Cocodrilo brutal
Cocodrilo brutal
No se mueve; su salvaje cuerpo
envejecido está cubierto de resecos
despojos de la tierra, hojas sucias y lodo;
sus patas fuertes y escamosas,
como raíces muertas,
depositan su peso en el reborde pantanoso,
firmes en su sitio.
Las moscas lo recorren con soltura,
dueñas de su tranquilidad establecida;
el sol lo cubre de calor, pero no llega a penetrarlo;
su piel resiste milagrosamente las peores tormentas,
los inviernos feroces y la creciente ruina.
No se sumerge nunca en la corriente impetuosa
que a su lado recibe y estremece
a insectos temerarios y a pájaros nerviosos.
La enorme boca permanece abierta;
sus ojos quietos relumbran levemente
y parece que ya se adormecieron.
Pero él está despierto y lo vigila todo.
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