Literatura

El gran país de los poetas muertos (I)

El español Juan Bonilla ha recreado la biografía literaria, amorosa e ideológica de Vladimir Maiakovski, desde sus inicios como escritor hasta su caída en desgracia bajo un régimen que primero lo encumbró y después lo asfixió y fagocitó

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El título para este trabajo corresponde a un verso de un poeta que leí no hace mucho, y cuyo autor no he logrado encontrar pese a mis numerosas búsquedas. El gran país al cual el autor se refiere es Rusia, y con esas palabras alude al considerable número de poetas que terminaron sus vidas a causa de una muerte no natural.

El primer nombre que seguramente vendrá a la mente de muchos lectores es el de Alexander Pushkin, de quien Nikolái Gógol dijo que “fue una manifestación extraordinaria y acaso única del espíritu ruso”. Autor de obras tan relevantes como Eugenio Oneguin, La hija del capitán y Ruslán y Liudmila, murió cuando apenas tenía 38 años. Un grave incidente -una ofensiva carta anónima-, unido al rumor insistente sobre las relaciones de su esposa con un barón francés, lanzó a Pushkin un estado de desesperación. Eso culminó en un duelo que arrebató a Rusia y al mundo a uno de los grandes poetas de la época moderna.

Otro gran autor de esa etapa, Mijaíl Lérmontov, dedicó una de sus composiciones líricas más famosas a la trágica muerte de Pushkin. Él mismo murió después en circunstancias similares, cuando no contaba más que 27 años. Al regresar de un viaje al Cáucaso, se detuvo en la estación termal de Platigorsk. Allí encontró a varios conocidos, entre ellos un condiscípulo. Con él tuvo un intercambio de palabras burlonas, al parecer a causa de una muchacha de quien ambos estaban enamorados. Las palabras adquirieron un tono ofensivo que, pronto, los llevó a un duelo. Halló así la muerte el autor de Un héroe de nuestro tiempo.

Hubo varios poetas que, por diversas circunstancias, tomaron la decisión de quitarse la vida. Eso hizo Serguéi Esenin, quien se llamó a sí mismo “el último poeta del campo”. Acerca de su obra, Evgueni Evtushenko comentó que no parece haber sido escrita con una pluma, sino con la propia naturaleza rusa. Esenin tenía 30 años cuando se suicidó. Antes de hacerlo, escribió un último texto con la sangre de las venas que previamente se había cortado. Investigaciones y documentos publicados recientemente afirman que fue asesinado e incluso se maneja la hipótesis de que se trató de un crimen político.

No hay dudas, en cambio, de que el suicidio fue la causa de la muerte de Marina Tsvetáieva. Se había casado con un oficial del ejército blanco y cinco años después de la Revolución de Octubre se marchó con él al exilio. Regresó a su patria en 1939, en busca de él y de su hija, quienes habían vuelto antes. En 1941, el esposo fue detenido y luego ejecutado. La hija fue arrestada y pasó 15 años entre el destierro y la cárcel. Tsvetáieva se hallaba en la absoluta miseria y sobrevivía con las traducciones que le conseguía su amigo Boris Pasternak. Se mudó con su hijo a un pueblo lejos de Moscú. Allí solo logró hallar trabajo prácticamente como sirvienta de una familia. Un día, aprovechó que su hija y los dueños de la casa estaban fuera y se ahorcó. Varios años después, la también poeta Anna Ajmátova expresó en una carta que la autora de Después de Rusia no se suicidó por una depresión espiritual: “a ella la mató la época, como nos mató a todos. Nosotros gozábamos de buena salud, pero alrededor reinaba la locura”.

De esa locura fueron víctimas directas numerosos escritores y artistas. Uno de ellos fue precisamente el esposo de Ajmátova, Nikolái Gumiliov. Fue el padre del acmesísmo, un movimiento poético de las primeras décadas del siglo XX que era una contraparte del simbolismo y el futurismo. Aunque su vida fue corta (35 años), llegó a convertirse en una figura legendaria y tuvo una gran influencia entre los autores jóvenes de su época. En 1921 fue detenido por la Cheka, que lo acusó de pertenecer a la llamada conspiración de Tagántsev. Máximo Gorki intercedió por él ante Lenin. Pero al igual que los otros implicados en ese caso, fue fusilado. Durante casi 70 años, la publicación de su obra estuvo prohibida en la Unión Soviética. En 1992, el juicio a Gumiliov fue anulado y se pudo demostrar que la tal conspiración jamás existió.

En las décadas siguientes, la máquina represora puesta en marcha por Stalin dejó una impresionante cifra de fusilados, encarcelados y deportados. En la nómina de quienes fueron asesinados o que murieron en los campos de trabajo forzado del gulag en ese período, aparecen unos cuantos poetas. En 1933 se produjo el arresto de Nikolái Kliúiev, quien fue desterrado a Siberia. Al año siguiente lo detuvieron de nuevo y todo indica que murió, aunque las causas nunca se aclararon completamente. Sus libros no se publicaron más hasta 1977, y parte de su obra desapareció.

En el nefasto año de 1937 perdieron la vida Nikolái Zarubin y Pavel Vasiliev. Y en años posteriores, murieron, entre otros, Boris Kornílov, Mijaíl Guerasimov, Serguéi Klichkov, Alexander Vverdinski, Vladimir Kirilov, Alexéi Gastev y Daniil Jarms. Vladimir Nárbut fue un escritor que se unió a los acmeístas en 1912. Después de 1917, ingresó en el Partido Comunista y combinó su labor política con su actividad literaria. En 1937 fue de las víctimas de las purgas iniciadas por Stalin. Murió en 1944, mientras se hallaba en la cárcel y como tantos otros autores represaliados injustamente, sus poemas nunca más se volvieron a editar.

Como si fuese una novela, pero sin faltar a la verdad

Entre esos nombres que he mencionado con el único propósito de ilustrar lo que digo, he omitido intencionalmente los de dos relevantes poetas. La razón es que son protagonistas de un par de novelas sobre las cuales quiero llamar la atención. La primera a la que voy a referir llegó a las librerías hace exactamente un año. Se trata de Prohibido entrar sin pantalones (Editorial Seix Barral, Barcelona, 2013, 382 páginas), y hace pocos días le reportó al español Juan Bonilla (Xerez, 1966) el premio de la primera edición de la Bienal de Novela Mario Vargas Llosa. Aunque ese hecho es un motivo más para que la comente, aclaro que cuando se dio a conocer la noticia yo ya había empezado a redactar estas líneas.

En una carta que dirigió a Viktor Sklovski, Boris Pasternak le comentó: “La mejor obra de Maiakovski es la vida de Maiakovski: algún día alguien la escribirá”. Eso es precisamente lo que Bonilla ha hecho de modo brillante: ha recreado cronológicamente la biografía poética, amorosa e ideológica de Vladimir Maiakovski, desde sus inicios como escritor hasta su caída en desgracia bajo el mismo régimen que lo había catapultado a la condición de poeta nacional. Su intención, declaró el autor de Prohibido entrar sin pantalones, fue escribir una biografía como si fuese una novela, sin faltar a la verdad. Y que además estuviese escrita para que el propio Maiakovski la aprobase.

La etapa que abarca Prohibido entrar sin pantalones corresponde a los años de mayor esplendor de los movimientos de las vanguardias, dentro de los cuales surgieron varios personajes claramente novelables. Bonilla ha declarado que tenía el proyecto de escribir una novela sobre la legendaria aventura futurista. Una vez que se documentó, el siguiente paso fue elegir al protagonista y, una vez elegido, empaparse de su voz. Enseguida vio claro que ese personaje era Maiakovski, quien en su experiencia vital y literaria concentraba la energía de aquellos años.

Tan pronto como uno lee las primeras líneas, se da cuenta que está ante un libro regido por la libertad y la invención: “Maiakovski tenía dieciocho años, dieciséis dientes podridos, dos hermanas y un solo lector. Escribía poesía lírica pero roncaba como un poeta épico. Imágenes fuertes, nuevas: le pegaré fuego al cuartel y me lo pondré en la cabeza para tener una melena pelirroja. Tenía un abrigo negro con agujeros en los codos, un sombrero que fue de su padre, un montón de ganas de hacer cosas, miedo a la oscuridad, más de cincuenta poemas y un solo lector. Tenía todos los libros de Gorki, algunas novelas de Dostoievski, un libro de cuentos de Gógol y un solo lector. Tenía miedo a morirse, mucho miedo a morirse, un asiento en un aula de la Escuela de Artes donde se había matriculado para que no le pesara la ignorancia y para alejarse de la política, cuadernos llenos de viñetas, una madre que no salía nunca a la calle y un solo lector”.

Biografía heterodoxa, libre en el aspecto formal y trufada de ficción, Prohibido entrar sin pantalones respeta el contexto y los hechos históricos, pero se vale del estilo y los recursos de la narrativa. Está narrada desde una perspectiva omnisciente, pero hay partes en las cuales una voz en primera persona del plural toma las riendas. Posee una inteligente estructura, que va haciendo visible a Maiakovski a través de fragmentos y brochazos. Asimismo en todo momento se advierte que detrás hay una ardua labor de documentación. Pero Bonilla no cae en el exceso de demostrar lo mucho que sabe. Su escritura fluye con naturalidad, y en su tono se trasluce la propia voz del poeta, sus imágenes potentes, expresivas e incendiarias. En ese sentido, ha realizado un verdadero prodigio de asimilación, al remedar la libertad de lenguaje que propugnaban las vanguardias.

A Bonilla evidentemente no le interesó escribir una hagiografía, sino un retrato de Maiakovski en el que se muestran sus luces y sombras. La novela cuenta la historia de un hombre carismático, combativo, soñador, que tuvo una vida corta pero intensa e increíble; un artista que mezclaba talento y ego en iguales dosis y que llegó a considerarse a sí mismo como una obra de arte. Arrogante, narcisista, extremo, no toleraba que no lo quisiesen. En el libro se habla de sus ímpetus, sus rabietas infantiles, sus incomprensiones.

Para demostrar que estaba dispuesto a todo, Maiakovski acepta “un trabajo muy delicado” que le pide Anatoli Lunacharski: “consiste en que nos hagas informes de algunos literatos cuyas actividades pueden traernos problemas, cuéntanos en ellos todo lo que sepas y qué podemos esperar”. Maiakovski dio los informes que le solicitaron e incluso, sin que nadie se lo pidiese, dio uno sobre Anna Ajmátova: “Le hace falta que la violen, eso seguro, yo me presto a ello si no hay quien tema quedar enamorado, vive en el malecón del río Fontanka, en un palacete, no creo que sea peligrosa por sí sola, pero seguro que en su casa se pueden encontrar reuniones de susurrantes monárquicos”.

La actividad literaria y la vida amorosa son los aspectos que tienen mayor peso. Este último se centra en la intensidad desbordante con que Maiakovski vivió su relación con Lily Brik. Ella estaba casada con Osip y los tres formaron uno de los ménage à trois más famosos de la literatura. Osip lo consintió llevado por su admiración por la poesía de Maiakovski. Inicialmente, los amantes se veían a escondidas. Después de aquellos encuentros, Lily regresaba a la casa con “un cansancio pletórico, en el cuello señales de mordiscos, en la espalda arañazos, en las palmas de las manos el calor de haber abofeteado a su poeta mientras se lo follaba”. Una mañana le confesó a Osip que lo sentía, pero Maiakovski estaba enamorado de ella y ella de él. La reacción de él fue: “¿qué tienes que lamentar?, ¿cómo podrías no haberte ido a la cama con ese hombre impresionante?, ¿hay algo más pleno sobre todo en una época tan antipática y nefasta como esta?”.

En los últimos capítulos, se ilustra cómo un régimen totalitario puede arruinar el talento. Emerge así el permanente debate sobre las relaciones entre el escritor y el poder. Maiakovski se fue distanciando de la utopía comunista. Vino entonces su caída en desgracia, cuando los burócratas lo abuchearon y pasaron a considerarlo un pequeñoburgués disfrazado de obrero. Él asumió el fracaso, cayó en una crisis y comprendió que había que terminar. A los 37 años se voló la cabeza con la misma pistola con la cual intentaba suicidarse en la película No nació para el dinero.

Tras su muerte, “el Secretario General del Partido hizo público un comunicado en el que, con lenguaje jurídico y protocolario, y con la firma de Stalin, se lavaba las manos asegurando que la decisión personal, y por tanto pequeñoburguesa del poeta no tuvo absolutamente nada que ver con sus actividades sociales y literarias, lo que de alguna manera pretendía decir que la muerte del poeta no tuvo nada que ver con su propia vida, o quizá, que su vida no tuvo nada que ver con su creación revolucionaria y poética”.

Autor de cuatro novelas y seis colecciones de cuentos, Juan Bonilla ha alcanzado, en opinión de Ignacio F. Garmendia, “un grado tal de sabiduría narrativa que puede permitirse construir los más delicados artefactos, como el experto contador de historias que maneja a placer los resortes del oficio”. Con Prohibido entrar sin pantalones, su destacada trayectoria literaria se ha enriquecido notablemente con una obra apasionante, creativa, libre, gamberra y cuya lectura es muy disfrutable.