Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Disidencia, Exilio, Miami

La tragicomedia de Cuba

Ninguna tecnología genera consecuencias políticas directas, ni la oposición se crea o recrea por innovaciones tecnológicas. Ninguna memoria flash trae un mensaje anticastrista más compulsivo que la penuria cotidiana

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La única cosa que se puede hacer
en [Nuestra] América es emigrar
Simón Bolívar, 1830

El festín de turismo sociopolítico “Democracia en las Américas” animará del 6 al 7 de noviembre la sede principal del Miami Dade College. De Cuba viene Yoani Sánchez con que allá la memoria flash provoca una “revolución underground”. Para revolución y embustes ya tenemos bastante con una y otros de Fidel Castro. El castrismo salió airoso frente a la crítica de las armas y esa es la tragedia, que se repite como comedia con el alarde de cualquier gangarria como arma triunfante de la oposición pacífica.

Revolú imaginaria

El 26 de diciembre de 2000, The Washington Post notició la emergencia de otro ejército rebelde en Cuba: the Internet guerrilla, que emprendía acciones contra el gobierno como repasar las páginas de agencias de prensa extranjeras, oír música pirateada y pasar cursos on line. Al cabo de quince años, la vida sigue igual allá y Yoani viene al festín aquí con aquel fiambre recalentado como otra revolución.

No hay que ser discípulo de Daniel Bell para saber que ninguna tecnología genera consecuencias políticas directas ni que la oposición se crea o recrea por innovación tecnológica. Ni hay que serlo de Jürguen Habermas para saber que ningún mensaje compele a la militancia política por expandirse más al cambiar de soporte.

Ninguna memoria flash traerá un mensaje anticastrista más compulsivo que la penuria cotidiana, y el pueblo cubano sigue aguantándola sin apreciar ni por asomo ningún movimiento opositor como alternativa política.

Masoquismo sociopolítico

Tras disolverse la Crisis de los Misiles (1962), los compañeros que atendían por la CIA a Orlando Bosch, Luis Fernández Rocha y otros guerreros aconsejaron a todos olvidarse de Cuba y rehacer sus vidas. Howard Hunt resumiría: “Washington should put Castro in the ‘file and forget’ basket”.

A la vuelta de más de medio siglo, nadie tiene por qué tragarse la revolución underground de Yoani ni los comedores populares de Fariñas ni las mesas de iniciativa constitucional de Cuesta Morúa ni el paro nacional de Antúnez ni el proyecto Emilia del Dr. Bi(s)cet ni el plebiscito con una sola pregunta de Rosa María Payá ni las demás fanfarrias de quienes pretenden, por vía pacífica, lo que no pudieron ni la CIA ni el exilio por la fuerza.

No hay reproche moral por ese masoquismo de correr al combate para liberar al pueblo cubano, a pesar de que su abrumadora mayoría desprecia a la oposición votando y saliendo a la calle por las razones que sean, pero a favor de Castro. Sin embargo, los disparates de tal masoquismo no deben admitirse ya solo porque vengan de la oposición. Un disparate opositor es ante todo un disparate.

Sobran los ejemplos ilustrativos, como pedir peras democráticas al olmo totalitario con papelitos firmados o interponer querella por delito de lesa humanidad contra la Seguridad del Estado sobre la base de dos muertos en un mismo in(ac)cidente. Tan solo Antonio Rodiles ha planteado algo racional: abogar por la ratificación de los pactos internacionales de derechos humanos, que el gobierno ya firmó, para entrar a discutir enseguida la aplicación concreta.

Los demás proyectos pueden tacharse de irracionales o embusteros sin temor a que las claques patrioteras reaccionen con qué haces tú y por qué no regresas a Cuba para liberarla. Este argumento solariego se escacha contra el tamarindo chino de que ya nadie puede abroquelarse con que hace algo por la patria: “Hay tantas patrias como personas” (Andreas Huber, Heimat in der Postmoderne, 1999).

Nadie tiene que avergonzarse por no tener interés alguno en liberar a Cuba. La nación cubana jamás se ha avergonzado de que el castrismo no solo prevaleciera frente a crítica de las armas, sino que también se tornara inmune a las armas de la crítica. Todos sus males han sido expuestos y hasta estudiados, denunciados y aun ridiculizados, pero este ejercicio de la crítica por décadas y más décadas no ha servido para acorralar a los gobernantes ni para revirar a los gobernados.

La premisa cardinal para enfrentar al castrismo estriba en reconocer que sigue ahí y que de ahí salen comedias y más comedias. Hasta salió “El Coco” en la televisión de Miami haciendo campaña por Joe García para el Congreso de EEUU. En Cuba, “El Coco” Fariñas no tiene quien haga campaña por él ni tan siquiera para delegado de su barrio (La Chirusa, Santa Clara).

Coda

Los cubanos dentro de la Isla no pueden menos que oír a Heberto Padilla: No te ilusiones con las noticias de onda corta (…) Yo te aconsejo que corras enseguida (…) y que te largues de una vez y para siempre.

Esta clave existencial perdura —aunque la radio de onda corta haya cedido el paso a la sucesión de revoluciones de la comunicación que anda hoy por la memoria flash— porque perdura la situación sociopolítica que inclina a entonar, en vez del himno que manda a correr al combate y consuela con que morir por la patria es vivir, una estrofa olvidada de Jorge Anckermann, que más o menos reza así:

Zayas, Tiburón, Mamendi, / todos nos prometen mil venturas que al país / salvarán de la ruina y el / cubano feliz será / mas yo digo / esos caballeros lo que / deben hacer todos es coger una guataca pa´labrar la tierra / y al pueblo no fastidiar más

Aquel trío de Zayas [El Chino], Tiburón [José Miguel Gómez] y Mamendi [Emilio Núñez] puede cambiarse hoy no solo por tríos del gobierno, digamos: “Castro, Alarcón, Murillo”, sino también por tríos de la oposición, como “Cuesta, Fariñas, Yoani”. Solo habría que remplazar “venturas” con “proyectos”, porque “revolución underground” estropea la rima.


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