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Perdonen que sí me levante

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Recién publicado el número 51/52 de la revista Encuentro de la Cultura Cubana, cierra su oficina por falta de fondos la asociación homónima, que también publica desde el año 2000 el diario digital Cubaencuentro. Prácticamente todos los trabajadores nos hemos ido al paro, es decir, hemos pasado a engrosar la mayor empresa de España, el Instituto Nacional de Empleo (¿o de Desempleo?), el INEM, de modo que nuestro jefe es ahora el mismísimo José Luis Rodríguez Zapatero. Es la historia de una muerte anunciada. Durante muchos años, la asociación ha vivido entre sobresaltos del dinero que llega y no llega, del que prometen y el que cumplen, del que llega tarde y obliga a pedir un préstamo que luego se cobrará su tasa de gastos financieros. Y, al mismo tiempo, no se ha podido (sabido, querido) buscar fuentes propias y alternativas de financiación que cubrieran los huecos negros dejados por las subvenciones. Tras varios principios de infarto, llegó el infarto masivo. Lo milagroso no es que Encuentro cierre sus puertas, sino que haya durado 52 números y trece años con una calidad sostenida.

Sobrevivir sin apoyos institucionales es un deporte de riesgo para cualquier revista cultural del mundo que, por su propia naturaleza y limitado público, difícilmente podrá cubrir sus costes con anunciantes y suscripciones. La Revista de Avance publicó el 15 de septiembre de 1930 su último número, el 50, a los tres años de su nacimiento. Orígenes alcanzó los 40 números entre 1944 y 1956. (Más los dos números apócrifos, el 35 y el 36, que publicó en paralelo José Rodríguez Feo). Ciclón circuló entre 1955 y 1957, con un número epigonal aparecido en 1959, tras lo cual “dejó de existir (…) muerta de cansancio”, como diría en Lunes de Revolución Virgilio Piñera. Y se trataba de revistas hechas en la Isla, cerca de su público natural, y dirigidas a un mercado concreto, inmediato, lo que favorecía la prospección de anunciantes y sponsors.

Encuentro es, en cambio, desde su nacimiento, una revista sin país, o destinada a ese país virtual que es la diáspora y al país real que le cierra sus puertas y donde casi la mitad de su tirada ha debido circular clandestinamente durante todos estos años. También el diario se ha visto obligado a penetrar en la Isla por trillos y pasadizos de la red para eludir la censura. Era natural que así ocurriera. Tanto la revista como el diario nacieron y crecieron con una voluntad de diálogo entre la Cuba insular y la diaspórica, entre generaciones, estéticas, tendencias políticas, entre poetas, narradores y ensayistas, entre la academia y la creación. Y el gobierno cubano ha insistido durante medio siglo en el monólogo o en el diálogo monitoreado con mando a distancia desde la Plaza de la Revolución. Mediante el viejo sistema del palo y la zanahoria han intentado que los creadores de la Isla eludan las páginas de la revista y del diario. De conseguirlo, Encuentro se habría convertido en una revista más de y para el exilio. Para su desesperación, muchos de sus súbditos se proclaman ciudadanos, son alérgicos a la zanahoria y temen más a la autocastración que al palo. Basta recorrer nuestra nómina de colaboradores.

Desde que se conoció la noticia del cierre, no pocas botellas habrán sido descorchadas en el Ministerio de Cultura cubano y en el Comité Central. Con el alivio que supone sacarse una piedra del zapato, los funcionarios de la cultura (la unión de esas dos palabras es una verdadera aberración) dormirán mejor esta noche sabiendo que los jóvenes lectores de la Isla no serán corrompidos por textos de Carlos Victoria, Gastón Baquero o Reinaldo Arenas; ni violará su inocencia algún dossier sobre el papel de los militares en la Isla, la represión o las ruinas de La Habana; ni se pasearán por las calles de la ciudad los cadáveres de los balseros y de los fusilados en el Escambray y La Cabaña. Tampoco deberán temer que una nueva ola de represión tenga como respuesta una carta abierta firmada por cientos de los más prestigiosos intelectuales europeos y americanos.

Pero también se habrán descorchado botellas en algunos recintos del exilio. Encuentro ha sido acusado desde sus orígenes de ser una operación de la CIA (según el gobierno cubano) o de la Seguridad del Estado (según ciertos sectores del exilio). El cierre de nuestra oficina demuestra que las subvenciones de unos y otros no han sido suficientes. Y, hasta donde sabemos, no ha habido ofertas del KGB, ni del Mosad, del MI6 o de la Sûreté Nationale. La “pureza revolucionaria” que refrenda el monólogo se mira en el espejo de la “pureza contrarrevolucionaria” que refrenda el… qué casualidad. La supervivencia de ambos requiere un enemigo. Y para ambos, cualquier diálogo es perverso.

Aunque en ciertos corrillos del exilio (y del insilio también, why not?) puede haber otro ingrediente. Omar Torrijos contaba que a la entrada de un pueblo perdido de Panamá encontró el siguiente cartel: “Abajo el que suba”. Un enunciado a priori contra todas las políticas y los políticos (hasta que no se demuestre lo contrario) también podría servir de slogan al deporte nacional español y latinoamericano: la envidia. La diáspora cubana ha visto nacer y extinguirse a decenas, cientos de proyectos, muchos de los cuales habrían merecido mejor suerte. La persistencia de Encuentro ha hecho más difícil para algunos la digestión de esos fracasos. Otros han clamado por el cese de la financiación a Encuentro como si ello pudiera trasvasarse automáticamente en financiación propia. Y algunos han apelado incluso a la fórmula ejemplar de la envidia socialista: aquel hombre que sentado en la puerta de su casa ve pasar un flamante Mercedes Benz y desea de corazón que se estrelle en la próxima curva para que todos seamos peatones.

Claro que, financiación aparte, Encuentro y el diario no sólo han sido posibles por el empeño de un grupo reducido de personas, sino, y sobre todo, gracias a la generosidad de cientos de colaboradores que han alimentado el proyecto de más largo aliento durante estos cincuenta años de exilio. Su pérdida es también una pérdida para ellos y para los cientos de miles de lectores cubanos y no cubanos que han seguido ambas publicaciones.

Una revista cultural y un diario cubanos hechos en la diáspora, a base de subvenciones públicas y privadas y de un esfuerzo sostenido, están abocados a su desaparición. Pero soy portador de malas nuevas para los empresarios de pompas fúnebres. El muerto patalea.

Como comprobarán los lectores del diario, éste continúa saliendo. Los periodistas de Cubaencuentro han acordado continuar haciendo el diario ad honorem, desde sus casas y desde el paro –el trabajo voluntario no es monopolio del socialismo cubano--, a la espera de que una nueva fuente de financiación permita reanudar su publicación como hasta ahora. Y existe la posibilidad de que la revista regrese el año próximo de entre los muertos para enturbiarle los sueños a los funcionarios cubanos. De momento, siguiendo el ejemplo de los colegas de la red, yo me he comprometido a concluir el número 52/53, de modo que pueda imprimirse tan pronto existan fondos para ello. Sería lamentable que un número prácticamente terminado se quedara en manuscrito, sobre todo por respeto a los colaboradores que nos han confiado sus textos y a los lectores que nos han seguido durante trece años.

Que el número 52/53 sea o no el último depende del “azar concurrente”. Pero el azar también necesita ayuda.

"Perdonen que no me levante" es, posiblemente, el más conocido de los epitafios, que se atribuye a Groucho Marx. Aunque en su tumba del Eden Memorial Park de San Fernando, Los Ángeles, sólo figura su nombre, las fechas de su nacimiento y de su muerte (1890-1977) y una estrella de David. Parafraseando ese epitafio sin lápida, me gustaría inscribir hoy en la tumba provisional de Encuentro: “Perdonen que sí me levante”.