizo el Santo Padre en su alocución de despedida, pero hubiera sido sabio que el Presidente reconociera como ha hecho en otras ocasiones, que el país está al borde del precipicio, fundamentalmente por el bloqueo interno.

En su despedida al Papa resultó positivo el reconocimiento del Presidente a la contribución patriótica de la emigración cubana, incluida la actual, en la historia de Cuba. No obstante, dio una visión demasiado parcializada sobre ella, al indicar que: “Hemos realizado prolongados esfuerzos hacia la normalización plena de las relaciones de Cuba con su emigración que siente amor por la Patria y con sus familias, y persistiremos en ellos por la voluntad común de nuestra nacional”. Esas palabras deberían ser más incluyentes y dejar atrás las discriminaciones de carácter político, así como ir acompañadas por pasos prácticos para que los emigrados dejen de ser tratados como extranjeros cuando viajan a Cuba. Al mismo tiempo debe dárseles el derecho a participar en la reconstrucción de nuestro hogar nacional con plenas garantías y total libertad.

La Iglesia católica está apoyando al pueblo de Cuba para que deje atrás los odios y pueda construir una sociedad sin exclusiones “con todos y para el bien de todos”. Como señaló Benedicto XVI en su despedida: “La hora presente reclama de forma apremiante que en la convivencia humana, nacional e internacional, se destierren posiciones inamovibles y los puntos de vista unilaterales que tienden a hacer más arduo el entendimiento e ineficaz el esfuerzo de colaboración. Las eventuales discrepancias y dificultades se han de solucionar buscando incansablemente lo que une a todos, con diálogo paciente y sincero, comprensión recíproca y una leal voluntad de escucha que acepte metas portadoras de nuevas esperanzas.”

La visita del Santo Padre a Cuba, por su impronta, fue mucho más allá de las expectativas. Con la de Juan hablo II en 1998 constituye un hecho de relevancia histórica y sus homilías y otras intervenciones resultan documentos de referencias para todos lo cubanos. Deberán estudiarse por creyentes y no creyentes, debido a las nobles recomendaciones que encierran, válidas para conducirnos hacia una sociedad mejor, con libertad, justicia social y democracia.


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