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Playing for Change

Playing for Change, fundación nacida en 2007, es ya un gran proyecto global multimedia que intenta concretar sus esfuerzos por un diálogo entre culturas a través de la enseñanza musical

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Frente a una tienda Old Navy, Roger Ridley, músico callejero de Santa Mónica, interpretaba aquel día de marzo de 2005 uno de sus temas favoritos, Stand By Me. Pero no fue un día cualquiera. Mark Johnson, un joven productor e ingeniero de sonido, decidió grabarlo, y en ese momento, casi sin darse cuenta, comenzó a tejer una red mundial de pura música.

Mark Johnson viajó a New Orleans, Amsterdam, Barcelona, Pisa, New Mexico, Toulouse, Rio de Janeiro, Moscú, Caracas, El Congo y Sudáfrica, y allí fue compilando sobre la grabación original la percusión de Twin Eagle Drum Group, Junior Kissangwa Mbouta y Django Degen en las tumbadoras, la tabla de Washboard Chaz, la pandereta de François Viguié; las guitarras de Cesar Pope, Roberto Luti, Geraldo y Dionisio; el chello de Dimitri Dolganov; el saxo de Stefano Tomaselli; el bajo de Pokei Klaas; el sonido africano en las voces de Vusi Mahlasela y el coro Sinamuva; la cavernosa voz y la armónica de Gradpa Elliot, y el extraordinario timbre de Clarence Bekker. En la producción final, la percusión de los nativos americanos se empasta con la batería de un congolés, los sonidos del blues y del cajun dialogan con los coros sudafricanos y el jazz en el saxo de Tomaselli, o el chello sinfónico de Dolganov. Como si todo el planeta hubiese comenzado a interpretar la misma canción al mismo tiempo. El resultado: en mayo de 2011, 31 millones de usuarios ya habían visto el video en Youtube.

Desde entonces, el proyecto se ha ampliado. Songs Around the World incluye, además de Stand By Me, de Ben E. King; One Love y War: No More Trouble, ambas de Bob Marley; Don't Worry, de Pierre Minetti, y Chanda Mama, de Ananda Giri y Enzo Buono. Mark Johnson ha recorrido la India, Nepal, Mali, Irlanda, Miami, La Habana, Santiago de Cuba, Maipú, Buenos Aires, Tel Aviv, Lisboa, Zimbawe, París, Livorno, y muchas más que harían de esta relación una tediosa clase de geografía. Y ha conseguido la colaboración de más de cien músicos aficionados y profesionales, desconocidos y famosos, entre ellos Felipe Carmona, Keb Mo, Vusi Mahlasela, Bono, The Omagh Community Youth Choir, Tal Ben Ari (Tula), Rajhesh Vaidhya, Pierre Minetti, Manu Chao y Carlos Vives.

Playing for Change, fundación nacida en 2007, es ya un gran proyecto global multimedia que intenta concretar sus esfuerzos por un diálogo global entre culturas a través de la enseñanza musical, y se dedica a la construcción de escuelas de música en todo el planeta: tres en Nepal, y cuatro en Sudáfrica, Ghana, Mali y Rwanda.

Que la música, y el arte en general, son universales y traspasan fronteras, lenguas e ideologías, no es nada nuevo. África está en Picasso como el son cubano en Gershwin y África en el son. Unir bajo una misma batuta a músicos distintos, distantes e incluso enemigos, tampoco. Lo hizo con su Orquesta del Diván Este-Oeste, donde se agrupan músicos israelíes, árabes y españoles, el judío-argentino Daniel Barenboim, en colaboración con el escritor palestino-norteamericano Edward Said. Lo han hecho Peter Gabriel y Paul Simon. Pero Playing for Change ha aprovechado dos globalizaciones: la de los lenguajes musicales, y la globalización de Internet que ha colocado sus videos más allá de cualquier frontera, de ahí sus resonancias, de modo que al formar la Playing For Change Band, integrada por músicos de todo el mundo, sus conciertos en numerosas ciudades han sido llenos completos.

En la página de la fundación reiteran la “convicción de que la música desarma las fronteras y nos ayuda a superar nuestras diferencias. Independientemente de nuestros orígenes geográficos, políticos, económicos, espirituales o ideológicos, la música tiene el poder universal de unirnos como habitantes de un mismo planeta”. Dicen que la música amansa a las fieras, aunque ahora mismo me asalta la imagen de Adolf Hitler, melómano confeso, asiduo de los festivales de Bayreuth, conmovido en el Nido del Águila mientras escucha Tristán e Isolda (aunque la banda sonora del nazismo fuera El anillo del Nibelungo). Será por eso que entre Wagner y Julio Iglesias me quedo con Benny Moré.

En cualquier caso, una de las grandes virtudes de la globalización ha sido convencernos (mediante las aerolíneas de bajo coste) de que no somos tan distantes, ni, en el fondo, tan distintos como intentan hacernos creer los nacionalismos de bajo coste y las ideologías al servicio de los productores ejecutivos que pretenden dictar el guión de nuestras vidas.

Y hay pruebas. Si visitan en You Tube, entre una docena de nuevos videos, el de Satchita, comprobarán que un bossa nova que comienza en Rio de Janeiro puede continuar en Cabo Verde y La Habana, pasar por Jamaica, la India, Santiago de Cuba y Buenos Aires, entrarle en tiempo de rumba en Almería, bailarlo con pasos flamencos en Cádiz y terminar en una playa de la India, como si el propio Visnú se uniera a la fiesta.


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