Cocodrilo brutal

Reinaldo García Ramos

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Cocodrilo brutal

No se mueve; su salvaje cuerpo

envejecido está cubierto de resecos

despojos de la tierra, hojas sucias y lodo;

sus patas fuertes y escamosas,

como raíces muertas,

depositan su peso en el reborde pantanoso,

firmes en su sitio.

Las moscas lo recorren con soltura,

dueñas de su tranquilidad establecida;

el sol lo cubre de calor, pero no llega a penetrarlo;

su piel resiste milagrosamente las peores tormentas,

los inviernos feroces y la creciente ruina.

No se sumerge nunca en la corriente impetuosa

que a su lado recibe y estremece

a insectos temerarios y a pájaros nerviosos.

La enorme boca permanece abierta;

sus ojos quietos relumbran levemente

y parece que ya se adormecieron.

Pero él está despierto y lo vigila todo.

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