Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Literatura, Literatura cubana, Crónica

La escritura natural de Hernández Busto

Libro levantado sobre restos, sobre vestigios: una resaca a ritmo de mambo lo alimenta

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La escritura fragmentaria: murmullo de rumores acopiados. Insinuaciones: presagios. Prosodia rumiante: presumes (predices) ondulantes. El lenguaje es capaz de compeler y también de barbullar divergencias en sintagmas insospechados. Aquello que acomodamos paradigmáticamente nunca irá a morar los recodos de un pergamino. Escribir es un trance: expulsión: habla edificada sobre retumbos. Soflama. No hay tal correspondencia biunívoca entre significante y significado (hemos leído mal a Saussure). Valéry lo delimitó muy bien cuando nos dijo que la sintaxis en el poema debe ser precisa; pero, “el sentido debe permanecer impreciso”.

La conjetura aletea: las contracciones de un contrabajo (Mingus/Carter/Cachao) fijan coordenadas sobre un mapa discontinuo: “el pensamiento late, como el cerebro y el corazón”, apunta Paul Claudel (1868 - 1955). Quizás el jazz transcribe, mejor que cualquier otra manifestación artística, las tonalidades palpitantes de la escritura truncada. Beckett lo sabía demasiado bien (“El hombre con buena memoria no recuerda nada porque no olvida nada. Su memoria es uniforme, hija de la rutina, a la vez condición y función de su costumbre impecable, un instrumento de referencia en vez de uno de descubrimiento.”). Rimbaud se refugia en arrojes, pero por momentos sus gestos quedan en los anillos de la jactancia casta (“Bah! Háganos todas las muecas posibles”). Proust se vale de esos estremecimientos que sólo la memoria es capaz de regalarnos: sin embargo, sus disquisiciones encuentran mástil en embarcadero seguro. El documento seccionado es un tejido cuyos nudos se conectan con otros nudos: encaje de ataduras. Disidencia. Escisión. El relator de trechos (a trancos) se asoma por el resquicio para ver esos espaciosde carencia de los de afuera, los otros.

La ruta natural (Vaso Roto Ediciones, Colección Umbrales, España, 2015), del traductor, periodista, bloguero (Penúltimos Días), editor y ensayista cubano —radicado en Barcelona— Ernesto Hernández Busto (La Habana, 1968), conforma una suerte de insinuaciones que transitan por la crónica, el ensayo, la traducción, el amago de relato, la viñeta, el diario, el apunte, la poesía, el aforismo…: (naderías facciosas): encuentro con un relator singular que lo mismo glosa la ensoñación presente en Gaspar de la noche, de Aloysius Bertrand, que al lector voyeur que abre las páginas de un diario (“El diario es el lugar de una escritura del desánimo”). Un desfile de personajes-escritores hacen que la nostalgia se reviva (Lydia Cabrera, Carlos Victoria, Reinaldo Arenas, Guillermo Rosales, Magrelli, Leopardi, Eliot, Michon, Cracq, Proust, Mallarme, Ribeyro, Beckett…). El deslumbramiento (quietismo): continuum extendido sobre un lienzo de incertidumbres, de atajos íntimos, de azoramientos y vuelcos.

Libro mexicano o, al menos, con trasnominaciones de gestos mexicanos (el autor de Perfiles derechos. Fisonomías del escritor reaccionario —III Premio de Ensayo Casa de América 2004, vivió en México entre 1992 y 1998). Una referencia acusa, de manera muy pertinente, esos vínculos afectivos de este narrador-cronista (confidente) con el país azteca: “Aquel barman con quien trabajé en un restaurante de la Ciudad de México. Un personaje curioso, tímido gigantón con los brazos llenos de tatuajes. Me recordaba al protagonista de La naranja mecánica, porque combinaba su apariencia punk con un extraño gusto por la música clásica. Había vivido un par de años en San Francisco y su sueño era ser cocinero…”. Hablaban de Brahms mientras la fonda se preparaba para abrir. “En el restaurante le habían prometido que después de unos meses en la barra empezaría en la cocina y parecía feliz con esa perspectiva”. La amistad abrigada en la cordialidad: no he leído mejor metonimia de la mexicanidad, que la insinuada en esa breve viñeta.

Libro levantado sobre restos, sobre vestigios: una resaca a ritmo de mambo (Cachao/Bebo Valdés) lo alimenta: prosodia de síncopas robada a John Surman y a Wynton Kelly que humedece todos los presupuestos. La escritura fragmentaria como necesidad de contemplarse desde afuera. Estas páginas se leen atravesando “pueblos sonoros” que habitan la memoria (reminiscencia/evocación). Hay en estos episodios un narrador que describe un mundo simbólico en que su cuerpo y su alma están implicados: “lo sagrado fundido con lo humano”. ¿No hay ensoñación en un diario personal? Un boscaje inunda las planas de La ruta natural: Busto marcha con total lealtad por trochas en que los presocráticos, los trágicos griegos, Virginia Woolf, Leopardi, Lezama Lima, Juarroz, Porchia, Gal Costa, Caetano Veloso, Tanizaki, Robert Walser, Simic, Mario Parajón (el desdeñado de Orígenes)…, recrearon un códice de sosiego desmembrado.

Busto sabe que mirarse en el espejo produce una “gratitud mansa” que nos invade: el desgaste del cuerpo es una enfermedad./ Acotación a la rutina del guapetón del barrio habanero que advierte amenazante al otro: “¡No te troques conmigo!”: idiolecto de un mundo subterráneo que Busto compara con el de los cuchilleros borgeanos y aprovecha para comentar los “registros insospechados” del habla cubana./ (En un diario el escritor “apunta lo que sabe”)./ La primera cita (cena) con una chica de “la zona alta”, quien acude deslumbrante al restaurante con un vestido selecto, de marca, carísimo; abusa de las copas y mancha de vino el lujosísimo atuendo: “me doy cuenta de que en su mente flota como una burbuja irrompible, la profunda tristeza existencial por ese vestido estropeado, que ahora reposa, hecho un bulto, en un rincón del cuarto”./ “Hay algo incestuoso en el amor de dos emigrantes que se conocen en un país ajeno”./ (Ejemplos de una “literatura desde fuera de la literatura”.)

No hay introito ni circunstancias preliminares ni antecedentes dramáticos: “Una escritura que debe ‘salir de sí misma’”. En estas tentativas de relatar —referir, rememorar— los personajes se especifican y, asimismo, se ensombrecen por una circunspección (hermetismo) que quebranta el albor: “No puede haber escritura a plena luz, el sentido está asociado a cierto nivel de penumbra”, advierte el comentarista de estas postales (credenciales) que se nutren de lecturas múltiples: la cita y la intertextualidad edifican un estambre, un lienzo, de conexiones: híbrido de cadencias paulatinas. El escritor como un exégeta de sus actos, de sus fijezas, de sus miradas promiscuas: “suma de ecos”. El Raymond Carver de ¿De qué hablamos cuando hablamos de amor? se asoma con frecuencia en las manifestaciones de muchos de los recuadros de este cuaderno de extravagancias incitantes, transparentes y perturbadoras. (¿Una conversación con Chejov?: es posible que no sea una deliberación; pero, sí se advierten guiños a algunas de las narraciones breves del autor de La sala número 6: “Consejos para autores noveles”, “La cruz”, “Divagaciones ociosas del cadete Krokodilov”, “El patriota de su patria”...).

Cinco apartados: I. Un fragmento es algo difícil de romper (defensa de la permanencia de lo truncado en la escritura nómada…), II. Atravieso pueblos sonoros (mirada personal sobre algunos paisajes que rondan lo espiritual y lo inefable…), III. El juez ha citado aShakespeare (el diario como reafirmación y “ejercicio liberador”…), IV. Antes de regalar unlibro siempre dudo (Miami: lección de supervivencia en el exilio, escritores axiomáticos, Distrito Federal de México…) V. Pagodas, etc. (vasos comunicantes entre música, poesía, y creación…). Tramo, peregrinaje, confirmación, persistencia, concordancia… Tiempo abrupto untado, sin embargo, de lisuras cordiales: arrobamiento. Sílabas amatorias.

Busto deja constancia de su deuda con Joseph Conrad, recordemos aquel significativo fragmento de El Corazón de las tinieblas: “Por eso mismo los relatos de los marinos tienen una franca sencillez: toda su significación puede encerrarse dentro de la cáscara de una nuez. Pero Marlow no era un típico hombre de mar (si se exceptúa su afición a relatar historias), y para él la importancia de un relato no estaba dentro de la nuez sino afuera, envolviendo la anécdota de la misma manera que el resplandor circunda la luz, a semejanza de uno de esos halos neblinosos que a veces se hacen visibles por la iluminación espectral de la claridad de la luna”.

Un jarrón astillado y reconstruido aparece en la portada de La ruta natural: restaurar con hebras superpuestas: atajos de espoleas encimadas sobre un ostinato bachiano. La poesía como “el sueño del lenguaje: a la vez dentro y fuera de él, delimitando ese doble lugar de exasperada pesadilla y de conjuro”, apunta Busto (Marlow). Imanes y figuraciones difusas. Cargados granos de irradiación. Desliz humano: trecho de compasiones. Espejismo de apogeos: no olvidar que el sintagma “la ruta natural” es un palíndromo.


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