Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Cine

Tres historias para ser contadas

A pesar de ser inevitablemente convencional e inmadura, la primera película del entonces novato Tomás Gutiérrez Alea tiene el mérito de no caer en la exaltación del heroísmo ni en la propaganda simplista

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Hace ahora exactamente medio siglo. Los cines de La Habana y las principales ciudades de las provincias anunciaban en las marquesinas y las carteleras dedicadas a los estrenos un título que de inmediato remitía a los espectadores a hechos históricos que el país acababa de vivir: Historias de la revolución. El viernes 30 de diciembre de 1960 esa película tuvo su primera proyección mundial en los cines La Rampa y Payret, de la capital, así como en salas de Santa Clara, Cienfuegos, Camagüey, Pinar del Río y Santiago de Cuba.

Se trataba del primer filme producido por el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos. Era también el primero dirigido por Tomás Gutiérrez Alea (1928-1996), y como él mismo declaró la tensión que implicaba rodar su primer largometraje con escasos recursos y sin ninguna experiencia, le hizo perder 20 libras. En una entrevista comentó: “Nunca había sido asistente de dirección, y nunca había estado en una filmación ni siquiera como mirón. A pesar de haber estado en una escuela de cine, no sabía cómo resolver toda una serie de problemas prácticos. Llegó un momento en que se hacía difícil soportar toda esa responsabilidad”.

En realidad, Historias… no era el primer filme producido por el ICAIC. Cuba baila, de Julio García Espinosa, había sido terminada antes. Pero el hecho de que la historia estaba ambientada en el mundo de la pequeña burguesía hizo que ese organismo no la considerara idónea para presentarla en sociedad como su primer título (el estreno de Cuba baila se aplazó hasta abril de 1961). Se prefirió por eso la película de Gutiérrez Alea, que ofrecía una imagen de la lucha revolucionaria a través de tres de sus momentos significativos.

Imagen del segundo cuento de “Historias de la revolución”Foto

Imagen del segundo cuento de Historias de la revolución.

Historias… está compuesta por tres cuentos o mediometrajes: El herido, Rebeldes y Santa Clara. Inicialmente iban a ser cinco. Los otros dos los iba a dirigir José Miguel García Ascot, cineasta español radicado en México, pero al final pasaron a formar parte de Cuba 58 (1962), debido a que con ellos Historias… hubiera resultado demasiado larga. Gutiérrez Alea comentó que esa estructura episódica, que entonces era poco usada, le fue impuesta por las circunstancias. El punto de partida de su película consistía en asomarse al pasado inmediato, para recrear el levantamiento popular contra el régimen de Fulgencio Batista. Pero él no podía ni tampoco quería caer en la tentación del “gran espectáculo”. Se acordó entonces de Paisa, la película de Roberto Rossellini que consta de cinco episodios, y pensó que un formato similar le permitiría reducir los riesgos de su proyecto. El remitirse a Rossellini resultaba además coherente, pues en esos primeros años Gutiérrez Alea estaba fascinado con el neorrealismo italiano. Y de hecho, como ha señalado José Antonio Évora, Historias… es la obra suya en la que esa fascinación resulta más evidente.

Para la escritura del guión, Gutiérrez Alea contó con la colaboración de José Hernández y Humberto Arenal. La música fue compuesta por Carlos Fariñas (El herido), Harold Gramatges (Rebeldes) y Leo Brower (Santa Clara). Los principales personajes del primer y el tercer cuentos fueron interpretados por Eduardo Moure, Lillian Llerena, Reinaldo Miravalles, Miriam Gómez, Gilda Hernández y Bertina Acevedo, mientras que para el segundo Gutiérrez Alea decidió incorporar a un grupo de combatientes que no tenían experiencia como actores (uno de ellos es Blas Mora, quien después protagonizó El joven rebelde). En cuanto a la fotografía, la de El herido y Rebeldes la realizó el italiano Otello Martelli, quien venía de trabajar con Fellini en La dulce vida. Como no pudo quedarse para todo el rodaje, para Santa Clara se contrató al mexicano Sergio Véjar, quien ya había escrito y dirigido películas en su país, pero debutaba como fotógrafo en Historias… y Cuba baila.

La trama de El herido ocurre el 13 de marzo de 1957, después de que un grupo de jóvenes asaltó el Palacio Presidencial. Desarrolla el proceso psicológico de un hombre a quien un hecho vinculado a esos acontecimientos sitúa en la disyuntiva ética de asumir su responsabilidad o eludirla. El protagonista se niega a albergar en su apartamento a un herido y luego recibe la solidaridad de un desconocido. Rebeldes recrea la lucha en la Sierra Maestra. Un combatiente herido durante un ataque aéreo retiene involuntariamente a sus compañeros. Estos se ven atrapados en el dilema de dejarlo o permanecer con él, en un momento en que los soldados se disponen a avanzar hacia el sitio donde ellos están. Santa Clara, por último, reconstruye la toma de esa ciudad en diciembre de 1958. No posee argumento ni conflicto, los diálogos son pocos y los personajes individuales han sido reemplazados por el pueblo y los barbudos.

Aparte de permitir abarcar distintos aspectos y escenarios de la insurrección contra Batista, la estructura episódica dio a Gutiérrez Alea la posibilidad de intentar que además de configurar con los demás una especie de mural, cada episodio tuviese un estilo propio. Así, el primero se concentra en analizar el conflicto de conciencia del protagonista en términos puramente dramáticos. En el segundo, la acción pasa de los espacios urbanos y cerrados (el apartamento, el hotel, la estación de policía) a los escenarios naturales en el campo. El protagonismo pasa a ser colectivo y se reparte entre todos los rebeldes. Posee un mejor guión que el anterior, y a pesar de que la fotografía adolece de contrastes y dinamismo, gana mucho con las locaciones exteriores. El tercer cuento posee una estructura épica, y aunque el guión resulta el menos interesante, es sin dudas el mejor realizado. La fotografía adopta una concepción documental, lo cual es muy coherente con la puesta en escena y con el lenguaje cinematográfico directo, cercano al reportaje. Asimismo la edición adquiere una gran importancia y logra que el espectador se sumerja en la atmósfera de los combates en las calles. Paradójicamente, en una entrevista que le hizo Néstor Almendros el director de Historias… expresó que piensa que en ese episodio no está diciendo nada, y que de tener la posibilidad de volver a rodar la película, lo excluiría.

Un aprendizaje intenso y duro

Vista cincuenta años después, Historias… se muestra como una película inevitablemente convencional e inmadura, así como una de las menos representativas de toda la filmografía de Gutiérrez Alea. Asimismo posee ingenuidades y defectos, algunos propios de un principiante. Las actuaciones de El herido son, a excepción de la Reinaldo Miravalles, artificiales, vacilantes y externas, aunque en descargo del elenco es justo reconocer que los personajes están trazados esquemáticamente, les falta singularidad humana, y el doblaje está mal realizado. La fotografía de Martelli tiene un nivel de calidad inferior a la de Véjar, aunque en el plano técnico no admite reparos. La inclusión de imágenes de noticieros en el primer episodio hace más notoria su rigidez y tradicionalismo. Véjar, por el contrario, demuestra en Santa Clara ser más imaginativo e innovador, y hasta se arriesga a filmar algunas escenas cámara en mano, una técnica bastante inusual en esos años.

Cartel de la película, diseñado por Eduardo Muñoz BachsFoto

Cartel de la película, diseñado por Eduardo Muñoz Bachs.

Creo pertinente decir que, de acuerdo a los testimonios que dejó Gutiérrez Alea, Historias… constituyó para él un aprendizaje intenso y duro. En una carta a Alfredo Guevara le comentó que “el rodaje se ha atrasado exageradamente porque no estábamos debidamente preparados para iniciarlo”. Asimismo los negativos había que enviarlos a revelar en Estados Unidos, y la fase final de la filmación coincidió con el momento cuando las relaciones entre los dos países comenzaron a ponerse tensas. Eso hacía difícil el poder revisar lo ya realizado, de modo tal que según el cineasta, tuvo que filmar a ciegas su primer largometraje. Confrontó también dificultades con la falta de infraestructura y el desorden en la producción. Eso lo lleva a concluir que “los problemas de orden práctico eran tan grandes, que todo lo demás —incluso la creación misma— quedaba en segundo plano. No pude disfrutar la película. Tenía idea de lo que debía hacer, pero anduve bastante a ciegas: se me iba de las manos”.

No obstante, Historias… también posee aciertos que es justo reconocer. En el segundo cuento la labor de los intérpretes consigue un balance satisfactorio, sobre todo si se toma en cuenta que carecían de experiencia como tal. Para lograrlo, Gutiérrez Alea utilizó un método inteligente: trabajó con improvisaciones, aprovechando al máximo sus vivencias, hasta ajustar el personaje de cada uno, y no les permitió memorizar los diálogos y las situaciones. Asimismo el doblaje está muy bien hecho, algo doblemente meritorio, ya que las voces no son las suyas, sino que pertenecen a actores profesionales (quienes vean la película, identificarán de inmediato la de Salvador Wood). El tercer episodio está narrado con soltura y oficio, y como escribió Néstor Almendros en la crítica que publicó en la revista Bohemia, está bien editado, es técnicamente impecable. Y alcanza “un admirable estilo documental de cosa verdadera. La lección neorrealista ha sido bien aprendida y asimilada”. Y en El herido, Gutiérrez Alea soluciona el difícil problema que habría significado reconstruir el asalto a Palacio, mediante la inclusión de fragmentos de noticieros. Ensayaba así por primera vez la mezcla de material documental y ficción que años después empleará con singular acierto en Memorias del subdesarrollo.

Personalmente, lo que más ha llamado la atención al ver hoy por primera vez Historias… es que, más allá de sus imperfecciones, es una película que logra plasmar el perfil épico de esos años sin desembocar en el maniqueísmo. No cae en la exaltación del heroísmo ni en la propaganda simplista, sino que prefiere poner el énfasis en los conflictos humanos y los dilemas éticos. Los rebeldes del segundo cuento aparecen además como hombres de carne y hueso, con debilidades, vacilaciones, dudas. Uno de ellos se acobarda, abandona el puesto, pero al final regresa con sus compañeros. En la escena que sigue a su vuelta, uno de ellos le pregunta: “¿Tienes miedo?”, a lo cual él asiente afirmativamente con la cabeza. El otro lo vuelve a interrogar: “¿Y por qué volviste?”, a lo cual el joven no sabe qué contestar. A propósito de este aspecto, el crítico e investigador brasileño Paulo Antonio Paranagua ha comentado que ya desde entonces Gutiérrez Alea “evitó la glorificación épica, privilegió la mezcla de sentimientos y matices, logró expresarse con una contenida emoción humanística”.

Historias… fue recibida con simpatía por el público de la Isla. En total, fue vista por un millón de personas, lo cual hizo que recuperase con creces el dinero invertido en el rodaje. La crítica en general saludó la película, aunque no dejó de señalarle las deficiencias. De todos los comentarios, el más encomiástico fue el ya citado de Néstor Almendros (lo recogió en 1992 en su libro Cinemanía). En el mismo, el famoso director de fotografía expresa que Historias… “rompe revolucionariamente con la vieja tradición melodramática del cine, la radio y la televisión cubanas. Tomás Gutiérrez Alea arroja sin miedo por la ventana, sin hacer concesiones, todos los trastos viejos de nuestra herencia sentimentaloide y hace un filme moderno e inteligente (…) Sobre todo en los dos últimos episodios, huye como del fuego que quema de la sensiblería, del lloriqueo, de lo declamatorio falso y, en fin, del lugar común radial (…) Con Historias de la revolución el cine cubano da un enorme paso hacia adelante sin comparación posible con todo lo hecho anteriormente”.