Artes Plásticas

Laberinto de lecturas

'Mambrú se fue a la Guerra', de Arnaldo Simón: una exposición que saca partido a las posibilidades del fotomontaje y del clásico collage.

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Para un corporativo de la Canon, el tema, por supuesto, sería motivo de tedio, pero para un generador de conceptos como Arnaldo Simón resulta ser una estrategia ideal para destilar argumentos. Me refiero a la manera en que el pensamiento visual contemporáneo ha ido apropiándose —lente y maniobra digital mediante— de la pólvora escéptica con que Francisco Sánchez y Michel de Montaigne organizaran las primeras emboscadas críticas desde el naciente género del ensayo. Y si hay dudas, basta una ojeada a las panorámicas discursivas de Vitali, Fontcuberta o Zhang Huan para certificar el cruce de lenguaje.

 

Simón, arquitecto de formación y diseñador de oficio, pertenece a una generación de recreadores de la imagen en los que compactación de información y tropel tecnológico han desencadenado un nuevo orden ideográfico que rebasa las poéticas tradicionales. Les obsesiona el acto de saltar convenciones y proseguir viaje hacia la alegorización especulativa que intenta hallar soporte en las aleaciones de la reinvención fotográfica.

 

Al menos es lo que se cumple en Mambrú se fue a la Guerra, una secuencia visual integrada por parábolas de oblicua connotación antibelicista, que le saca partido a las posibilidades del fotomontaje y del ya clásico collage, dos alternativas que en este caso se usan a modo de entrada y salida del laboratorio subjetivo.

 

La concurrencia de ambas opciones le permite al autor recodificar extractos icónicos, que ha ido recolectando y separando cuidadosamente del contexto original para hacerlos cohabitar en una nueva representación bidimensional. El resultado muestra una sensibilidad elegante, pulcra, en la cual rezuman los procesos de condensación intelectual que cuecen en una cultura esmeradamente edificada y que se comporta como una gran facilitadora de la mediatización abstracta en la fase de taller.

 

Tramas ocultas

 

Simón cuenta, además, con la ventaja de una ejecutoria que se beneficia de las copiosas nociones sobre dibujo, geometría descriptiva, psicología de la percepción, de la Gestalt, tipografía y otras disciplinas de la comunicación, adquiridas durante la academia y en el ejercicio profesional.

 

Valga el ejemplo, ya que la hemos mencionado, de cómo Simón recurre a la Gestalt para enhebrar la sintaxis entre las imágenes, lo cual se deduce de las intersecciones simbólicas que utiliza a modo de leitmotiv para provocar en el espectador la búsqueda del cierre gestáltico en la anecdótica conjeturable de la narración.

 

Para conseguirlo, acude a la incorporación de códigos puntuales que irá contrabalanceando tácitamente hasta inducirnos hacia las tramas ocultas, cualidad asociacionista que se percibe en cada una de las ocho piezas que integran el conjunto. Lo cierto es que el set de componentes reinsertados funciona metafóricamente como laberinto conducente hacia múltiples lecturas.

 

Es como si fuera parte de la treta para hacernos acceder al conflicto entre significantes camuflados de candor y bienestar con referentes más aciagos que delatan síntomas de pesadumbre y pérdida.

 

Las tensiones de ese contrapunto se habilitan a partir del cotejo de fragmentos gráficos extraídos a la iconografía edulcorada de los años dorados de la publicidad, en oposición a contrapartes provenientes de cierta memorabilia fotográfica de época. En los patrones de elección de dichos contrapesos, el artista no disimula el regodeo con los estereotipos creados por el trabajo que Norman Rockwell desplegara en los espacios de comunicación en pleno boom publicitario. Únicamente así se explica que Simón recicle preferentemente retazos de diversos artistas, cuyas respectivas cosechas revelan el contagio con la gráfica idílica del ilustrador neoyorquino.

 

Dramatismo introvertido

 

Ya frente a la reagrupación final de elementos notamos el rigor ejercido en la selección de imágenes. Algo similar sucede con la manipulación conceptual que nos dirige hacia el introvertido dramatismo de la obra culminada. El montaje cristaliza la convergencia de imágenes, que matizadas por la candidez van al encuentro de visiones estudiadamente tétricas, como esas del blanquísimo paño ensangrentado o la de la silueta de un soldado atrapado en perpetua hibernación dentro de un bloque de hielo.

 

Paralelismos preñados de recelos que aproximan el ejercicio de Simón a las disquisiciones existenciales de la ensayística. Sólo con la diferencia de que en la consecución de lo artístico, el autor elimina cualquier asomo de didacticismo que no permita despegar vuelo a las alegorías.

 

Simón deconstruye con la ayuda de la elipsis, es decir, instaura cortes de trama omitiendo todo vestigio intermediario. Ese recurso favorece el desmontaje de la secuencia temporal y despoja las señales de evocación, contingencia y expectativa de cualquier referencia ordinaria. A la larga, la lógica del tiempo y de relación causa-efecto quedan a merced del diálogo entre los focos contrapuestos de la imagen, enriqueciéndose la posibilidad de interpretación, ya sea desde el hipotético prisma que se le atribuya al autor o atendiendo a lo que la representación habla por sí misma. Tal cualidad refuerza la metafísica del discurso y enaltece su posibilidad de seducción.

 

Al reformular la imagen, el artista trabaja con sutileza ciertas perversiones de la disposición bidimensional, una intención que se inicia desde la labor artesanal que precede a la obtención de la imagen y que está inspirada por un espíritu protoinstalacionista. Nótese en exponentes como Mambrú I y Mambrú VI que los volúmenes denotan la experimentación tridimensional previa, la cual quizás el autor debería aprovechar en proyectos futuros y permitir que desbordara la planicie de los muros.

 

Mientras tanto, definiéndose entre altura y anchura, la propuesta polemiza con las armonías socorridas de estas dos dimensiones. Parámetros convencionales como la perspectiva, línea de horizonte, diagonal, etcétera, se corrompen delicadamente en pos de exacerbaciones que viajan hacia las honduras de la percepción, a través de descompensaciones visuales que apoya una banda de sonido que sobresalta por su sicótica letanía. Es preciso notar que tales efectismos, aun siendo programados con aparente impasibilidad, consiguen repercutir sobre la quietud interior instigando al presagio de una episódica lóbrega que sería preferible no sentir palpitar por lo que transmite de angustia.

 

Antítesis del 'advertisement'

 

Con Mambrú se fue a la Guerra, Simón propone su antítesis del otrora reconfortante advertisement, ahora trastocado con toda intención en una suerte de parodia negra, que incorpora subliminales fatalismos capaces de transmitir ese "miedo a padecer del miedo" que alguna vez obsesionara a Montaigne.

 

Sus desvelos remiten a las ideas de Alvin Toffler, quien enfatiza en su teoría del "shock", la sensación de amenaza y transitoriedad que abruma al sujeto actual ante la inminencia de un "salto cuántico" en la historia. El futurólogo estadounidense ha revelado el toque de fondo de una contemporaneidad exhausta que clama por niveles superiores de ordenamiento y por resolver definitivamente su vulnerabilidad a las guerras y al merodeo de los autoritarismos.

 

Cabe preguntarse si reflexiones de esa índole no están implícitas inconscientemente en la zozobra de Simón, a quien por haber crecido en el seno de la paranoia castrista le es natural procesar aristas neurotizantes aplicables a fronteras más amplias. Un desasosiego que contrasta, eso sí, con las ya nostálgicas estampas de Norman Rockwell que alguna vez ilustraran la sonrisa de épocas más benévolas.


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