Número cuarentaaaaa… Agustín Marquettiiii… Primera baseeee…
Esperando el nuevo año en casa de Orlando “El Duque” Hernández estaba, de visita en Miami, el número 40 de la pelota cubana
Entre mis primeros recuerdos beisboleros está Agustín Marquetti.
Entonces me llamaba la atención aquel primera base de eterna sonrisa y el estrafalario número 40 en su uniforme, en una época en que las estrellas usaban dígitos más bajos, como el 9 de Armando Capiró o el 5 de Antonio Muñoz.
Desde que tengo uso de razón hasta que llegué a adulto, escuché a Tony Vega, el locutor oficial del Latino, anunciar con su voz y estilo característicos cada turno al bate del toletero de los Industriales: “Número cuarentaaaaa… Agustín Marquettiiii… Primera baseeee…”
Tanto tiempo pasó que a veces pensábamos que su presencia en el primer cojín de los azules sería eterna.
Quizás el más carismático y querido de todos los peloteros que han pasado por las Series Nacionales, le tocó a Marquetti ser el protagonista heroico del mejor partido que se haya disputado en Cuba en los últimos 50 años.
Aún retumba el Latino con el recuerdo del jonrón que le dio a Rogelio García en extra innings para darle a Industriales la corona en la temporada de 1986.
El 31 de diciembre tuve un regalo inesperado. Esperando el nuevo año en casa de Orlando “El Duque” Hernández estaba, de visita en Miami, el número 40 de la pelota cubana.
Varios ex jugadores de Industriales estaban allí, algunos de los cuales ni siquiera llegaron a compartir el dugout con Marquetti.
Pero todos lo trataban con el respeto que merecen las leyendas, pendientes de cada detalle que pudiera complacer a quien fue ídolo de la infancia de muchos de ellos.
Con 64 años de edad, Marquetti lucha la vida diariamente en La Habana, “boteando”, buscándosela para sobrevivir en la selva cada vez más intrincada en que se ha convertido la capital cubana.
Está pagando el pecado de su hijo, Agustín Junior, ex lanzador de los Industriales, que un buen día decidió buscar el futuro más allá de la Isla.
“A mí el que me hizo irme de Cuba fue Armando Capiró”, recuerda el Junior. “Un día estaba yo entrenando con la preselección de Industriales, cuando llegó Capiró en una bicicleta para vender aguacates”.
“Yo no voy a ser tan bueno como fue Capiró, pero no quiero terminar mi vida como vendedor de aguacates”, añade Marquetti hijo.
¡Qué triste historia! Armando Capiró Lafferté, el primer hombre en superar la veintena de jonrones en una Serie Nacional, cuarto bate por años de la selección cubana, es hoy un anónimo vendedor de aguacates.
Como el viejo Marquetti es un taxista “por la izquierda”, que no quiere hablar mucho y en su mirada deja entrever el sentir de toda una generación, que en vano entregó sus mejores años a un proyecto que resultó ser un fraude.
Hace unos meses me encontré en un terreno de softball de Miami a Pedro Luis Rodríguez, el cátcher más bateador que haya pasado por la pelota cubana.
Al igual que Marquetti, a Pedro Luis no le faltaba nunca la sonrisa, en igual medida que golpeaba la pelota con una furia reservada sólo a los grandes.
El cátcher de provincia Habana llegó hace tres años a la “Cuba del Norte” y ya cumplió la media rueda.
“¿Qué le voy a hacer? Llegué tarde y lo que me jode es que yo sé que yo bateaba esta pelota de aquí”, me dijo entre nostálgico y resignado.
Tarde, sí, pero al menos llegó. Ahora vende carros en un concesionario por el día y entrena niños en la tarde.
Sigue de alguna forma ligado a su pasión, que le da para vivir, sin tener que vender aguacates o “botear por la izquierda”.
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