Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Literatura cubana, Arte, Exilio

Leer, ver, oír

El escritor Carlos Aguilera confiesa que lee siempre, a toda hora, y casi cualquier cosa. Es, dice, de los que se leen hasta las letras chiquiticas en las cajas de cigarros

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El año pasado apareció en España El imperio Oblomov. Esa novela ha venido a engrosar la bibliografía de Carlos A. Aguilera, que abarca géneros como la poesía (Retrato de A. Hooper y su esposa, 1996; Das Kapital, 1997), la narrativa (Teoría del alma china, 2006; Clausewitz y yo, 2014) y el teatro (Discurso de la madre muerta, 2012). A él se debe además la compilación de la antología Memorias de la clase muerta. Poesía cubana 1988-2000, publicada en México en 2002. Textos suyos han sido traducidos al alemán, el checo y el croata. Aguilera ha vivido en Bonn, Frankfurt, Graz, Dresde, Hannover. Desde Praga, ciudad donde actualmente reside y trabaja, ha contestado gentilmente a esta batería de preguntas.

¿Qué libro(s) estás leyendo o tienes en la mesita de noche para empezar a leer?

Carlos Aguilera (CA): Varios: La invención de la histeria de Didi-Huberman, El peatón de París de León-Paul Fargue, La metamorfosis de la grasa de Georges Vigarello, y la recopilación de Cuentos judíos que hizo en su momento Leopold Sacher-Masoch basado en los relatos orales que escuchaba en Lemberg, ciudad de la Galitzia oriental…

¿Recuerdas el primer libro que leíste?

CA:Cinco semanas en globo de Jules Verne. Me lo dio mi abuelo. Una edición vieja, con grabados chiquiticos al inicio de cada capítulo.

¿De qué libro guardas un mejor recuerdo?

CA: De las memorias de Canetti. Las leí antes de los veinte años y me mostraron que 1) se podía ser buen escritor y a la vez buena persona, no había que ser un monstruo de maledicencia, cosa a la que aspiraban algunos (después se demostró que esta auto-imagen ideal de Canetti tampoco era cierta); 2) existe la literatura y la vida, pero para ciertas personas o escritores todo es (o todo deviene) literatura, y está bien así. Al final, vida y arte son un “coso” tan enredado que no hay por qué no aspirar a confundirlos un poquito más.

¿Qué libro famoso se te cayó de las manos o dejaste a la mitad?

CA: Tengo un defecto. Cuando empiezo a leer algo no puedo parar hasta el final. Es algo compulsivo. Eso hace que elija muy bien antes qué libro voy a leer, ya que aunque el libro me deje de interesar, sé que no voy a poder apartarlo en la página 82 por ejemplo.

¿Cuál es el libro que más veces has leído? ¿Por qué?

CA:Trastorno, de Thomas Bernhard. Lo leí tres veces seguidas. Fue el primer libro que me prestaron de él además. Entonces, lo leí una primera vez y me quedé boquiabierto. Al llegar a la última página volví de inmediato a la primera y volví a leérmelo para entenderlo, ya que entre el primer relato y el segundo relato del libro hay un corte bastante fuerte (de estilo, historia y narrador) y me había quedado desconcertado. Una vez terminada esta segunda lectura volví a empezar pero sólo por la segunda historia, la del monólogo del príncipe Saurau (en alemán no es un príncipe, es otra cosa, un Fürst), para deleitarme de nuevo con todo aquel juego de florituras, repeticiones e idioteces tan propias del austriaco.

¿Prefieres leer obras nuevas o releer?

CA: Con el tiempo releo más, claro. Pero también me gusta mucho leer.

¿Qué libro te gustaría haber escrito?

CA: El Tractatus, de Wittgenstein. Para mí no es un libro de filosofía, sino un poema. Recuerdo que le puse un fragmento de su introducción al prólogo de un pequeño libro mío que se llama Das Kapital, un libro hecho casi todo con citas y apropiaciones y dislocaciones de géneros. Hubo gente que escribió que mis palabras en ese prólogo habían sido muy arrogantes. ¡Todavía me estoy riendo!

¿En qué libro te quedarías a vivir?

CA: En cualquiera de los de Isaac Bashevis Singer. Me hubiera gustado ser narrado por Bashevis Singer.

¿A qué autor invitarías a cenar y a cuál le darías el Premio Nobel?

CA: Casi ninguno de “mis” autores han ganado el Nobel (con la excepción de Singer y Samuel Beckett). El Nobel lo considero un premio “bobón” y casi siempre equívoco que, además, durante mucho tiempo estuvo secuestrado por la izquierda europea, bastante sectaria como todos sabemos... A comer me iría con Severo Sarduy. Me gusta su narrativa, mucho, y dicen que era muy gracioso.

De todos los lugares de la casa, ¿cuál prefieres para leer? ¿Lees fuera de la casa, por ejemplo, en los viajes, en un café?

CA: Leo siempre, a toda hora, y casi cualquier cosa. Soy de los que se leen hasta las letras chiquiticas en las cajas de cigarros.

¿Qué libro regalarías a un niño para iniciarlo en la lectura?

CA:Dos viejos pánicos, del gran Virgilio Piñera. Creo que ahí está todo lo que necesita saber un niño para funcionar con cierta sabiduría en el futuro.

¿Qué obra literaria te gustaría ver llevada al cine?

CA:The Making of Americans, la deliciosa novela de Gertrude Stein. Es una novela, para mí, muy cinematográfica.

¿Cuál película basada en un libro es tu favorita?

CA: Tengo dos: el Instituto Benjamenta, de los hermanos Quay, una lectura tremenda del Jakob von Gunten de Robert Walser. Y La mujer de las dunas, de Hiroshi Teshigahara, basada en la novela de Kobo Abe. Dos reflexiones fabulosas sobre el cine, el encierro y los límites.

¿Qué película famosa dejaste a la mitad?

CA: Me pasa lo mismo que con los libros, me cuesta trabajo levantarme e irme, aunque con el cine suelo ser menos drástico. Recientemente fue con Historias salvajes, la película argentina, aquí, en Praga. Una película plana y alarmantemente predecible.

¿Cuál fue la primera película que recuerdas haber visto?

CA: No sabría decirte. Ahora, la que más vi de niño fue El Zorro, en aquella versión horrible con Alain Delon y Ottavia Piccolo. La vi muchas veces.

¿Cuál es la que más veces has visto?

CA: Ya te dije, El Zorro. ¡Me daría pena hasta decirte cuántas veces!

¿Qué película te hizo llorar o reír a carcajadas?

CA:Algunos prefieren quemarse, de Billy Wilder. Una absoluta genialidad.

¿Qué obra de teatro te dejó clavado en la butaca?

CA: En la butaca del teatro, La divina commedia, de Derevo, un grupo muy bueno de San Petersburgo. En la de la casa, Umarla Klasa (La clase muerta), de Tadeusz Kantor. Además, ver a Kantor ahí mismo observando y “manipulando” a sus actores me parece toda una enseñanza para el teatro futuro.

¿Qué tipo de música prefieres y escuchas con más frecuencia: clásica o popular?

CA: Depende. Escucho de todo. Cuando trabajo, más jazz y música electrónica. Para relajar (y según el día) música salsa (que yo pueda cantar a su vez) o cualquier oratorio de Palestrina.

¿De qué pintor desearías tener una obra en tu casa?

CA: De Henry Darger. Sus cuadros, llenos de niñas medio machos (las llamadas Vivian girls) corriendo por una floresta interminable en lo que soldados de la guerra civil norteamericana las persiguen, me parecen pura inspiración.

¿Con qué personaje de ficción te sientes identificado? ¿Por qué?

CA: En verdad, con ninguno. Me cuesta trabajo pensar en esos términos.

Cuéntame una experiencia cultural o literaria que cambió tu vida.

CA: La primera vez que fui a la Casa de la Cultura del Cerro, donde crecí. Una niña, una pionera, de espejuelos anchos, dos trencitas, y a la que faltaban dos dientes cantó con una boca bien grande O sole mio… Ese día entendí que el “arte” era algo que me interesaba. Era algo que hacía abrir la boca interminablemente. Era profundidad, ligereza, cita, ironía, caricatura. Y a la vez era algo que podía ser hecho (y destrozado) por una niña con dos trencitas.