Rehenes de la Revolución
Juan Antonio Blanco | 08/07/2008 4:23
Tags: Ingrid Betancourt, Fidel Castro, diáspora
¿Por qué nos conmueve a todos la historia de Ingrid Betancourt? ¿Cuál es la fibra humana universal que toca la saga de su calvario y liberación? La tragedia central en todo secuestro es la separación involuntaria de los seres queridos y la impotencia ante un poder que los arrebata haciendo uso de la fuerza. Las razones bajo la cual se realiza esa criminal acción son irrelevantes como lo es la naturaleza de la organización que la ejecuta. Da igual si el que nos separa de nuestra madre o hijos se llama FARC, Partido Comunista de Cuba o Al Qaeda. Su lógica no es diferente a la de una mafia criminal que persigue beneficios financieros o políticos.
Ingrid Betancourt fue secuestrada porque las FARC veían ganancias potenciales en esa acción. Les importaba poco el sufrimiento de su madre e hijos para no hablar de aquellos causados a la víctima. Desde su perspectiva la vida humana, su dignidad, no tienen valor alguno frente a los objetivos de “ La Causa”. El apotegma de que el fin justifica los medios tomó aun mayor fuerza durante la Guerra Fría y terminó arrastrando a algunos movimientos progresistas del siglo XX al lodazal del crimen. Muchos activistas de esas organizaciones, creyéndose emuladores de Robin Hood, descendieron a vulgares delincuentes.
Pero el gobierno cubano no era ajeno a esa lógica perversa. Es por ello que las declaraciones de Fidel Castro sobre la liberación de Ingrid Betancourt no dejan de resultar sorprendentes. Principios éticos elementales me inhiben de remover ciertas cosas. Estoy por superar conflictos, no por atizarlos. Pero ante lo insólito y provocador de este esfuerzo revisionista de la historia reciente es bueno refrescar la memoria acerca de lo ya expuesto y publicado por protagonistas directos de esos episodios.
Con independencia de las malas relaciones que siempre prevalecieron entre las FARC y La Habana, ¿de dónde les vino la retorcida idea de la virtud revolucionaria de una acción de esa naturaleza a algunos de estos grupos en nuestra región? ¿No fue acaso el gobierno cubano el que informó a los movimientos revolucionarios latinoamericanos que no podía subsidiarlos de manera infinita por lo que debían emprender sus propias iniciativas para recaudar fondos? ¿No facilitó La Habana la logística, asesoría, entrenamiento y coordinación entre elementos de diversas nacionalidades para que emprendiesen secuestros, asaltos y extorsiones contra personas e instituciones civiles incluso en países latinoamericanos bajo regímenes democráticos? ¿Eran los campamentos de Punto Cero y El Petén lugares de turismo, templos de reflexión teológica o centros de entrenamiento para ensayo en maqueta de acciones violentas que luego serían ejecutadas en otros países de la región? ¿Quiénes fungieron de mediadores, mucho antes de la sórdida Causa 1, entre la mafia y el M-19 colombiano para que entregasen armas al segundo a cambio de permitir al primero el paso de drogas hacia Estados Unidos por aguas cubanas? ¿No se encomendó a ciertos funcionarios y oficiales de la isla la tarea de realizar misiones encubiertas internacionales para lavar el dinero obtenido por estos movimientos en sus acciones de “recaudación revolucionaria”?
Tómese debida nota: no aludo en este instante el apoyo ofrecido a quienes resistían dictaduras militares sino específicamente el brindado a grupos con el objetivo previamente acordado de que ejecutasen delitos comunes contra personas e instituciones civiles incluso en contextos democráticos. La historia puede “explicarse” –que no equivale a “justificarse”. Puede incluso mostrarse el deseo de corregir su proyección futura con nuevos actos. Pero lo sucedido no puede ya alterarse. Ni puede eludirse la responsabilidad por hechos que resultan irreversibles.
¿Quién era la máxima autoridad cubana que conocía y autorizaba esas operaciones? Hay entonces que preguntarse como el Rey de España, ¿por qué no se calla? O aun mejor, ¿por qué no lo callan?
Si el actual gobierno cubano desea a partir de ahora tomar distancia de la lógica maquiavélica de los tiempos de Guerra Fría, muy bienvenido sea. Pero, ya que el Asesor en Jefe reconoce la naturaleza “injustificable” de un secuestro, ¿por qué no comenzar por casa poniéndole fin de una vez por todas a los permisos de entrada y salida del país? Así se liberaría a once millones de “rehenes de la revolución” para que puedan abrazarse, sin cortapisas, con otros dos millones de familiares en la diáspora, como Ingrid pudo finalmente hacer con sus hijos.
Publicado en: Cambio de época | Actualizado 08/07/2008 14:17