Actualizado: 27/03/2024 22:30
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Cine-Fotografía

«Debido a la política, me quedé sin amigos»

El fotógrafo Germán Puig, fundador de la Cinemateca de Cuba, habla de su obra y de su labor como gestor cultural en La Habana de los cincuenta.

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¿Por qué nunca terminó ese cortometraje? ¿Cómo le ha acompañado?

No recuerdo los detalles. Sé que lo filmé porque lo quería hacer. Ahora, del porqué no se siguió filmando, creo que porque se perdieron hasta otras tomas, o por falta de dinero, o por falta de material o por falta de equipo técnico o de lugar donde hacerlo. No me acuerdo. Quedó como una cosa inconclusa, empezada nada más. Esto que hay es el copión del primer día de rodaje, y se suponía que se tenía que seguir rodando todo lo demás, según el guión.

He perdido montones de cartas, pero hay cosas que no me han abandonado nunca, como mis cartas del año 48 a Ricardo Vigón, y también las suyas. Orlando Jiménez Leal quiere hacer un corto inspirado en esas cartas.

He perdido muchas fotos de Néstor, otras que él me hizo a mí; cartas a Leonor Fini, la pintora italo-argentina, a quien estuve muy ligado y que me influyó estéticamente. Esas cartas las dejé en un lugar y las perdí. Pero he conservado fotos de Guillermo Cabrera Infante en el solar donde vivía frente al Instituto de La Habana, a quien recuerdo con gran cariño en esa época de nuestras vidas, y también conservo otras cosas que se querían quedar conmigo. Y entre las cosas que no me han querido abandonar nunca está ese corto, y están una serie de notas que he descubierto en estos días.

En aquel grupo de amigos había mucho entusiasmo por realizar cine…

En aquel momento, todos íbamos jugando con nuestras vocaciones. Yo quería hacer cine, y para ello fui pionero en irme a estudiar al IDHEC (Institut de Hautes Études Cinématographiques). Lo encontré cerrado en 1950 y no pude matricular, y cuando me disponía a ir al Centro Sperimentale de Roma, donde me esperaba su director, Mario Verdone, me quedé sin la misión de estudios del gobierno de Cuba, de Aureliano Sánchez Arango, durante la presidencia de Prío Socarrás.

Entonces, Tomás Gutiérrez Alea, que se había hecho la vocación, quiso seguir mis pasos, de ir al IDHEC, pero no pudo. Aproveché mi estancia en París para matricular en un curso donde enseñaba Georges Sadoul y luego fui asistente aprendiz de dirección de Claude Autant-Lara, en L'auberge rouge (1951). Así que al quedarme sin la misión de estudios, regresé a Cuba en 1952, porque tenía novia allí, y el que pudo estudiar cine fue Tomás Gutiérrez Alea, pues su padre llamó al Centro Sperimentale y pudo matricularlo.

¿Cuál era el mundo cinematógráfico en Cuba en los años cincuenta, y qué posibilidades tenían ustedes de hacer cine?

No había una industria cinematográfica, no había un organismo estatal con el dinero para producirlo, como el que luego tuvo el ICAIC (Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos). El que quería hacer cine tenía que medrar y ver cómo se las arreglaba. Existía el Noticiero Nacional. Manolo Alonso era el que hacía cine. Existía un cine de poca calidad, sin una visión cultural. Eso faltaba. Había pioneros, que hacían cosas, como Manolo Alonso. Lo que existía era un cine comercial.

Todos nosotros queríamos hacer un cine con un nivel más alto. Néstor Almendros lo logró, llegó a trabajar con François Truffaut, con Eric Rohmer; en Estados Unidos también, donde obtuvo un Oscar de Hollywood. Almendros fue un hombre muy inteligente, capacitado y trabajador, mucho más trabajador que todos nosotros, por eso llegó tan lejos.

Néstor fue, en muchos sentidos, un innovador, de hacer mucho con poco. Trató la luz como yo mismo he hecho en mis fotos.

Hay una cosa que no ha dicho nunca nadie sobre Néstor: en La histoire d'Adèle H. (1975), no pudiendo iluminar una secuencia con la actriz Isabelle Adjani bajo una arcada, pintó las sombras en el decorado, pintó la luz en el decorado. Ese fue un hallazgo de Néstor.

Él se desmarcó de Europa para hacer cine en América porque allí es donde está el dinero, y es donde hay más medios. Pero tal vez lo más bello que haya hecho nunca, donde demostró su sensibilidad europea, es en LaMarquise d'Ô (1976). Siendo muy torpe y distraído —tropezaba con todas las luces, se le caía el lente—, supo pasar por encima de todo, y dejar una obra detrás, coherente y bella.


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Germán Puig. (LUIS QUINTANAL)

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