Cuba, Exilio, Miami, Trump

El sagrado patriotismo del exilio político histórico de Miami

En un simpático birlibirloque de la historia los representantes del exilio histórico coinciden con el gobierno socialista en su ninguneo de la incipiente empresa independiente cubana

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Es muy difícil que algún día lo acepten; tan difícil como que dejen de confundir consignas con razonamientos. Pero así será: las contramedidas tomadas por el presidente Donald Trump el viernes 16 de junio, e impulsadas por la parte más rancia del exilio político cubano, se cobrará sus primeras y principales víctimas en la frágil empresa privada de la Isla. Todos los cursos que se dieron en el Miami Dade College, todos los seminarios para sus “jóvenes empresarios”, todas las intenciones de “empoderar” a los cuentapropistas no solo se han quedado huecas, sino que se convierten en hipócritas cada vez que quienes le redactaron las nuevas medidas a Trump repiten ese objetivo ante las cámaras.

No lo aceptarán, nunca lo van a comprender y, es más: no harían absolutamente nada para no hacerle daño a sus más débiles compatriotas, porque los compatriotas que ellos aman ya no viven en la Isla. A aquellos los quieren liberar, les piden que se conviertan en mambises, les dicen que derrocar al comunismo es lo más noble, pero no aceptan que puedan progresar y ganarse su platica dentro de un país “donde absolutamente no es posible nada bueno”. Sin embargo, no hay que dudar de su amor por Cuba. Se les ve en rostro, se les ve en el ansia, se les nota cuando ante cualquier moderación saltan como fieras para defender al templo sagrado de la patria. Cuando sentencian que toda ponderación no es más que una genuflexión, que todo razonamiento que no aplauda sus conceptos es un argumento comunista; cualquier gesto conciliador una traición y una falacia cualquier esperanza en la nación profunda. Porque ellos son la única y más pura raza de la patria.

Recuerdo cuando despreciaban a los opositores porque eran agentes del Gobierno y después cuando empezaron a recolectarlos ––precisamente en la era de Barack Obama–– mediante una obstinada coincidencia en el tono de la piel. La mayoría eran negros al igual que el Presidente, al que nunca le tuvieron respeto como si careciera de presidencia o apellido y simplemente era eso: “el negro”.

Y vemos ahora como vitorean a Mr. Trump. El pobre Trump, que no sabe muy bien donde está La Habana y mucho menos quien fue Bonifacio Haza, el comandante de la policía batistiana que se reunió con Fidel Castro el primero de enero del 59, le rindió sus tropas, y entró con él a Santiago de Cuba, lo que no le salvó de ser fusilado pocos días después bajo acusaciones de estar implicado en las muertes de Josué y Frank País, Raúl Pujol, Alberto Sambrán, y Fernando Proll Céspedes. El teniente coronel Salas Cañizares fue quien acribilló a País y Pujol, pero en Santiago de Cuba se conocía el método del comandante Haza: “Si había que transportar a un revolucionario, entre un policía bueno y otro malo, el comandante Haza mandaba al malo para que acabara con él”.

“Rosario, mi madre, no intercedió ante Raúl Castro por la vida de Haza como se lo pidió su esposa, porque lo culpaba de la muerte de Josué. Haza tenía a Josué herido y en vez de llevarlo a un hospital se lo entregó al coronel Ríos Chaviano. Mi hermano no salió vivo”, me declara en Miami Agustín País, combatiente anti batistiano, hermano de Frank y Josué. Fernando Proll Céspedes tenía solo 16 años. En el vínculo que se adjunta[1] se relaciona que Bonifacio Haza ordenó su muerte. Su hijo Luis Haza fue seleccionado para el momento dramático ante Trump en Miami. Tocó al violín el himno americano en vez del cubano, en un acto que debía ser patriótico.

Pero la suerte está echada, es una victoria innegable para quienes se opusieron al “deshielo” de Obama, regresamos a la mano dura, se acabaron las visitas de las Beyoncé y las Kardashian, que eran también insoportables, y en un simpático birlibirloque de la historia los representantes del exilio histórico coinciden con el gobierno socialista en su ninguneo de la incipiente empresa independiente cubana; esa que va desde un restaurante levantado con mil sacrificios hasta el que pintó su almendrón de color rosa para atraer a los turistas (pasando por el albañil del restaurante o el pintor del almendrón) porque el turismo se acabó.

Aunque no tanto. El mundo queridos cuentapropistas, será ancho, pero no tiene por qué ser ajeno. Hay miles de turistas italianos, franceses, rusos, chinos, vietnamitas y hasta lapones que querrán conocer la pequeña habitación que le tenían preparada al señor de Michigan que nunca llegará. Solo es cuestión de reorientarse. Y que el estado cubano acabe de darles la categoría y el papel que les corresponde, de manera nacional y soberana, como siempre reclaman. Para eso no hacen falta Trump, ni Luis Haza el violinista.


[1] Notas tomadas a la sazón por el periodista norteamericano Tom Dunkin. Nada tienen que ver con la historiografía del gobierno cubano. Consultar: http://cuban-exile.com/doc_076-100/doc0087.html


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