Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Alfabetización, Brigadistas, Alfabetizadores

Uno de los mayores fraudes de la historia de los Castro

Una crónica que muestra como la esperanza y el deseo de una niña, de enseñar a leer a otros, terminó en frustración

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Hace unos días recibí un email de un antiguo colega, que reproduzco aquí:

“I saw a marvelous documentary this week about the literacy campaign in Cuba, mostly a series of interviews with women who had participated. I had a good talk with the director Catherine Murphy, who lived in Cuba for ten years. I don't know whether it would interest you at this remove, but the contact address is info@maestrathefilm.org.”

El documental en cuestión se llama Maestra.

Mi contestación fue un breve resumen de lo que voy a narrar como testigo presencial. Por cierto, nunca recibí respuesta y el “documental” se sigue anunciando como la maravilla del mundo para mostrar a los educandos, y si no me creen, envíen un mensaje a la cuenta de arriba y recibirán una respuesta de que si los jóvenes no ven el susodicho habrán perdido una parte importantísima de la Historia del Mundo.

Le aclaré también que las “fuentes” del documental eran los funcionarios del Ministerio de Educación y alfabetizadoras que aún vivían en Cuba y no se atrevían a denunciar la canallada de Castro.

Al grano. Tenía yo diez años[i] cuando el llamado a la Campaña de Alfabetización, pienso que desde entonces viene mi vocación de educadora; decidí ir a alfabetizar, “por llanos y montañas…” como reza en himno de la “alfabetización”. La perreta que les tuve que armar a mis padres fue olímpica, pero los rendí por cansancio, aunque todos los domingos me iban a ver a la finca la Tosca[ii] en el municipio de Carlos Rojas, Matanzas.

Si no hubiera tenido un final tal cruel pienso que podría decir que fueron los mejores meses de mi vida. Después de ir a enseñar ¡a caballo!!!! porque vivía en casa del maestro rural y el aula quedaba algo lejos, ¡venía la aventura! Tras mis deberes era una mocosa más de subirme a las matas de guayaba y divertirme de lo lindo, a los diez años no importan las letrinas ni la falta de electricidad.

Cada día establecía más comunicación con mis educandos que me agradecían de una manera conmovedora lo que yo estaba haciendo por ellos, ¡y aprendían rápido! Sin contar los que por razones de trabajo se tenían que marchar apenas terminaba la clase, los demás me pedían que me quedara para revisarles las tareas. Yo me sentía en la gloria, los quería tanto como sé ellos me querían a mí.

Aquella gente sencilla y limpia veían en aquella niñita una salvadora; los cubanos siempre han tenido la fuerza interna de querer superarse.

Me llevaban tantos postres que de no haber sido por el metabolismo de los diez años y mis correrías bucólicas hubiera regresado a La Habana hecha una ballena.

Toda felicidad se acaba en el tenebroso reino de los Castros.

Un día aciago se me apareció en el aula, el “coordinador” de la zona, un burócrata ignorante y desagradable.

—Blanca, hemos recibido una carta del Comandante con la orientación de acabar ya la campaña. Escribe tú la carta al Comandante y que ellos la copien.[iii]

El mundo se me vino abajo; era aún muy inocente, pero tenía los mismos principios que tengo ahora y el mismo amor por enseñar.

—¡Eso es imposible, a mis alumnos les queda por lo menos un mes para que ya estén completamente alfabetizados; de aquí no me muevo!

También ya era la gallita que he sido siempre.

—¿Vas a desobedecer las órdenes de Fidel?

Me mostró una copia de la carta con las “orientaciones” del Comandante.

Me sentía traicionada y que estaba traicionando a aquellos que tanto había llegado a querer y a admirar.

Ante la derrota le imploré al maestro de la zona, una bella persona; él y su familia que me acogieron como una hija más, que no los dejara abandonados.

Partí para La Habana derrotada, con la fe en la verdad rota, perdida la inocencia de la infancia; la gente hacía trampas y cometía fraudes, como hacer copiar la carta que yo había redactado a quienes aún no eran capaces de hacerlo. Fue mi primera decepción sobre la Revolución.

Por suerte los cubanos tienen el drive de la superación y casi todos los que comenzaron a alfabetizarse siguieron asistiendo a clases nocturnas y resultó cierto que Cuba tiene un índice de analfabetismo bajísimo.



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