Actualizado: 17/04/2024 23:20
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Eloy Gutiérrez Menoyo

La única entrevista al prisionero Eloy Gutiérrez Menoyo

“Yo era jefe de una organización en Miami, ¿no?. Yo tenía que venir”

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Solo hubo una entrevista a Eloy Gutiérrez Menoyo tras su captura el 23 de enero de 1965, en un remoto paraje del oriente de Cuba, y fue la única hasta unos meses antes de su excarcelación en 1986. De hecho, la única vez que se tuvo noticias de Gutiérrez Menoyo en el exterior fue por esa entrevista publicada en un libro mío de escasa circulación. Cazabandido (1970) lo escribí en menos de dos semanas, fue publicado por Ángel Rama en Uruguay y nunca circuló en Cuba.

Gutiérrez Menoyo salió de la carcel casi 20 años después de esta entrevista pero ocho antes de 1994, que fue la fecha pronosticada por mí en nuestro ríspido diálogo. Cumplió 21 tras los barrotes y llegó a Madrid el 21 de diciembre de 1986.

El team de Eloy Gutiérrez Menoyo había desembarcado el 27 de diciembre de 1964. Su recorrido por el monte, siempre bajo acoso, no cumplió un mes. El ocaso de la insurrección contrarrevolucionaria en Cuba, iniciada en 1960, mostraba la imposibilidad de regreso de todos los procesos naturales.

El 28 de diciembre, en un lugar cercano a Punta Caleta, el extremo más oriental de la Isla de Cuba, las unidades militares y de contrainteligencia hicieron el conteo de los materiales encontrados a un grupo de infiltración recién desembarcado: una planta transmisora T-22 AEG 5, una planta receptora, cinco docenas de baterías, cuatro paquetes de 10 cajitas de alimentos concentrados, un motor portátil Zeus Electric. Al final del conteo apareció el lugar de procedencia de los infiltrados: en aquellas cajas de cigarros dominicanos dentro de las mochilas abandonadas. La Seguridad del Estado y LCB (Lucha contra bandidos, las fuerzas contrainsurgentes) inauguraron en ese momento la “Operación Jauco”.

El lugar del desembarco era la zona más despoblada de Cuba. Solo 1.732 habitantes divididos en 243 núcleos familiares. La gente más pobre del país vivía ahí. La tierra era estéril. Ellos fueron quienes descubrieron el desembarco. Luego persiguieron al team con toda la saña del mundo, como buscando la razón de tanta desgracia.

Reclusorio Nacional para los Delitos contra la Seguridad del Estado Isla de Pinos, junio de 1965.

Eloy Gutiérrez Menoyo. Un hombre flaco, de sonrisa amarga, fumar constante y ligero temblor en las manos. Así veo a este hombre que fuera cabeza de la contrarrevolución.

Cada mañana el jefe de la organización Segundo Frente del Escambray Alpha 66 toma el desayuno en el comedor de la prisión de Isla de Pinos. Después se dedica a su labor diaria. Él trabaja en el ala frontal de la prisión, sacando con una escoba el polvo acumulado en las rayas del pavimento y limpiándola de papeles y colillas que la gente tira.

Se sienta delante de mí, poniéndose en guardia.

—¿Qué quiere?
—Hacerle una entrevista.
—Una entrevista… —se ríe y no me cree.
—Sí, una entrevista —le digo y le enseño el carné de Granma y el de la revista Cuba— Una entrevista, ¿por qué no?

Sigue sin creerme y dice:

—Usted es de la Seguridad.

Trato de convencerlo pero él no cede. Empiezo a hacerle preguntas sin que se convenza.

—Menoyo, ¿por qué usted vino?
—Yo era jefe de una organización en Miami, ¿no?. Yo tenía que venir.
—¿Y cuáles eran sus planes?
—Después de mi infiltración, arribarían otros grupos más. En Santo Domingo se quedaron esperando 28 hombres, pero perdimos la planta transmisora y no pudimos hacer comunicación. En síntesis: crear la base guerrillera.
—Menoyo, ¿a qué atribuye su captura y derrota?
—¿Derrota? Perdí la iniciativa desde el primer momento. Los guajiros nos regalaban comida, y cuando dábamos la espalda, salían corriendo donde la milicia, para avisar. La zona aquella está muy bien controlada por ustedes, y nosotros no lo sabíamos.

Era agradable la oficina donde lo entrevisté. Pintada de azul marino, buena ventilación, entradas de luz y cortinas chinas.

Junto a mí se sentó el primer teniente J. Francisco López, jefe de la prisión, y el agente Jorge González, de la Seguridad del Estado. Ellos fueron los testigos.

Gutiérrez Menoyo se ve mal; o como dicen sus carceleros, “triturado”.

Los revolucionarios lo condenaron por traidor y después por bandido.

Los contrarrevolucionarios lo desprecian.

Cuando llegó a la prisión dijo:

—La situación en los grupos del exilio es muy mala. Los exilados quieren que se mate mucha gente en Cuba, para levantar presión con los norteamericanos y empujarlos a una guerra.

Después de eso, ningún prisionero lo saluda.

Los tres hombres que se infiltraron con él, tampoco le hablan.

Gutiérrez Menoyo les teme, como a todos allí.

Se negó a ir al trabajo agrícola con los demás reclusos.

—Es que me dan mareos.

Ahora cada mañana su tarea consiste en barrer aquella parte de la prisión.

—Menoyo, usted es un hombre vencido.

No responde de inmediato. Se ajusta los espejuelos en la cara y sonríe. Responde:

—Soy un hombre derrotado en el campo militar.
—¿Qué hará cuando salga de aquí? Eso será en el año de 1994. Usted tendrá entonces 63 años de edad.
—Si es en esa época, abandonaré las actividades políticas. Ya he hecho bastante por Cuba.
—¿Por qué usted dice “si es en esa época”?
—Nada dura tanto tiempo.

Junto con Gutiérrez Menoyo se infiltraron tres más: el primer teniente Enoel Salas, el comandante Ramonín Quesada y el capitán Domingo Ortega. Poco antes de su captura, y ante el paso de una patrulla militar Gutiérrez Menoyo, Enoel, Ramonín y Domingo se hundieron en la hierba y esperaron a que la patrulla siguiera su camino.

Sin embargo, el teniente Augusto Caballeros, al frente de esa patrulla, se quedó rezagado con unos pocos hombres con la intención de quedar en la retaguardia del enemigo que ya olía. “El enemigo mira para alante y yo estoy detrás, y avanzo, a lo gato, con mi gente”, pensó.

Enoel sí presintió a la tropa de Caballeros; se volteó. De un salto Caballeros cayó sobre Gutiérrez Menoyo. Atrás saltaron los demás y se abracaron en una pelea a mordidas y piñazos. Gutiérrez Menoyo logró lanzar una granada, pero no explotó porque tenía puesto el tape de seguridad.

Allí vinieron a recalar todos los milicianos de la región. Rodearon a los infiltrados y quisieron fusilarlos enseguida. A duras penas Caballeros logró que los prisioneros llegaran con vida al Estado Mayor. Luego las armas se dispararon al aire.

—Menoyo, el teniente Caballeros lo agarró a usted a piñazos.
—Hubo piñazos de todo el mundo —responde—. De nosotros también.


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