Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Congreso, PCC, Cuba

Cuba: el estado de la cuestión

Balance emocional (visceral) de un séptimo congreso

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Lo cierto y comprobable es que los cubanos, después de cincuenta y tantos años con la misma cantilena, ya tenemos cansado al mundo. Por eso nadie (o muy pocos) nos escucha.

Desperdiciamos los primeros años cuando se implantó la dictadura y a pesar de todos los esfuerzos, gloriosos algunos (Bahía de Cochinos, la guerra civil en el Escambray) y ridículos otros (tabacos envenenados, polvos defoliantes para barbas...), nuestra incapacidad o limitación congénita para ponernos de acuerdo, propició que la falsa imagen de un régimen benefactor y justiciero se consolidara en el imaginario colectivo universal. Por eso, desde hace mucho tiempo, cuando fusilan, golpean, encarcelan o acosan a un cubano, todo el mundo (o casi) prefiere hacerse el sordo y mirar para otro lado, desde el Vaticano a la ONU.

La dictadura cubana ha tenido tiempo suficiente, durante estos cincuenta y siete años, para establecer todos los lazos de compadrazgo, alianzas y favores para solidificar un frente común contra los opositores del régimen. Becas, premios, publicaciones, condecoraciones, hospitalizaciones, donaciones, apoyos diplomáticos... muchos son los servicios prestados por Castro, que van desde los guerrilleros hasta los luchadores sociales, desde Malcolm X hasta Mandela.

Ya sabemos la teoría de los dos vasos mediados: el medio lleno o el medio vacío. Pero recordemos también que Oscar Wilde decía que “un pesimista es un optimista bien informado”.

¿Qué podemos esperar, o aún mejor, hacer?

Por parte de Estados Unidos hoy, con Barack Obama y quizá mañana con Hillary Clinton, muy poco, casi nada. En el mejor de los casos, que se mantenga el statu quo. Lo cierto es que desde hace mucho tiempo los norteamericanos no quieren más problemas. Hay que comprenderlos: ya se cansaron, y lo entiendo perfectamente, de ser los salvadores del mundo. Aunque a algunos les pese y la propaganda denigratoria contra EEUU sea muy efectiva y generalizada y hasta “de buen ver”, entre las izquierdas de caviar y café con leche (con esa hedonista autosatisfacción enfermiza de sentirse inalcanzables por sobre los demás, de superioridad moral, pues son “de izquierda”, y que informo ya está siendo estudiada por los psiquiatras), lo cierto es que desde 1898 le han estado sacando las castañas del fuego a muchos (claro que con sus intereses, por supuesto, como cualquier otro país: díganme uno que no sea así): vencieron a España en Cuba cuando ya los mambises andaban dando boqueadas y pidiendo el agua por señas (contrariamente a lo que se ha afirmado con más fiebre nacionalista que con realidad y justeza histórica, Cuba sí debe su independencia a Estados Unidos). Después salvaron no una, sino dos veces no solo a Europa sino al mundo, en la Primera y Segunda Guerras Mundiales. Y más tarde Corea. Y ya encarrerados, siguieron de emergentes en Vietnam (que debemos recordar era un problema francés, y después los franceses, siempre tan gentiles, se lo dejaron en las uñas a los yanquis). Y todavía después con la larga y extenuante Guerra Fría, donde el resto del mundo se sentó a esperar para ver quién salía vencedor entre los dos colosos.

De veras: en especial los franceses, le han hecho cada porquería a EEUU que con mucha razón los yanquis están molestos y ya no llaman a las papas fritas como French fries sino Liberty (son tan buenazos los gringos que todavía recuerdan a Lafayette y Bartholdi).

El balance es que después de tantos sacrificios y tanto dolor y muertes (las playas de Normandía dan fúnebre testimonio de ello, y el dilatado espacio sembrado de tumbas es el único terreno que ocuparon los yanquis, todo lo contrario de los “libertadores” rusos, quienes se almorzaron alegremente a medio continente detrás de la Cortina de Hierro), los estadunidenses están muy cansados. Quieren que el mundo ya no cuente con ellos. La primera guerra de Irak fue un aviso de esto, cuando Bush padre se hizo rogar para que todos los países, así, en coro unánime de la ONU, le pidieran a los gringos que por fin intervinieran para salvar el petróleo de Kuwait, que —recordémoslo una vez más— no surte a EEUU sino a Europa. Se cansaron porque después de tantos sacrificios, en el mundo entero, por envidia o por miedo, les gritan “Yankees go home”, y hay una horda de fanáticos histéricos —y pagados nadie sabe por quién— que persiguen al Mr. President por cualquier país donde va (con excepción de Albania, donde como sí conocieron el peor de los comunismos, lo adoran) para denostarlo, aún al afable e “izquierdoso” Obama, al que no perdonan ni por ser mulato.

Y gran culpa de todo esto la tienen los propios gobiernos yanquis, a los que les ha faltado feeling, “chispa” —como en aquel viejo chiste cubano—, y una profunda y constante campaña mediática donde se recuerde todo lo que han hecho por el mundo. Porque para ese tipo de campaña los que sí resultan (hay que admitirlo) muy buenos, casi insuperables, son los de “la siniestra izquierda”: estos sí saben cacarear muy bien el magro huevo que logran poner, aunque sea de tiñosa. Quizá ahora, con Donald Trump, se altere el sopor que domina en la sociedad norteamericana y quieran reverdecer sus laureles y desenfundar de nuevo sus estandartes y banderas. Lo que no estoy muy seguro si eso sea totalmente para bien.

Los opositores pacíficos en Cuba han abrazado las imágenes y los idearios de Gandhi, Luther King y Mandela, como guías para su lucha. Pero han olvidado algo fundamental: tanto Gandhi como Mandela se enfrentaban a un gobierno con una larga tradición parlamentaria y legal, la Inglaterra de la Carta Magna, con un sistema jurídico ejemplar, y King era apoyado en su lucha nada menos que por el mismo Presidente y su hermano el Fiscal General. Los opositores cubanos —tímidamente autodenominados como “disidentes”— se enfrentan a un enemigo poderoso, implacable y además absolutamente impune: nadie (o muy pocos) levanta un dedo y menos la voz para defender a los fusilados, golpeados y encarcelados cubanos. Hay una coartada universal, una tácita conjura del silencio, que cuando logra hacer brotar una pálida denuncia, inmediatamente la respuesta es “sí... pero la salud, la educación, el deporte cubanos...”, o “Fidel es tan simpático”... Es cierto, ni Franco, ni Pinochet, ni Hitler, ni Stalin tuvieron el gracejo del tirano cubano (si acaso, Mussolini): todos corren despetroncándose (Bachelet es una Miguelina Cobián en eso) para tomarse la foto, la selfie sangrienta, aún con el balbuciente y babeante resto de lo que fue.

Gandhi andaba acompañado de una periodista y fotógrafa inglesa que lo veneraba como a Visnú; King viajaba rodeado por una corte de adoradores. Mandela tuvo una incondicional guardia pretoriana de blancos y rubios fortachones sudafricanos. Y al heroico Payá (el mejor prospecto de la oposición cubana por décadas), por ejemplo, le enviaron un pijo madrileño al que se le cayeron los pantalones en la primera de cambio, sin ninguna preparación y carente de entrenamiento para lo que iba a enfrentar. Llegó como si fuera a una excursión escolar en Ciempozuelos. Con el primer pescozón didácticamente aplicado por los “compañeros que lo atendían”, se le aplacaron las convicciones democráticas y firmó cuanto papel le pusieron delante. Después fue lo de “donde dije Diego, digo digo...”. Y el sueco acompañante (a la fecha de hoy, ni se habla de él), se hizo ídem para mayor inri. Enviar alguien así, sin entrenamiento ni preparación para enfrentar a semejante oponente, es síntoma de ingenuidad o de franca tontería, desconociendo la magnitud de su contrincante.

De América Latina, tampoco esperemos ninguna ayuda. Por un lado los del ALBA y el Mercosur no ocultan, sino todo lo contrario, proclaman su abierta incondicionalidad con la tiranía cubana. Los otros países, medrosos de que les caiga la plaga, prefieren poner en orden su casa, atender la pobreza doméstica y otros problemas urgentes, y hacerse los sordos, mirar para otro lado, tomarse una foto “histórica” con el dinosaurio, y estrechar efusivamente manos ensangrentadas. La regresión del péndulo oscilatorio ideológico latinoamericano que estamos viendo —Argentina, Brasil, Venezuela...— quizá pueda variar algo esta relación, pero al menos en un primer momento atenderán solo a sus urgentes problemas internos, antes de mirar hacia fuera de sus países.

En Europa, bastante tienen los del viejo continente en ver cómo enderezan ese engendro que quisieron hacer con la Unión Europea, la cual nunca fue unión y cada día es menos europea, antes que los musulmanes coloquen la bandera de la media luna ondeando en la Torre Eiffel, y los africanos hagan fritangas con mandioca en Trafalgar Square. Lo cierto es que ya andan tan desesperados que por ejemplo el paradigmático socialismo nórdico, se derrumbó estrepitosamente después de 70 años de hegemonía (¿no se han fijado que casi nadie lo menciona? ¿Por qué será?), y cada día son más los ciudadanos que ven la única respuesta en las perversamente llamadas “derechas”, las cuales para muchos ciudadanos no son otra cosa que la expresión de una política sensata y racional, permeada de eso tan poco común como es el sentido común, en medio de un mundo de consignas y pensamiento “políticamente correcto”. Miren a Francia y Austria, por ejemplo. Al parecer, las francesas quieren seguir usando mouchoirs y foulards, y no burkas ni kufiyyas. Y los austríacos, continuar bailando sus valses de Strauss y no danzas guerreras maoríes.

En África, aunque hasta los otrora más estrechos aliados del régimen cubano y que también son dictaduras —Eduardo Dos Santos en Angola lleva treinta y siete años, con “elecciones”, y Robert Mugabe en Zimbabue ya ronda los 30 años de poder con sus juveniles 92 años de edad— saben que su camino no es por donde quería marcarles el Señor de La Habana, se empeñan al menos en mejorar el nivel de vida de sus pueblos —apoyados por su vecino del otro lado del charco— Brasil, que después de 500 años recién descubre su nexo africano para exportar su capital y encontrar ganancias donde antes traían esclavos. El continente africano está amordazado y maniatado con La Habana porque durante muchos, demasiados años, Cuba invirtió recursos económicos y militares, capital político y apoyos simbólicos en esa inagotable cantera de revoluciones, y allí existe por todos los rincones una deuda de gratitud hacia los amigos blancos de La Habana. Así se explica la auténtica simpatía de Mandela con Castro, por un estricto asunto de gratitud: no olvidó que cuando estuvo en prisión, pudo contar siempre con el apoyo total y poderoso del Gobierno cubano y sus representantes diplomáticos en todos los foros y conciliábulos políticos, donde lo presentaban como el “preso político más antiguo del mundo”, callando y ocultando que al que sí le correspondía ese título era precisamente al opositor cubano encarcelado por Castro, Mario Chanes de Armas.

Y de Asia, qué decir: allí solo cuentan China, Japón e India; la primera siempre envía sus cordiales saludos camaraderiles y solidarios a la isla caribeña, pero ni una libra de arroz si no se la pagan primero; Japón usa a La Habana como intermediaria con Pyongyang (entre gánsteres se entienden mejor), e India, hermanada con Cuba por la abstinencia de carne, quizá vea a la islita como una posible competidora de mano de obra barata y un preocupante call center en medio-español, a las puertas de Estados Unidos.

Quizá habría alguna simpatía por la causa democrática cubana en Australia y Oceanía, pero ¡queda tan lejos!

Ante la expectativa casi universal por los gestos de Barack Obama hacia los Castro, hay que tener muy presente que el Gobierno en Cuba no dialogará con su pueblo oprimido sobre todo por una razón: no lo necesita. Pueden vivir perfectamente sin preocuparse por una oposición que en muchos casos lo primero que declara es no ser oposición. Y que, contrariamente a quienes hoy ocupan el poder porque llegaron a él por la fuerza y el engaño, niegan cualquier lucha no digo violenta sino levemente perturbante, ni siquiera con el fugaz roce del pétalo de una rosa. Es una oposición (en varios casos) tan, pero tan leal, que ya no es ni oposición. Hay mil formas de subversión que no implican la muerte de nadie, pero sí la dispersión de un mensaje: pero no solo no quieren verlas, sino ni pensarlas. “Que Dios los libre de semejantes malos pensamientos”, bendice el papa Francisco desde Roma; curioso personaje que sufre de tortícolis y miopía en Cuba, pero se recupera de inmediato al llegar a México o Estados Unidos. Debe ser por la humedad...

Así pues, sin ayuda posible de EEUU, ni de Europa, ni de América Latina, ni de África, ni de Asia, el estado de la cuestión es severo pero real: ¿qué hacer? Melancólica pero argumentada respuesta: nada, esperar una chispa imprevisible, un cometa aciago, un terremoto cimbrador, un huracán barredor de tristezas, un poético rabo de nube, un eclipse total de sol y luna, un meteorito, un desembarco apabullante de alliens...

Ni la Iglesia ni el Ejército en Cuba darán un paso, a menos que vean que los otros ya van a ganar, y eso al último momento, como siempre han hecho, para caer de pie como el gato eterno y rumoroso. La Iglesia Católica de hoy no es la de la época de Nerón y las catacumbas, y mucho menos la de la evangelización universal tridentina: sus líderes no tienen “ni tantito así” de mártires. Se acabaron los santos heroicos (los últimos elevados a los altares fueron los “cristeros” mexicanos). Los grandes jefes del ejército, que quizá alguna vez fueron “el pueblo uniformado”, viven ahora —convertidos en gerentes empresariales por obra y gracia del “Hermanísimo”— en las mismas mansiones de los que ellos expulsaron, percatándose que las gruesas alfombras, mullidos sillones y confortables aires acondicionados no eran tan malas ideas después de todo... Como los antiguos sargentos del 4 de septiembre, los exbarbudos guerrilleros del 1 de enero están muy bien acostumbrados a lo bueno, para ellos, sus hijos y nietos. Y así seguirán. Y según vemos, están dejando todo “atado y bien atado” por los siglos de los siglos, para que la Siempre (Demasiado) Fiel Isla de Cuba continúe siendo una “amable pradera de pastores y sombreros”, ofrecida para los turistas comerciales y políticos del mundo entero, permanentemente dispuestos a apreciar, celebrar (y pagar) las hipócritas sonrisas de los simpáticos y bailadores nativos, mientras estos les tienden las manos suplicantes. No dudo que ahora con los cruceros de lujo de nuevo en La Habana, se vuelvan a ver aquellas imágenes de la vieja Bohemia, donde escuálidos muchachitos se lanzaban al agua del Malecón para pescar las monedas (half dollars o quarters) que les lanzaban desde la cubierta de los buques los turistas con multicolores camisas hawaianas a los diestros y sonrientes aborígenes. Vivir para ver: un perfecto e idílico parque temático (tranquilo y seguro) para confortable disfrute de nostálgicos cincuenteros y antropólogos aficionados, coleccionistas mundiales de tipical curious. Protegidos además del peligro que pueda escapar algún velociráptor: hasta un día...


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