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Bergoglio, Francisco, Papa

El Papa, el pasado y el cambio

La actuación del nuevo Sumo Pontífice, durante la dictadura argentina, no es un excepción dentro del papado

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Es posible que con la elección del cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio se inicie un pontificado con importantes cambios en la Iglesia católica. Pero muchos de estos cambios no serán los que la mayoría de la población —creyente y no creyente— espera, ni los que la prensa ha comenzado a destacar desde la elección del nuevo obispo de Roma.

No se trata solo de falta de información y tampoco se limita a la adopción de una determinada postura ideológica. Es que cuando se topa con la Iglesia, los problemas terminan siempre resumiéndose en una interrogante bastante simple: ¿cómo reformar una institución que cuenta con más de dos siglos para demostrar su capacidad de sobrevivir? Mejor eficiencia, a la hora de conservar el poder, no la ha establecido ningún otro sistema, gobierno e ideología, y la Iglesia es todo ello y mucho más.

Así que al final es mejor simplificar un poco la cosa. Dejar a un lado la palabrería barata de considerarlo un “defensor de los pobres”, aunque sea dicha por el presidente Obama; no darle mayor importancia a la elección del nombre, que la que tiene un golpe publicitario —decidido seguramente desde hace varios años— y considerar que la opción en favor de un latinoamericano no es más que una necesidad impuesta por las leyes del mercado en época de crisis: si el mayor número de clientes proviene de esa región, lo mejor es buscarse a alguien de allí. Además, ya Bergoglio había sido “finalista” con anterioridad. Como en los concursos, en el Cónclave lo que cuenta es que se presente la oportunidad.

Los cambios

El primer cambio importante que el papa Francisco tiene que acometer ya fue iniciado por su predecesor. Antes de su partida, Benedicto XVI nombró presidente del banco del Vaticano al barón Ernst Von Freyberg, caballero de la poderosa Orden de Malta y constructor de buques de guerra. Un nombramiento para que no quedaran dudas: todo el poder de la Edad Media y el capitalismo simbolizado en un aristócrata alemán nacido en Ginebra.

Con eso de los nombres nunca hay que fiarse en el Vaticano. Bajo la piadosa inscripción de Instituto para las Obras de Religión se encuentra una poderosa institución financiera, que en más de una ocasión ha sido cuestionada por supuestos vínculos con la mafia, crímenes y lavado de dinero.

También se ha dicho que, a través de dicho banco, el Vaticano tiene o ha tenido importantes paquetes de acciones en compañías como General Motors, Shell, Gulf Oil, General Electric, Betlehem Steel, TWA, RCA, así como estrechas relaciones con importantes bancos internacionales: Rothschild en Francia e Inglaterra, Hambro's Bank, Chase Manhattan Bank de Nueva York, el Morgan Bank y la Bakers Trust Company. No poco a la hora de contradecir esa afirmación de la curia, cuando afirma que sus miembros forman parte de una “Iglesia pobre”.

Si embargo, el aspecto fundamental en este sentido es que, al tiempo que ha tratado de reducir su pasado de iglesia imperial, a la existencia de un legado fabuloso de obras de artes en sus museos y catedrales, el trono de San Pedro no se limita a un poder espiritual. El Papa es también un jefe de Estado, desde la concesión otorgada por Mussolini a Pío XI, a cambio de su apoyo al fascismo.

No fue solo la creación de un Estado, ese país minúsculo pero poderoso encerrado en una ciudad que es el Vaticano. Cuando Mussolini dio como indemnización a Pío XII casi 2.000 millones de liras, el Papa nombró como administrador del dinero al banquero Bernardino Nogara, quien al parecer fue un genio que supo multiplicar prodigiosamente esos fondos. Desde entonces, surgió ese fervor casi religioso por una banca propia, más allá de países y banqueros.

No todos los “banqueros de Dios” han sido igualmente geniales. Al igual que ocurre con cualquier institución financiera, se han sucedido épocas de grandes ganancias con épocas de grandes pérdidas, sin olvidar los grandes escándalos. Sin embargo hay una contradicción en proclamarse una iglesia de los pobres y vivir con un boato que no es una herencia —como las obras de arte de los Museos del Vaticano, adquiridas de acuerdo a los métodos de la época— sino un derroche cotidiano de pompa y esplendor.

De esta manera siempre ha existido una tensión potencial —en muchos casos real, como ocurrió durante el último papado— entre el guiar a las almas y el administrar el dinero.

Con su último acto importante de poder —el nombramiento del barón Ernst Von Freyberg—, Benedicto XVI le cerró la llave del dinero a su enemigo, el secretario de Estado monseñor Tarcisio Bertone, pero también impuso una decisión a su sucesor, destinada a prevenir la repetición de viejos errores.

Falta por ver quién será el secretario de Estado del nuevo Papa. Lo que no hay duda es que, en la administración de los bienes de la Iglesia sí se producirá un cambio fundamental.

Desde hace años los jesuitas vienen reclamando una mejor administración y mayor transparencia. Lo hicieron incluso públicamente, en la revista Civilta Cattolica de los jesuitas italianos, durante los años 70 del pasado siglo. Ahora les ha llegado su turno.

No es que se vaya a cumplir el reclamo —hecho en diversos momentos por millones de católicos— de que el Vaticano haga públicos sus balances económicos, que diga a los fieles cuánto dinero posee y cuáles son sus verdaderas riquezas, pero al menos se ganará en control administrativo.

Un papa jesuita

La elección de un papa jesuita, por primera vez en la historia, puede considerarse una victoria frente al sector más reaccionario dentro del catolicismo. En las últimas décadas, entre otros grupos, este sector ha estado representado por el todavía poderoso Opus Dei y el ya menguado Legionarios de Cristo, organizaciones que sirvieron de apoyo al reaccionario Juan Pablo II en su lucha contra la Teología de la Liberación.

Con su política de una de cal y otra de arena —mediante la cual disminuyó el poder de este sector ultraconservador, pero al mismo tiempo lo utilizó— Ratzinger le ha hecho un gran favor a Bergoglio. A partir de ahora el nuevo Sumo Pontífice podrá practicar un conservadurismo moderado, que enfatice la necesidad de una mayor justicia social y dedique declaraciones en contra del hambre y en defensa de los pobres.

El retroceso de este sector reaccionario, en la promoción y decisiones de poder que lleva a cabo el Vaticano, no viene acompañado de un avance progresista, tanto ideológico como en normas religiosas e incluso políticas.

Dentro de la Iglesia, los sacerdotes jesuitas fueron los que más se identificaron con la Teología de la Liberación y una acción más directa de lucha contra la pobreza. Incluso desde posiciones agresivas, más que dinámicas.

Jorge Mario Bergoglio, por entonces la figura máxima de su orden en Argentina, no estuvo entre los jesuitas que se destacaran por apoyar esos esfuerzos sino por lo contrario: hizo lo posible por reprimirlos.

Junto a la noticia de la elección del papa Francisco, apareció su historial durante la época de la dictadura argentina, cuando era provincial de los jesuitas.

Es una historia conocida y ha sido investigada a profundidad y publicada por el periodista argentino Horacio Verbitsky. Aparece también en Foreign Policy y en el diario español El País.

Dos curas jesuitas, Orlando Yorio, ya fallecido, y Francisco Jalics, que vive en un monasterio de Alemania y ha hecho voto de silencio, habían decidido vivir en un barrio marginal, para mantener un mayor contacto y compromiso con los pobres, una actitud que no era del agrado de las autoridades de la Iglesia.

“Mucha gente que sostenía convicciones políticas de extrema derecha veía con malos ojos nuestra presencia en las villas miseria”, cuenta Jalics en su libro Ejercicios de meditación, de 1995. “Interpretaban el hecho de que viviéramos allí como un apoyo a la guerrilla y se propusieron denunciarnos como terroristas. Nosotros sabíamos de dónde soplaba el viento y quién era responsable por estas calumnias. De modo que fui a hablar con la persona en cuestión y le expliqué que estaba jugando con nuestras vidas. El hombre me prometió que haría saber a los militares que no éramos terroristas. Por declaraciones posteriores de un oficial y 30 documentos a los que pude acceder más tarde pudimos comprobar sin lugar a dudas que este hombre no había cumplido su promesa sino que, por el contrario, había presentado una falsa denuncia ante los militares”, escribió Jalics, según el diario El País.

Ese hombre era Bergoglio, ahora el papa Francisco, según contó Yorio en una carta de 1977 al asistente general de la Compañía de Jesús, que obtuvo Verbitsky. Años después, tras el fin de la dictadura, Yorio también comentó a otros sacerdotes que Bergoglio no los había “entregado”, pero sí delatado.

Los hechos son los siguientes: el 23 de mayo de 1976, Yorio y Jalics fueron secuestrados por miembros de la dictadura argentina. Durante cinco meses estuvieron encerrados en la Escuela Mecánica de la Armada, uno de los principales centros clandestinos de detención y tortura del régimen. Un interrogador le dijo a Yorio que sabían que no era guerrillero, pero que con su trabajo en la villa unía a los pobres y eso era subversivo, según reconstruyó Verbistky. La Iglesia argentina, cuya jerarquía colaboró con la dictadura, mientras un reducido grupo de sacerdotes se opuso, intercedió para que los liberasen y así fue. Ambos fueron arrojados drogados en un terreno húmedo y cenagoso de una ciudad cercana a Buenos Aires, Cañuelas, un 24 de octubre.

En el libro El jesuita, de 2010, Bergoglio contestó a las acusaciones: “Nunca creí que estuvieran involucrados en actividades subversivas como sostenían sus perseguidores, y realmente no lo estaban. Pero, por su relación con algunos curas de las villas de emergencia, quedaban demasiado expuestos a la paranoia de caza de brujas. Como permanecieron en el barrio, Yorio y Jalics fueron secuestrados durante un rastrillaje. La misma noche en que me enteré de su secuestro, comencé a moverme. Cuando dije que estuve dos veces con [el dictador Jorge] Videla y dos con [el jefe de la Armada, Emilio] Massera fue por el secuestro de ellos”.

Bergoglio también ha dicho que durante aquellos años protegió, escondió y ayudó a exiliarse a perseguidos por el régimen.

Una tradición lamentable

La actuación de Francisco no es un excepción dentro del papado. Más bien la norma. El caso más notable fue el de Pío XII. En la relación de este Papa con el nazismo y sus derivados hay muchos puntos oscuros. Los investigadores han llegado a mencionar 45. Entre ellos están su silencio ante la atrocidad conocida como la “Noche de los cristales rotos”, el 9 de noviembre de 1938, que marcó decisivamente la persecución contra los judíos en Alemania. Se señala igualmente que no condenó las leyes racistas del gobierno colaboracionista francés de Pétain, así como su recibimiento, en 1943, al caudillo fascista croata Ante Pavelic, responsable de campos de exterminio donde murieron cientos de miles de serbios, judíos y gitanos.

Pío XII también permitió que miembros de la Iglesia, e incluso prelados del Vaticano, dieran refugio a judíos y perseguidos por los nazis.

Al igual que durante el pontificado de Pío XII, se ha señalado que una actitud más firme de la Iglesia durante la dictadura argentina hubiera frenado los crímenes. Es difícil que en ambos casos ello hubiera ocurrido. Queda entonces el juicio moral. En este sentido, la Iglesia católica sistemáticamente se ha colocado del lado de la reacción. En ambos casos, se puede decir que si bien la Iglesia no apoyaba los métodos, compartía algunos de los objetivos.

El Papa y la presidenta

Con el gobierno de la presidenta argentina Cristina Fernández de Kirchner el nuevo papa ha mantenido dos disputas, una social y otra política. La social tiene que ver con la fuerte condena de Bergoglio al homosexualismo y a los matrimonios entre parejas del mismo sexo, oficializados en Argentina.

La política se refiere a su rechazo al populismo, que cada vez más intensifica la mandataria, que por cierto es heredera de ese peronismo que también ayudó a los nazis, se aprovechó de ese régimen (la famosa leyenda o realidad del tesoro nazi trasladado al país sudamericano) y brindó refugio y apoyo a 90.000 nazis y miles de genocidas croatas, entre ellos Pavelic.

En lo que respecta a Cuba —y aquí se incluye el dato casi como una nota de humor— lo más significativo aparecido en las redes, tras conocer la elección de Bergoglio, ha sido el sacar a relucir que fue el coordinador del libro Diálogos entre Juan Pablo II y Fidel Castro, publicado en 1998. Para los católicos, solo queda rezar, para que los furibundos del exilio de Miami no se enteren del dato.

Francisco tiene por delante una larga tarea, no solo como figura máxima de una ideología desde hace años en decadencia, sino también como jefe de un Estado en problemas. Nada nuevo para una Iglesia que surgió de la cruz y ha predicado con la espada, cuando lo ha creído necesario y posible.


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