«En Arte Calle fuimos verdaderos rebeldes»
Ofill Echevarría, uno de los protagonistas del movimiento que sacudió el panorama cultural en los años ochenta. Ver galería.
Quien conoce por separado al artista plástico Ofill Echevarría y su currículum vitae puede tener la incómoda sospecha de que la relación entre ambos sólo puede ser justificada por un error. Se hace difícil armonizar el aire casi adolescente del artista con un abultado currículum que arranca a mediados de la ya distante década de los ochenta y acumula casi una docena de exposiciones personales repartidas en cuatro países (Cuba, México, Estados Unidos y Perú).
Parte del misterio lo despeja el dato de su muy temprana participación en el grupo Arte Calle, protagonista del movimiento plástico de los ochenta que sacudió el mundo cultural cubano en la segunda mitad de esa década, en días que parecía —eran tiempos propensos a la ilusión— que la calle sería definitivamente tomada por los artistas.
Otra de las claves es que Ofill no se ha acomodado a vivir de las rentas de su gloria precoz y, luego de aquella vorágine que se disipó con el cambio de década —y de aires—, ha desarrollado una sólida carrera personal. Una carrera marcada en parte por la indagación obsesiva de los diferentes avatares de un mundo señalado por el ascenso tecnológico y la convivencia urbana.
Al mismo tiempo, la obra de Ofill nos relata la ansiosa evolución en los estilos y técnicas utilizados por éste para mostrarnos sus hallazgos. Contrasta en Ofill su ávida apropiación de nuevas tecnologías para crear sus obras con el uso minucioso y artesanal que les da. Esta paradoja aparente sugiere una de las claves del atractivo de su obra y, posiblemente, de su sentido: la del intento de conciliar —allí donde la esperanza no niega la inteligencia— naturaleza humana y vorágine postmoderna. Esas prisas retratadas en sus cuadros o la gracia natural con que nos muestra lo que habitualmente vemos como fríos edificios de apartamentos sirven para recordarnos lo elaborado y artificial de nuestra (humana) naturaleza y, en su sorpresiva armonía, para aprender una vez más a convivir con esa incomodidad esencial. Cada instante ensanchado hasta el infinito que Ofill va recogiendo pieza a pieza, nos pregunta si merece ser vivido. La respuesta, da igual cual sea, no parece ser irrelevante.
Hagamos un poco de historia. Cuando todavía usted era un adolescente como miembro del grupo Arte Calle, se convirtió en uno de los protagonistas de uno de los movimientos plásticos más intensos y renovadores que se han dado en la plástica cubana, el de los ochenta. ¿Qué significó para estar inmerso a una edad tan temprana en la vorágine de ese movimiento?
Creo que cualquiera que haya participado activamente en lo que pasaba en La Habana a mediados y finales de los ochenta, en cualquier esfera, se llevó consigo una experiencia que le sirvió para siempre.
Pienso que por aquellos años Arte Calle tuvo un significado desde un punto de vista social, y otro desde un punto de vista intelectual, o para la élite del arte. A las personas en la calle, que no sabían qué estaba sucediendo en las galerías o en la UNEAC, los carteles (graffittis), y la pintura agresiva en las paredes, que aparecían en lugares céntricos de La Habana, les llamaría la atención en diferentes maneras. Supongo que resultaba bastante desconcertante para la gente común, que muchas veces terminaría pensando que aquello era una cosa de locos o un capricho de adolescentes.
Para los artistas e intelectuales esencialmente jóvenes, que ya venían trabajando en diferentes áreas, como un enorme movimiento lleno de matices, donde todo era bueno e importante, Arte Calle (un grupo de muchachos que estudiaban en la elemental de arte) significaba el futuro mismo, donde todas las puertas por fin se abrirían y donde todas las mentes estarían preparadas para aceptar cualquier cosa nueva.
¿Por qué?, porque encontrándonos aun estudiando, no nos interesaba el dinero o el beneficio comercial de nuestro producto; pero además porque nuestras propuestas, ya fueran en performances o en graffitis, resultaban tan frescas y puras como pueden ser las de cualquier adolescente en cualquier parte del mundo. En ese sentido fuimos verdaderos "rebeldes", y esa rebeldía pueril y sin ambiciones fue el gran aporte de Arte Calle.
¿Cuál piensa que fue su aporte específico a ese movimiento?
Creo que fue en el 86: Aldito y yo pintamos unas cosas, una mañana en la Playita de 16, y firmamos cada quien por su lado "Grupo Arte Calle". Seguramente el nombre exacto lo inventó él, que era el de las grandes ideas por aquel entonces. Después los hippies y la gente que asistía con frecuencia al lugar (que era en su mayoría joven y con preocupaciones) empezaron a impulsarnos y a comentar sobre un grupo que pintaba y escribía cosas en las paredes.
Aquello me llamaba mucho la atención, así que desde un principio ayudé a que "el Grupo" como tal cobrara importancia, de diferentes maneras. Yo era el que tenía —por ejemplo— un sentido más amplio del show, porque había estudiado actuación y un poco de música. Me interesaba la televisión y el cine, le daba importancia a estas cosas. Arte Calle fue —a diferencia de otros artistas o grupos de la plástica de los ochenta— un grupo que la gente relacionaba con la fama, con los grupos de rock, por ejemplo.
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