Opinión

La estrategia de Castro II

¿Contra quién van dirigidas las cartas de los lectores del periódico 'Granma'?

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Si alguna vez Granma abrió efímeramente espacio a un puñado de "revolucionarios" que parecían fuera del poder, de esos que sufren a ras de suelo, lo que sucede hoy con la sección "Cartas a la Dirección", tenida por crítica, merece detenimiento.

Aunque aquí la libertad de opinar enfrenta muchas vallas, sin duda que el contexto actual hace de "Cartas a la Dirección" un espacio singular.

El contexto se podría explicar más o menos así. Fidel Castro va quedando cada vez más al margen de las decisiones nacionales de verdadera sustancia. Mientras esta declinación aumenta, no hay que perder de vista que el actual gobernante busca a toda costa mantener cierta dinámica y crear expectativas de las que cuelgue al menos un jirón de esperanza —por mínimo que sea— en el mejoramiento nacional.

Sin el carisma ni la influencia de Castro I, Raúl continuará ofreciendo, con calculada frecuencia, como ha hecho hasta ahora, desde operaciones para transexuales hasta teléfonos celulares. Más que las medidas mismas, es en esta frecuencia calculada donde late el corazón de su estrategia.

El objetivo es ganar tiempo, incluso a costa de socavar la imagen del hermano y la de su inmovilismo. Y es aquí precisamente donde Castro II vislumbra su mayor saldo de legitimidad popular. No estamos ante un caso aislado, sino ante la actitud casi obligada de cualquiera que sustituye a otro mandatario, con independencia de su latitud geográfica o ideológica.

La continuidad luego del cambio de presidente es un invento, una creación de la imaginación de los políticos. Raúl no puede legitimarse de otra manera que negando a su hermano.

A fin de cuentas, el viejo comandante está cerca de la muerte física y política, y la lógica traición sería, de cualquier modo, una traición post mórtem.

No aludo aquí a cambios políticos, sino a un cambio en actos, en airear, sin peligros que amenacen al poder, desde luego, la vocación estatuaria que señoreó al castrismo.

Las alabanzas de Raúl a Castro I, por otra parte, constituyen una tradición a la que el mismo Raúl pertenece, y esta lo ayuda a aparecer como un político consecuente. Así, también se legitima ante la izquierda internacional y ante aquellos "fidelistas" que todavía agradecen la mano que los alzó y mantuvo en los círculos de poder. Su propósito, pues, es afianzar entre la gente la noción de que la situación mejorará y que seguirán nuevas medidas, aunque la envergadura de las mismas poco importe. Es un doble juego el que lleva a cabo Raúl Castro.

En la práctica, desea ir plantando la idea de que se distancia —con muchos límites y según los anhelos más apremiantes— de la petrificación que consumió la obra del hermano. Cada decisión vinculada con la vida de los ciudadanos se ve —y es— un índice contra el comandante. ¿Por qué no se hizo antes?, es la pregunta multitudinaria. Y Raúl Castro lo sabe.

En su discurso, al mismo tiempo, recibe los réditos del ditirambo familiar. Por eso confunde a numerosos analistas e intelectuales en general.

Un resorte en la estrategia

"Cartas a la Dirección" se inserta con derecho propio en semejante entramado. Por eso probablemente no sea efímera, lo cual marcaría otra diferencia entre el ex y el actual gobernante. Se sabe que las críticas allí expuestas van dirigidas, abrumadoramente, contra las décadas de gestión de Castro I.

No resulta difícil para el lector atisbar más allá de la estrecha rendija que permite la sección. Basta haber vivido el proceso, tener un poco de memoria y enlazar algunos juicios allí vertidos con la realidad de cada día.

Uno de los temas más recientes que abordó "Cartas a la Dirección" fue la política de ascensos de dirigentes llevada a cabo por el régimen, lo que se ha dado en llamar "política de cuadros". El autor sigue la línea trazada, con sutileza extrema, por Raúl. El remitente señala que, "durante muchos años", la política de cuadros "ha sido un frente bastante débil", que compara con un "juego de ajedrez", y añade que es "como cambiar la ficha de lugar".

La frase "muchos años" es una crítica al proceso previo a Raúl, y el símil con el ajedrez dice bastante hasta para un entendedor menos que mediano. Y sigue: "Considero que para que un compañero dirija a un nivel determinado no debe ser exactamente del Partido como en algunas ocasiones se plantea, para mí debe ser un buen trabajador, esos de vanguardia…".

El error no acaba en una selección tan ideologizada como que haya que ser del Partido, sino que se les pone a dirigir "algo que nunca imaginaron porque nunca pertenecieron a ese medio, conocen muy poco de métodos y estilos de dirección". Como falta la eficacia —dice el remitente—, "hay que sacarlos…".

Lo anterior no significa que dejen de dirigir, sino que, sencillamente, "jamás vuelven a sus puestos de procedencia, nunca van a ocupar una plaza de su perfil", y "se busca la manera de que sigan dirigiendo".

No abundaremos aquí en las adulaciones, elogios a la revolución ni el cuidado del remitente en aclarar que él sólo alude al mal trabajo, "por lo menos en la base…". Tal vez no sea un albur que cite a Carlos Lage y no a Fidel Castro. Cualquier cubano está enterado, sin embargo, que en el Consejo de Estado, que cuenta con 31 miembros, 16 encabezan sectores alejados de su formación universitaria (uno es técnico medio).

Lo más leído

El autor de la carta indica incluso una larga carencia del régimen de Castro I: "Se debe pensar en cómo introducir en las universidades la Licenciatura en Administración de Empresas que en muchos países se estudia…".

Por supuesto que Raúl sabe que lo más leído de Granma es esta sección, y hacia ella se dirige el lector, porque cree que muchas veces allí se expresa un igual, uno de esos que soporta todas las vicisitudes del régimen. Quizá, nada casualmente, debajo de la crítica aparece el nombre del autor. Y nada más.

Para resaltar una "curiosidad", no nos hemos referido al remitente de esta crítica. Quien la envió se llama Rafael Barriel Sueque, el mismo nombre del jefe de Redacción de Radio Majaguabo, en San Luis, Santiago de Cuba.

"Cartas a la Dirección", en fin, sirve inobjetablemente a la estrategia de Castro II, es decir, separar su gestión de la imagen inmovilista que prevalece de su hermano. Mariela Castro ha resultado una colaboradora muy activa. Negar al líder que antecede es la labor de la política desde que esta nació.


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