Actualizado: 22/04/2024 20:20
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“Blue Cha Cha”, disco póstumo del guitarrista zafiro Manuel Galbán

Por suerte para todos los amantes de la música, este album que quedó inconcluso a la muerte del artista se ha hecho realidad

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La Habana, Cuba, años 60: el grupo Los Zafiros (cuatro vocalistas y una guitarra eléctrica) acapara la atención de la radio y la televisión. Eduardo Elio Hernández (El Chino), Miguel Cancio (Miguelito), Ignacio Elejalde y Leoncio Morúa (Kike) son los Platters antillanos. A base de un repertorio con piezas de bolero, conga, guaracha, bolero filin, bossa, aires de doo-wop y apuntes de R&B, los cantantes del barrio de Cayo Hueso fueron dueños cautivadores de los espacios de la canción cubana durante buena parte de los años 60 y 70. Quizás uno de sus mayores atractivos consistía en la emisión de falsete de Ignacio, quien sabía manejar con eficacia una vibración de agudos y graves con mudanzas de colores y timbres de seductoras inflexiones de tenorino. Todo el mundo quería cantar como él. Pero, la tesitura de El Chino también calaba: tenor ligero nasal con proporciones melismática de barítono transparente, agudo y sensual con interesante recitación para los boleros. El guitarrista que los acompañaba, Manuel Galbán (1931 - 2011), llamaba la atención por sus pulsaciones singulares: slide propio del country y blues en deslizamiento de las notas hacia arriba y hacia abajo con seductor picking y rítmico tremolo sonero.

Se corría el rumor de que el instrumentista, venido de Gibara, podía ser sustituido. “El día que Galbán deje de acompañar a Los Zafiros, entonces tendrán que buscarse dos o tres guitarristas”, le dijo el pianista Peruchín a Tata Güines (tumbador del piquete que acompañaba a los vocalistas de “He venido”) en el Bar Tres Esquinas —frente a Radio Progreso— una tarde de rones y cervezas a finales de los 60. En un solar de Cayo Hueso se tocaba Bembé, sonaba el guaguancó con arrojo: el Tata tenía prisa, iba a casa de un amigo a manosear el quinto. Ya casi en la puerta, despidiéndose, le gritó al ex tecladista de la Riverside: “Tienes razón, a veces en las grabaciones es del carajo seguirlo”. El cuarteto imponía su conga caminadora en la radio, y todo el mundo en la Isla cantaba “...sabes bien / que yo te quiero / sabes bien / que yo te adoro / sabes bien / que yo no puedo vivir sin ti…”

Dicen que el único que controlaba —más o menos— los excesos alcohólicos de Ignacio Elejalde era Manuel Galbán: mulato de facciones achinadas, manos grandes y 1,83 de estatura, se ganó el cariño de El Chino y Miguelito Cancio hasta convertirse en el director musical y arreglista de la agrupación vocal más famosa de toda la música cubana. “No era fácil trabajar con ellos; ensayar era un lío. Eran geniales, muchas veces hacían el montaje armónico de las voces una hora antes de la presentación. Yo me ponía bravo. Salían al escenario y cantaban a la perfección. Seducían al público…”, me confesó el guitarrista de Oriente, cuando vino a México en 2004 con la Orquesta de Ibrahim Ferrer.

Ejecutante de curiosa velocidad en las euritmias de las notas agudas (escuchen algunos pasajes de “Puchunguita ven”: Los Zafiros) con perspicaz utilización de los bajos (“Bossa Cubana”, “Cuando yo la conocí”: Los Zafiros; “Drume Negrita”, “Bolero sonámbulo”, “Secret Love”, con Ry Cooder). Mambo de ondulaciones cabalgante: pongan oídos a cualquier disco de Los Zafiros, Buena Vista Social Club o Afro Cuban All Stars, y advertirán la guitarra eléctrica en lúdicas pulsaciones corales. Tal parece que estamos escuchando un orfeón de cuerdas. “Lo invité a grabar Mambo sinuendo en 2002 porque desde que lo escuché, supe que tenía frente a mí a un guitarrista muy singular”, declaró Ry Cooder.

Guitarra con visos jazzísticos que nos hace recordar a Charlie Christian, Wes Montgomery, Kenny Burrell, Pat Martino o Senén Suarez. La noche que conversé con él, le di de regalo un CD de Bill Frisell, Lookout For Hope; el día que regresaba a La Habana me comentó: “El disco que me entregaste es maravilloso. Increíble ese guitarrista americano; acabaste conmigo, no me canso de escucharlo”. Claro que tenía que gustarle Frisell, a fin de cuentas las amalgamas del músico de Maryland se vieron reflejadas en sus trazos íntimos de montunero en líneas bluseras folk.

Guitarra zafira que supo acoplarse a los tumbos de la trova santiaguera con su amigo el tresero, Reinaldo Hierrezuelo. En el conjunto Batey congenió con los secretos de algunas consonancias de la polka canaria. A los 13 años integra la orquesta Villa Blanca. Colaborador de Ibrahim Ferrer, Omara Portuondo, Cachaito López, Compay Segundo, Eliades Ochoa, Guajiro Mirabal… Grammy en 2003 por Mambo sinuendo (Nonesuch, 2002).

“Fui el guitarrista de Los Zafiros, cada vez que toco lo hago como si los estuviera acompañando. Con Los Zafiros aprendí a vivir la substancia de la música. En el Olympia de Paris, la noche que actuamos, los Beatles estaban entre el público, me dijeron que a Lennon le gustaron los punteos de mi guitarra”, me dijo emocionado en la habitación de su hotel de la capital mexicana, la tarde de su regreso a La Habana en febrero de 2004.

En julio de 2011 un ataque sorpresivo al corazón lo dejó sin vida, se hablaba mucho de Blue Cha Cha, un fonograma que estaba grabando por esas fechas, el cual al parecer había quedado inconcluso. Por suerte para todos los amantes de la música, Blue Cha Cha (Montuno Producciones, Concord Picante, 2012) se ha hecho realidad: el guitarrista holguinero aparece en la carátula vestido de negro: brazos cruzados, mirando a cámara. Cantera, sol abrasante, auto clásico y guitarra eléctrica al fondo. Es Manuel Galbán con su Blue Cha Cha póstumo (nunca final): música extendida: Bossa Cubana, rumba de un ángel, otra vez, clamorosa, la guitarra de Los Zafiros.

Trabajo ambicioso grabado en 2010, el cual contiene un exigente repertorio: caminata por doce escolleras en las que desembarcan orlas de bolero, filin, chachachá, guajira y son untados de jazz, blues, bossa nova, samba, flamenco y sonoridad de Malí.

“Esto era un sueño de mi padre. Él quiso mostrar sus gustos y también su cultura musical. Fue muy riguroso en la selección de los temas, me consultaba infatigablemente sobre las armonizaciones de cada una de las composiciones. Fue un trabajo de mucho amor que hicimos juntos”, ha dicho la coproductora y pianista Magda Rosa Galbán, quien trabajó codo a codo con su padre en el logro de una prosodia ecléctica y versátil. Manuel Galbán subraya su idiolecto (habla) en cada una de las piezas que conforman el fonograma.

Blues, chachachá, danzón, samba, mambo, filin, bossa...

El itinerario principia con “Pachito Eche” (Alex Tovar & Wolfano Alejandro) —recordar al Benny Moré— con formato de guitarras (eléctrica, tres, acústica, wah wah), saxofones (tenor, barítono), trompeta, trombón, batería, percusiones, piano, doble bajo y backing vocals: pronunciación de mambo/cha/descarga (presten atención al solo timbalero de Coayo) en la que la guitarra eléctrica declama el motivo melódico y la sección brass matiza variantes de riffs que hacen guiños a la Riverside de los 50. Le sigue “Tierno amanecer” (Manuel Galbán): el bandoneón del argentino Marcelo Mercadante cose sus ondulaciones porteñas a un motivo melódico/rítmico de habanera/danzón cobijado en trinos guitarrísticos de sobria belleza armónica (atrevido y magistral arreglo de M. R. Galbán que pone en coloquio las cepas negras del tango con el danzón de Miguel Failde Pérez).

“Bluechacha” (Juan Antonio Leyva & Eric Bibb) fusiona las cadencias del chachachá con acuses de boogaloo/soul/R&B apelando a la acústica folk de la armonica de Lázaro Morúa, el sax barítono de Evaristo Denis y la vocalización del compositor y guitarrista de blues Eric Bibb. Bajo de conjeturas funkeras, guitarra eléctrica enunciando con prudencia el leitmotiv y repiques bongoseros en groove de acusada invitación bailable: evocaciones de Mambo Sinuendo.

Omara Portuondo irrumpe en “Duele” (Piloto/Vera) —cobijos sentimentales que rinden respeto a Elena Burke—: arpa (Batista), piano (M. R. Galbán), cello (Rodríguez Tirado) y doble bajo (Rubio) logran una atmósfera barroca que las inflexiones dolorosas, susurrantes, de Omara suspenden en las entreveas lenitivas y sutiles de la guitarra eléctrica: delicado arreglo de Magda R. Galbán a uno de los grandes boleros del filin. Otra entrega del dueto Piloto/Vera, “Y deja” —¿recuerdan a Rubén Blades?—, arreglo de Leyva en una suerte de chachachá en pespunte de samba que guitarra eléctrica y violín (Dagoberto González) subrayan en lúdicas argumentaciones tímbricas.

Dos momentos concluyentes: “No te importe saber” (René Touzet): ojo con el trazo triangular de solos de guitarra eléctrica, trompeta y cuerdas (viola y cello); “Alma Mía” (María Grever): vocalización de la brasileña Rosa Passos, piano evansiano (Emilio Morales), apuntes cool/neoclásico de las cuerdas y guitarra eléctrica en paseos por los recodos de Charlie Christian y Barney Kessel.

Homenaje al changüí guantanamero en las concordia del arreglo (M. Rosa Galbán) en “Alma de roca” (Lily Batet) —sabroso montuneo del tres de Jesús Cruz—; infieres de cadencias del Africa Occidental en “Batuca” (Magda Rosa Galbán) —ojo con el sonido inocente y terrenal de la kora del maliense Sissoko Ballaké— en cruzamientos acompasados de Brasil(repiqueteo de Batucada) y Malí; conexiones flamencas —tónicas de solfas andaluzas de la guitarra de José Antonio Rodríguez— en “Lluvia de mayo” (Juan Antonio Leyva); y algazara de guaguancó en “Rumba del ángel”(Manuel Galbán/Magda Rosa Galbán).

Sumario de remembranzas musicales que se pone de manifiesto con la inclusión de “Bossa Cubana” (Luis Rawet Chanivecky), el gran éxito de Los Zafiros, que modula el trío brasileño Esperança (famoso por sus incursiones vocales a capella de música barroca: su De Bach a Jobim, obra maestra de la música coral) acompañado del piano por Magda Rosa Galbán(arreglista), guitarra acústica de Jesús Cruz, bajo doble de Frank Rubio, batería de Enrique Pla(Irakere), percusiones de Andrés Coayo y guitarra eléctrica de Galbán. Arreglo armónico de las voces a cargo de Gérard Gambus (pianista y compositor francés). La guitarra eléctrica puntualiza los bajos, y la guitarra acústica se columpia en conjetura y preludio melódico de sugestivo pulso. Performance zafirosiano de enaltecida proporción armónica/vocal.

Un DVD de 35 minutos acompaña al CD: el puerto de Gibara y Galbán recordando su infancia; las calles de La Habana y su algarabía festiva; diálogo con los arreglistas/directores musicales/productores Magda Rosa Galbán y Juan Antonio Leyva. Historia de seducción entre dos muchachos de La Habana Vieja: ella, una hermosa bailarina; él, un patinador del pasaje del Prado. Rosa Passos grabando “Alma mía”, Trio Esperança en elogios al “Bossa Cubana”, sensual coreografía en “No te importe saber”; unas niñas en atavíos sevillanos bailan en una azotea “Lluvia de mayo”. Remate con el performance de un bembé solariego bajo los acordes del guaguancó “Rumba del Angel”.

Producción que se sustenta en los atinados arreglos: música cubana en ataderos de samba, blues, bossa nova, soul y flamenco. Guitarrista impar que subraya los meritos expuestos en Mambo sinuendo (colaboración con Ry Cooder). Esta grabación debió estar en la lista de los Mejores Discos Cubanos de 2012 plasmada por el redactor de esta reseña; pero, como siempre, por problemas de distribución, Blue Cha Cha llegó a México en marzo de este año. “De milagro lo tenemos, se importaron muy pocos, unos 50 para todas nuestras sucursales en el país. Ya pasó la euforia por la música cubana, muchos productos musicales cubanos se quedan, no se venden bien. De ahí que no traigamos muchas cosas nuevas de jazz y popular cubano”, comentó Leticio Matratinez, gerente de compras e importación de Mixup, principal cadena de tiendas de discos en México.

Blue Cha Cha: éxodo de frondas y conformidades maestras bajo la brújula de las cuerdas de la guitarra zafira de Manuel Galbán. ¡Enhorabuena!


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