Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Cine-Fotografía

«Debido a la política, me quedé sin amigos»

El fotógrafo Germán Puig, fundador de la Cinemateca de Cuba, habla de su obra y de su labor como gestor cultural en La Habana de los cincuenta.

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Una escritora retrata a un fotógrafo. "Herman Puig llegó a París sin cargo oficial, prebendas o recomendaciones, cuando ya se perfilaban las migraciones gigantescas de nuestros días. Herman Puig llegó sin equipaje, iba provisto de una cámara fotográfica y vestía una cazadora a cuadros rojos y negros", escribiría Elena Garro sobre Germán Puig Paredes (Sagua la Grande, 1928). El fotógrafo ya había cambiado su nombre de bautismo por el de artista.

Sus vivencias han sido innumerables. En ese París bohemio de los años cincuenta, Puig conoció y trabajó con Henri Langlois, director y fundador de la Cinemateca Francesa, y frecuentó a Octavio Paz, Man Ray, Leonor Fini, Susan Sontag y a José Bergamín; en La Habana, a Manuel Altolaguirre, con quien colaboró en la película inacabada Golpe de suerte (1954). En el Nueva York de los sesenta, de la mano de Langlois, conoció a Fritz Lang y a Zina Voinow, cuñada de Eisenstein. En Barcelona, amigó con Pere Ginferrer, Roman Gubern, Juan Marsé, Terenci Moix y Vicente Molina Foix; en Madrid, con Lucía Bosé, de quien fue asesor de imagen cuando la actriz volvió al cine con El Satiricón (1969), de Fellini.

Sin embargo, la obra fundadora de Puig permaneció en el más absoluto anonimato hasta que se publicara el artículo "Germán Puig, Ricardo Vigón y Henri Langlois: pioneros de la Cinemateca de Cuba", del francés Emmanuel Vincenot (Caravelle, No. 83, Toulouse, 2004, pp.11-42), de obligada lectura si se quiere entender los verdaderos orígenes de esa institución cinematográfica, historia que, por oscuras razones, fue ocultada.

Fotógrafo destacado, Puig ha vivido obsesionado con los que consideraba los precursores del desnudo masculino en fotografía. Por tal razón, en una de sus largas estancias en París, apostó e invirtió en un sello editorial, Herman Puig Éditeur, con el que publicó libros antológicos: Von Gloeden et le XIX siècle (Von Gloeden y el siglo XIX, 1980), Cuir et fantasmes (Cuero y fantasmas, 1982) y Akademia: le nu académique français (Akademia: el desnudo académico francés, 1981), devenido hoy objeto de coleccionistas. Con sus propias fotos editó Yang (1980).

En marzo de 2008, lo visité en su casa de Barcelona. Iba con la idea de entrevistarlo para un documental y de poder visionar la copia de un corto suyo nunca terminado, y que llevaba por título El visitante. De otro que había realizado con Edmundo Desnoes, Sarna (1952), no se conserva copia. Agradezco aquella conversación y el misterio de encontrar unas imágenes muy poco vistas. Él ha sobrevivido a los cataclismos y al silencio.

¿Cuál era el tema de El visitante?

Era la idea de un fotógrafo que llega a fotografiar el subconsciente de una familia burguesa y para ello entra a una casa y descubre, ante las personas, sus fantasmas eróticos. Dicha idea no tiene lugar, es lo que hubiera ocurrido si dejan al visitante entrar en sus vidas. Se filmó en La Habana, en casa de Eva Frejaville, hacia el año 55. Los actores fueron Ted Monson (bailarín), Queta Farias (mujer), Manolito Farias (niño), Julia Astoviza (visión 1) y Gwen Louis (visión 2).

Ahora me doy cuenta —viéndolo ahora, 50 años más tarde— que este corto fue una anticipación de Teorema, de Pasolini. Todo está en ese filme inacabado como una premonición. Ahí estaban las claves de lo que iría a pasarnos después.

Decía que ese cortometraje fue premonitorio. ¿Podría abundar en esto?

Esa es la interpretación que le he dado ahora, al llegar tú aquí, al releer el guión, que tampoco lo había leído en todos estos años, y darme cuenta que entonces yo no era fotógrafo ni pensaba serlo, yo hacía publicidad, quería hacer cine, no fotografía. Sin embargo, en ese cortometraje encarno a un fotógrafo. Quería descubrir el subconsciente de los demás, descubrir esos fantasmas que estaban allí, y me doy cuenta que son fantasmas que yo tenía, en el fondo me retrata a mí. Soy yo el que tenía esos fantasmas, puesto que soy el que los articula. Esos desnudos masculinos que hago después eran mis fantasmas también.

Y en cuanto a Néstor Almendros, vino a ayudarme como camarógrafo, pero él no quería ser director de fotografía. Él fue al Centro Sperimentale di Cinematografía de Roma diciendo que iba a estudiar fotografía porque era más fácil ganarse la vida siendo camarógrafo que director. Siempre que intentó ser director de ficción no le salió muy bien el asunto. Como con El bastón, que es de 1970, que concursó en la Semana de Cine en Color en Barcelona, donde participé en el jurado junto a Robert Balser y a Mario Vargas Llosa. No ganó ningún premio.

¿Cómo es el personaje que encarna en su película?

Encarno al provocador, el que va a enfrentar a los otros con su mundo oculto, con su subconsciente. Llega a la casa y se va sin lograr dar su mensaje. Tal vez sea también la historia de mi vida, que he sido un provocador, he ido con mi mensaje. He hecho con mi vida lo que he podido, nada más.

¿Quiénes eran en aquel entonces usted y Néstor Almendros?

Éramos amigos. Néstor Almendros había llegado a La Habana a reunirse con su padre, Herminio Almendros, después de no verlo durante diez años. Tan pronto llegó, lo conocí. Yo asistía a la Academia de Arte Dramático, con el grupo de teatro Adad, y cuando él supo que yo había fundado un Cine Club, me habló de la existencia de otros iguales en Barcelona. Entonces, lo invité a ir como un asistente más y luego a formar parte del Cine Club de La Habana, que habíamos fundado Ricardo Vigón y yo.

Aparte de casi todos los artistas e intelectuales de la época, a ese Cine Club iban Guillermo Cabrera Infante y Tomás Gutiérrez Alea, que por entonces era abogado y tocaba el piano —la vocación cinematográfica suya nace allí o al menos toma forma—. Todos éramos amigos, amantes del cine. Los incorporé cuando me fui a Francia y se quedaron a cargo del Cine Club. Fueron sus directores alternativamente, Tomás Gutiérrez Alea —que no se sabe porque no se ha dicho—, Néstor Almendros, y después, por último, Guillermo Cabrera Infante.


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Germán Puig. (LUIS QUINTANAL)

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