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Teatro, Miami

Traficantes de pasión, lujuria, perversión, crueldad y hasta amor a la carta

Una obra de teatro que aprovecha el valor universal de los textos que utiliza como referencia para brindar un panorama de decadencia social

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Como buena cocinera —no en balde su puesta anterior se llamaba El banquete infinito— ahora la actriz, escritora y directora Yvonne López Arenal nos sirve a la carta esta obra donde a cada uno de los actores le han tocado dos platos fuertes —sin postre a la vista, y mucho menos café, o al menos “cortadito”, para hacer menos intensa y laboriosa la “digestión”—. Y digo esto, porque tanto Yvonne López, como Joan Vega y Carlos Alberto Pérez, transitan de forma admirable de un personaje a otro, en un drama in crescendo que resuelven con total credibilidad y comedimiento, a pesar de lo terrible del desenlace, que justifica gritos y desgarres, que aunque no faltan tampoco sobran.

La sala Avellaneda, de Teatro Akuara, ha sido la mesa donde se sirve este menú tan “dantesco” —aunque falte alguno que otro pecado capital, porque los que se muestran bastan para construir un verdadero infierno—, donde solamente tres actores asumen el enorme reto de desdoblarse en seis y convencer.

A partir de Las amistades peligrosas, de Pierre Choderlos de Laclos, y Cuarteto, de Heiner Müller, Yvonne hizo —según sus palabras a Luis de la Paz para Diario de las Américas— “un trabajo de investigación que incluyó, además de la lectura y análisis de ambas obras, el escoger varias de las versiones hechas para el cine: Vadim, Stephen Frears, Je-Yong Lee y Milos Forman, como parte del proceso para llegar al texto final. Me encanta la intervención de lo cinematográfico en el teatro, combinar teatro y cine por así decirlo”.

Después de la función, sin haber leído las palabras previas, le dije a la actriz y directora que la obra me había parecido muy cinematográfica, y ella me contó que precisamente ésa había sido su intención, y también la de aprovechar el valor universal de los textos referentes para reflejar la decadencia intemporal de una sociedad que desafortunadamente no ha hecho mutis, pues continúan las guerras, la codicia, la ambiciones sin límites y las bajas pasiones, con el amor como un rayo de luz en medio de todo este pandemónium.

Traficantes de pasión es “un juego de crueldad versus un romanticismo erótico”, le refiere Yvonne a Luis al final de su nota, y yo me pregunto si es lícito llamar juego a lo que se baraja con tanta intensidad en esta obra, pues aunque al inicio, después de varias poses de grupo “fotográficas”, los tres protagonistas se invitan a jugar —“¿comenzamos el juego?”—, nada lúdico me parece este tráfico de bajas pasiones entre Isabel/ Madame Tourvel/ Yvonne; Sebastián/El presidente/Carlos A. Pérez; y Daniel/ Daniela/ Joan Vega.

Del mismo modo que Kinsey no pudo incorporar la variable “amor” —y aquí “variable” no es sinónimo de inconstante— a sus estudios estadísticos sobre la sexualidad del hombre y la mujer estadounidenses, el frío cálculo de la viuda Isabel es derrotado precisamente por el amor que surge entre… y …; perdón, mis queridos lectores, pero no les voy a contar la obra, para que vayan a verla y apoyen así al teatro en Miami, pues el texto y las actuaciones, así como el vestuario, la ambientación, la música y el diseño de luces del equipo formado por Carlos Rodríguez, Alba Borrego, Sergio González, Mario García Joya y Rolando Santini, ameritan que sorteemos el intenso tráfico miamense para acudir a ver este no menos tal “tráfico de pasiones”.


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