Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Literatura

Cómo se mata una revista

Fundada en 2006 por un grupo de jóvenes creadores, la publicación independiente 'Bifronte' sufrió el planazo de la censura.

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Primero hicieron lo que todos los prepotentes: ridiculizar al contrario. Después vinieron los excesos y vejaciones, y lo que a otros les parecería increíble.

Lo que más me dolió cuando "mataron" la revista Bifronte, no fue el espacio que cerraron, ni la oportunidad de dialogar de otra manera dentro del jolgorio literario de la Isla, fue ver el escupitajo sobre los jóvenes creadores que creyeron en ella.

Ahora se cumplen dos años de aquellas primeras embestidas. Todavía queda por ahí el regusto a carpintería primitiva, a montoncito de gente acarreando papel y tinta desde cualquier rincón del país. Escritores con un compromiso público, definido, abierto con la revolución, pero también dispuestos a colaborar con aquel pedazo de revista.

Asombra que medio ejército de delatores, oficiales operativos, vigilantes culturales y soplones de barrio hayan desenfundado espadas contra un pequeño grupo de jóvenes que osaron publicar un par de artículos de Guillermo Cabrera Infante, y dos o tres amagos literarios, para salir del sopor de las revistas de provincia. En definitiva, para hacer algo distinto.

Enseguida aparecieron los enviados de palacio. A mi casa llegó un ex coronel, traía encargo y palabras de Abel Prieto. Según la cuenta, estábamos haciendo el juego al imperialismo, la CIA y a cuantos quieren siempre destruir la hermosa obra revolucionaria.

Los días en que preparábamos las ediciones de Bifronte se llenaban de un alcohol pestilente y barato. Por lo general, estaba yo a las doce de la noche en algún punto de los 34 kilómetros que separan San Germán de Holguín. Comíamos poco o nada, según fuera el ambiente en el Obispado de Holguín, donde el padre Olbier Hernández Carbonel nos recibió como a apestados. Aunque padre al fin, nos puso a su resguardo por unos meses.

En una ocasión, cuando uno de los redactores intentó visitar la casa del escritor Ronel González para corregir las pruebas de un cuento suyo, se encontró con que estaba flanqueada por dos motos de la Seguridad del Estado. González se encontraba de reposo, debido a un accidente, y la misma dirección del Departamento de Enfrentamiento al enemigo se lo comía literalmente a preguntas. El joven regresó y contó lo visto, devolvió los papeles sin tocar, se marchó y hasta la fecha no ha regresado a los andares revisteros. Tal fue el susto.

Los ejemplos sobran. Sobre Michael Hernández Miranda, hoy en el caminito que va de Miami a Texas, divulgaron el rumor en el barrio de que golpeaba a su mujer y la vejaba constantemente. A una pareja gay, también amigos, les hicieron ir y venir varias veces desde sus casas al centro de operaciones que hay en el Parque San José. Los interrogaron por gusto, nunca colaboraron con la revista. Luego supimos que los interrogatorios habían sido fue para eso, para que no se atrevieran.

Los castigos no siempre pasan por los atropellos y las injurias, como me pasó a mí y a dos colaboradores más de la revista en Gibara. A veces es tan sutil la presión, que los mismos amigos vienen a pedir que te detengas, "por tu bien", dicen casi siempre. Reconozco que son campeones en el arte de la persuasión. Muchos no volvieron jamás por casa, otros se olvidaron de los libros y los discos que les prestamos.

Las ofertas empezaron a caer: viajes a Caracas, publicaciones en las "mejores" editoriales de la Isla. Consejos públicos y anónimos. Aunque ya nada importaba, la revista tenía su montoncito de tierra, su lápida y sus flores.

Unos cedieron, otros se dieron a la tarea de ser emisarios, algunos callaron.

Hoy no existe aquella revista torpe, alegre, juvenil, que no amenazó a nación alguna ni puso en tela de juicio la defensa de la identidad. Fue sólo el asomo de lo que puede hacer el escritor que se siente libre y no responde al mandato castrense. Me sirven las palabras de otro apestado como nosotros, sólo que adelantado en martirio y vejación. Raúl Rivero escribió: "La censura es un silencio que se lleva dentro como el amor y el odio".


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