Actualizado: 27/03/2024 22:30
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Cine

«He dejado en Cuba la mitad del corazón»

Después de quince años en Miami, Reinaldo Miravalles se reencuentra con la Isla. El popular actor habla de su vida, de su historia.

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Reinaldo Miravalles visitó Cuba, después de quince años en Miami. ¡Quince años sin ver a sus hijas, a sus nietos, a sus bisnietos! Sin ver las calles de La Habana, donde nació. Sin recibir el calor de su hinchada.

Como si la suerte y los aviones se pusieran de acuerdo, el actor proa del cine cubano celebró en su Habana, el 28 de enero, su cumpleaños 86. Fue una fiesta sorpresa. Allí, junto a su familia, estaban sus compañeros de la televisión, el teatro, el escenario, de la vida entera.

Apenas se oyó: "¡Miravalles en La Habana!", todos corrieron: Odalis Fuentes, Luis Alberto García, Mario Balmaseda, Pablo Milanés, Aurora Basnuevo, Mario Limonta, Albertico Pujol, Amaury Pérez, Polito Ibáñez. Todos querían celebrar al patriarca. El mar, esta vez, no dividiría a los cubanos. La amistad por encima de revoluciones y ausencias.

El actor más natural

Reinaldo Miravalles, el protagonista de una veintena de películas, el actor más natural que ha dado la Isla, comenzó a fines de 1944, en Radio Cadena Azul, haciendo bolitos (cuando había un papelito, lo agarraba). Las estrellas de la planta de Amado Trinidad eran Jesús Alvariño y Luis Echegoyen. La pepillería se alborotaba a las puertas de los estudios de Prado, para conocerlos.

Un día, el flaco Miravalles le dejó saber a la muchachada que él también era actor. "¿Escucharon a los Villalobos de anteayer? —les preguntó. ¿Oyeron al caballo que hacía tacataca, tacataca, y de pronto sonó un grito? Pues ese que gritó era yo, que me caí del caballo".

"Para mí, los ídolos de la radio eran exagerados, engolados, sólo que yo no tenía como probarlo —recuerda Reinaldo. Pero un día coincidí con un escritor de Cadena Azul en la calle Consulado, donde los 'cojos' iban a buscar los rollos de películas para los más de cien cines que había en La Habana de fines de los cuarenta…".

"Ese escritor me invitó a ver una película que cambiaría mi vida, El limpiabotas, el clásico del neorrealismo italiano. Vi maravillado cómo, en la pantalla, aparecían seres humanos, no actores. Y me dije: '¡ese es el camino!'. Y eso ocurrió dos años antes de que llegara la televisión. Ahí fue que comencé a ser yo mismo, buscando ser cada día más natural", apunta Miravalles.

A sus 86 juveniles años, con su sonrisa inalterable, el Epifanio de Vals de La Habana Vieja, el Pedro Quijano de De tal Pedro tal astilla, el Vicente Cuervo de Los sobrevivientes, el Felo de Los pájaros tirándole a la escopeta; el actor preferido del director Tomás Gutiérrez Alea, el abuelo —con hijos y nietos en ambos lados del mar—, el cubano del corazón partido en dos, como tantos millones de sus compatriotas, nos concede esta entrevista.

Cuando llegaste a Miami, ¿te reprocharon haber 'actuado para la revolución'?

Un tipo me preguntó en una cafetería: '¿cuándo llegaste?'. Le respondí: 'hace tres meses'. Y protestó: 'carajo, cómo te demoraste pa' venir'. Y yo le pregunté: 'y tú, ¿cuándo llegaste?'. 'En 1968', me dijo. Y yo salté: 'coño, cómo te demoraste tú'. En una farmacia, una vieja me cayó con que yo debía ser de la Seguridad porque había trabajado en el serial
En silencio ha tenido que ser. Yo le respondí: 'no señora, lo que soy es actor'.

¿Alguna vez te has preguntado por qué dejaste Cuba y un público que te adoraba?

Cuando vine para Miami, ya estaba retirado. Vine detrás de mi hijo, que había tenido problemas, para ayudarlo a comenzar una nueva vida. Llegué con 72 años. Trabajé en lo que me caía, limpié pisos, repartí pizzas. Con el tiempo, se comenzaron a producir en Miami más programas de televisión. Hice El Mikimbin y hasta alguna que otra película. ¿Que si me arrepiento? Un padre nunca se arrepiente de lo que hizo por sus hijos.

¿Sientes nostalgia por Cuba?

Se me ha quedado en Cuba la mitad del corazón. En Cuba tengo dos hijas, tres nietos y tres bisnietos. Cuba está dentro de mí, pero debo vivir en Miami el presente, el día a día. Me juré que acá nunca me iba a pegar el gorrión. Vivir en la nostalgia me haría un daño terrible. Nena, mi mujer, es menos fuerte que yo. Ella no quería salir a la calle en Miami. Yo la saqué de ese ostracismo. Porque los viejos que están en esa mahomía se mueren de tristeza.

Pocos actores han pasado del teatro a la televisión, al cine, con la misma naturalidad que tú. ¿Cómo lo logras?

El teatro íntimo se parece en el tono a la televisión y al cine. Quizá los gestos son más ampulosos, porque el espectador está más lejos que la cámara. Pero el medio al que más me adapto es al cine, que es primo de la televisión. El cine te da más tiempo para analizar los personajes. Y el cine queda. Ahora también la televisión queda, porque hay vídeos, pero cuando yo empecé con Gaspar Pumarejo en 1951, tu actuación salía al aire y se la llevaba el viento.

La primera vez que estuviste ante una cámara de televisión hacías un extra, sentado, sin hablar. La segunda fuiste el protagonista. A la tercera escribieron para ti el serial El Hombre Flaco. ¿Cómo fue?

La televisión comenzó con los ídolos de la radio, que tenían unas voces impresionantes, pero sus físicos no correspondían a sus voces. Verlos en la pantalla era decepcionante. Ninguno quería echar por tierra su fama. No querían trabajar en la televisión. Yo, como no tenía nada que perder, me metí de cabeza en la televisión. ¿Y qué hice? Actuar como había aprendido del cine italiano. Y me dio buen resultado.

¿Tu personaje más popular?

Cheito León se robó El hombre de Maisinicú en cinco minutos. El director del filme, Manuel Pérez, me había ofrecido El Carretero, otro alzado que aparecía en casi todo el guión. Pero el ICAIC no creaba condiciones para filmar en el campo. Y como las películas pagaban tan poco, le dije a Manuel: 'si me das a Cheito León, que es cortico, me voy al Escambray a pasar trabajo'. Y valió la pena… Un día echaba gasolina en el Vedado, cuando se me acercó un borracho y me recitó los parlamentos del personaje de memoria. Pero eso sucede sólo entre los cubanos de la Isla, porque las películas del ICAIC no tienen distribución internacional, sólo se ponen en festivales.

¿Por qué esa cerrazón?

Algún que otro filme cubano se ha exhibido internacionalmente, como la comedia Los pájaros tirándole a la escopeta o Fresa y Chocolate, pero, a decir verdad, el cine cubano no le interesa al gran público porque liga la política con el arte. Y no siempre está bien realizado, a veces es panfletario.


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Reinaldo Miravalles, junto al cantautor Pablo Milanés, en su reciente viaje a La Habana. (ARCHIVO FAMILIAR DE R.M.)Foto

Reinaldo Miravalles, junto al cantautor Pablo Milanés, en su reciente viaje a La Habana. (ARCHIVO FAMILIAR DE R.M.)

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