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Carta Pastoral «El amor todo lo espera»

Mensaje de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba, dado a conocer en septiembre de 1993.

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UN DIALOGO ENTRE CUBANOS

El cubano es un pueblo sabio, no sólo con la sabiduría que procede de los libros, sino con esa otra sabiduría que viene de la experiencia de la vida. Por esto desea un diálogo franco, amistoso, libre, en el que cada uno exprese su sentir verbal y cordialmente. Un diálogo no para ajustar cuentas, para depurar responsabilidades, para reducir al silencio al adversario, para reivindicar el pasado, sino para dejamos interpelar. Con la fuerza se puede ganar a un adversario, pero se pierde un amigo, y es mejor un amigo al lado que un adversario en el suelo. Un diálogo que pase por la misericordia, la amnistía, la reconciliación, como lo quiere el Señor que «ha reconciliado a los dos pueblos con Dios uniéndolos en un solo cuerpo por medio de la cruz y destruyendo la enemistad» (Ef. 2, 16).

Un diálogo no para averiguar tanto los ¿por qué?, como los ¿para que?, porque todo por qué descubre siempre una culpa y todo para qué trae consigo una esperanza. Un diálogo no sólo de compañeros, sino de amigos a amigos, de hermanos a hermanos, de cubanos a cubanos que somos todos, de cubanos «que hablando se entienden» y pensando juntos seremos capaces de llegar a compromisos aceptables.

Un diálogo con interlocutores responsables y libres y no con quienes antes de hablar ya sabemos Yo que van a decir y, antes de que uno termine, ya tienen elaborada la respuesta, de los que uno a veces sospecha que piensan igual que nosotros, pero no son sinceros o no se sienten autorizados para serio.

En las cosas contingentes todos podemos tener fragmentos del arco de la verdad, pero nadie puede atribuirse la verdad toda, porque sólo Jesús pudo decir: “Yo soy la verdad” (Jn. 14, 6), “el que no está conmigo está contra mí”' (Lc. 11, 23).

En Cuba hay un solo partido, una sola prensa, una sola radio y una sola televisión. Pero el diálogo al que nos referimos debe tener en cuenta la diversidad de medios y de personas, tal como lo expresa el Santo Padre: «la sociabilidad no se agota en el Estado, sino que se realiza en diversos grupos intermedios, comenzando por la familia y siguiendo por los grupos económicos, sociales, políticos y culturales, los cuales, como provenientes de la misma naturaleza humana, tienen su propia autonomía, sin salirse del bien común» (Centesimus Annus, n. 13).

Cuando uno analiza las opiniones de otros en el sentido del valor y mérito que tengan en sí mismas y no en función de las personas que las emiten, no hay por qué temer, ya que la disensión puede ser una fuente de enriquecimiento. No hay por qué temer a las réplicas y las discrepancias, porque las críticas revelan lo que los incondicionales ocultan.

El pueblo cubano es un pueblo maduro y, si queremos ser ciudadanos del mundo del mañana, bien vale la pena ponerlo a prueba y reconocerle el derecho a la diversidad que no es sólo un derecho legal, sino básicamente ético, humano, porque se fundamenta en la dignidad del hombre por encima de cualquier otro valor.

Si Cuba ha abierto las fronteras a las relaciones internacionales con sistemas no sólo distintos, sino hasta opuestos al nuestro, que incluso en palestras internacionales han votado contra los puntos de vista del gobierno cubano, no se ve por qué a nivel nacional los cubanos deben ser forzosamente uniformes; si a los problemas y confrontaciones con esos otros países se les califica comprensivamente de «problemas entre familia» por qué no llamarle igual a las discrepancias entre los cubanos. No olvidamos, cuántos problemas de El Salvador, Nicaragua, Argentina, Chile y la guerrilla de Colombia terminaron en concordia para el bien del pueblo mediante un diálogo en el que nadie perdió y ganaron todos. Hay países hermanos de los que hay mucho ciertamente que evitar, pero también hay mucho que aprender.

Sabemos bien que no faltan, dentro y fuera de Cuba, quienes se niegan al diálogo porque el resentimiento acumulado es muy grande o por no ceder en el orgullo de sus posiciones o, también, porque son usufructuarios de esta situación nuestra, pero pensamos que rechazar el diálogo es perder el derecho a expresar la propia opinión y aceptar el diálogo es una posibilidad de contribuir a la comprensión entre todos los cubanos para construir un futuro digno y pacífico.

UNA REFLEXION NECESARIA

Nos hemos dirigido a nuestro pueblo en general, con el cual nos sentirnos concernidos en los logros y fracasos, en lo bueno y en lo malo. Nuestro pensamiento se dirige ahora hacia aquellos que fueron llevados a las aguas bautismales y han permanecido fieles a la fe en circunstancias difíciles. Va también nuestro pensamiento hacia los que abandonaron la fe o la práctica de la fe, pero a quienes la Iglesia , que los engendró por el Bautismo, los lleva en su seno con amor de madre y hacia los que no han recibido el Bautismo, pero están llamados por el Señor a formar, en Cristo, una sola alma y un solo corazón. De estos últimos somos hermanos por razón de linaje humano, por razón de la cubanía que nos hace a todos hijos de esta tierra.

La Iglesia nunca ha estado lejos de este pueblo nuestro. Se quedó con los que se quedaron por muchas que hayan sido las dificultades. Sus templos, a veces llenos, a veces vacíos, han permanecido idénticos, siempre serenos, como testigos solitarios en medio de los pueblos y ciudades, con sus altas torres levantadas hacia el cielo, velando sobre la ciudad, sobre sus casas y sus puertas, como dice la Sagrada Escritura , como signos del amor de Dios que siempre espera, bendice y llama.

Desde allí la voz amorosa de Dios ha seguido llamando con el mismo acento de siempre: «Si tú comprendieras lo que puede traerte la paz» (Lc. 19,41), «Si tú conocieras el don de Dios...» (Jn. 4, 10). «Cuántas veces quise cobijarte bajo mis alas, y no quisiste» (Mt. 23, 37). Desde allí el Señor nos ha seguido diciendo: “Sin mí nada podrán hacer” (Jn. 15, 4), “Si el Señor no construye la casa en vano se cansan los albañiles, si el Señor no guarda la ciudad en vano vigilan los centinelas” (Sal. 127, l ). Es la hora, queridos hermanos, de levantar los ojos del corazón a Dios nuestro Padre, suplicándole la reconciliación entre nosotros, el triunfo del amor y de la paz.

Nosotros conocemos los sufrimientos, a veces innecesarios, acumulados en el corazón de tanta gente que parece que no pueden ya más con su alma sea a causa de los trabajos que pasan para realizar sus labores cotidianas o de las extremas necesidades elementales. Sabemos el dolor que en tantos cubanos han causado los grandes lutos nacionales, como el de los hermanos internacionalistas que murieron en otras tierras o el de los hermanos que siguen muriendo en los mares que rodean nuestra propia tierra. Sabemos del dolor de los presos y de sus familias y el sufrimiento de los que están lejos.

Al escribir este mensaje compartimos la pena de aquellos ancianos afectados, en muchos casos, por las carencias materiales o por la ausencia definitiva de sus familiares, que hace aún más dura su soledad. Tenemos presente también, a los jóvenes, naturalmente llenos de ilusiones, y que se sienten, a menudo, escépticos y faltos de esperanza.

A todos ustedes queremos decirles una palabra de aliento: la sensatez puede triunfar, que la fraternidad puede ser mayor que las barreras levantadas, que el primer cambio que se necesita en Cuba es el de los corazones y nosotros tenemos puesta nuestra esperanza en Dios que puede cambiar los corazones.

SOLO DIOS ES JUEZ DE LA HISTORIA

Nosotros pensamos que no es conforme al Evangelio la enumeración de los factores negativos con la intención de inculpar a otros. «No juzgues», nos dice el Señor (Mt. 7, l ), y a nadie le está permitido juzgar, porque sólo el Señor es juez de vivos y muertos (2 Tim. 4, l ), y sólo El conoce lo que hay en el corazón del hombre.

También, dentro de la comunidad eclesial, sólo Dios conoce el desgarramiento interior de los que optaron por dar la espalda al Señor y a la Iglesia en momentos difíciles, de los que apartaron a sus hijos de la fe católica, de los que quitaron el popular cuadro del Sagrado Corazón o la estampa de la Virgen de la Caridad de sus hogares, como un triste presagio de lo que dice San Agustín: «Cuando uno huye de Cristo, todo huye de uno».

Pero aunque nuestras infidelidades hubieran sido mayores que .nuestras lealtades, incluso «si nuestro corazón nos condena, Dios es más grande que nuestro corazón» (1 Jn. 3, 20). De todo podemos sacar enseñanzas positivas y negativas, así se va tejiendo la vida cristiana hasta que la Iglesia de los pecadores, que somos nosotros, se vaya haciendo en nosotros la Iglesia de los santos. En esta conjunción de culpa y gracia. de luces y sombras, que es el misterio de la Iglesia de Dios, está nuestra salvación.

CONCLUSION

Queridos hermanos y amigos: al terminar este mensaje queremos volver al pensamiento primero que lo inspira y motiva: el de la experiencia universal del amor de Dios. Ese amor que se nos revela en Cristo, pues El nos manifestó el rostro de Dios, que es el rostro de Jesús crucificado, cuyo corazón abierto en la cruz no se ha cerrado para nadie, incluso para los que lo hemos ofendido. Si Jesús no nos hubiera revelado ninguna otra cosa más que ésta: «Dios es amor' (I Jn 4, 8), eso sería suficiente para ser mejores y llenarnos de paz y esperanza. No estamos del todo seguros de que amamos a Dios como El lo merece, pero sí lo estamos de que Dios nos ama como nosotros no lo merecemos.

Hemos pedido al Señor dirigir este mensaje en su lenguaje de amor, sin lastimar a ninguna persona, aunque cuestionemos sus ideas en diversos aspectos, porque de lo contrario Dios no bendeciría el humilde servicio que queremos prestar a cuantos libremente quieran servirse de él. Lo hacemos con esa limitada confianza en el amor de Dios, callado desde el primer día de la creación, pero «trabajando a todas horas» (Jn. 5, 17). El vela sobre su ciudad (Salmo 127), también sobre Cuba, porque el Señor está con nosotros y quiere para nosotros lo mejor. El tiene en sus manos, como Señor de la Historia , el corazón de los hombres.

Hablando como Pastores de la Iglesia que está en Cuba queremos recordar que la paz es posible porque «Cristo es la paz» (Ef. 2, 14), podernos descubrir la verdad porque «Cristo es la verdad» (Jn. 14, que se puede hallar el camino porque «Cristo es el camino» (Jn. 14, En fin, que la salvación es posible porque Cristo es nuestra salvación (Lc. 19, 9). Confiamos además en nuestro pueblo, al que conoce bien y que ha mostrado a lo largo de su historia una sorprendente capacidad de recuperación.

Revitalizar la esperanza de los cubanos es un deber de aquellos cuyas manos está el gobierno y el destino de Cuba y es un deber de la Iglesia que está separada del Estado, como debe ser, pero no de la sociedad. Y esto lo podemos lograr juntos con una gran voluntad de servicio pero no sin una gran voluntad de sacrificio, «amando más intensamente y enseñando a amar, con confianza en los hombres, con seguridad e ayuda paterna de Dios y en la fuerza innata del bien», como decía Pablo VI. La Virgen de la Caridad , Patrona de Cuba, Madre de todos los cubanos, que sabe cuanto lo necesitamos sus hijos, nos ayude con su bendición.

«Y en toda ocasión, en la oración y en la súplica, nuestras peticiones sean presentadas a Dios. Y la paz de Dios que es más grande de lo que podemos comprender, guarde nuestros corazones y nuestros pensamientos en Cristo Jesús» (Flp. 4, 6-7).

Con nuestro cordial y fraterno afecto en el Señor,

+ Jaime , Arzobispo de la Habana y Presidente de la COCC.

+ Pedro , Arzobispo de Santiago de Cuba

+ Adolfo , Obispo de Camagüey

+ Fernando , Obispo de Cienfuegos-Santa Clara

+ Héctor , Obispo de Holguín

+ José Siro , Obispo de Pinar del Río

+ Mariano , Obispo de Matanzas

+ Emilio , Obispo Auxiliar de Cienfuegos-Santa Clara

+ Alfredo , Obispo Auxiliar de La Habana

+ Mario , Obispo Auxiliar de Camagüey

+ Carlos , Obispo Auxiliar de La Habana


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