¿Y esto era la revolución prometida?
El condicionamiento ideológico de una izquierda extrema latinoamericana, adicta al Gobierno cubano y ahora al de Venezuela, se mantiene aún muy fuerte en los medios académicos
Mi historia aquí no es nada que los cubanos que viven fuera o dentro de la Isla desconozcan. Parte de esta columna se publicó en Chile este año en un periódico. El 98% de los comentarios a mi artículo trató de derechista al autor, de vendido al imperio yanqui, aparte de desacreditarlo como escritor. Es que cuando se está en desacuerdo con la izquierda más dogmatica, el articulista es puesto automáticamente en la lista de la extrema derecha. Y no pocos usan el calificativo de fascista. Los que antes eran amigos ya dejaron de serlo, porque por vivir en EEUU somos parte del imperio. Contar mi experiencia en Chile por ejemplo, viajando a Cuba, aún no es creíble. El condicionamiento ideológico de una izquierda dura latinoamericana adicta al Gobierno cubano, y ahora a Venezuela, conserva aún muy fuerte un reflejo condicionado. Oír Cuba es para ellos, como si estuviéramos en 1959, el “territorio libre de América”. Y allí está el Partido Comunista chileno, y otros, la izquierda más dogmática, vivos ejemplos de ceguera ideológica.
Me ha pasado en mi propia universidad norteamericana. Un académico, socialista norteamericano, por yo opinar distinto sobre Cuba, consideró que yo era un panfletario y que estaba haciendo proselitismo por el solo hecho de enviar artículos míos publicados en medios latinoamericanos a colegas del programa de estudios latinoamericanos. Pero en cambio era “aceptable” cuando un colega norteamericano pidió que varios académicos de ese mismo programa nos solidarizáramos con académicos cubanos y les ofreciéramos gratis el acceso de nuestra biblioteca norteamericana, vía Internet, para sus investigaciones. Yo me opuse, el único de los diez académicos de ese programa de estudios latinoamericanos que lo hizo. Sabemos, comenté, que el acceso a Internet no es libre en Cuba. O lo es para académicos cubanos adictos ciegamente al régimen, autorizados por su universidad y el Gobierno a conectarse a la red. Comenté también sobre la disidencia en la Isla que también necesitaba esa ayuda, pero mi cometario cayó en un pozo de silencio. Ninguno de esos académicos dijo nada. Y nadie apoyó mi iniciativa.
¿Cuántos académicos norteamericanos conocimos en los 80 que organizaban paneles y manifestaciones apoyando las guerrillas centroamericanas, a la revolución sandinista, y la cubana? ¿O invitaban a activistas, dirigentes, músicos, etc.? En ese momento si un académico opinaba distinto, como decir que la ex URSS financiaba a Nicaragua, o que Cuba entrenaba a militantes del MIR chileno, era considerado un despistado políticamente, aparte de que lo calificaban de derecha, y de que apoyaba al imperialismo yanqui. Quiero decir que muchos de los socialistas norteamericanos están ahora en una crisis porque siguen funcionando como si estuviéramos en los 60, 70 y 80. O más bien tienen una incapacidad de desprenderse de una perspectiva marxista que ya no funciona en estos tiempos globales. Y lo que sigue es lo que aquel profesor consideró panfletario y proselitista sin dar más razones. Menos contradecirme con argumentos de por qué estaba en desacuerdo. Los demás académicos guardaron silencio sepulcral.
Hace siete años que no regresaba a Cuba cuando este febrero de 2010 estuve en Habana. En este nuevo viaje podría dar muchos ejemplos tomados de la realidad cotidiana de los cubanos para demostrar que allí no ha llegado la modernidad en ningún sentido. No se ve por ninguna parte o probabilidades de que aparezca en un futuro próximo. Es una isla cercada por murallas, como un pintor cubano la dibujó hace unos años. Ir a Cuba es viajar al pasado y salir de allí es regresar a otro mundo con el que sueñan en la Isla más de 12 millones de personas. La reciente autorización de más de cien oficios permitidos a ciudadanos cubanos (“los por cuenta propia”) para que ejerzan legalmente un negocio privado indica que desde 1959 el crecimiento de la economía de mercado ha sido inexistente en esa isla, aun inflando descaradamente el PIB, asunto que la CEPAL muchas veces ha criticado. Si en algún país del mundo cualquier presidente inflara el PIB, inmediatamente habría alguien que demostraría lo contrario. Es la democracia que permite revelar por qué se está en desacuerdo con el Gobierno. Procedimiento democrático que no existe en Cuba.
Pero el siguiente ejemplo habla por sí solo donde la modernidad allí no ha llegado aún. Y quién sabe cuándo llegará. Hace 9 años vi a un hombre cerca del Coppelia vendiendo líquido para los encendedores. El hombre tenía unos tubos y de allí con una pajita rustica ponía el líquido a los encendedores. Este febrero de 2010 estaba aquel mismo hombre vendiendo lo mismo. Hace dos años Raúl Castro autorizó que los cubanos pudieran tener celulares. “Autorizó” es la palabra clave en este caso donde el destino de 12 millones de cubanos depende de los ánimos de una sola persona o del Consejo de Estado. Esta vez vi a gente con celulares. A muchachitas jóvenes con celulares. A otros con teléfonos BlackBerry, que un mesero cubano me dijo era como un objeto de otro planeta. El jamás los había visto y no podía creer hasta donde había llegado la tecnología fuera de la Isla. Ellos jamás se habían enterado de que existía ese objeto maravilloso. Y para el mesero, que ganaba en pesos cubanos, era insólito. Era estar marginado para siempre de los beneficios de esa tecnología en la Isla.
Pero los celulares cuestan desde 60 dólares para arriba. Y entonces hay que comprar una tarjeta de 10 dólares para usar el teléfono (nada de eso se vende en pesos cubanos sino en pesos convertibles). O se compra la tarjeta única por ese precio o no se compra. O sea que el uso de la tecnología es otra vez un apartheid para una minoría que incluye a personas del Gobierno u otras instituciones, y a los que en Cuba pueden obtener los milagrosos pesos convertibles o reciben ayuda de fuera de la Isla que les envían sus familiares. El turista apenas se entera de la existencia de esta doble moneda. Piensan que todos en Cuba usan esos pesos convertibles.
Pero los turistas más avispados ya conocen la realidad cubana. Aunque, por lo general, sólo van a las bellas playas cubanas y son recibidos en un terminal especial en el aeropuerto donde los recogen rápidamente unos bellos buses modernos y los llevan directamente a los hoteles. Estos, que han aumentado mucho en la Isla, son enclaves turísticos donde se come y se bebe de lo mejor, de lo que no existe en la mesa del cubano normal. Aquél que gana 15 dólares (o 15 pesos convertibles o cuc) al mes, pero en pesos cubanos (360 pesos), ¿cómo puede ir a comer a un restaurante para turistas donde el buffet cuesta 15 cuc y que hay que pagar sólo en esa moneda? La ironía es que esta situación de apartheid en la Cuba actual es lo que la revolución quería destruir en 1959 al sacar al dictador Batista.
A Cuba viajan miles de turistas. Únicamente les interesa pasarlo bien y ser bien servidos. O viajan turistas revolucionarios invitados por el régimen que no ven nada raro allí porque la realidad puede verse de otra manera bajo una dogmática perspectiva ideológica. Pero esta vez noté que los cubanos, los millones que deben vivir encerrados en su isla, hablan abiertamente en la calle con cualquiera que no es de Cuba de lo mal que se vive en ese país. Porque en esa isla hay horrorosas condiciones de vida que no se pueden ocultar, excepto en los medios masivos del Gobierno, en su “Radio reloj”, en sus controlados canales de televisión, y en la izquierda dura fuera de Cuba que se niega a hablar de lo que realmente ocurre allí.
Conversé con un cubano que trabajaba en un bar frente al Malecón. Como si adivinara lo que vendría me dijo: “Raúl Castro tiene que dar más autorización para los porcuenta propia”. Ya él sabía por la “radio bemba” que habría despidos en Cuba. “Y muchos” me dijo, diciéndolo con gestos como si fueran miles y miles. Pero no sabía cómo iba a ser la autorización. Me lo imagino ahora mirando cabizbajo en el Malecón hacia un punto sin límite cuando supo que allí no se instalaría nunca una sociedad de mercado porque “nadie se hará rico con esta apertura y nadie deberá acumular riqueza”, en palabras de Raúl Castro. O lo peor, que se impondrían altos impuestos a lo que un “por cuentapropia” ganara. Se dice que será cerca del 40%.
El mismo amigo cubano me dijo esta frase que se me quedó en la cabeza mientras me hablaba “¿Y esto era la revolución prometida?” Me imagino en este momento su profunda frustración al saber cómo verdaderamente funcionará la “apertura económica” en la Isla.
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