Actualizado: 27/03/2024 22:30
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Economía

La otra descapitalización

En el deplorable escenario nacional ha surgido una nueva moral que lo permite todo, y así la población trata de justificar cualquier violación para poder sobrevivir

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Desde hace mucho tiempo, los especialistas en la economía cubana analizan la profunda descapitalización de los activos fijos o tangibles de la economía, con una caída enorme de las tasas de Formación Bruta de Capital Fijo (FBCF), que si en 1989 alcanzó el 25,6% del Producto Interior Bruto (PIB), desde entonces ha marcado porcentajes anuales inferiores al 10% en muchos años, insuficientes hasta para reponer la amortización del capital, produciéndose en términos reales una indetenible autofagia económica. Después de una pobre recuperación a mediados de la década del 2000, producto de las inyecciones de financiamiento venezolano y chino fundamentalmente, a partir de 2009 se percibe una nueva recaída con la reducción del 15% de las inversiones, repetida en similar magnitud en el primer semestre del 2010.

En el proceso de descapitalización, debido principalmente a la falta de reposición y modernización de los activos tangibles, también han actuado otros factores negativos como la carencia de mantenimiento, utilización de insumos de baja calidad, operación de equipos en condiciones terriblemente adversas (transporte sobre vías en pésimo estado de conservación o con cargas de pasajeros muy altas) e incluso inadecuada operación del equipamiento por empleados insuficientemente preparados o sin interés en cuidar los medios a su disposición.

En este marco adverso y al no existir una política de modernización, en ocasiones por factores políticos como sucede en las telecomunicaciones, es evidente el incesante incremento de la depreciación tecnológica o moral, como algunos la llaman, con la consecuencia que el país en su conjunto se encuentre en una etapa de decadencia productiva muy peligrosa, en un mundo globalizado donde la competencia es cada vez más fuerte.

El fenómeno de la creciente descapitalización nacional se visualiza fácilmente por la desaparición de la industria azucarera, el estado calamitoso de la infraestructura —comprendidas vías férreas, carreteras, calles, edificios, viviendas, conductoras de agua y electricidad— y un atraso tecnológico impactante en fábricas, transporte, agricultura, instalaciones educacionales y culturales y otras. Esto demuestra que el país se derrumba progresivamente.

Paralelamente a la acelerada depreciación de los activos tangibles de la nación, avanza otro tipo peor de desvalorización del patrimonio nacional: la descapitalización humana que desde hace años progresa a través de varias vertientes.

La pérdida, falta y deterioro de conocimientos científico-técnicos es una de ellas, y otra más generalizada y perversa, peor de resolver en el futuro, es la erosión de los valores espirituales, comprendidos los relacionados con la identidad nacional y conceptos éticos, morales y cívicos, que si bien son difíciles de medir en términos económicos, sin duda alguna tienen un enorme peso en el desarrollo general de un país.

Respecto a la disminución de los conocimientos, un factor importante es el continuo drenaje de especialistas y prominentes artistas que se marchan al extranjero, decepcionados por la realidad nacional, deseosos de una vida digna para ellos y sus familiares, libre de las persecuciones y dogmas ideológicos. A ello se une una elevada cantidad de especialistas, que empujados por la necesidad han dejado sus profesiones para dedicarse a oficios de inferiores requerimientos de capacitación, descalificándose progresivamente, al dejar de ejercer. Incluso aquellos profesionales que permanecen en sus puestos de trabajo por lo regular carecen de estímulos y medios suficientes para superarse, tarea difícil en las actuales condiciones de ausencia de información científico-técnica actualizada.

A su vez, la mayoría de nuestros especialistas, a diferencia de lo que acontece en el mundo entero, tienen enormes limitaciones para acceder a Internet y procurar información que les permita estar al día en una época de acelerado desarrollo científico y tecnológico.

A esto se añade el mantenimiento de una educación, que si bien en los meses recientes el Gobierno intenta desembarazar de métodos improvisados y extremos absurdos (maestros emergentes e integrales con adolescentes formados en pocos meses, escuelas en el campo, largo períodos de los estudiantes en trabajos agrícolas), todavía mantiene los viejos esquemas doctrinales y permanece ajena a los progresos operados en el mundo, con la revolución en las técnicas de la comunicación, incluido el acceso a Internet. Aunque la propaganda oficial continúe hablando de haber formado un millón de graduados universitarios (prácticamente el 10% de la población del país), habría que ver qué cantidad de ellos en realidad tienen el nivel correspondiente a los parámetros requeridos internacionalmente, una realidad reconocida hasta por altas personalidades oficiales.

En cuanto a los valores humanos, la situación es deplorable. Después de más de 20 años de las escaseces del llamado Período Especial, hoy, en un momento de recrudecimiento de la crisis, los efectos han sido terribles para el espíritu colectivo e individual de los ciudadanos. Las personas, empujadas por la crisis, en un alto porcentaje se han degradado y por ello no es casual que Cuba tenga uno de los más elevados índices mundiales de ciudadanos en las cárceles en relación con el total de habitantes. De acuerdo con cálculos estimados por instituciones tan prestigiosas como el PNUD, en su Informe sobre Desarrollo Humano de 2007-2008 situaba a Cuba con 487 presos por 100.000 habitantes para el sexto lugar; indicador que con posterioridad otras fuentes han considerado más elevado, como El Mundo en Cifras, Edición 2010, publicado por la revista The Economist, con 531 reclusos por 100.000 habitantes, para el cuarto puesto global.

En este deplorable escenario ha surgido una nueva moral que lo permite todo, con lo cual la población trata de justificar cualquier violación de la ética más elemental para poder sobrevivir en esta jungla en que se ha convertido Cuba. Las características de las nuevas normas de conducta se basan en la doble moral, la mentira, la simulación, el robo y la estafa, derivadas de decenios de miseria y represión impuesta por un régimen sólo interesado en mantener un poder omnímodo sobre el pueblo cubano.

Las nuevas generaciones nacen y se crían en ese ambiente malsano, viendo como algo normal todos esos males y que sus padres roban en los centros de trabajo para poder sobrevivir. Asimismo reciben en los centros educacionales cargas extraordinarias de ideología en plena contradicción con lo que a diario viven. Contemplan cómo quienes se presentan como referencias morales son los que viven mejor con el disfrute de los privilegios provenientes del poder.

Un capítulo ominoso en esta deriva hacia la degradación lo ha protagonizado un sector importante de los intelectuales, artistas y comunicadores que a cambio de privilegios y que se les permita enriquecerse, todavía hoy, ante la gravedad del momento, se mantienen ciegos, sordos y mudos, en una actitud antipatriótica, sin importarles los sufrimientos del pueblo y el acelerado derrumbe nacional. Algunos con una increíble abyección hasta han servido de cómplices y valedores de episodios tan sórdidos como los ocurridos en la Primavera Negra de 2003.

Si al principio de la revolución se planteó la defensa de la soberanía, la independencia y la identidad nacionales como principales objetivos, en los hechos la ciudadanía, y en particular la juventud, constatan que a través de los últimos 51 años Cuba ha dependido económicamente de otros países. Aproximadamente dos millones de cubanos se han marchado al extranjero y muchos más lo harían si tuvieran oportunidad. Si después de 1902, nuestro archipiélago fue escogido como lugar para establecerse por cientos de miles de europeos, antillanos, asiáticos y medio-orientales, hoy los cubanos desean marcharse masivamente. Las largas colas en el consulado de España para adquirir la nacionalidad gracias a tener abuelos españoles y en embajadas de cualquier país para lograr visas demuestran la ansiedad por emigrar en busca de una vida mejor que no avizoran en el futuro inmediato en la tierra donde nacieron. En modo alguno estos hechos pueden presentarse como pruebas de reafirmación nacional, sino todo lo contrario.

Los daños producidos por la descapitalización material siempre a mediano o más largo plazo podrán ser reparados. Ello lo prueba la reconstrucción de los países europeos devastados por la Segunda Guerra Mundial, pero con pueblos que mantuvieron sus tradiciones y valores espirituales. En el caso de Cuba, la situación es complicada pues al mismo tiempo que se deberá reedificar materialmente, habrá que restablecer los valores morales perdidos durante tantos años de totalitarismo y crisis.

No sólo habrá que luchar por la reconstrucción material, sino por la recomposición del alma de los cubanos.


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