¿Embarqueo o Blobargo?
Atrapados sin salida o prisioneros de la antinomia
En una revolución, como en una novela, la parte más difícil de inventar es el final.
Alexis de Tocqueville
Acabó el Séptimo Congreso del PCC (el 7, número mágico: “los siete dolores”, “las siete puñaladas”, “malditos siete veces siete…”). Pero no hubo magia, ni siquiera prestidigitación. Pudieron decirlo más alto pero no más claro: no habrá cambios. A quien le guste, bien. Y al que no le guste, que tome purgante (vieja consigna desempolvada para la ocasión). A los Castro se les podrá acusar de muchas cosas (tiranos, tozudos, caprichosos…) pero nunca de no ser francos: sin pelos en la lengua dijeron así es y así será. Tan tan.
Y en realidad, el destinatario de esta declaración sincera y tajante no es el pueblo cubano, ni el resto del mundo: es solo para un interlocutor: Barack Obama, quien agotó los gestos de buena voluntad (por no decirles, abiertamente, concesiones) y les extendió abierta “su mano franca”: se la escupieron. Y de paso, le mentaron la madre. Le hicieron manigüiti y le dieron un yiti, además. El matón del barrio grita ahora estentóreamente: Yo soy Mulé. Y sanseacabó.
Basta mirar cualquier página de noticias sobre Cuba para percatarse de la aguda oposición de criterios sobre el tema de las relaciones entre ella y Estados Unidos por más de medio siglo. En un extremo, la columna con las diversas opiniones contrastantes de comentaristas y especialistas, todas con cierto sentido y posiblemente respaldadas por razones y datos en cada caso; en el otro, la noticia de que solo entre enero y marzo de este año 2016 las fuerzas represivas en Cuba han realizado 3.971 detenciones, que ya amenazan romper la marca máxima de 2014 con un total de 8.899, y se acerca al segundo lugar de este ranking del atropello, del año 2015, con 8.616 ciudadanos pacíficos arrestados con violencia.
Como Obama ya obsequió todo lo que legalmente podía entregar, ahora al culminar este Séptimo Congreso del PCC, no podrá esperarse, ni con los mejores deseos de ciertos optimistas contra viento y marea, que se levanten las restricciones comerciales y financieras establecidas, por ley, contra el gobierno de los Castro desde remota fecha. Habrá de esto para rato y ahora sí, hasta el final, por doloroso que sea. La muestra de debilidad extrema que ofrecería Obama en su último tramo presidencial, debilitaría además enormemente al candidato demócrata que finalmente compita –Clinton o Sanders— en la próxima contienda electoral. Y eso ni él, ni los que lo sostienen, pueden permitírselo.
Todo este panorama es tan triste y desolador, que para conservar algo de salud mental, quizá lo más indicado, por el momento, sea tomarlo como una gigantesca y macabra broma, y asumirlo con cierto espíritu humorístico.
¿Cómo pueden combinarse ambos opuestos en una ecuación coherente? Al ver semejante delectación argumental, el desaparecido Luis Carbonell habría declamado, cuando “la loca de la casa” se desmanda, la certera advertencia: “Espabílate, muchacha: se te queman los frijoles de la vida material”.
Precisamente al ver los comentarios a los textos que han continuado apareciendo en las publicaciones sobre el controvertido tema del embargo-bloqueo, me ha surgido lo que no sea más que una “ocurrencia”, un tanto desacralizadora, y que tiene el inevitable riesgo —lo asumo plenamente— de tratando de quedar bien con todos, no quedarlo con ninguno: “Ni modo”. Entre cubanos nos reímos para no llorar.
En primer lugar, para establecer un territorio común para la discusión, habría que adoptar un nombre que agrupara las dos posiciones extremas e irreconciliables: mientras unos hablan de “embargo” y otros de “bloqueo”, lo cual hace que, a priori, las actitudes resulten mutuamente excluyentes, quizá sería útil al menos, para poder conversar los bandos en contienda, utilizaran un término equivalente similar, el cual combinara ambos y podría ser embarqueo o blobargo. Digamos, para sintonizarnos epistemológicamente, y esto es evidente y claramente perceptible, que los dos puntos de vista no solo se oponen sino además se descalifican rotundamente uno al otro. El tenor de este espinoso asunto se puede expresar en la conocida frase “si no estás conmigo estás contra mí” (o “sinmigo”, según recuerdan algunos dijo un “ilustrado” político cubano hace muchos años).
El saldo del Congreso del PCC en su séptima re-impresión (más que edición, pues se sostienen las erratas y ni pensar en que fuese “revisada y notablemente aumentada”) es tan desolador, tan ahistórico y tan contraproducente, que solo deja como posibles escenarios de acción, entre varios otros, los siguientes:
Cuando existe tal disparidad y virulencia entre los conceptos y las causas que expresan, posiblemente sea útil examinar a través de la historia los procedimientos que los hombres han adoptado para dirimir sus querellas, dejando a un lado por indeseable el enfrentamiento físico masivo entre ambos contendientes, esa ultima ratio regis que El Rey Sol mandó grabar en la boca de sus cañones.
El derecho entre los romanos (también aceptado en tiempos posteriores, como en la corona medieval aragonesa) señalaba que cuando dos bandos o personas no lograban un acuerdo de sus intereses o puntos de vista con notorio empate o irreconciliable aversión, se recurriera al método de la insaculación, es decir, meter en una bolsa (saculo) las opciones, y dejar a la suerte (los dioses) que decidiera por una, cuyo resultado era aceptado por todos, pues todos tenían iguales probabilidades —es decir, ninguna— para competir.
Más tarde, en la Europa feudal ya cristianada, se aceptaba también lo que se llamó el Juicio de Dios, o lo que era: para evitar una absurda matanza entre sus huestes, cada bando elegía un “campeón”, y ambos se enfrentaban en un duelo a muerte sin limitantes ni reglas. Quien vencía era la prueba fehaciente de que “Dios había hablado” y su causa era, sin dudas, la más justa. El enfrentamiento entre David y Goliath es un argumento de apoyo bíblico para ello. Todavía en el siglo XIX un escritor romántico como el escocés Walter Scott incluyó uno de esos “juicios divinos” en su célebre novela Ivanhoe.
Más tarde, en la Francia ilustrada de los “Derechos del Hombre y el Ciudadano”, donde se reconocía el carácter de “Soberano” al pueblo por encima del “Príncipe”, se adoptaron las opciones del “referéndum” y del “plebiscito” (de hecho, provenían desde la tradición republicana greco-latina y también ocurrían en el derecho anglosajón: un asunto era votado públicamente como parte de una democracia directa, práctica (un tanto molesta) que hoy pervive sobre todo en la ejemplar República Helvética y en muy contados casos y situaciones específicas. “El pueblo ha hablado”, es la frase que culmina este ritual.
Una variante con carácter periódico de estas figuras para dirimir disputas antes mencionadas son las elecciones, pero por lo visto en este caso cubano en cuestión, uno de los bandos que comentamos (el Gobierno insular) no quiere siquiera considerarla. “¿Elecciones para qué?”, dicen ellos, recordando un antiguo discurso: “El pueblo ya eligió en 1959”.
Si comparamos la compleja relación establecida desde hace más de cinco décadas (casi seis ya) entre los gobiernos (no los pueblos, siempre mencionados pero nunca tomados realmente en cuenta) de Cuba (que ha sido EL MISMO) y Estados Unidos (que ya han sido VARIOS) con una partida de ajedrez (este profundo sentido político y militar del juego fue considerado desde sus orígenes, según la leyenda por un sultán hindú, y hasta el mismo Alfonso VI de León para tratar de ganar el asedio de Sevilla, defendida por el visir Ben Ammar), podremos comprobar que desde hace muchos, demasiados años, la partida se encuentra estancada y con la dificultad añadida de que en este juego tan especial no se pueden acordar las tablas. Trasladándolo al cubanísimo dominó se diría que se trancó. Ni uno ni otro a ambos lados del tablero quiere —ni puede— tirar abajo su rey. Es una partida hasta el final, sin treguas, paces ni armisticios. Los argumentos en uno y otro sentido han figurado lo que algún perspicaz comentarista definió como una antinomia. Y es que, si lo vemos con saludable distancia y tratando de asumir la lógica de cada uno, ambos tienen la razón o una gran parte de ella. Y al mismo tiempo, ninguno. Pues, citando al ripioso poeta, “en este mundo traidor / nada es verdad ni mentira: / todo es según el color / del cristal con que se mira”. Le deseo buena suerte y mejor provecho a los que se sumerjan en Kant y su crítica, para tratar de entender su proceso epistemológico. Por mi parte, y según dijo hace años un trovador filósofo insular, solo confieso “I Kan’t”, es decir, “yo no puedo con Kant”. O en la célebre declaración de un emblemático presidente mexicano, con una profundidad tan insondable como las Grutas de Cacahuamilpa, “eso ni nos beneficia, ni nos perjudica… sino todo lo contrario”.
A partir de las tres opciones históricas para una posible solución al diferendo binacional antes señaladas, ahora se complejiza un poco más el asunto. Bizantinamente podríamos deleitarnos con algunas inquietudes:
En el caso de la insaculación: ¿quién metería la mano en la bolsa para sacar la bolita? ¿Los Niños de la Beneficencia o Casa Cuna, como en la antigua Lotería Cubana? ¿Los pioneritos? ¿Los niños Pedro Pan o sus nietos? ¿Qué tamaño tendría la bolita? ¿Dónde y cuándo se realizaría el sorteo? ¿Quién guardaría la bolsita?
En el caso del “Juicio de Dios”: ¿quiénes serían los “campeones”? ¿Barack Obama de un lado y del otro —habida cuenta de las condiciones físicas de los hermanos Castro y la avanzada edad de ambos— quizá Miguel Díaz Canel? ¿El dinámico, esbelto, ágil y deportista presidente americano —aunque envejecido prematuramente por el ejercicio del poder, como suele suceder— contra el robusto, entrenado, algo torpe y obsecuente, pero macizo burócrata cubano? Y habría que seleccionar también, un Valle de Josafat intermedio para la lid: ¿un cuadrilátero flotante como una balsa a 45 millas náuticas entre Miami y La Habana? ¿En medio de la Plaza de San Pedro, para que el Papa Francisco desde su balcón “urbi et orbe” sea el árbitro apostólico?
¿La tercera opción? Primero habría que decidir —y los juristas aún no se ponen muy de acuerdo, pues unos dicen que son iguales y otros que son conceptos diferentes con propósitos distintos— si se realizaría un “referéndum” o un “plebiscito”. Una vez que se decidieran por uno de ellos, habría que escoger el “árbitro” (figura fundamental en el proceso): ¿el Congreso americano, el Comité Central cubano, la Comunidad Europea, la Cruz Roja Internacional, el Vaticano, el Dalai Lama, la UNESCO, el ALBA, el MERCOSUR, el Movimiento de los No Alineados, la ONU, la OEA…? Y así, ad infinitum et ad nauseam ab aeternum per saecula saeculorum.
Claramente, una opción tan sencilla y elemental que resulta hasta insultante proponer, es convocar unas elecciones generales de la nación cubana, estén donde estén todos sus integrantes, para que se expresen su soberana e inapelable opinión, pero esta es aún más irreal y utópica creo que todas las anteriores. Los polacos de la época de Jaruselsky (que hoy Dios tenga donde mejor le parezca) decían que había dos soluciones para sacar a los rusos de su amada tierra: una mitológica y otra real. La solución real era que la misma Santísima Virgen de Czestochowa bajara de los cielos con una espada flamígera en la mano y expulsara a los rusos de Polonia. “Esa debe ser la mitológica”, reparaban algunos. Y los polacos sabios ripostaban: “No, la mitológica es que los rusos se vayan de Polonia por propia iniciativa”.
Habrá que rogarle y ofrendarle no a la coqueta “Cachita” (quien sólo tiene una barca para ofrecer), sino a la hombruna “Shangó”, que empuña espada para cortar, rayo para ahicharrar y torre para encerrar, y que entre a solucionar este conflicto. Y pedirle con mucha Fe, a ver si se hace el milagro. O ya que todo se “reveló” (no “comenzó”, que eso fue desde mucho antes, en lo oscurito) el 17 de diciembre, pedirle a San Lázaro Bendito que agarre sus muletas y empiece a tundir a los necios y que les suelte los perros a los sinvergüenzas. A ver si así… Porque lo “otro”, lo que nadie quiere decir (“que oculta decir su nombre”) es salir todos a la calle, decir “hasta aquí llegó mi amor” y “que salga el sol por donde salga”: pero esa sería la solución mitológica entre cubanos…
Pero ya sabemos que quienes ejercen (sólo dos personas en verdad) desde hace tanto tiempo todo el poder en Cuba —que ya se les hizo costumbre por no decir vicio— tienen un rechazo visceral para reconocer otra soberanía que no sea la de ellos mismos (de nuevo, los dos), la cual identifican (sin consultarlos) curiosamente con la de absolutamente todos sus gobernados, y lo que entienden como autodeterminación y soberanía de los pueblos, es el religioso respeto a su derecho feudal de conquista, lo cual, lejos de ocultarlo vergonzosamente, proclaman orgullosos, sinceros y convencidos: “Llegamos al poder por una revolución y solo otra revolución, ejem…, una contrarrevolución, nos sacará”. Dicho en otras palabras, un tanto más amables, “la revolución es fuente de derecho”. Pero hay que entender esto así: SU “revolución” es la fuente de SU “derecho”. No puede olvidarse que Fidel Castro tiene una formación profesional como abogado y solía —o quizá aún suele— leer a Plutarco y Suetonio, y numerosas biografías de personajes como Alejandro Magno, Julio César o Napoleón Bonaparte. Si de algo sabe el señor es, precisamente, del Poder, que no se comparte ni da explicaciones: simplemente, se ejerce. Y como dice un teórico y práctico del tema, “poder que no abusa, no es poder verdadero”.
Su hermano, menos culto, pero igualmente represivo, se permite hasta bromear con el drama: “Si hubiera dos partidos en Cuba, uno lo dirigiría Fidel y el otro yo”. En cualquier país normal del mundo, una declaración así solo podría ser seguida de un estallido de ira colosal. Pero en Cuba no; ni siquiera una criolla trompetilla: solo aplausos y más aplausos.
Ya se sabe muy bien, pero nunca huelga reiterarlo (a ver si se lo graban algún día los que tienen que entenderlo), que una de las definiciones clásicas del término locura consiste en la “acción de repetir una y otra vez la misma acción en circunstancias similares, esperando un resultado diferente”. De ello se deduce que el pensamiento enloquecido es lo contrario del razonamiento científico y racional. Quizá esto lo debieran tener en cuenta a propósito de la ecuación planteada en este dilema cubano. En ambas partes de la misma, se repiten una y otra vez idénticas acciones: quizá sea el momento de evadirse de esta locura e intentar una tercera vía, que no acierto a definir. Tal parece que en ese sentido es que se ha estado moviendo Barack Obama y su equipo, pero con resultados impredecibles a corto, mediano y largo plazo. La respuesta es todavía UN ENIGMA. Aunque con los últimos sucesos, el enigma empieza a disolverse en fantochada, en chiste de pasillo. Lo que se pensó “alta política” quedó en chanchullo de barrio. El “legado” resultó “legrado”: no llegó ni a nacer.
La decisión de Obama partió de un razonamiento hasta cierto punto lógico y pragmático: si el “tratamiento” aplicado hasta ahora no ha dado resultado, hay que cambiarlo. A esto se le puede objetar que las condiciones en las que se aplicaba dicho “tratamiento” han sido muy variables a lo largo de la dilatada “enferrmedad”: no son las mismas de 1962, en plena “Guerra Fría” y con el apoyo total y sin mesura de la URSS, enviando cuantiosos recursos inagotables por amplia y constante tubería de drenaje, que las de 2015, con una boqueante economía venezolana, a punto del colapso inevitable e irreversible. Puede entenderse, y así lo han hecho muchos, que Obama pareció decir: “Si no hemos podido liquidar por hambre al león, ahora le daremos tanta comida que morirá, sin dudas, por gordura excesiva. Lo mataremos no de inanición, sino de apoplejía”.
No es cierto que cuando el tratamiento no funciona se debe cambiar el tratamiento. Muchas veces es más efectivo aumentar la dosis del medicamento, no suprimirla. O cambiar al médico.
Mientras los actores del dilatado drama se ponen de acuerdo en una de las propuestas anteriores, o en otras, en este momento, cuando apenas termina el VII Congreso del PCC, con diputados fantasmagóricos y una ominosa represión uniformemente distribuida por todo el país, los aproximadamente 14 millones de cubanos en el planeta —11 de la Isla y ya casi 3 del exilio—emigración-comunidad-destierro-éxodo-diáspora-transtierro (habría que pensar también en un término aglutinador para este amplísimo concepto poblacional) estamos, como aquel personaje inolvidable interpretado por Jack Nicholson, en un manicomio y atrapados sin salida. O, si queremos vernos más kantianos, prisioneros de la antinomia.
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