La muerte de Payá fue a tiros
“La revolución no asesina a nadie”. Se sobreentiende “si no vale la pena”
Una cosa es la pérdida irreparable para la familia de Oswaldo Payá Sardiñas —que por el acoso de la Seguridad del Estado tiene razones psicológicas de sobra para creer que lo mataron— y otra muy distinta es la falacia emocional de bandería política para haber presentado este martes 19 de febrero, en la Cumbre de Ginebra por los Derechos Humanos y la Democracia, la muerte de Payá como presunto asesinato extrajudicial y al convicto Ángel Carromero como “víctima de una conspiración del gobierno cubano”.
Las pruebas que se alegan —por lo demás insustanciales— tenían que haberse presentado como Dios manda: a la Fiscalía y a la defensa, pero esa oportunidad procesal se dejó pasar para dar vueltas en el redil mediático. Luego de haber fracasado en ganarse al pueblo para que desapareciera el régimen de Castro, la bandería de Payá no sabe ya cómo desaparecer. Su líder pereció (julio 22, 2012) en accidente de tránsito, sin que la Seguridad del Estado tuviera por qué asesinarlo: Payá había sido baleado de muerte por los mismos disidentes, entre ellos el propio Payá, quien se pegó dos o tres tiros suicidas.
1. Tras presentar (mayo 10, 2002) el Proyecto Varela (PV) a la Asamblea Nacional (AN), Payá fue (mayo 13) adonde Jimmy Carter a buscar pedigrí para la iniciativa. Así y todo, Carter tendría que reunirse de nuevo con disidentes (mayo 16) en tandas separadas a favor y en contra del PV.
2. El jurista disidente René Gómez Manzano había advertido por carta (abril 26, 2001) a Payá “que tú y los restantes promotores del proyecto desconocen las normas jurídicas que rigen en esta materia”. Payá desoyó la advertencia y continuó extraviando a la opinión pública con que la Constitución (1976) reformada (1992) autorizaba para tramitar proyectos de ley con aval de 10 mil o más “firmas”. A la postre recogió 11.020 firmas al bulto (mayo 10, 2002).
3. La AN rechazó el PV, pero Payá guardó escandaloso silencio sobre el dictamen (noviembre 1, 2002) que le remitieron hasta por correo certificado (noviembre 26) y colgaron de paso en Internet (julio 17, 2003).
4. Payá movilizó de nuevo a la gente para presentar otra vez —con 14.384 firmas (octubre 3, 2004)— el mismo PV condenado de antemano al fracaso.
4. Ambas tandas de firmas, además de inútiles, nunca representaron nada en el electorado de más de 8 millones de cubanos. La muerte anunciada del PV sobrevendría por su relanzamiento (octubre 24, 2008) fuera de lugar (Madrid).
5. Durante la Primavera Negra (2003), Castro se abstuvo de encarcelar a Payá, quien se arrogó (Cartas de Cuba, 18 de abril de 2003) que la oleada represiva buscaba “liquidar la dirección” del PV y siguió elaborando proyectos y más proyectos de solicitud de poder político al gobierno: desde el Programa de transición política para Cuba (2003) hasta El camino del pueblo (2011).
6. El disidente Oscar Elías Biscet repudió El camino del pueblo (2011) por ser “nada más y nada menos que la continuación del comunismo”.
7. La Agenda para la Transición Cubana (AGT), liderada por el ex preso político Francisco Chaviano, puntualizó en su Declaración de Jaimanitas (2011) que “el compatriota Payá negó a ultranza que la unidad fuera necesaria y un par de semanas después sale con El camino del pueblo, asegurando que era un llamando a la unidad, [pero] parecía un ardid de este hombre, que se encuentra totalmente solo, para hacer ver lo contrario recogiendo firmas y nada más (…) Payá ha estado esquivando un compromiso serio con la unidad, mientras espera el otorgamiento del [Premio] Nobel para darnos un puntapié. Para pícaros y habilidosos ya tenemos bastante con los 52 años de Castro, y el Sr. Payá ha utilizado estas habilidades varias veces con sus compatriotas”.
8. El jefe (2008-11) de la Oficina de Intereses de EEUU en La Habana, Johnatan Farrar, despachó a Payá entre los opositores sin resonancia popular ni mínima posibilidad de competir con el grupo político de Castro.
9. Payá perdió hasta la estima de la jerarquía católica. No fue invitado a la conferencia “Un diálogo entre cubanos” (abril 19-21, 2012) —convocada por el arzobispado de La Habana— y arremetió entonces contra éste y aquella. El arzobispo Jaime Ortega saldría del paso en la misa fúnebre (julio 24, 2012) con que Payá “siempre buscaba en su fe cristiana inspiración para su opción política”.
Así que al notificar la muerte accidental de Payá a su viuda, Ofelia Acevedo, el “mayor Sánchez” de la Policía Nacional Revolucionaria (PNR) dijo la pura verdad: “La revolución no asesina a nadie”. Se sobreentiende “si no vale la pena”. Y no entenderlo entraña ignorancia absoluta sobre los métodos de dominación del castrismo o proclividad fanática a dar vueltas en el redil mediático anticastrista.
Coda
Sólo el fanatismo puede concebir que la Seguridad del Estado ordenara matar a Payá después de haberle dado tanta pita, sin mandarlo a encarcelar siquiera, porque así sirvió desde siempre como pieza de división y rencilla entre los disidentes y los exiliados, aunque muchos dentro y fueran de la Isla se han vuelto ahora simpatizantes de Payá post mortem para seguir inflando la oposición pacífica con proyectos irracionales por diseño, falsos líderes (sin masa) y aun falsos mártires.
Payá merecer honor por su anticastrismo cristiano, pero nunca hubo razón suficiente para desorbitarlo hasta el colmo de urdir la movilización de Castro por el “socialismo irrevocable” (junio 15-18, 2002) como respuesta al PV. Para ir contra del PV, Castro hubiera montado el circo en caliente apenas despegara Carter. La movilización por el “socialismo irrevocable” trajo su causa explícita y eficiente del prurito de Castro por enfrentar al “imperio” con movilizaciones masivas, aunque fueran por el pleito de custodia de un menor, que se resolvía sin alboroto y a su favor en sede judicial.
¿Cómo no iba a movilizar en grande al recoger el guante del desafío lanzado por el presidente Bush con sendos discursos (mayo 20, 2002) en Miami y Washington? Máxime si enseguida (mayo 21) el Departamento de Estado publicó su informe sobre países patrocinadores del terrorismo, que incluyó a Cuba.
Y como quiera que aquella movilización por el “socialismo irrevocable” arrojó 8.198.232 firmas (99,7 % del electorado), sostener que esa fue la respuesta al PV sería tan irracional como afirmar que José Antonio Echeverría obligó a Batista a aplastar a los asaltantes del Palacio Presidencial.
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