Literatura, Literatura cubana, Maggi

Una viva olvidada

La autora de este texto retoma una crónica ya publicada en este sitio, para rendir homenaje a la profesora fallecida recientemente

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Nunca olvidaré aquel lejano día. Yo era adolescente aún, sentada en un aula universitaria y entró a darnos una clase de Literatura General una impresionante presencia, una mujer alta, fuerte, con un gran parecido a Laureen Bacall. Se sentó en el buró, encendió un cigarro (aún se podía) y con un acento oriental me embarcó en una aventura que aún no ha terminado.

Aquel día sólo me hipnotizó el modo en que nos enseñaba, de verdad, qué cosa es literatura. Tuve oportunidad más tarde de descubrir su erudición imposible; es una erudita del teatro isabelino, pero también conoce a fondo la literatura toda.

Muchas generaciones de intelectuales cubanos le debemos el haber aprendido a leer.

Siempre me tuvo por una de sus estudiantes estrellas, y yo le insistía que yo no era más que lo que ella había formado.

Después seguí descubriendo rasgos de su personalidad. Podía ser ríspida; a una estudiante bien obtusa le dijo: “X, esa cabecita tan linda que tienes, ¿solo sirve de adorno?” Era peligrosamente despistada; un día en medio de una clase dijo “¡ay!” de pronto, salió disparada y no volvió... Después nos aclaró que se había acordado de que había dejado el calentador puesto (ya en aquellos tiempos el agua escaseaba y un calentador sin agua corriente es una bomba). Otro día me relató, por entonces ya éramos íntimas amigas que nos conocíamos todos los secretos y nos ayudábamos (más, pobrecita, podía ayudarla yo[1]), que recién graduada de Wellesley College[2] en Boston y esperando para entrar en una universidad a la altura de Wellesley, se contrató como secretaría bilingüe. El jefe estaba maravillado con aquella muchacha inteligente… hasta que le pidió una copia de una carta.

“¿Pero había que hacer copias?”

Hasta ese día le llegó el empleo.

Fue una gran atleta, campeona de tiro de jabalina.

Era brillante, aguda, pero es una de las personas con más poco sentido común que he conocido. Me contó que había recibido una herencia. Ese mismo día se montó en un tren hacia la Habana. Todo el mundo en su natal Santiago pensó que se había ido a tomar unas vacaciones a la capital y recoger la herencia… a los tres días estaba de vuelta. En dos días, en aquella tienda digna de 5ta Avenida en Manhattan que era El Encanto, había gastado la herencia comprándole regalos a todo el mundo; incluso me enseñó una bata de casa que aún usaba.

Para volver a lo que le debo, me tomó de la mano y me enseñó a ser una profesional de la literatura; en aquellas lejanas y maravillosas tardes de café, cigarrillos y ron nos ocupábamos, además, de disquisiciones que he de callar.

Pero en la Cuba de hoy no es posible la felicidad. Se fue envejeciendo, los tiempos se hicieron muy duros y ella era incapaz por edad y falta de sentido práctico de enfrentarlos.

A esa gran intelectual que ha dado Cuba le dieron la limosna, un vergonzante exdiscípulo de ella, una “jabita” con tres chucherías; creo que ahora tiene otra limosna, una enfermera.

Otros intelectuales supieron “montarse en el barco” y dormir en paja caliente. No ella, aún lo está pagando caro, para oprobio de los burócratas de la cultura.

Me cuentan que ha perdido la razón, de sufrimiento, uno tras otro, que yo se los conozco todos.

Y yo quiero decir ante el mundo cuanto amo y admiro a mi profesora, amiga, y sobre todo mentora, la Dra. Beatriz Maggi.

También los vivos caen en el olvido totalitario.

Coda: Ahora que se me fue, o la muerte se me la llevó puedo contar una anécdota de que hasta para hablar mal de El Malo era isabelina; cito, creo que textualmente lo que una vez me dijo sobre El Cenizado Empedrado:

“Yo me pregunto qué útero tan no de mujer puede haber procreado semejante engendro.”

Hasta siempre mi profesora, mi mentora, mi íntima amiga. Somos muchos lo que no te olvidamos.


[1] Para vergüenza de los burócratas de la cultura tuve yo que buscar una tela y llevarla corriendo a mi costurera. Le iban a dar una distinción en el Aula Magna y no tenía ropa que ponerse.

[2] Durante una estancia mía en Boston visité el college y aún está en los archivos de las estudiantes destacadas.


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