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Dudosos honores del Quetzal

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La Presidenta de Chile parece confrontar dificultades con su inteligencia emotiva. Su incapacidad para deconstruir la añeja simbología mediante la cual aprendió a percibir la figura de Fidel Castro en sus años mozos así lo indica. Sigue creyendo que es el patriarca de la izquierda latinoamericana.

Al intentar darle algún crédito a las creencias de la Presidenta Bachelet, pudiera argüirse, como Bobbio, que existen dos corrientes en la familia política de la izquierda: una democrática y otra autoritaria. Pero en el caso de Fidel Castro es discutible incluso si sus acciones se inscriben en esa segunda corriente. Su trayectoria tiene más que ver con el caudillismo autoritario latinoamericano -que llegó a aliarse al Eje fascista en su antinorteamericanismo a ultranza- que con las peripecias del extravío totalitario de una parte de la izquierda en su seguidismo de Joseph Stalin. Sólo aquellos que definen las izquierdas a partir de la promoción de la violencia y el odio ciego a Estados Unidos, pueden atribuirle a Fidel Castro esa etiqueta. Para él la promoción de la equidad no es un valor normativo, sino una estratagema. Las víctimas del Gulag y de Auschwitz podrían explicar a los ingenuos la irrelevancia de buscar distinciones entre sistemas totalitarios que vayan más allá de la retórica que emplean para legitimarse.

Porque ni fue, ni es, ni será una persona de izquierdas, -mucho menos de izquierdas democráticas-, es que Fidel Castro puede regocijarse recibiendo el dudoso reconocimiento que ahora le trae el actual Presidente de Guatemala. Creado por un dictador guatemalteco, fue antes concedido a otras figuras internacionales del mismo corte que Castro y ha sido rechazado por personas de izquierda que consideraban deshonroso recibirlo. Al hacerlo no repudiaban al Quetzal, sino al símbolo que de esta distinción han hecho abominables dictadores. Algún día habrá que instituir en Cuba algo que remplace a la actual Orden José Martí, que ha ido a condecorar a tanto asesino en medio siglo, desde el carnicero de estudiantes en la Plaza de Tlatelolco en 1968 hasta el competidor de Drácula que lidereaba el “socialismo real” rumano.

Aquel sector de la derecha guatemalteca que protesta porque la Orden del Quetzal en el Grado del Gran Collar le sea otorgada a Fidel Castro padece de la misma confusión que la Presidenta de Chile, aunque desde la otra orilla ideológica. Ambos siguen creyendo –de manera errada- que es un líder de izquierdas. Esta Orden con la que el Presidente Colom pretende honrarlo, en realidad lo sitúa más cercano a su verdadera identidad: junto a Mussolini, Stroessner, Pinochet, Videla y Bánzer. Al final, es buena cosa que así lo registre la historia.

Les paso algunos datos sobre la Orden del Quetzal aportados por un artículo aparecido el martes 17 de febrero en El País. Juzguen ustedes.

Orden devaluada

La Orden del Quetzal fue instaurada por el dictador Jorge Ubico Castañeda (1930-1944), que presidió el primer Gobierno latinoamericano en reconocer al régimen de Francisco Franco, en 1936. Entre sus galardonados se encuentran personalidades como Benito Mussolini, y los también dictadores Alfredo Stroessner, de Paraguay; Augusto Pinochet, de Chile; Jorge Videla, de Argentina, y el boliviano Hugo Bánzer. Esta trayectoria ha hecho que muchos de los galardonados, como Alfonso Bahuer Paiz, uno de los intelectuales de izquierda más respetados de Guatemala, la hayan rechazado tajantemente, en una actitud que mereció el aplauso de los sectores democráticos del país. (JOSÉ ELÍAS – Corresponsal de El Pais en Guatemala - 17/02/2009)



Males de familia

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El Comandante Cero (siempre a la izquierda) padece de intenso desasosiego. Su hermano está afectado por una irrefrenable melancolía.

Al Comandante Cero lo atormenta su irrelevancia. Castigo divino a la soberbia. Andar dependiendo de otros para cualquier cosa y desplazado del interés público. Cosas veredes, debe repetirse a cada instante. Vive en mundo de fantasía en que imagina que Obama y su Jefe de Gabinete esperan cada amanecer la salida del Granma para leer sus agudas Reflexiones. No obstante, algunos mandatarios se apuran a visitar La Habana. Si tienen suerte y llegan un día en que está presentable podrán verlo y tomarse fotos antes de que se convierta en otro muñeco de algún museo de cera. Ya comienza a serlo. Me cuentan que en la isla a pocos interesaba el rumor de su muerte ni la noticia de su reaparición. En el mundo -¡horror!- todos aclaman y admiran al nuevo Presidente de Estados Unidos. Ingrata que es la gente.

A su hermano, sin embargo, lo atormenta la melancolía. Si viene un chino, canta canciones de la época de Mao. Si va a Moscú, se reúne con círculos de abuelos que ostentan sus medallas de la Gran Guerra Patria. No entiende por qué los chinos le repiten en cada ocasión que su relación con Cuba no está dirigida contra terceros países. Ni la razón por la que Putin le recita -varias en veces en el mismo discurso- que espera que esta vez se cumpla lo acordado. Acuerdos que ni de lejos son los que obtenía La Habana con la URSS y están muy distantes de dar solución a la grave situación nacional. En Angola, Dos Santos le recalca que el desarrollo logrado en ese país africano ha sido alcanzado sin depender de nadie. En Argelia, hace las delicias de un Bouteflika al que no pueden venirle con cuentos porque hace mucho tiempo conoce bien las interioridades e ineptitudes del gobierno cubano. A su salida de Cuba el General declaró que su viaje era muestra de la solidez de su gobierno y de la buena salud que gozaba su hermano. La realidad es otra. Anda -a toda carrera- en busca de aliados petroleros que no se interesen por los derechos humanos ni la democracia, pero resulten más confiables que Hugo Chávez. El problema es que a todos, sin excepción, les interesa que Cuba pague. Ingrata que es la gente.

Al cierre:

El gobierno de Madrid ha protestado -con notable retraso- la resolución adoptada el pasado 11 de julio del 2008 por la Asamblea Nacional del Poder Popular en que expresa su rechazo a la directiva de retorno de inmigrantes ilegales aprobada por la Unión Europea en junio de ese año. Conmovedora solidaridad humana la de la Asamblea Nacional de Cuba con esos emigrantes ilegales extranjeros. Me pregunto cuándo incluirán en su agenda la defensa de los derechos de los migrantes legales cubanos frente a las arbitrariedades y abusos a que son sometidos por su propio Estado. Es asunto de decoro.



INTERESES DE LOS EMIGRANTES CUBANOS

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En semanas recientes las oficinas del Presidente Obama han recibido una copiosa lluvia de cartas y todo tipo de propuestas, tanto personales como institucionales, sobre Cuba. El correo de Santa Claus y los Reyes Magos resulta pálido en comparación. Muchas son de personas independientes, cualquiera que sea su forma de ver las cosas. Otras responden a campañas del lobby a favor y en contra de la política vigente hacia la isla. Casi todas coinciden –al igual que el autor de estas líneas- con la pertinencia de levantar de inmediato las restricciones de viajes y remesas a los cubanos residentes en Estados Unidos. En otros asuntos se bifurcan las perspectivas.

Hay sin embargo un tema que goza de un inmenso consenso interno en la isla –incluso entre muchos militantes y funcionarios- y los cubanos radicados en el exterior: la necesidad de que Cuba estandarice los procedimientos y trámites migratorios y de viaje. El tema de los derechos de los migrantes cubanos es poco conocido, menos atendido e incluso ampliamente tergiversado. Es hora de clarificarlo y ponerlo sobre la mesa.

Se llama stakeholder a aquellos que son parte interesada en un conflicto. Los gobiernos de Cuba y los Estados Unidos no son las únicas partes interesadas (stakeholders) del conflicto migratorio bilateral. La tercera -y principal- es la gente afectada por sus respectivas políticas. Hay que asegurar que los intereses y derechos de ese tercer stakeholder sean tenidos en cuenta en cualquier revisión del status quo actual. Es por ello que no dirijo estas líneas a Barack Obama, ni a aquellos ciudadanos de su país legítimamente interesados en defender su derecho a viajar a Cuba, sino a mis compatriotas afectados en el suyo a viajar, migrar y regresar a su patria sin requerir para ello de autorizaciones del gobierno cubano. Sean comunistas o anticomunistas, funcionarios o ciudadanos de a pie, vivan en la isla o radiquen en otro país, la actual arbitrariedad migratoria los afecta a todos.

Siempre he creído que los movimientos monotemáticos de la sociedad civil son imprescindibles, y complementan a aquellos otros que procuran “soluciones generales” con propuestas programáticas y a menudo maximalistas. La necesidad de concertar voluntades -dentro y fuera de la isla- sobre este tema que trasciende las tradicionales divisiones ideológicas que padecemos me parece asunto tan evidente como urgente.

No se reclama un derecho propio de este o aquel sistema político. Estados Unidos, España, India, Rusia y China tienen en común el respeto a los derechos en este campo, a pesar de las probadas amenazas a su seguridad provenientes del terrorismo interno a veces apoyado desde otros países. Si a los estadounidenses corresponde clamar por su derecho constitucional de viajar a Cuba, a nosotros nos toca defender el de salir y entrar al país en que nacimos sin pedir permiso a sus autoridades y sin que los potenciales migrantes sean despojados de sus pertenencias y desterrados por vida. Desear probar fortuna en otra parte para poder ayudar a sus familias -como ocurre a cualquier otro migrante- no es ya una intención criminal y penada salvo en Cuba y Corea del Norte.

Los permisos para visitar el país que el gobierno cubano otorga o niega selectivamente a nuestros ciudadanos son tan humillantes como los salvoconductos que las autoridades coloniales –en pretendida muestra de “generosidad y tolerancia”- extendieron en su momento a Martí y Maceo. Lo son más en un mundo globalizado de masivos flujos laborales y migratorios.

El tema no es “flexibilizar gradualmente” las violaciones de derechos a los migrantes cubanos, sino respetarlos de manera inmediata, cabal e irrestricta. Los derechos son eso: derechos. No se tramitan ni agradecen.

Los intentos gubernamentales dirigidos a normalizar los flujos migratorios cubanos hacia el exterior no serán exitosos si se pretende ignorar los derechos e intereses de los emigrantes cubanos.



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La sociedad cubana ante el cambio

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Autor: Juan Antonio Blanco

Juan Antonio Blanco

Juan Antonio Blanco Gil. (Cuba) Doctor en Historia de las Relaciones Internacionales, profesor universitario de Filosofía, diplomático y ensayista. Reside en Canadá.
Contacto: jablanco96@gmail.com

 

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