Y dios creó a la mujer… cubana
Reflexiones sobre la evolución y desarrollo de la mujer en Cuba durante las últimas cinco décadas
Hace muchos años, en Cuba escuché a una mujer de pueblo decir que el éxito y el fracaso de los gobernantes, quienes mejor lo miden son las mujeres, en particular las amas de casa. Le pregunté por qué ella afirmaba eso, y me respondió que a fin de cuentas, las mujeres son las que lidian con el día a día de la comida y la ropa de los miembros de la familia, las que están pendientes de satisfacer las necesidades de los hijos y cuidan a sus ancianos y enfermos, también son las que cubren la retaguardia y apoyan a sus parejas, y añadió “lo que necesitamos es igualdad con equidad”. Confieso que en aquel entonces no le hice caso, yo era muy joven y me parecía que declarar la igualdad de la mujer era suficiente para erradicar los prejuicios y costumbres que limitan el desarrollo de las féminas, porque igualdad es el principio que reconoce a todos los ciudadanos capacidad para los mismos derechos.
Pasó el tiempo y pasó un águila por el mar… y comprendí que aquella sencilla mujer había expresado de manera simple y breve, la esencia del problema de la discriminación por sexo. Es un hecho que el papel de la mujer en la reproducción de la especie humana nos hace diferentes, pero no inferiores; por tanto, la igualdad de la mujer solo se puede lograr en sociedades donde existe la voluntad y la disposición del ánimo que mueve a dar derechos iguales, reconociendo y respetando la diferencia. Soy mujer, cubana y habanera, y quisiera compartir algunas reflexiones sobre la evolución y desarrollo de la mujer en Cuba durante las últimas cinco décadas.
Es verdad de Perogrullo que a través de la historia, la mujer cubana ha jugado —y sigue jugando— un papel trascendente. Desde la instauración de la república en 1902, y durante la primera mitad del siglo XX, las cubanas tuvieron una participación activa y decisiva en el ámbito político y social. Los congresos feministas de 1923, 1925 y 1929, dan fe de ello, por solo citar algunos ejemplos. Sin embargo, desde enero de 1959 —yo diría hasta la fecha— se observa una deliberada y minuciosa intención de presentar la situación de la mujer en Cuba sin continuidad histórica.
Según el discurso oficial, antes de la revolución, la inmensa mayoría de la población femenina eran empleadas domésticas, campesinas iletradas y prostitutas. La redención de estos grupos de mujeres fue la justificación oficial para la creación de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC), el 23 de agosto de 1960. Esta organización subsumió y acaparó en exclusiva, cualquier intento de diversidad y posible participación de la mujer como agente de cambio social y político. La política estatal encontró la manera de entrar en la familia a través de su elemento catalizador más dinámico: la mujer, sobre todo, las amas de casa. Se aprovechó de la influencia emocional, útil y decisiva de la mujer para comunicar y consolidar los valores sociales a nivel familiar. La propaganda revolucionaria escogió, y ha mantenido por muchos años, a la mujer militarizada como la imagen de la federada destacada. A Celia Sánchez, la guerrillera por excelencia, se la fotografió con una flor, y a Alicia Alonso, la etérea Giselle, la vistieron de verde olivo para bailar “Avanzada”, coreografía inspirada, paradójicamente, en la foto de los US Marines en la batalla de Iwo-Jima. Quedó sentado, y si se les olvidaba, se lo recordaban con firmeza, que ninguna mujer cubana, federada-miliciana-cederista-destacada, podía preocuparse por las condiciones de la vida cotidiana. Ninguna debía preguntar por qué se gastó en acciones militares y se gasta para reprimir a la población, lo que se debe gastar en comida, vivienda e infraestructura social y técnica para mejorar las condiciones de vida de la población. Después de la caída del muro de Berlín, en un intento de compensar la pérdida del subsidio procedente de los países del ex campo socialista, la estatal FMC se convirtió, de un día para otro, en una Organización No Gubernamental (ONG), pero siempre intentando mantener su esencia de ser la única institución femenina cubana, aunque cada día con menos éxito. Pero, ¿qué pasó con aquellos grupos de mujeres a los que iba a redimir la susodicha FMC?
A las empleadas domésticas se las envió a trabajar en posiciones administrativas en los bancos o como taxistas y choferes de unos vehículos de transporte público que le llamaban “polaquitos” porque venían de Polonia. En ambos casos, con muy poco entrenamiento, por lo que el éxito de aquellas chicas, dependió de las características individuales de sus respectivas personalidades, más que del programa en el que participaron y que duró unos pocos meses. A las campesinas las desarraigaron de sus familias y zonas de residencia para estudiar corte y costura, concentrándolas en la ciudad de La Habana y llevándolas a vivir en las casas de los que estaban emigrando. El programa también fracasó, la mayoría de aquellas chicas nunca regresó a su lugar de origen, pero tampoco pudieron independizarse, por lo que tuvieron que ubicarse por ellas mismas como mejor pudieron. Con el tiempo algunas se convirtieron en ayudantes de confianza, para realizar las labores domésticas en las casas de los altos dirigentes del Gobierno y el partido. Ironías de la vida.
Las prostitutas fueron foco de atención desde principios de 1959. Una de las historias de vida trabajada por Oscar Lewis en 1969, y publicada en Cuatro Mujeres, relata la experiencia de una prostituta, Pilar, que participó en el programa de rehabilitación. Para esta historia de vida, también se entrevistó al proxeneta que la inició en la prostitución, a la hermana y a las hijas de Pilar, a una trabajadora social que participó en el programa y a mujeres y hombres ex militares, que participaron en alguna fase de dicho programa.
Todos los entrevistados coincidieron en que en el segundo semestre de 1959, policías y soldados en uniformes verde olivo, visitaron los prostíbulos, se reunieron con las mujeres y las llevaron a las unidades de policía correspondientes. Les hicieron una ficha con sus datos personales, les tomaron fotografías y las huellas digitales. Las enviaron a un chequeo médico obligatorio cada tres meses, si no se lo hacían, no podían ejercer el oficio e irían a prisión. Las vacunaron y les hicieron pruebas de detección de enfermedades de transmisión sexual. Se les explicó que no tenían que dar el dinero a los proxenetas. Las que vivían en los prostíbulos, pasaron a ser inquilinas y distribuyeron los gastos entre todas. Los proxenetas no estuvieron de acuerdo con aquellas medidas, y para evitar que influyeran sobre las mujeres, los empezaron a enviar a granjas-prisiones, al parecer, las primeras Unidades de Ayuda a la Producción (UMAP). La prostitución se empezó a perseguir a fines de 1960. La policía citaba a las mujeres previamente fichadas, para darles charlas revolucionarias y proponerles que participaran en el programa de rehabilitación en el que estudiarían un oficio bajo régimen de internado, las que tenían hijos los dejarían con un familiar y el Estado le pasaría un pensión mientras ellas estuvieran en el programa, después las ayudarían a encontrar trabajo y vivienda. Algunas mujeres aceptaron, otras no; a las que se negaron a participar en el programa, les dieron la opción de emigrar. A los proxenetas también les dieron la opción de emigrar. Algunos se quedaron y se integraron a la revolución. El proceso de integración social de las prostitutas rehabilitadas fue más difícil que el de los proxenetas: la sociedad aceptaba mejor a los hombres que habían vivido de las prostitutas, que a las mujeres que habían ejercido la prostitución. A medida que terminaban la escuela, las ubicaban en una fábrica situada en las inmediaciones de Rancho Boyeros y les daban en usufructo las viviendas cerca del aeropuerto de La Habana, que otrora habían sido de trabajadores de la aviación civil. En 1969, Pilar llevaba una vida común con sus hijas y era ultra conservadora e hipercrítica de las mujeres que mantenían relaciones sexuales a cambio de dinero. Ella explicaba que se había hecho prostituta debido a la situación económica de su familia, ella quería ayudar a su madre y a sus hermanas. Su proxeneta había sido el padre de su hija mayor, lo había conocido a la edad de 15 años en el mismo barrio donde vivía, él tenía cerca de 40 años. La madre de Pilar, le dijo que ese era el hombre que le convenía y dio su autorización para que se fuera a vivir con él en concubinato. Al mes, él la obligó a prostituirse. Pilar le daba dinero a él y a su madre. En enero de 1959, ella tenía 18 años y siguió ejerciendo la prostitución hasta los 20.
Por mucho tiempo, el discurso oficial enfatizó que la prostitución era el resultado de la extrema pobreza engendrada por el capitalismo; las mujeres se veían obligadas a vender su cuerpo para poder satisfacer las necesidades básicas de su familia, sobre todo de sus hijos. A finales de los años ochenta, se hizo evidente que en la nueva generación de jóvenes, nacidas después del triunfo de la revolución y formadas en el socialismo, había quienes estaban intercambiando sexo por dólares. Ya no se llamaban prostitutas, sino jineteras. El asunto se las traía y más de una voz se alzó exigiendo analizar las causas del problema. No se le podía echar la culpa a la Cuba pre-revolucionaria porque era obvio que esas jóvenes habían crecido bajo la influencia ideológica de la revolución. Cuando los argumentos se hicieron más fuertes e irrefutables, Castro espetó públicamente en un discurso, que las prostitutas cubanas eran las más sanas e instruidas del mundo. Esta declaración fue la autorización oficial para la promoción del turismo sexual en Cuba y, consecuentemente, la trata de mujeres cubanas. Pocos días después de esa ignominia a la mujer cubana, el representante de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC), tomó el estandarte y definió el jinetear como una forma patriótica de fortalecer la economía nacional, atrayendo divisas al país. A las jineteras se les “sugirió” que hicieran donaciones “periódicas” para demostrar su condición revolucionaria.
Actualmente, según diferentes publicaciones, la prostitución también la practican públicamente los hombres, sean heterosexuales u homosexuales. Todos los que ejercen la prostitución son jóvenes, la mayoría menores de 20 años, muchos son menores de 15, y los clientes extranjeros obtienen las visas para viajar a la Isla en los consulados cubanos de sus respectivos países. Al parecer, tampoco el programa de erradicación de la prostitución y rehabilitación de las prostitutas funcionó en la Cuba revolucionaria. Bajo el socialismo, el ejercicio de la prostitución resurgió con más fuerza con el amparo gubernamental que, además, propicia el tráfico de mujeres y la prostitución infantil, buscando el envío de remesas familiares.
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